Capítulo 1

Maracay, Ciudad jardín, El Castaño.

— ¡POR FAVOR!, ¡Di que sí, Mari, por favor!

Marianela Castillo miró la cara brillante de Daniela y el rostro esperanzado de Gabriela, sus hermanas gemelas y sacudió la cabeza.

— Lo siento mucho.

— Pero Mari, ¡Piensa en ello! Serán unas excelentes vacaciones, un apartamento con vista al mar, además, te urge tener un tiempo libre, sabes que las necesitas. ¡Por favor, di que vendrás! Mamá no nos dejará viajar solas — Le exclamó Gabriela.

— No hay nada que hacer. Ni hablar, estoy convaleciente. Además, estamos en vísperas de la boda de Daniela y Víctor Manuel.

Gabriela hizo un gesto de disgusto y le contestó bruscamente.

—¡No estamos hablando de la boda!... digo ya todo estaba previsto para tener el tiempo justo realizar las vacaciones antes de que Dani se case.

— Pero lamentablemente, mi amiga Verónica, la persona que iba a ser de su chaperona, se enfermó de sarampión, ¡Ya no hay nada que hacer!

Sus hermanas gemelas se tumbaron desconsoladamente en la hierba, con rostros idénticos de desesperación. Cerrando los ojos suyos contra el sorprendente calor de un sol de finales de febrero, se acomodó más cómodamente en la tumbona del jardín, tratando de taparse los oídos contra el apasionado dúo de cariños de sus hermanas, un par que nunca se caracterizaba por la contención cuando intentaba salirse con la suya.

Ya que la señora Castillo se negaba rotundamente a dejar a sus hijas sueltas por el país carioca sin compañía, a pesar de las apasionadas promesas de corrección, moderación y cualquier otra virtud que su madre considerara necesaria.

Marianela se enderezó en de la silla de extensión con un esfuerzo, y las gemelas se apresuraron a apilar algunos cojines detrás de ella.

— ¿No te sientes mal otra vez, Mari?, ¿Verdad? — preguntó Daniela y miró a su hermana mayor con culpabilidad.

— No. Solamente un poco débil de vez en cuando, eso es todo. Uno o dos días más y volveré a trabajar,

— Oh, no, no lo harás — dijo Gabriela acaloradamente — Papá, dice que puedes olvidarte del trabajo durante al menos tres semanas. ¿Y por qué no vienes a Brasil? Piénsalo: diez días en Copacabana, tomando el sol en la playa. El apartamento es gratis, lo único que tienes que pagar es el billete de avión, y las tarifas serán más baratas el 28 de febrero. ¡Por favor, por favor, Mary! Lo haremos todo; no tendrás que mover un dedo, y mamá será perfectamente feliz mientras estés con nosotras.

— Oh, estoy de acuerdo, mamá, probablemente lo haría. Pero, ¿y yo? — preguntó Marianela — Un paseo con ustedes por la calle del El Castaño es más que suficiente. La gente está acostumbrada a ustedes. Suponer en su impacto en Copacabana es suficiente para que me dé una recaída.

Los presentimientos de su hermana mayor eran algo exagerados, pero había algo de verdad en sus objeciones. Gabriela y Daniela, de diecinueve años, eran gemelas idénticas, imágenes reflejadas la una de la otra, y únicamente una cicatriz en el muslo de Gabriela las diferenciaba físicamente. Cada una tenía un rostro hermoso, ojos grandes, color ámbar brillantes, tez blanca y melenas de pelo lacio castaño claro hasta cintura, junto con figuras voluptuosas de modelo, altas y espectaculares. Una de ellas por sí sola era llamativa; multiplicada por dos el efecto era devastador. Marianela era seis años mayor, la misma piel blanca, pero su pelo largo y espeso era liso castaño oscuro y contrastaba con unos ojos de color café igual a su madre, fue la única que no heredó el hermoso color ámbar de su padre. Daniela se dio cuenta de que no iba a ser fácil convencer a Marianela, así que decidió dejarla tranquila tomando el sol y fue ayudar a su madre con la cena.

El doctor Arturo Castillo, su esposa y sus cuatro hijos vivían en una sólida casa de piedra construida unos doscientos años antes de la urbanización El Castaño, El Castaño recibió este nombre de un árbol de castaño criollo existente, y que mencionan los documentos del siglo XVIII; servía de límite con otras posesiones agrícolas, la zona de El Castaño, era un área arbolada y con muchos cursos fluviales. A la casa colonial original se le habían añadido varias extensiones, con un resultado atractivo a la vista. La estructura, tenía rincones con ventanas inesperadas que daban al aislado y apacible jardín que atrapaba todo el sol disponible durante todo el año. En la soleada cocina, Elena Castillo levantó la vista de la olla que estaba removiendo y sonrió a su hija Daniela.

—¿En qué te ayudo, mamá?

 — No hace falta, cariño. Deberías haberte quedado al sol con tus hermanas.

— Lo habría hecho, pero no hay manera de convencer a Marianela de que nos acompañe en el viaje.

La señora Castillo asintió con resignación.

— Brasil, supongo. La han estado molestando, sin duda. Tienen que entender que ha estado enferma. Dani, si sientes que debes hacer algo, puedes cortar estos dos panes campesinos en pedazos mientras te sientas allí. He preparado un poco de café.

 —¿Qué estás cocinando? —preguntó Daniela

— Sopa de res. La dejaré en la caldera doble hasta la hora de la cena. Tu padre no está de guardia esta noche, así que he pensado que, por una vez, podríamos cenar bastante temprano. Este trozo de res está en su punto; debería estar bastante bueno.

—Todo lo que cocinas es "bueno". — Daniela suspiró y siguió cortando los panes con esmero — Es una pena lo de nuestras vacaciones, ¿No podemos posponerlas hasta que Verónica esté mejor?

—Para entonces ya tendremos la fecha de la boda encima— dijo la señora Elena Castillo y se sentó, se sirvió un poco de café con leche — No te preocupes, podrán ir en otro momento.

—Mamá, me siento un poco mal por Gabi, ella estaba muy ilusionada con estas vacaciones— dijo Daniela con pesar — Este iba a ser nuestro último viaje juntas, antes de llegar al altar, porque ya sabes, que tendré que dedicarme a mi vida de casada. — Daniela suspiró y dudando, agregó—Mamá he sentido a Gabriela un poco extraña desde que tomé la decisión de casarme.

—Eso es normal mi niña, el vínculo que tienen es muy fuerte, desde pequeñas han estado juntas para arriba y para abajo. A Gabi le va a resultar muy difícil dejarte ir —le dijo la señora Castillo.  

Daniela sonrío a medias, porque, aunque estaba de acuerdo con su madre, presentía que a su hermana gemela le pasaba algo más, la sentía más lejana que nunca. Más silenciosa que de costumbre, ya que el carácter extrovertido de Gabi siempre discrepaba con el carácter serio de Daniela. Las últimas semanas se le había acercado a preguntarle que le ocurría, pero ella la evadía con una sonrisa que no le llegaba a los ojos.

— La casa va a estar más tranquila cuando Gabriela regrese a la universidad y yo me vaya a mi nuevo hogar.

La señora Castillo se levantó y agarró la bandeja de panes cortados de Daniela, mirándola fijamente le dijo suspirando.

 — Lo único que desea mi corazón de Madre, es que mis tres hijas conozcan el amor verdadero y se casen con hombres de buenos sentimientos. Al menos mi hijo mayor Óscar, está felizmente csado y viviendo en Argentina.

La conversación fue interrumpida por la llegada del Dr. Castillo, que abrazó a su esposa con entusiasmo y se sentó cerca de Daniela, el Dr. Castillo sonrió a su esposa. —Algo huele bien, querida. ¿Qué vamos a comer?

— Sopa de res, y todos nosotros juntos por una vez si te apuras.—su mujer le sonrió cariñosamente. — Disfrutemos de nuestra comida en familia mientras tenemos paz.

— El problema es, Mary, que eres tan fría y desalentadora. Eso hace que los hombres te persigan, y son terriblemente inteligentes, en realidad — dijo Gabriela más tarde en la cena, mientras estaban sentados disfrutando de una suculenta sopa de res caliente.

— Por no hablar de que es terriblemente involuntario — dijo Marianela con calma.

— Ese es el secreto — dijo Daniela — Eres tan ingenua cuando los hombres se sienten atraídos por ti, es que se sienten realmente atraídos por la emoción reprimida.

Su padre suspiró y mirándola le dijo.

— Deduzco que las chicas te han estado presionando para que vayas a Brasil, quizá no sea tan mala idea. Teniendo precaución unas vacaciones podrían mejorar tu salud.

— Papá -dijo Gabriela con entusiasmo — ¿Lo dices en serio?

— Nunca imaginé que te pondrías de nuestro lado -asintió Daniela con poco tacto.

Hubo sorpresa general, aparte de la señora Castillo. Daniela y Gabriela miraron a su padre sonriendo asombradas por el apoyo recibido de una fuente tan inesperada, pero los ojos de Marianela eran oscuros y acusadores, aunque guardaba silencio.

— Su padre no está sugiriendo esto para su beneficio, aunque eso entra en juego, por supuesto. Puede que no se hayan dado cuenta, pero Mary lleva casi un mes muy enferma. Tu padre y yo estamos de acuerdo en que unas vacaciones tranquilas al sol serían buenas para ella, como la señora Lourdes y Verónica no pueden ir ahora, propongo que Mary y yo ocupemos su lugar.

—La señora torres ha accedido a venir todos los días en lugar de dos veces por semana. Ella preparará algunas comidas, yo he dejado otras en el congelador.

— Me las arreglaré, no te preocupes — dijo el Dr. Castillo sonriendo tranquilizador y evitó la mirada inconforme de su hija mayor — Será muy bonito, Copacabana en octubre, ¿O era Ipanema?

Hubo un murmullo de entusiasmo por parte de las gemelas, pero Marianela se quedó callada, secretamente horrorizada por la idea.

— ¿Te disgusta tanto la idea? -preguntó la señora Elena mirando a su hija mayor, aprovechando la algarabía del resto de la familia.

— Has sido un poco reservada con todo esto — respondió Marianela. — Me hubiera gustado que me consultaran primero, creo.

— En ese caso, habrías dicho que no. — la señora Castillo se levantó para recoger los platos y las tazas, llamando a las gemelas para que la ayudaran. — Yo cuidaré de estas dos, no te preocupes, y tú puedes hacer exactamente lo que quieras. Tengo entendido que el apartamento pertenece a unos amigos de señora Lourdes y debe ser muy agradable, con balcones con vistas a la playa y al puerto. Puedes estar allí todo el día si quieres.

Cuando su madre habló con cierto tono de voz, Marianela supo que no había nada más que decir y decidió que era mejor dedicar sus energías a ser menos aguafiestas.

Más tarde en la noche, en el cuarto que comparten, las gemelas se disponían a dormir y Daniela le dijo a Gabriela mientras su gemela se colocaba crema hidratante en el rostro.

—Gabriela, necesitamos hablar… Sé que todo esto de la boda te tiene mal porque nos vamos a separar. Pero quiero que sepas que nada va a cambiar entre nosotras, no viviremos bajo el mismo techo, pero nos vamos a ver todos los días en la universidad.

Gabriela le dirigió una mirada de reproche a su hermana y le respondió con una sonrisa.

—Estoy bien hermanita, no entiendo por qué crees que estoy mal.

—Porque de un tiempo para acá no ha sido tú. Te quejas y molestas por todo, sé que tienes mal carácter, ¿Pero dónde está la Gabriela alegre y parlanchina? Solo te he visto animada por el viaje a Brasil. Dime la verdad de lo que te pasa, no te voy a dejar tranquila hasta que me respondas.

Gabriela cerró la crema humectante y la lanzó molesta en una de las gavetas de su mesa de noche. Luego miró a su Daniela con resentimiento en los ojos y le respondió con ironía.

—¿Quieres saber la verdad? Bueno, las cosas no van bien con el chico que me atrae tanto.

Daniela frunció el ceño.

 —¿Cuál chico? ¿Eduardo? Dijiste que lo mandaste al diablo porque era aburrido. Hasta donde yo sé, nunca has tomado en serio a ninguno de tus novios, a los cuales cambias al ritmo con el que mudas tus zapatos.

Gabriela sonrío con amargura, se dirigió al baño y le dijo con rabia.

— ¡No me conoces tanto como crees!

Entró y lanzó la puerta.

Daniela se quedó sorprendida sin saber qué pensar.

Gabriela adentro del baño se miró en el espejo pensando.

“¡Porque siempre me quita lo que es mío! ¡Estoy harta de Daniela! ¿Por qué la elegiste a ella Víctor Manuel? ¿Por qué me rechazaste? ¡Yo soy mejor que ella! ¡Más hermosa! ¡Más sensual que la mojigata de mi hermana! ¡Por dios es virgen! ¡Ni siquiera se ha acostado contigo! ¡Yo si te hubiera complacido en todo! ¡Víctor Manuel, cuanto te amo, cuanto te deseo!”

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