Capítulo 3

Daniela, se recostó de la baranda del balcón, cerró los ojos y suspiró pensando.

“¡Más nunca me haré pasar por Gabi! No después de lo que ocurrió en la boda de mi hermano Óscar el año pasado”

Detrás de sus párpados cerrados, la escena de la boda de Óscar se repetía una y otra vez.

“Los discursos habían terminado, se había cortado el pastel de bodas y los invitados se arremolinaban en el comedor y el salón de baile. La orquesta tocaba algo lento y romántico para las personas mayores y Daniela, con un vestido largo de seda color de rosa y capullos de rosa en el pelo, se acercó a Víctor Manuel. Sus ojos brillaban con una invitación que él aceptó tomándola en brazos para bailar al ritmo lento de la música.

Daniela sintió escalofríos al recordar la pasión en los ojos de él cuando ella le susurró al oído que se escabulleran un rato para ir a su habitación del hotel.

— ¿A mi habitación, Daniela?

— ¡No soy Daniela! ¡Soy Gabi! Es increíble que a pesar de que nos conoces desde niñas, todavía no notas la diferencia. Recuerda, yo soy la extrovertida y Dani la seria, ¿Por qué no a tu habitación? —ella sonrió —. Estoy muy cansada, y hace mucho calor aquí adentro. Nadie se dará cuenta de nuestra ausencia, pero si lo notan, no harán comentarios. Después de todo, somos viejos amigos...

Víctor Manuel frunció el ceño y la miró divertido, guapísimo con su traje de etiqueta, contempló el rostro arrebolado.

— Disculpa la confusión, después de todo ha pasado mucho tiempo y son gemelas idénticas. Existe un inconveniente, Gabriela. En este momento, la palabra “amigos” no describe lo que siento.

— ¿Por qué? —los ojos femeninos, hábilmente maquillados para la ocasión, se abrieron con ingenuidad—. ¿Qué he hecho?

—Quiero decir —dijo él entre dientes—, que no hay nada platónico entre nosotros... y lo sabes.

La joven se le acercó, confiando en que el contacto de su cuerpo hablara por ella. Y lo logró. Víctor Manuel se las arregló para que salieran por una puerta de emergencia cuando la música terminó, y, aprovechando los aplausos, subieron por la puerta de atrás a la habitación de él, en el primer piso.

Triunfante y sin aliento, Daniela se volvió para mirarlo de frente. Él estaba apoyado contra la puerta que acababa de cerrar con llave. — ¿Y bien? —demandó—. Ya estamos aquí, y ahí está la cama. Si quieres descansar, utilízala.

— ¡En realidad no quiero descansar, Víctor Manuel! —ella le dirigió una sonrisa seductora—. Ahora soy toda una mujer, y no la hermanita de Óscar, te lo digo por si no lo has notado.

—Sí, lo he notado —sus ojos brillaron al ver que ella, riendo, le extendía los brazos.

— ¿No crees que soy una dama de honor muy bonita, Víctor Manuel? No me besaste en la sacristía como lo hicieron los demás. ¿Por qué?

—Tenía mis motivos.

— ¿No deseabas besarme?

Él ya no pudo resistir más. Se apartó de la puerta para estrecharla entre sus brazos, y la besó con tal pasión que el cuerpo de ella se regocijó ante su ferocidad.

—No te besé —aclaró con voz ronca junto a la boca entreabierta de ella—, porque sabía que si empezaba no podría detenerme.

Y sin decir una palabra más, comenzó a besarla, seduciéndola con sus labios y pronunciando frases cariñosas. Los capullos de rosa se esparcieron en todas direcciones cuando ella se derrumbó en la cama debajo de él. La respiración acelerada de ambos era el único sonido en la habitación. Mientras él se quitaba la chaqueta, la corbata y la camisa, su boca se movía ansiosa. Daniela lo olvidó todo: la boda, sus padres, Gabriela, el mundo entero mientras rodeaba con los brazos el cuello de Víctor Manuel y le devolvía beso por beso, deleitándose con el toque de las varoniles manos cuando liberaron su cuerpo del atrevido escote del vestido. Al sentir su caricia, emitió un grito ahogado; flechas de fuego herían su cuerpo mientras le acercaba aún más la cabeza con la mano y arqueaba la espalda, extasiada.

Pero en el momento en que Víctor Manuel, semidesnudo hasta la cintura, su cabello sobre el rostro tenso, apasionado, se levantó para arrodillarse sobre ella, la joven recobró la conciencia y recordó el motivo que la había llevado a esa habitación. Recuperó el control de sí misma y, con una risita de burla, lo apartó, lo cual sorprendió tanto a Víctor Manuel que ella aprovechó el momento para bajar de la cama y escapar de las manos anhelantes. Un escalofrío la recorrió al recordar la amarga expresión de él cuando ella le sonrió con falso triunfo para ocultar la agitación interna que amenazaba con hacerla pedazos.

—Ya es hora de que regresemos —le indicó con dulzura y Víctor Manuel se quedó inmóvil, como una estatua. Sus ojos encendidos la miraron de una forma que jamás olvidaría.

—Agradece que soy yo —le dijo con voz débil, en un tono que la congeló—. Si eres inteligente, jamás volverás a hacer una travesura como esta. Otro hombre no sería tan indulgente...”

De repente, Marianela la sacó de sus pensamientos.

—¡Hey Dani! ¡Vamos a comer, me muero de hambre!

Un repentino rugido en el estómago de Daniela le recordó que ninguno de ellas había comido desde la cena en el avión de la noche anterior. Le sonrío a su hermana mayor y le dijo.

—¡Mi estómago está protestando! ¿Buscamos un restaurante cerca de la playa?

— ¡Buena idea!

Desayunaron en una cafetería de la acera: panecillos, mantequilla y café con leche, que consumieron mientras observaban el espectáculo y el tráfico incesante de la carretera. Los gemelas apenas le dieron tiempo a su hermana mayor de tragar el último bocado antes de arrastrarla a un sendero que conducía entre dos hoteles hasta la larga y curvilínea terraza con balaustrada que se extendía por encima de la arena hasta donde alcanzaba la vista. De repente, Marianela se sintió extraordinariamente animada cuando Daniela y Gabriela se engancharon a sus brazos a ambos lados y, cogidas del brazo, pasearon bajo el brillante sol, examinando los diversos turistas, cada uno de los cuales se agrupaba alrededor de su pequeño restaurante.

Decidieron un lugar no muy lejano y bajaron un tramo de escaleras hasta la arena y tomaron posesión de tres de las sillas de extensión más cercanos al mar, y a poca distancia del restaurante.

— Por si tenemos sed — dijo Daniela con alegría, ella y Gabriela se despojaron de los pantalones cortos y el chaleco, se acomodaron en las sillas de extensión con bikinis blancos, aplicándose afanosamente aceite bronceador, la una a la otra.

Después de un rato de estar bronceándose, Daniela se incorporó y le dijo a su hermana mayor que iba a utilizar el baño del restaurante que tenían detrás. Daniela después de usar el baño. De repente, al salir, chocó con un hombre alto, por alguna extraña razón, no podía hacer otra cosa que admirar al hombre que estaba de pie frente a ella, era un cuerpo muy masculino, atlético, delgado pero musculoso, una toalla envuelta alrededor de su cintura y su pelo oscuro mojado.

El hombre la miró irónico por la descarada forma en que Daniela lo observaba y le preguntó

— ¿Sozinho? ¿Ou com alguém? (¿Sola? ¿O con alguien?)

Aquella imagen de Juan Carlos Quintana le quitó el aliento. Aunque debía reconocer que su apariencia era algo familiar para ella. Lo había visto en las noticias montones de veces durante los últimos dos años, haciendo reportajes de guerra en guerra. Y había visto muchas veces el programa de tertulia política que había tenido hasta que lo había dejado.

Pero nunca lo había visto así, medio desnudo. Y al natural. No en una pantalla pequeña en la que no se notaba lo grande que era.

Daniela se puso roja. No era la primera vez que veía a un hombre semidesnudo, ¡Pero debía hacer mucho tiempo que no veía a uno con un cuerpazo de modelo! Claro era famoso y tenía que mantenerse en forma. No era fácil mirar a Juan Carlos Quintana a la cara. Ella siempre había pensado que su expresión seria se debía a los temas que trataba en sus programas. Pero en persona, su expresión no era nada tranquilizadora. Daba la impresión de que no se reía nunca, ni sonreía. A pesar de que era muy guapo.

Juan Carlos, al ver que la chica no le respondía, le dijo.

— ¡Ah ya entiendo! — llamó al mesonero que iba pasando en portugués — ¡Garoto, posso pegar a caneta, por favor! ( ¡Chico me permite el lapicero, por favor!) — el mesonero se lo entregó.

 Luego, el se volvió hacia Daniela y el muy atrevido la sujetó de un hombro para que no se moviera y le estampó su firma sobre la piel del seno derecho que le quedaba descubierta. Y antes de que Daniela le lanzara una grosería, se dio la vuelta rápidamente siguiendo su camino.

“¿Pero qué acaba de pasar? ¡Daniela estúpida! ¡Claro, él pensó que era una fan! ¡Porque te quedaste viéndolo como una boba! ¡Claro, yo he visto su programa para enterarme de las noticias!, ¡Si claro!, ¿Me voy a engañar a mi misma? La verdad que siempre me gustó porque es tan guapo e inteligente, la combinación perfecta, ¡Que Fastidio! Ahora cuando lo vea en televisión me lo voy a imaginar con el torso desnudo y en toalla. ¡Dios con ese gesto serio se ve tan lindo! ¡Menos mal que no me sonrío! ¡Porque si no me desmayo!”

Daniela salió corriendo a contarles a sus hermanas.

¡Mary, Gabi! ¡A quién no se imaginan a quien me encontré!

Gabriela levantó el rostro y Marianela se sentó.

— ¿A quién? — preguntó Gabriela

— ¡A Juan Carlo Quintana, el periodista que tenía un programa de opinión y ahora solo hace reportajes de guerra!

— No lo recuerdo, a la que le gusta ver programa aburrido es a ti. — dijo Gabriela.

— Yo si lo he visto en las noticias, haciendo reportajes de guerra. — dijo Marianela.

— Lo increíble fue que choqué con el saliendo del restaurante, me quedé como muda cuando lo vi, él creyó que quería un autógrafo, le pidió un lapicero a un chico y el muy atrevido me firmó en mi seno derecho. — Daniela se acercó para que lo vieran.

Gabriela y Marianela se carcajearon de la risa.

— ¡Jajajajajaja! ¡Eso no es una firma! — exclamó Gabriela.

Marianela, riendo, metió la mano en su bolso y le dio un espejo pequeño. Daniela lo tomó y trató de examinar la firma y con sorpresa vio el dibujo de una boca sacando la lengua.

— ¡Ese desgraciado! ¡De seguro es de esa “estrellita de televisión” que no le gusta dar autógrafo! ¡Engreído! ¡Yo no le pedí autógrafo!

— Olvídalo Dani, relájate, vamos a seguir tomando el sol.

— ¡Tienes razón, no permitiré que ese Petulante me arruine el día!

Pasaron las cinco de la tarde antes de que el sol empezara a perder su calor, y decidieron dar por terminado el día, regresando al apartamento para ponerse un blue jean y hacer las compras necesarias.

El día siguiente conocieron a una familia argentina, Luciano Ferrero y Paula Ferrero, una pareja de psicólogos, con dos hijos de aproximadamente la edad de las gemelas y dos hijas menores. Los Ferrero fueron un regalo del cielo. Se alojaban en el Hotel “Ondas do mar”, no muy lejos de los Apartamientos, y los chicos, Mateo y Gael, hicieron buenas migas con Daniela y Gabriela casi de inmediato, llevándolas a pasear en pedales, nadando con ellos, jugando al balonmano y, en general, quitándole Marianela la responsabilidad de entretener a las gemelas. Los Ferrero mayores estaban agradecidos de poder dejar a las más pequeñas, Aurora y Sara, para que jugaran alegremente bajo la supervisión de Marianela durante alguna hora mientras sus padres hacían compras o visitas turísticas. A su vez, Mateo y Gael se llevaban a Gabriela y Daniela a la discoteca después de la cena, dejando a Marianela para que se acostara temprano y leyera un libro, para recelo de sus hermanas, pero para su propio alivio secreto.

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