Sueños Endebles

Azael:

Solo quería llamar su atención para despedirme de ella, por esa razón la seguí hasta la entrada. No quería perder la oportunidad de ver de cerca su reacción al volver a tocar si quiera su mano.

Haber conversado con su madre me dio la motivación para acercarme más a ella. Se que me excedí al no disimular mi interés por ella, un interés extraño e irrespetuoso, no solo por ella sino también por Samantha que fiel a sus sentimientos se sacrificó esa noche por permanecer a mi lado, pese a lo evidente que fui.

¿Qué si se dieron cuenta?, por supuesto. Por esa razón la señora Aitana Leonte me pidió le concediera un baile. Tan embelesado estuve por Anel esa noche que no me importó nada más sino ella, observarla, detallarla, grabar en mi mente cada una de sus facciones, sus gestos, sus movimientos y hasta su rechazo. Aún estando en la distancia percibí claramente su incomodidad, su negativa a mirarme. Pude comprobar que no solo yo me encuentro confundido por su presencia, sino también el efecto que causo en ella.

Recuerdo que antes de que la señora Leonte se acercara a hablarme, iba por la cuarta copa de champagne que me tomaba en menos de media hora mientras la observaba. Tal es así que Samantha se acercó a mi molesta:

—¿No crees que has bebido lo suficiente? —me preguntó con rabia en la voz, observándome y luego desviando la mirada hacia la chica que, aunque se muestra incomoda, desconoce mis oscuros pensamientos—, creo que merezco algo de respeto Azael —agregó Samantha en protesta ante el poco interés que le pongo.

—Y yo creo que no es lugar para reclamos —espeté seco, sin intención de alargar esa conversación.

—Azael por favor, cualquiera que te observa pensará que eres un enfermo, deja de observar a esa chica —me reclama una vez más.

Para no responderle, me puse de pie, dejé la copa sobre la mesa de manera estridente, casi se quiebra entre mis manos, le dirigí una mirada fulminante, me acomodé el botón del esmoquin, le di la espalda, observé a la esposa de otro de los socios que comparte la mesa con nosotros, quien pareció darse cuenta de la situación, pues nos observaba sin disimular, y como siempre he actuado, haciendo caso omiso a su curiosidad y lo que Samantha pudiera pensar, caminé en dirección hacía la barra, pedí un trago de whisky y me paré de frente a la mesa de Leopoldo Leonte.

Precisamente en el momento en el que me tomaba el primer sorbo del trago sin dejar de deleitarme con la imagen de la mujer que me carga con la temperatura más elevada de lo habitual, la figura de su madre tapó mi visión.

—Voy a terminar por pensar que mi hija corre peligro —escuché que me dijo en voz clara.

—¿Por qué lo dice?, he demostrado ser un hombre confiable —le respondí mirándola a los ojos.

—En los negocios, no así en su vida personal, para nadie es un secreto que desde hace rato está irrespetando a su acompañante y dejando a mi hija en entredicho delante de los presentes —me acusó sin titubeo.

—No es mi culpa que tenga hijas con una extraña belleza, sobre todo la más pequeña —respondí sin rodeos—, con el respeto que usted se merece dígame, ¿qué puedo hacer si no puedo contenerme? Parece como si me hubiesen hechizado.

—No creo que a Anel le caiga en gracia escucharlo referirse a ella de esta manera —adujo seria volteando a observar a su hija.

—Señora Leonte, usted preguntó y yo solo fui sincero, no me ando con rodeos, cuando algo me gusta lo digo, disculpe si la he irrespetado —me excuso sin sentirlo.

—¿Qué hay de la señorita que lo acompaña? —me pregunta desviando la mirada hacia Samantha.

—Ella solo es mi acompañante, nada importante —le respondo con naturalidad.

—Pero no es la impresión que da —arguye observadora—, si pudiera acabaría con la pobre Anel y le sacaría los ojos a usted.

—Solo son paletas de niño ahogado, soy un hombre libre, hago lo que quiero, cuando quiero y con quien quiero —sentencio.

—Y por lo que percibo, mi hija está en la mira de ese deseo de hacer algo donde quiera y cuando quiera —señala de forma conclusiva.

—No lo voy a negar, si de mi depende la desposaría mañana mismo —me sorprendo a mí mismo respondiéndole al tiempo que siento unas ansias enfermizas por poseerla—, lo que quiero lo consigo.

—Lamento decirle señor Sanna que la tendrá difícil, de hecho, creo que ese deseo será lo único que no podrá concretar en su vida, Anel es la mujer más difícil que he podido conocer, de mis tres hijas, es la más rebelde, es de las que hace sus propias reglas —me aclaró la señora Aitana con un brazo cruzado bajo sus pechos y el otro reposando sobre él, al tiempo que se lleva una mano al mentón.

—Toda regla tiene su excepción señora Leonte, y por lo que veo, las de su hija comienzan a tambalearse —le digo mirando a Anel con los ojos entrecerrados.

—Me agrada señor Sanna —dijo de manera aduladora, aunque esta clase de personas son para mi aborrecibles, en este caso me agradó saber que en cierta forma contaba con su aprobación—, concédame este baile por favor.

Accediendo a su petición, dejé que la melodía de la música que sonaba al fondo guiara nuestros pasos mientras pensaba en la mejor forma de lograr un acercamiento con la bruja de mirada avellanada e inquisitiva.

Me propuse que antes de que culminara esa noche debía haber logrado un acercamiento con ella, aunque el deseo inexplicable que ella despertó en mi es asfixiante, por ese momento, solo deseaba irme ganando su confianza.

Esa mujer tenía que ser para mí, era el pensamiento que ocupó mis pensamientos en todo ese rato.

Jamás imaginé que, así como la vida me dio la satisfacción de conocer a la mujer con la que auguré viviría la más grande de las aventuras al perseguirla y lograr hacerla mía, esa misma noche me mostró cual endebles son las ilusiones. El deseo momentáneamente paso al olvido cuando vi la camioneta golpearla y sacudirla en el aire.

Sentí como algo se desprendió dentro de mí del susto tan tremendo de saberla muerta allí tirada sobre el pavimento al otro lado de la avenida, con el rostro ensangrentado, pálida, como sin signos de vida.

En ese momento los pensamientos lascivos que habían ocupado todo mi tiempo se esfumaron, el deseo de verla respirar me arropó, me llevó a correr hasta ella. Me arrodillé a su lado y sin pensarlo mucho llevé mi mano a su pecho para sentir el latir de su corazón.

No se si fueron los nervios, la angustia de esperar lo peor, pero me negué a quitarle la mano de encima cuando de pronto a mi lado escuché una voz femenina hablarme.

—Deme espacio —volteo a ver quien era, y al comprobar que era su hermana accedo—, déjeme tomarle el pulso, llame al 911, por favor —me pide tomando su mano.

Me pongo de pie y haciendo caso a su petición marqué el numero que me indicó, di la información que me pidieron y al culminar solo escuché de los labios de la propia hermana.

—Anel está muriendo, una ambulancia por favor —gritó la chica desconsolada, sin soltar la mano de su hermana, tirada en el pavimento a su lado en medio de la calle, apenas alumbrada por los faroles.

A partir de ese instante supe lo que es padecer por una mujer. Comencé a vivir lo que es la dependencia por el sexo opuesto como si de una droga se tratara. Anel Leonte se puso en mi camino para ponerme a sufrir y demostrarme adonde es capaz de llegar un hombre con tal de retener a lo que decidió sería solo suyo.

Sin importarme nada ni nadie, ni siquiera sus deseos, me hice de ella como mis deseos demandaban. Ya mi cuerpo había decidido que era ella y dejarla ir, ni siquiera con la muerte, era una opción.

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