Capítulo 2

Distrito Capital, Caracas, Las Colinas de Tamanaco.

En las cimas de las montañas, en los valles caraqueños, apreciando la ciudad desde una posición privilegiada, existían impresionantes Mansiones que se alzaban con gran poderío en uno de los espacios más agradables de la ciudad, con clima montañoso, Las Colinas de Tamanaco. En este maravilloso lugar, apartados de todos, se encontraba Juan Carlos Quintana, el millonario y famoso periodista de televisión y corresponsal de guerra, nadando en su inmensa piscina. Una espectacular mansión que se abría paso en medio de un hermoso y extenso jardín, que era el escenario principal de cada uno de los espacios emblemáticos de esta obra y el contraste de los colores con los reflejos que se generaban entre la piscina y las fachadas de vidrio creaban una atmósfera un tanto fantasiosa.

Juan Carlos disfrutaba de los pocos momentos de relax que su agitada agenda le permitía. Se sentía agotado, había tenido que cubrir dos conflictos bélicos con diferencias de horas entre uno y otro, prácticamente no había dormido nada. Del aeropuerto había viajado en taxi hasta su hogar a la tres de la madrugada, afortunadamente su ama de llaves y cocinera, Margarita, había seguidos sus instrucciones y le ha dejado la cena en la nevera, un delicioso pasticho de carne y berenjena, que calentó en el microondas, con un frío y refrescante jugo de piña, su bebida preferida. Luego se fue a dormir, pero como siempre le ocurría cada vez que venía de una zona de guerra, le costaba conciliar el sueño, apenas durmió cuatro horas y al levantarse decidió dar vueltas en su piscina.

— ¡Señor, señor! ¡Lo llaman por teléfono! — cuando Juan Carlos se detuvo para sacar la cabeza del agua, observó a Margarita con el teléfono en una mano y una toalla en la otra —  Es el señor Sergio, le dije que estaba durmiendo, pero usted ya sabe cómo es de insistente.

Juan Carlos salió de un impulso de la piscina, tomó la toalla, se secó las manos, la cara, el cabello y se la colocó en el cuello. Agarró el teléfono.

— Gracias Margarita. Me da gusto verte, puedes retirarte.

— Yo también lo eché de menos, señor, ¡Ah! La señorita Amanda ha estado llamando muchas veces.

— Está bien, ¿Qué quería?

— Saber cuándo llegaría usted.

— ¡No le dijiste! ¿Verdad?

— ¡Por supuesto que no, señor, como usted me lo ordenó! — dijo con apremio Margarita.

— ¡Eres increíble! ¡Solo por eso te voy a aumentar el sueldo! — le dijo sonriendo y le lanzó un beso a la señora de sesenta años, que tenía cinco años trabajando para él desde que se mudó a su hermosa Mansión en las montañas.

— ¡Ya lo dijo! ¡No se puede retractar! ¿Va a desayunar en el jardín?

— Si por favor, tráelo aquí.

Margarita se retiró y él se acostó en una silla de extensión.

— ¿Aló Sergio? ¿Cómo estás? ¿Y ahora qué quiere mi padre?

— ¡Hola juan Carlos! ¡Estoy bien!... disculpa que te moleste, entiendo que acabas de llegar de viaje, pero tu padre insistió que te reportes al canal — dijo Sergio avergonzado.

— ¿Te amenazó verdad? Como siempre te dijo que te iba a despedir. Tranquilo “perro que ladra no muerde”. Yo me lo soporto porque soy su hijo, pero tú no tienes por qué hacerlo.

— Amigo estoy en la junta directiva de ORQUIDEATV, uno de los canales de televisión más exitoso de todo el país, y solo tengo veintisiete años, es una excelente oportunidad, si para conservar mi puesto tengo que aguantar el carácter de tu padre, ¡Pues entonces lo haré! Lo único que lamento es que como somos amigos, tu padre supone que tengo alguna influencia sobre ti, y te puedo convencer de lo que él no puede.

— Pues entonces no lo saquemos de su equivocación. Desayuno y voy directo para allá.

— Juan, discúlpame de nuevo, no me gusta estar en medio de dos hombres tan testarudos como ustedes dos.

— ¡Ya te dije que no te tienes de que preocuparte! Yo soy su hijo, déjame el viejo a mí.

— Está bien, David Sarmiento te espera en sala de edición, después que te reúnas con tu padre.

— Ok, te veo después.

— Muy bien amigo.

Margarita le trajo el desayuno tradicional de todos los días, una bandeja con tres arepas (pan de maíz, de forma circular, que se puede cocinar asado o a la parrilla; se rellena o acompaña con diferentes ingredientes) y taza de café con leche. Juan Carlos la recibió alegre, si algo extrañaba cuando iba al extranjero, eran las arepas.

— A ver Margarita, ¿Qué tipo de arepa me hiciste hoy? A ver sorpréndeme — preguntó sonriendo.

— De pabellón (arepa con tajadas, caraotas, carne mechada y queso blanco duro rallado) — le dijo con una sonrisa.

— ¡Margarita eres la mejor! ¡Me tienes demasiado consentido! ¡Después tendré que ir al gimnasio a rebajar estas arepas!

— ¡A mí no me culpe el glotón, es usted que es capaz de comer tres arepas!

— Soy un hombre alto, mantener este cuerpo cuesta.

Juan Carlos era un hombre atlético, que trataba de mantenerse en forma, ya que era indispensable la buena apariencia para su trabajo en televisión, incluso para tema tan serio como reportajes de guerra. Juan Carlos se lanzó con gusto a comer su desayuno, mientras se preguntaba porque su padre quería verlo. A pesar de que permanecían en ORQUIDEATV casi todo el día, intentaban no coincidir, solo su amigo Sergio y su madre Carolina sabían de la relación problemática que tenían los dos. Para la prensa y los demás trabajadores del canal, Santiago Quintana era un empresario exitoso, dueño de un emporio de cadena de hoteles, restaurantes y el Presidente general del canal ORQUIDEATV, donde su hijo, el periodista Juan Carlos Quintana, su más grande orgullo, había generado los ratings más altos para un programa de opinión en el horario de la mañana, durante tres años. Juntos habían dado entrevista luciendo como un padre e hijo en perfecta armonía. Todo por el bien del prestigioso apellido Quintana.

Juan Carlos pensó con rabia.

“¡Pues no me importa lo que me diga! De seguro se trata de trabajo. A veces creo que solo quiere explotar a su hijo famoso, lo siento mucho por él, estoy demasiado estresado. ¡Ya lo decidí, necesito unos días libres! ¡Me voy de vacaciones a Brasil!"

 Después de desayunar, Juan Carlos subió a descansar un rato a su habitación a intentar dormir un rato, después de ducharse. Pero escuchó a Margarita discutir con alguien, y súbitamente abrieron la puerta de su habitación y escuchó la voz de Amanda.

—¡Bebé, dile a tu sirvienta, que yo no soy cualquier visita! ¡Y que me deje en paz!

Juan Carlos sentó en la orilla de la cama con gesto de fastidio, exclamó.

—¡¿Amanda que haces aquí?!

—¡Señor, la señorita entró, sin pedir permiso! —se quejó Margarita.

—Bebé, ¿Se te olvido que me diste la llave?

Margarita puso los ojos en blanco moviendo la cabeza de lado a lado.

Juan Carlos hizo un gesto y pensó.

“¡Diantres! Debo haber estado bien borracho para haberle dado una copia de la llave”

Luego miró a Amanda vestida con una minifalda negra y top blanco, con ese cuerpazo, que sacaba suspiros en las revistas de moda. Sintió como se ponía erecto y le dijo a Margarita.

—Está bien Margarita, puedes dejarnos solos.

Margarita salió murmurando con gesto desaprobación y cerró la puerta.

Después de todo el sexo lo relajaría. Pensó Juan Carlos sonriendo con malicia y le dijo.

—Muy bien, preciosa. Ya sabes lo que quiero, pero estoy muy agotado por el largo viaje…

—Te entiendo bebé, no te preocupes. ¡Tómame duro y rápido!

Juan Carlos se puso de pie y se acercó a ella, metió sus manos entre su cabello rubio, y besó sus labios con pasión, sus dedos exploraron su cuerpo por encima de su ropa, estrujando sus senos y su voluptuoso trasero. Luego le quitó el top por encima de la cabeza y dejó sus pechos al aire, tras quitarle el sujetador se inclinó y empezó a succionar cada uno de sus senos con lujuria.

Amanda echó la cabeza hacia atrás suspirando, Juan la despojó de la minifalda e introdujo una mano en su braga y frotó su entrepierna.

—¡Si bebe, así, tócame como me gusta! —Exclamó Amanda gimiendo. Luego ella se despojó del panti y la arrojó al suelo. Juan se quitó solo el pantalón del pijama que llevaba puesto, se arrodilló, comenzó a succionar y lamer en el centro de su sexo, ella lo sujetó del cabello gritando.

—¡Ay, Juan Carlos! ¡Me estás matando!... Sigue… Sigue…

Después de un rato, cuando él sintió que Amanda estaba al límite, se puso de pie y la agarró de las nalgas y la cargó con facilidad. Ella entrecruzó sus piernas alrededor de su cadera y llevándola hasta una pared, la penetró, dándole salvajes embestidas de cadera que hicieron a Amanda gemir de placer.

—¡No pares, bebé!... ¡Oh dios que rico! —dijo Amanda mordiéndose los labios con una expresión placer. — ¡Diantres!... ¡No pares!

Sus gemidos y gruñidos de lujuria se escuchaban sin cesar, cuando Juan Carlos sintió un calor que sacudió sus entrañas y todos los músculos de su cuerpo se tensaron salvaje, sin control alguno y salió en una explosión que traía placer a su cuerpo que solo lo causaba el buen sexo.

—¡Amanda! —gritó, y su piel se erizó y el calor de la esencia se esparció en su interior, desatando un infierno dentro de su vientre.

—¡Juan Carlos! ¡Oh, diablos! —gritó Amanda con los ojos en blanco, convulsionando sobre él y temblando sin aliento.

—No fue el diablo, fui yo—le dijo Juan con la respiración agitada.

—¡Eres… un… maldito… que me… saca grandes… orgasmos!

Juan se río satisfecho y su arrogancia se elevó por los cielos. Soltó a Amanda y se dirigió a la ducha, ella lo siguió con la intención de bañarse con él.

Él pensó que era apasionada, pero le quitaría la llave, lo que menos deseaba, era lidiar con el histerismo femenino si se le juntaran unas cuantas mujeres allí. Claro, a menos que formará un trío y ya lo había hecho antes, rubia, morena y pelirroja. Esa noche casi le da un infarto, no es fácil complacer a tres mujeres a la vez.  Aunque después tuvo salidas por separado con cada una de ellas y al acordarse se sonrío.

Y Amanda le preguntó.

— ¿Por qué sonríes bebé?

—¡Porque si volviera a nacer, está sería la vida que elegiría, ¡Soy definitivamente un maldito afortunado!

****

El aire de excitación general prevaleció en la casa de la familia Castillo hasta el día anterior a su partida, cuando ocurrió el desastre. La Sra. Castillo corría escaleras abajo con una maleta en la mano cuando perdió el equilibrio y cayó pesadamente con un grito agónico. Sus hijas corrieron hacia ella desde todas las direcciones, para encontrarla en un montón al pie de la escalera, con la cara blanca como el papel mientras intentaba levantarse. Marianela le dijo que se quedara dónde estaba, dejando a las gemelas para que consolaran a su madre mientras ella llamaba a la consulta para llamar a su padre. Cuando el Dr. Castillo llegó, diagnosticó una fractura de tobillo y la Sra. Castillo fue llevada al hospital para que le hicieran una radiografía, dejando a Marianela para que consolara a las mellizas. La visión de la cara blanca y llena de dolor de su madre las había sacudido mucho y, para ser justos, solamente cuando se quedaron solos se dieron cuenta. Esto significaba el adiós a sus malogradas vacaciones una vez más.

El doctor Castillo trajo en brazos a la señora Elena y la tumbó suavemente en el sofá del salón, con cuidado de no sacudir la pierna herida, que ahora estaba enyesada.

—¿Cómo te sientes, madre? ¿Te duele mucho? —preguntó Gabriela

— No tan mal ahora que está enyesado. La señora Castillo suspiró con pesar. — Lo siento mucho, chicas, me temo que les he fastidiado las cosas.

— ¡Tonterías! — dijo Daniela con firmeza — ¡No pudiste evitar romperte el tobillo! Viajaremos a Brasil en otro momento.

— El Dr. Castillo miró a las gemelas con sorprendida aprobación, y luego se dirigió al comedor, donde Marianela estaba poniendo en la mesa tazones de ensalada tricolor (Ensalada de tres ingredientes, zanahoria, y dos hortalizas: repollo blanco y repollo morado). Olfateó el aire con aprecio.

¿Qué se está cocinando?

— Bistecs — dijo Antonio alegremente — Mary ha decidido darnos un gusto con la ensalada.

Su padre besó la mejilla de Marianela cuando ella pasó junto a él hacia la cocina.

— Buena chica — dijo con cariño.

Ella le guiñó un ojo.

La Sra. Castillo insistió en sentarse a la mesa, aunque comió muy poco y estaba obviamente dolorida, incluso mientras bromeaba sobre su espectacular caída. Daniela y Gabriela se mostraron encomiables y alegres, solamente se callaron cuando Marianela golpeó su tenedor en el plato exigiendo atención.

—Gracias. Ahora bien, mamá, ¿Cree que podrá arreglárselas en casa si nos atenemos al acuerdo con la señora Torres? Si es así, me llevaré a las gemelas a Brasil.

Por una vez, estas últimas se quedaron mudas, mirando a Marianela con una esperanza incrédula en sus ojos. Los otros tres hablaron a la vez.

— Por supuesto que puedo arreglármelas — dijo la señora Castillo.

— Bien hecho, cariño — dijo el doctor Castillo—. Pensé que lo harías.

— Pero — dijo Marianela con firmeza, cuando las chicas mostraron entusiasmo — Tienen que comportarse como ángeles, se los advierto, o las encerraré en el apartamento.

— ¡Oh, lo haremos, lo haremos! — Daniela y Gabriela amenazaron con asfixiar a Marianela con abrazos opresivos.

 —Haremos todo lo que digas, llevaremos sombreros, gafas oscuras... — Dijo Gabriela

Cuando el vuelo de la aerolínea Conviasa con destino a Río de Janeiro despegó del Aeropuerto Internacional Simón Bolívar, Daniela empezó a relajarse en su asiento, agradecida de que las tres estuvieran a salvo a bordo del abarrotado avión y de que esta parte del viaje, al menos, se hubiera realizado sin problemas. Aterrizaron sin problemas en Río de Janeiro, tuvieron que esperar bastante antes de que su equipaje saliera en el carrusel, y después de encontrar un taxi, eran casi las once cuando llegaron a Copacabana y a los Apartamentos “Costa do Sol” (costa del sol). Su piso estaba en la décima planta, y después de establecer su identidad con el conserje, que hablaba un poco de español, les mostraron un pequeño apartamento con vistas al mar. Una diminuta cocina y un gran salón con bar, dos dormitorios y un baño constituían todo el alojamiento, y Marianela indicó a sus hermanas que deshicieran el equipaje mientras ella preparaba té con bolsitas y leche en polvo que había traído. Las tres estaban ya cansadas del viaje y, solamente se detuvieron para hacer las camas, se metieron en ellas y se durmieron casi de inmediato, sin tener en cuenta la vibrante vida nocturna de la Copacabana, claramente audible desde la calle.

Daniela fue la primera en despertarse a la mañana siguiente y se levantó de la cama bostezando para contemplar las vistas desde la ventana. Abrió las puertas de cristal que daban a un pequeño balcón y se puso a tomar el sol, contemplando la vista de la arena y el mar que se extendía ante ella. A su izquierda había un puerto deportivo blanco y reluciente, completamente nuevo y aún en proceso de construcción, con barcos que se balanceaban en sus amarres, y que parecían grandes y caros incluso desde esa distancia. Inevitablemente, su pensamiento voló hacia Víctor Manuel, Daniela sonrío complacida.

“¡Pronto seré la señora de Gutiérrez! ¡Todavía no lo puedo creer! Víctor fue mi primer amor y durante toda mi vida adulta he estado enamorada de Víctor Manuel. Mucho tiempo después de la boda de mi hermano, logré convencerme de que estaba curada, pero una mirada a ese hombre, fue suficiente para que las cenizas volvieran a encenderse. Después del incidente del año pasado, en la boda de mi hermano Óscar, Víctor me aclaró las cosas. Y pensar que, si no hubiera sido por ese malentendido, probablemente no hubiéramos empezado una relación”

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