Capítulo 9

Daniela jadeó y llevó una mano al cuello, mientras la luz de la luna revelaba en detalle al desconocido. Desde sus zapatos con hebillas, hasta el espumoso encaje de la corbata, su compañero era el exquisito arquetipo del siglo dieciocho. Pero del cuello hacia arriba, usaba la máscara de una bestia felina apócrifa, con aberturas a través de las cuales brillaban sus ojos y delicados colmillos se adivinaban arriba de la abertura que le permitía mostrar sus propios dientes blancos entre el oscuro y sedoso cabello que cubría su rostro y cabeza.

   —Dije que vengo de un cuento diferente, alteza —le indicó, con una reverencia—. Máscara o no, tú solamente puedes ser la Bella, mientras que yo… permíteme presentarme… soy la Bestia —se irguió, riendo con voz apagada y hueca dentro de la máscara.

 Daniela se puso de pie, sacudiendo la falda, mientras que los latidos de su corazón se normalizaban gradualmente.

 —No hay duda que lo disfrutas, señor Bestia. ¿Te gusta atemorizar a doncellas indefensas?

  Él se quedó quieto, después sacudió su fantástica cabeza.

—No, alteza, no tengo tamaños para eso. Lo cual, en parte, es la razón por la que uso antifaz.

— ¿Eres tan feo?

—La belleza vive en los ojos del que ve, según dicen, —encogió los hombros—. Para mi madre no soy feo. Los demás… los demás pueden pensar diferente.

  El silencio cayó una vez más, mientras las figuras vestidas de brocado se enfrentaban iluminados por la luna.

—En el cuento —declaró Daniela—, un beso cambió a la Bestia en un hombre mortal —en un impulso se acercó a él y besó el lugar donde el sedoso cabello oscuro cubría su mejilla. Ella percibió la súbita rigidez del desconocido y dio un paso atrás, con el rostro ardiente detrás de la máscara. Daniela observaba expectante, mientras dos delgadas manos se levantaban con movimientos lentos, el encaje de sus puños caía hacia atrás al quitarse la máscara. Ella contuvo el aliento, su curiosidad sobrepasada por el miedo de lo que el antifaz pudiera ocultar. ¿Sería tan feo o aún más, deforme? Era posible que sus razones por esconder su rostro fueran más fuertes que un mero capricho para asumir el papel de la bestia para un baile de disfraces.

 Ella esperó en silencio, mientras con lentitud retiraba la máscara hacia arriba para revelar un mentón agresivo, un amplio labio inferior y un corto y curvado labio superior, una nariz prominente y altos y bien cincelados pómulos… pero un ojo visible. El otro estaba oculto por un parche negro. Mientras retiraba la máscara, el hombre sacudió su cabello hacia atrás y se movió con deliberación para que la cruel luz de la luna cayera sobre la mitad de su cara, mostrando una fea cicatriz que empezaba justo sobre de la línea de su mandíbula y viajaba hacia arriba, desapareciendo bajo el parche del ojo para volver a emerger en su recorrido hasta el nacimiento del cabello.

 La reacción de Daniela era mezclada, pero la más fuerte fue de alivio y miró el rostro del desconocido, con detenimiento, captando una fuerte sensación de reconocimiento, segura de haberlo visto antes.

 —Fuiste herido —pronunció, con compasión—. ¿Es por eso que usabas la máscara?

—Una muestra de mi vanidad, —su sonrisa igualaba la burla en su voz.

  —No. Creo que eres demasiado consciente de la cicatriz. No lo necesitas — afirmó con vehemencia—. Y creo que el parche es bastante romántico.

—Lo que hay abajo no lo es.

— ¿Perdiste el ojo?

—No. De un modo u otro sobrevivió. Estoy seguro de que podré utilizarlo de nuevo con el tiempo.

— ¿Fue un accidente?

—Sí —pasó una mano impaciente entre su cabello—. No hablemos de ello, por favor. En lugar de eso, alteza, pienso que deberías pagarme el cumplido. Es tiempo que correspondas y me dejes ver lo que hay atrás de tu máscara. 

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