El despertar

Azael:

Pasaban las seis de la tarde, cuando sentado en el sofá de la habitación que desde una semana después del accidente le fue asignada a Anel, leyendo un informe que me envió mi secretaria en mi laptop, escucho un leve ruido. Alzó la mirada para comprobar que mi percepción no es errada. Al ver un movimiento en su mano, un susto se instaló en mi pecho.

Observé el monitor donde se detallan sus signos vitales, al ver que no había alteración alguna, guardé la calma. Hasta eso he aprendido en estos meses. Sin ser médico, al pendiente de su evolución, detalladamente he ido aprendiendo los valores máximos y mínimos necesario y que me indiquen que Anel aunque parecía no estar ahí, seguía con vida.

Desde hace una semana la inflamación del cerebro, producida por la conmoción cerebral que ocasionó el impacto de su cabeza sobre el pavimento, la llevaron al estado de no despertar más sino hasta ahora que comienza a mostrar signos de vida.

Ansioso, presioné el botón de llamado al área de enfermería.

Para la hora no había ningún familiar cerca. Solo yo. Ante mi negativa de apartarme de ella, y menos en las noches, los padres de Anel optaron por ir a casa, dejándome al cuidado de ella, por lo que no tenía a nadie cerca con quien compartir la emoción de ver que parte de mi deseo comienza a materializarse.

—¿Qué le sucede a la señorita, señor? —me pregunta una de las enfermeras al entrar en forma apresurada a la habitación. Desde que estamos aquí, primera vez que presiono ese botón, antes no hubo motivo para solicitar su presencia con urgencia.

—Se está moviendo, mírelo por usted misma —le insté a observarla.

Por lo que para mí fue largo rato, la enfermera observó a Anel, quien a medida que pasaban los minutos movía las manos con más fuerza, comenzó a hacer ruidos con la boca buscando gesticular palabra, abrir los ojos, pero supongo que la pesadez por los medicamentos, y el tiempo en el que se ha mantenido dormida le impiden hacerlo con la rapidez que tal vez ella quisiera y que yo anhelo suceda.

«Quiero volver a ver el color de sus ojos, quiero ver la vida reflejada en ellos», pienso en suplica.

Tan pendiente estaba de todo lo que hacía Anel que no vi cuando la enfermera llamó al médico de guardia, quien ingresó a la habitación de la misma forma que ella, apresurado.

 —Debemos revisar a la paciente —escuché al médico decirme—, señor Sanna —llamó mi atención ante mi evidente caso omiso al mensaje implícito en esa afirmación.

—No espere que salga, pues bien sabe que no lo haré, lo que sea que vaya a hacer, hágalo en mi presencia —le dije con la tranquilidad que me caracteriza, y como si fuera el esposo protector.

—Entonces, le sugiero manténgase alejado —me pidió en tono de voz molesto al comprobar una vez más mi total negativa a sus exigencias.

Ignorándolo, tomé una de sus manos para que apretara la mía. Ante tanta emoción poco me importaba lo que este hombre pudiera decir. Mis ojos, mis oídos ,mis sentidos estaban puestos en ella, en su despertar, en su vuelta a la vida, a una vida que si de mi depende estoy dispuesto a llenar de la más mínima de la atención con tal de verla feliz.

Se veía mucho más pálida, ojerosa, los labios resecos, pese al ritual que adopté por sugerencia de Anna, su hermana, de aplicarle una loción sobre ellos cada dos horas para evitar lo que ahora observan mis ojos.

Se forzó a abrir los ojos, aun cuando se notaba lo que le costaba acostumbrarse a los faroles de las lámparas que tiene encima. No sé si sintió dolor o incomodidad, solo fui consciente de que en su intento por abrir los ojos y moverse, como acto reflejo, apretó mi mano y expresó un leve quejido que llamó mi atención.

—Haga algo —le dije al médico en tono autoritario.

—Cálmese, es normal en estos casos, debemos dejar que reaccione para ver sus actos reflejos, recuerde el tremendo accidente y el tiempo que se mantuvo en coma, no puedo sedarla —declaró observándola.

—Señorita, ¿puede hablar? —le preguntó el doctor.

Al escuchar esta pregunta Anel finalmente terminó de abrir los ojos, aunque estaban a medio abrir, pude volver a ver el color de sus ojos, pude ver la vida reflejada en ellos.

—Señorita —le doctor una vez más llamó su atención—, ¿sabe quién es?

No respondió, lo observó y en seguida volteó a mirarme. Como la primera vez, nuestras miradas se encontraron por largos segundos. Solo que esta vez no había muestra de rechazo sino una especie de interrogante, un vacío que hasta que el doctor expresó nuevamente la pregunta, no vi venir al ella responderle.

—Una vez más, señorita ¿recuerda quién es usted? —le preguntó observador.

—No —hubiera esperado me insultara, que hubiese pedido me sacaran de allí, no esto, no puedo estar pagando de manera diferente mi estupidez. En ese momento me negué a aceptar que Anel, esta que está aferrada con fuerza a mi mano, no es la Anel que vi esa esa noche por primera vez.

—No se preocupe señor Sanna, esto es normal —recuerdo me dijo el doctor al ver la preocupación dibujada en mi rostro al no creerme que ella ni siquiera recuerde su nombre—, deme unos minutos, ya regreso.

Mientras el doctor salió de la habitación, sin soltar su mano, agarré una silla y me senté a su lado. Pasados unos minutos ingresó una enfermera que no había visto hasta ahora.

—Buenas noches —me saludó—, por orden del doctor, le daré pequeños sorbos de agua a su novia

Sorprendido ante el calificativo que esta chica me acaba de dar, volví la mirada hacia Anel quien me observaba fijamente.

—¿Novio? —preguntó con mirada de confusión.

Tuve la intención de aclararle el error de la enfermera, pero justo en ese momento ingresó el doctor, con otros dos médicos que se dedicaron a evaluarla por las siguientes dos horas, impidiendo toda posibilidad de aclararle a Anel la confusión en la que se encuentra la enfermera; más sin embargo, por lo menos esa noche, mi intención de ir por el camino correcto, se vio frustrada pues le dieron de comer a allí delante de ellos, luego permanecieron la siguiente hora observándola hasta que se quedó dormida, dejándome con la incertidumbre de saber que pudiera estar pensando ella ante la declaración errónea de la enfermera.

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