Introducción. III Parte.

Matatlán - Oaxaca, México. 

Samantha llegó al lujoso complejo hotelero, estacionó su jeep en el parqueadero, de inmediato se dio a la tarea de despertar a su hija, pues se había dormido en el camino. 

—Cariño, ya llegamos —murmuró Sam, y acarició su mejilla. 

La pequeña Norita parpadeó, abrió sus ojos aún adomercida, estiró sus brazos, y observó por la ventana algo confundida el lugar al que habían llegado. 

—Es enorme —comentó tallando sus ojos. 

—Vamos Norita, ven conmigo, tengo el tiempo justo para entrevistarme con el licenciado Espinoza —mencionó y tomó de la mano a la niña, ingresaron al hotel y averiguaron por el gerente general. 

La recepcionista sonrió con calidez. 

—Ya lo llamo —indicó. 

Mientras esperaban que el hombre apareciera, Norita se soltó de la mano de Samantha y empezó a recorrer el lobby del hotel, tocaba con sus dedos las plantas ornamentales que adornaban el lugar. 

—Nora ven acá —dijo Sam en tono enérgico. 

La pequeña obedeció y regresó a su sitio, enseguida un hombre maduro, alto, vestido formal apareció. 

—Licenciada Mondragón, bienvenida —comentó el caballero. 

—Señor Espinoza, buenos días —saludó ella—, estoy ansiosa por conocer el lugar en donde se va a construir el palenque —mencionó y la mirada se le iluminó—. Le aseguro que le tengo un buen proyecto. 

—No lo dudo —aseveró el hombre observando con atención a la bella chica—; sin embargo, no es a mí a quien debes convencer, sino a los inversionistas, son dos jóvenes empresarios, pero te los presentaré más tarde, aún no han llegado. 

—Perfecto —comentó Samantha y sintió un ligero estremecimiento, atribuyó esa sensación al nerviosismo que intentaba ocultar. 

—Vamos a recorrer la zona mientras tanto —comunicó. 

Sam tomó la mano de Norita para llevarla con ella. 

—No puedes ir con la niña —advirtió el hombre. 

—No tengo con quien dejarla —mencionó con preocupación, miró a su hija con pesar. 

—Yo me puedo hacer cargo, aquí en recepción está segura —comentó la chica detrás del counter. 

Sam vaciló en aceptar el ofrecimiento, conocía la inquietud de su pequeña; sin embargo, también pensó en el hijo de Gabriela, inhaló profundo y se inclinó a la misma altura de Norita. 

—Te vas a quedar unos instantes con la señorita, por favor no te muevas de este lugar —solicitó observando los azules y vivaces ojos de su hija. 

—Estaré bien —respondió la niña. 

Samantha liberó un suspiro, caminó junto al gerente, intranquila, con una opresión en el pecho que no le permitía respirar con tranquilidad, entonces subió al todoterreno que usaban para esos recorridos y se alejó del sitio. 

Norita se sentó en uno de los confortables sillones, abrazó a su muñeca mientras observaba hacía todo, entonces una luz brillante que solo ella podía distinguir se apareció, la silueta de aquella mujer que parecía un ángel se asomó, y se acomodó a su lado. 

—Estás muy solita, vine a hacerte compañía para que no te aburras. —Sonrió tocando sus manos. —Te prometí un día maravilloso y eso tendrás. —¿Quieres que salgamos de aquí? —indagó.

Norita presionó con fuerza los labios, asintió con la cabeza, pero miró a la chica de recepción que la vigilaba. 

—Debes ayudarme a salir —murmuró bajito, y señaló con su pequeña mano al counter. 

El ángel sentado a su lado miró hacia la chica, entonces se quedó pensativa unos segundos ideando cómo hacerle, hasta que se le ocurrió la forma de distraerla volando una gran cantidad de papeles que tenía sobre el counter. En cuanto la chica se inclinó a recogerlos, Norita se movió hacia donde le señalaba su amiga.

—Vamos a seguir derecho, entras al elevador, yo te dirijo hasta llegar al último piso a la dirección general.  Buscas golosinas y esperas a que conozcas al mejor candidato para novio de tu mamá, veraz que es un bombón, tal como lo solicitó. —Guiño un ojo—. Solo te pido que, así como confías en mí, lo hagas con él ¿De acuerdo? —indagó.

Norita esbozó una amplia sonrisa, su mirada se iluminó al escuchar a su ángel. 

—Así lo haré —respondió. 

—Yo tengo que ir a cuidar otro asunto, aquí te vas a quedar hasta que llegue esa persona. Siéntete como en tu casa, y disfruta del nuevo amigo que tendrás, mañana te busco para que me des los detalles de cómo te fue. —Agitó su mano y se desvaneció.

Lo primero que hizo Norita al ingresar a esa enorme oficina fue abrir sus grandes ojos con sorpresa. Miró varios dulces en una bombonera en una mesa de centro, y se acercó a ellos, los probó, y al no tener con qué limpiarse las manos se acercó al reluciente escritorio. Observó unas hojas y pensó que no eran papeles importantes. Estampó sus manos ahí, luego notó que uno de los cajones estaba semiabierto, y contempló unas trufas, entonces lo abrió por completo y tal como le dijo el ángel, se dio gusto probando aquellas golosinas. 

*****

Óscar Rodríguez conducía su Bugatti super sport, por la carretera hacia la mezcalera, en profundo silencio, iba pensando en que muy pronto uno de sus sueños se haría realidad con la finalización del palenque. De pronto el reproductor de música se encendió, arrugó el ceño sin saber qué era lo que sucedía, y de forma inexplicable: «Dónde está el amor by Pablo Alborán», se escuchó, fue como si aquel extraño suceso se transformara en alguna premonición que estremeció su piel a manera de escalofrío. 

El corazón del joven recibió un fuerte golpe al evocar aquel tema que solía dedicarle la mujer que tanto amó en el pasado, y que no veía hace cinco dolorosos años. Su mirada se cubrió de tristeza al rememorar que sus errores la llevaron a alejarse de su lado, había renunciado a su esposa, a pesar del dolor de no tenerla, con tal que ella fuera feliz, y volviera a recuperar aquella amplia sonrisa que solía mostrar. 

Instantes después descendió del auto, entonces buscó el portafolio de piel que solía usar y no lo encontró en el interior, por lo que con enfado tuvo que regresar al hotel. Minutos después, cuando llegó, caminó a toda prisa a la oficina, percibiendo en su pecho un extraño corrientazo, algo que no sabía cómo traducir. Cuando llegó a la puerta de su despacho, el sonido de su móvil timbró, por lo que de inmediato respondió al leer que se trataba de su papá adoptivo: Álvaro Alvarado.

Mientras atendía la llamada prosiguió hacia su oficina y se detuvo unos instantes girando la cerradura. Cuando abrió la puerta sus ojos se desorbitaron al observar desorden, sus labios se abrieron de par en par.

— ¡Qué demonios sucedió aquí! —exclamó sorprendido, mientras su rostro giraba en todas direcciones.

Resopló al ver una de sus bomboneras fuera de los cajones en donde las guardaba, entonces distinguió un sin fin de envolturas regadas, por lo que se acercó, miró con claridad los folders en los que archivaba la documentación, embarrados con aquella golosina, que era su predilecta.

Pasó las manos sobre su cabello al no comprender: ¿Qué había ocurrido?

La pequeña ladrona de los chocolates se había escondido al instante que escuchó la voz de aquel hombre. Se hallaba encubierta bajo el escritorio, su corazón palpitaba con ímpetu, en sus manos sostenía varias trufas de chocolate que tanto le gustaron, abrió con sumo cuidado la envoltura, intentando no hacer ruido, y se llevó a la boca una de ellas. 

Óscar escuchó con claridad, la forma en la que crujió aquella envoltura metálica, por lo que se inclinó hacia donde provenía aquel peculiar sonido, su mirada se enfocó en un par de ojos azules que lo dejaron sin habla. Separó aún más la silla de oficina e intentó sacarla de ahí.

La pequeña, diablilla enfocó sus grandes ojos en él. Al principio esbozó una sonrisa traviesa, mientras su boca se hallaba llena de la trufa. Al notar que aquel desconocido la iba a tomar de la mano, se apresuró en tragarse el dulce,  sin pesar un segundo mordió la muñeca de aquel señor, y salió de su escondite, corrió a la puerta, pero no pudo girarla al tener las manos llenas de chocolate, se volteó, y se colocó en posición de ataque, como le enseñaron en clases de karate.

Óscar miró en su mano la mordida, entonces se movió hacia donde la pequeña estaba. Ladeó sus labios al observar aquella postura.

—No se acerque —expresó en su dulce voz la niña—, yo sé karate, y me puedo defender —advirtió parpadeando. 

—No te voy a hacer daño —mencionó con voz pausada—. Me doy cuenta de que sabes artes marciales —respondió sin poder evitar sentir gran ternura por ella, y notó con claridad esos azules ojos, la expresión de la mirada de la pequeña era muy simular a la de aquella joven irreverente y alocada a quién amó en el pasado.  —¿Qué haces en mi oficina? —indagó—. Si tu mamá te dijo que no hablaras con desconocidos, también debió decirte que no debes meterte a lugares ajenos y que no es bueno hurgar en lo que no es tuyo —expresó mirándola sin poder evitar que recuerdos dolorosos golpearan su mente. 

La pequeña parpadeó, su corazón se agitó, sus frágiles piernas temblaron, sus orbes se llenaron de lágrimas. 

—No me vaya a m****r a la cárcel —imploró juntado las palmas de sus manos—. Mi mamá se va a poner muy triste, ella solo me tiene a mí, no me gusta verla llorar —expresó mordiendo sus labios—, prometo pagarle todos los chocolates que me comí. —Miró al hombre con atención esperando su respuesta.

Aquellas dulces palabras derritieron el noble corazón de Óscar. Suspiró profundo.

—Nadie te va a llevar a la cárcel —mencionó. —¿Cómo te llamas? —indagó con curiosidad, dándose cuenta de que era muy pequeña, para lo que refería—. No vamos a hacer llorar a tu mamá, tampoco te cobraré los chocolates, tranquila —expresó con cariño.

La niña lo miró con atención.

—No puedo decir mi nombre, mi mamá siempre me dice que no dé información a desconocidos, yo no te conozco —aseveró suspirando. 

—Eso lo podemos solucionar. —Sonrió con cariño—. Mi nombre es Óscar Rodríguez, mucho gusto —extendió su mano.

Una gran O se formó en los labios de la pequeña, se quedó con la boca abierta por varios segundos. 

—Te llamas igual que mi papá —expresó con asombro, estiró sus dedos llenos de chocolate  hacía él—. Mi nombre es Nora —parpadeó sin dejar de mirarlo. 

Óscar sintió un fuerte pinchazo en su interior al escuchar aquel nombre que tantos recuerdos traían a su mente y de pronto provocaron que algunas lágrimas corrieran por su rostro. Al estrechar aquella pequeña manita llena de chocolate percibió una extraña sensación. 

—Tu nombre es hermoso, así se llamaba mi mamá —mencionó con cariño y luego pensó que era mucha coincidencia que el padre de aquella niña, se llamara como él—. Debes tener un gran papá. —Suspiró con nostalgia. — Y tu mamá ¿Cuál es su nombre? —indagó con curiosidad.

La pequeña negó con la cabeza, inclinó sus párpados. 

—No conozco a mi papá —confesó—, solo sé su nombre, mi madre me habla de él —declaró con sinceridad—. Mi mamá se llama Samantha, es muy bonita y buena, vine con ella por su trabajo —expresó y sus ojos se iluminaron al mencionarla—. Le ando buscando un novio, es que anda muy solita, y triste. —Miró al hombre y recordó las palabras del ángel, además que notó que el color de los ojos de aquel caballero, era como el que solicitó su madre. —¿Te gustaría ser el pretendiente de ella? —indagó sin dudarlo un segundo. 

Óscar sintió que le faltaba el aire, por lo que se giró y colocó ambas manos en su fino escritorio, apoyándose con fuerza para no dejarse caer ante la impresión.

—¿Tu mamá no tiene pareja? —indagó sintiendo un escalofrío recorrerlo, entonces su mente se llenó de confusión..

—No, siempre hemos vivido ella y yo, bueno, ahora nos acompaña Gabriela y Angelito. —Frunció los labios haciendo un puchero—, él está muy enfermo, ambas trabajan mucho para pagar su tratamiento —confesó.

—¿Será ella? —indagó en su mente, entonces miró con atención a la niña, y notó que era una mini copia de la mujer que fue su esposa en el pasado.

—Para tener un novio primero las personas deben conocerse —expresó con un nudo en su garganta—. Estoy seguro de que si es tan especial como dices, el amor volverá a su vida —decretó sintiendo una fuerte agitación en él.

Norita esbozó una amplia sonrisa. 

—Es muy linda, y cocina, delicioso, bueno, solo se le queman los frijoles. —Arrugó la nariz—, esos no me gustan —confesó—, pero hace unos dulces exquisitos con Gabriela —guardó silencio y observó con atención al joven. —¿Te gustaría conocer a mi mamá? 

La barbilla de Óscar tembló, sentía que estaba a punto de enloquecer.

—A mí tampoco me agradan los frijoles quemados, algún día te invitaré a que comas los que yo preparo —expresó conteniendo el nudo que picaba en su interior—. Si requieren ayuda para cubrir los gastos de tu amiguito con todo gusto, nosotros los apoyaremos. —Sonrió con dulzura—. En cuanto a tu mamá. Será un honor conocerla.

La vivaz mirada de la pequeña se iluminó, y su corazón se emocionó al escucharlo que podía ayudar con los gastos de la enfermedad de Angelito, entonces sacó de su pecho una cadena con un relicario, sus dedos abrieron la joya, se aproximó con cautela hacia el hombre. 

—Ella es mi mamá —avisó y extendió el relicario, en el lado derecho aparecía una foto de la niña con su madre, y el otro estaba vacío. 

El rostro de Óscar se desencajó al confirmar que se trataba de ella, la mujer que buscó hacía tiempo y que pensó que ya se había olvidado de él, que reconstruyó su vida, por lo que decidió dejarla ser feliz.

—Es la mujer más hermosa que existe en el mundo —pronunció con dificultad—. Heredaste su belleza. —Acarició con devoción aquel angelical rostro.

Norita recibió aquella caricia que la hizo sentir bien, no era acostumbrada a dejarse tocar de extraños, pero algo en su interior le decía que el hombre que tenía frente a ella, era bueno. De pronto las sirenas de alerta se activaron en el hotel.  Óscar miró por las cámaras un gran alboroto en las instalaciones, enseguida se puso a investigar qué era lo que estaba sucediendo. 

Se comunicó con recepción y le informaron de la desaparición de la niña, y que la madre estaba desesperada buscándola, entonces pidió que le avisaran que la pequeña estaba en su oficina.

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