Capítulo II: Cuatro meses y quince días

Desde que Saimale se había ido, los días de Valiester se volvieron un poco más grises y monótonos de lo habitual, no solo porque su principal compañera de juegos, su mayor confidente, y quien siempre lo defendía cuando cometía un error o se metían con él ya no estaba, sino por el hecho en sí, de que alguien que representaba un pilar de su vida en los veintidós años que llevaba de esta, por primera vez no estaba a su lado, y eso, incluso para alguien que vivía en un entorno tan tranquilo y protegido como el suyo, resultaba un tanto aterrador;  toda su vida había transcurrido en condiciones estáticas e imperturbables, esta era la primera vez que experimentaba un cambio. Viéndolo en retrospectiva, si la partida de su hermana ya había trastocado tanto las cosas, no se imaginaba cómo podría arreglárselas si genuinamente se presentaba la oportunidad de abandonar la isla en un futuro. Saimale era inteligente, fuerte y valiente, y podría llevarse al mundo entero por delante si se lo proponía, pero él, en cambio, era demasiado torpe y ni siquiera sabía con qué mano sostener una espada, tampoco entendía cómo orientarse correctamente, Sefalis era una isla pequeña y la conocía como la palma de su mano, pero probablemente si tuviese que andar solo por una gran ciudad de la capital, terminaría perdido. 

Sabiendo que el viaje en barco duraría entre uno y dos meses dependiendo del clima, evitó escribirle cartas a su hermana durante ese tiempo, al tercer mes envió su primer carta, dando a Saimale una especie de reporte de lo acontecido en la isla en todo ese tiempo, contando que Eadlyn estaba más malhumorado desde su partida, y que constantemente intentaba escribir cartas para enviarle, pero siempre parecía encontrar algo que no le gustase y las rompía para empezar de nuevo. La carta también hablaba de cómo estuvo el clima estos días, de los nuevos libros que había comprado en el mercado, junto con la reseña de los que ya había leído, le narraba incluso que días los niños se mostraban dóciles en las clases, y cuando se comportan como diablillos, Valiester relató en su carta todo aquello que le había parecido un acontecimiento relevante en los últimos sesenta días, y se desanimó un poco al ver que la suma de todo ese tiempo apenas alcanzaba para llenar cinco páginas, la epístola finalizó con amorosos saludos, diciendo lo mucho que la extrañaba, y rogándole por hacer mucho turismo, así le relataba sus aventuras en una carta. 

Luego de terminar, Valiester releyó sus cinco páginas, intentando rememorar algún otro acontecimiento que quizá olvidó escribir, pero por mucho que intentase exprimir su cerebro, no había nada más relevante para contar, por lo cual concluyó con su firma, y envió la carta. 

Otro mes pasó, Valiester seguía impartiendo clases, al tiempo que seguía posponiendo el tener que elegir alguna especialización, sirviendo como asistente al resto de maestros, hubo unas cuantas tormentas, por lo que los barcos tardarían más de un mes en regresar, en los últimos días un gato comenzó a pasearse por el vecindario, y como él dormía con la ventana abierta, descubrió que el gato se metía en la casa por la noche, así que comenzó a dejarle comida y leche, eso era algo que contaría en la próxima carta, Eadlyn se había resfriado, no era demasiado grave, pero como a ojos de Valiester el hombre era ya muy anciano, lo mejor era cuidarlo lo más posible; por lo que a sus deberes habituales, se le sumó ser casi un mayordomo para el viejo, además de impartir las clases de retórica. 

Eadlyn, por su parte, estaba exuberante tanto de ser atendido como un bebé, como de ver al niño que había criado con sangre, sudor, y lágrimas, seguir sus pasos; si para cuando estuviese totalmente recuperado, Valiester no había descubierto que su vocación era la retórica, entonces fingiría seguir enfermo hasta que lo haga; cuando hubiesen transcurrido doce días del segundo mes, los barcos finalmente llegaron al puerto de Sefalis, Valiester estaba emocionado tanto por ver qué nuevas cosas había en el mercado, como por la inminente respuesta a su carta, que debería venir también en uno de esos barcos. 

No poca fue su sorpresa, cuando descubrió que Saimale no le había enviado sólo una carta, sino también un cargamento completo de regalos para todos sus allegados en la isla, aunque el mayor número de objetos, eran especialmente para él. Desde un baúl enteramente de libros los cuales ni en mil años llegarían a la isla, como así también hermosas pinturas y un montón de objetos extraños a los cuales por mucho que observe, no lograba discernir cuál sería su uso, ¿Por qué querría él una escultura enteramente de oro con forma de elefante? o una vasija de su misma altura, cuya única gracia era haber sido pigmentada de un color inexistente hace pocos meses, se veía tan bonita como innecesaria. 

La sonrisa de Valiester  era demasiado tensa mientras veía cómo todo esto era descargado y llevado a su hogar, ¿Donde iba a meter tantas cosas las cuales ni sabía para qué servían? La casa de Valiester, al igual que las del resto de funcionarios del instituto, era espaciosa, pero relativamente pequeña, ni siquiera guardaba allí los libros, sino que tenía un salón personal en la biblioteca de Krusias, para poder ahorrar espacio. 

— Probablemente, —pensó en voz alta— Eadlyn sufrirá un infarto si llega a ver esto. 

Con esa idea en mente, decidió no decirle nada al anciano por el momento, y se puso a examinar los regalos, hasta que finalmente encontró el más ansiado de todos ellos: La carta.

Apenas leyó la primer línea, Valiester se sorprendió al darse cuenta de que inconscientemente, imaginaba la emocionada voz de su hermana narrandole esto en persona, y era tan nítido, que en un instante, distraído, levantó la vista para preguntar algo a Saimale, solo para recordar que no había nadie allí, ni se escuchaba una voz, todo era producto de los recuerdos. 

En la carta, Saimale explicaba con emoción todas sus vivencias desde que había llegado a Ildrias, que la capital era hermosa, el palacio un sueño bañado en oro e incrustado de perlas, pero que sin duda, el mayor tesoro era su primo, el emperador Mieres III, narraba cómo había estado haciendo turismo, recorriendo los lugares más bellos de la ciudad, detallando la arquitectura con sumo detalle y precisión, e incluso adjuntando bocetos hechos por ella misma, también narraba que había conocido un sinfín de personas a los que ahora llamaba “amigos”, que era una dama de sociedad respetada, que asistía a grandes banquetes y se emborrachaba, e incluso solía practicar esgrima con el comandante de la guardia pretoriana, sabiendo que esa carta no sería leída por nadie más que Valiester, Saimale se atrevía a confesar que nunca en su vida se había sentido tan libre ni tan feliz, lo único que aplacaba estos sentimientos, era la añoranza por las dos personas más queridas en su vida, que el emperador era sumamente atento con ella, y a pesar de conocerse recientemente, ya lo sentía como alguien cercano, y que incluso le había regalado un pavo real como mascota. Preguntaba constantemente por  Eadlyn, diciendo que al principio se sentía un tanto entristecida cuando no recibió cartas de él, pero en cuanto Valiester le explicó que el anciano si tenía la intención de escribirle, solo debía reunir el suficiente valor para terminar de redactar una carta sin romperla, no pudo evitar estallar en carcajadas. 

Valiester seguía pasando las páginas con una inconsciente sonrisa en su rostro, cuando al terminar de leer, pasó a la página siguiente para encontrarse sorprendido nuevamente al principio. 

— Oh… eso era todo —soltó un tanto decaído al descubrir que había vuelto a la primera hoja. — Me alegra que te estés divirtiendo. 

Tras decir eso último se reprendió mentalmente a sí mismo, Saimale no estaba allí, ¿A quién demonios le hablaba?

Cuando fue a visitar a Eadlyn, lo encontró observando horrorizado una enorme vasija similar a la que él había recibido, al tiempo que se tapaba los labios, Valiester se acercó rápidamente, creyendo que la salud del anciano habría empeorado, pero este lo miró con ojos apagados, y con suma preocupación preguntó:

— ¿Cuánto dinero está gastando esta niña?

Valiester no pudo evitar reír, y al percatarse de que Eadlyn sostenía una pila de papeles en sus manos, y en el primero de ellos, pudo leer “Para la duquesa Sancriel”, no pudo evitar ser inundado por una inminente sensación de ternura, más no dijo nada al respecto, temiendo que el orgullo ganase nuevamente al anciano y rompiese la carta, por lo que simplemente se fue en silencio. 

— Por cierto, niñato, —le recriminó Eadlyn escondiendo rápidamente la carta tras su espalda. — ¿Puedo saber por qué últimamente se te da por beber leche y comer pan a la madrugada?

El muchacho palideció, y comenzó a musitar palabras inconclusas, sin saber que responder, Eadlyn resopló con furia al tiempo que se llevaba la mano a la cabeza, tirando por impulso de su cabello castaño. 

— Quiero pensar, que eres lo suficientemente listo como para que la idea de adoptar a ese sucio gato callejero ni siquiera haya cruzado tu mente, ¿Verdad?

El más joven se mantuvo en silencio, sin asentir, pero tampoco negando. Eadlyn negó repetidamente con la cabeza, denotando sumo pesar en su expresión. 

— No es bueno que te encariñes con cualquier animal salvaje que encuentres por ahí, ¿O acaso olvidaste el incidente del pájaro?

El rostro de Valiester se contrajo en una mueca de completo desconcierto. ¿Pájaro? ¿Cual pajaro? ¿Acaso se refería a una especie de alegoría filosófica o algo del estilo? 

— ¿Pájaro? — inquirió tras un minucioso análisis en su memoria, buscando algo que le dé sentido a esas palabras. 

Al percatarse de que su aprendiz no parecía comprender a que se refería, Eadlyn simplemente decidió cambiar de tema, regañandolo por tratarlo como un anciano, cuando sólo tenía cuarenta y cinco años. 

Valiester tuvo que asentir varias veces sin utilizar palabras, puesto que si intentara abrir la boca, lo único que saldría de ella sería una fuerte carcajada, por lo cual salió rápidamente antes de ser descubierto. 

Otro mes pasó con la rapidez de un rayo, el viejo había recuperado su salud, por lo que retomó con las clases en cátedra de retórica, y Valiester había adoptado en secreto al gato que se metía por las noches, fuera de eso, las cosas en Sefalis seguían iguales. La mayoría de días  habían sido cálidos, además de que no hubo ninguna tormenta en alta mar. Al oír que los barcos ya habían llegado al puerto, Valiester se apresuró fuera de su casa, cruzando el pequeño vecindario en el cual vivían los miembros de la administración del instituto, bajando la escalera de piedra que comunicaba esta parte con el pequeño pueblo que había debajo, donde habitaban algunos comerciantes y trabajadores no administrativos de Krusias con sus familias, Valiester veía desde arriba el pequeño mercado armandose, y los barcos atracados en el puerto exhibiendo sus mercancías, el muchacho atravesó todos los puestos para dirigirse al último barco, el encargado del abastecimiento de la isla, además del correo. 

La carta que recibió, no se parecía en nada a la anterior, esta venía en un sobre enteramente dorado, y un sello rojo como la sangre el cual poseía un patrón que Valiester no había visto en su vida, presa de la curiosidad la abrió en el acto, para encontrarse un bello papel con finos grabados, y escritas en tinta obsidiana, las mismas palabras que tiempo atrás habían sido dirigidas a Saimale, solo que esta vez, era su nombre el solicitado por el emperador. 

“Su majestad, el emperador Mieres III, solicita con urgencia la presencia de su primo, el duque Valiester Igniano Sancriel, en el palacio Solmieres, este asunto debe ser tratado con la mayor urgencia y secreto que sea posible.“

Y debajo de todo, la firma del cónsul vitalicio, junto con el sello imperial, y el infaltable “larga vida al emperador”

Los dedos de Valiester comenzaron a temblar mientras que doblaba torpemente la carta para volver a guardarla, la ya conocida sensación de náuseas lo atacó de imprevisto, por lo cual tuvo que sentarse, y tomar una larga bocanada de aire frío, salado, y ahora además, invadido por el aroma de las especias de las delicias que se vendían.  

Se supone que esto era algo bueno, habría dado lo que fuera por una oportunidad así, ¿Por qué, ahora que esta se presentaba, no estaba ni un poco feliz? Más bien, se sentía como si hubiese sido condenado a muerte, incapaz de controlar su nerviosismo, Valiester se llevó la mano a la frente, para descubrir que estaba bañado en sudor frío. 

Esa sensación, era la primera vez que la sentía, pero de alguna forma le resultaba inmensamente similar, tan familiar que la reconoció al instante: se trataba del más profundo y genuino terror, pero no era capaz de comprender a qué se debía.

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