Capítulo 1

Chloé

Un día de lo más común en el trabajo.

— Diga— contesté la llamada de un número desconocido.

— Hola, ¿está Pedro? — esa voz de hombre me detuvo el corazón.

¡Pero aquí no había ningún Pedro!

— Lo siento, te has equivocado de número— le informé.

— ¡Oh, disculpa! — cuelga.

Dos minutos más tarde.

— Diga — vuelvo a contestar a la misma llamada de antes.

— Me parece que me he vuelto a equivocar— añade ese individuo por la otra línea.

Empiezo a pasar mi mano por mi pecho, no sé por qué, pero sentía que este se encogía al percibir la voz del hombre con el que estoy hablando.

— Sí, eso parece... pero qué tal si cambias el último número en vez de un cinco, pones un cero— le aconsejé para que dejara de llamarme.

— Que graciosa es usted, señorita— responde a mi sugerencia.

— Para nada, solo es para que deje de equivocarse con mi número— dejo caer una sonrisa de fondo.

Mi mano sigue presionando mi pecho, ya que lo siento arder.

— Siento una sensación rara, si le digo lo que estoy haciendo ahora al hablar con usted ¿me creería? — cuestiona.

¡No estará tocándose!

— Sorpréndame.

— Tengo la mano derecha encima de mi pecho, siento como mi corazón quiere salir de su lugar— suelta y después se hace el silencio.

Miro mi mano la cual aún continuaba sobre mí y miré a los lados para ver si nadie me estaba mirando y que esto no se tratara de una broma.

¿Es posible que solo sea una simple coincidencia?

— Es raro— susurré notando como mi respiración hacía eco.

— ¿Disculpe?

— Yo también tengo la mano sobre el pecho— no dice nada—. Mi pecho arde al oírlo— repetí.

— ¿Será una señal?

— Quizás, ¿y cómo se interpretaría? — trago saliva.

— Nuestros corazones se reconocieron— manifiesta con una sonrisa burlona.

— Imposible— continué con la misma risa que él hizo sonar por la otra línea.

— La distancia no existe cuando dos corazones se reconocen— añade y juraría que lo decía en serio.

Realmente esta conversación se estaba haciendo larga, pero las ganas de darle fin se desvanecen a cada segundo.

— Si me lo permites, me gustaría seguir hablando contigo... — me deja helada.

— ¿Solo hablar? — pregunté.

— Esa es la idea, pero si lo prefieres cambio el último número por un cero.

Me río tímidamente o por lo menos quise aparentar eso—. Me gusta la idea— contesté—. Ahora si me disculpas estoy trabajando— vuelvo hablar.

— Hablamos más tarde, entonces— dice y cuelga esa misteriosa llamada.

Estamos habituados a detectar sonidos de todo tipo que a veces estas pasan desapercibidas, pero el sonido de la voz de este personaje me dejó alucinada, con un dolor inmenso en el pecho el cual no puedo reconocer. Como cardióloga no sabía decir a que se debe este síntoma no tan esperado.

Por cierto, me llamo Chloé Wilson y tengo veintisiete años, después de seis años de locura, hoy puedo decir que soy una cardióloga con todas sus letras, sintiéndome orgullosa de mí misma.

Me armé de valor y tomé las riendas de mi vida, agarré el timón y no dejé que mi vida cayera a la deriva, de un día para otro pude sentir la voluntad y el coraje necesario para salir a flote de una larga depresión que pasé en mi adolescencia y que algún día podré contar.

Pero ahora aquí estoy hecha una profesional y una mujer de bien y con mucho coraje. Entendí que los parches son temporales y las muletas son para ayudar a caminar mejor y sin esfuerzo, este fue mi dilema y me sirvió mucho en mi día a día.

— Necesito el electrocardiograma del paciente de la habitación doscientos trece — le pido a la enfermera, ella asintió y se fue.

No sé por qué, pero la llamada de antes con ese hombre vuelve a mis recuerdos haciendo vibrar mi pecho y una ligera sonrisa sale de mis labios.

Quiero pensar que volveré a hablar con él.

Abel

Esa dulce voz que no esperaba oír en esa llamada aún está clavada en mis pensamientos, provocando en mí algo extraño y tengo la necesidad de volver a oírla y percibir esa respiración detrás de la línea de aquella desconocida sin rostro.

—Sr. Molina, aquí tiene los documentos que solicitó— entra mi secretaria.

— Gracias, Marta, por cierto, llama a mis abogados y que tengan listos los contratos de la compra del hospital Santa Cruz— le ordené.

Mientras intento concentrarme en leer lo que tengo entre las manos, la sed de hablar con esa mujer se apodera de mí y le vuelvo a marcar sin pensarlo dos veces.

¡Ojalá me conteste!

— Hola— dijo al tercer tono haciendo que mi cuerpo se tensara.

— ¿Molesto? — pregunté.

— No.

Mi pecho se encoge de nuevo.

— Tu otra mitad anhelaba oírte— le comuniqué riéndome.

Me refería a mi corazón.

Todo parecía un juego telefónico.

— Sorprendente— oigo su sonrisa provocativa de fondo.

— Lo es — afirmé—. Hablamos más tarde, el deber me reclama— vuelvo a decir al ver como entra de nuevo mi secretaria.

— Hasta luego entonces— añade y colgó.

Una llamada tonta, pero necesaria.

Dejé el móvil sobre mi escritorio y miré a Marta.

— Mañana se reunirán los abogados y el director del hospital— informa.

Le agradecí y se retiró.

Mi nombre es Abel Molina, y soy empresario. A mis veintinueve años jamás había sentido o experimentado la sensación de ahogo por alguien que ni siquiera conozco.

Según mi madre mi corazón es de piedra, pero al parecer tan duro no es porque reaccionó a esa desconocida.

No soy de creer en casualidades o encuentros fugaces, ni tampoco en el famoso cupido, pero en este momento todo fue diferente. Sentí algo que estaba fuera de lo común e incluso de mis propias manos.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo