Bajo la luz de la luna
Bajo la luz de la luna
Por: Maigualida Villalobos
Prólogo

A lo lejos, el reloj dio la media noche y el hombre soltó una risa apagada.

     —La hora de las brujas. Tiempo de quitarse las máscaras. Y de que yo regrese al baile —dijo Daniela con brusquedad, buscando una zapatilla.

     Antes que pudiera encontrarla, el hombre se acercó a ella, se arrodilló con la cabeza inclinada mientras rescataba el zapato y lo deslizaba en su pie. Ella sintió sus dedos rozando su empeine y se mordió el labio inferior sin aliento, al mirar los hombros forrados de satén y el negro sombrero de tres picos. El deseo de ver el rostro del desconocido de pronto la abrumó.

     —¿Te quitarás la máscara si lo hago yo también? —preguntó ella.

      —Si en verdad lo deseas —el hombre de elevada estatura se puso de pie y se quitó el sombrero.

      Daniela jadeó y llevó una mano al cuello, mientras la luz de la luna revelaba en detalle al desconocido. Desde sus zapatos con hebillas, hasta el espumoso encaje de la corbata, su compañero era el exquisito arquetipo del siglo dieciocho. Pero del cuello hacia arriba, usaba la máscara de una bestia felina apócrifa, con aberturas a través de las cuales brillaban sus ojos y delicados colmillos se adivinaban arriba de la abertura que le permitía mostrar sus propios dientes blancos entre el oscuro y sedoso cabello que cubría su rostro y cabeza.

     —Dije que vengo de un cuento diferente, alteza —le indicó, con una reverencia—. Máscara o no, tú solo puedes ser la Bella, mientras que yo… permíteme presentarme… soy la Bestia —se irguió, riendo con voz apagada y hueca dentro de la máscara.

      Daniela se puso de pie, sacudiendo la falda, mientras que los latidos de su corazón se normalizaban gradualmente.

      —No hay duda que lo disfrutas, señor Bestia. ¿Te gusta atemorizar a doncellas indefensas?

      Él se quedó quieto, después sacudió su fantástica cabeza.

      —No, alteza, no tengo tamaños para eso. Lo cual, en parte, es la razón por la que uso antifaz.

     —¿Eres tan feo?

     —La belleza vive en los ojos del que ve, según dicen, —encogió los hombros—. Para mi madre no soy feo. Los demás… los demás pueden pensar diferente.

     

El silencio cayó una vez más, mientras las figuras vestidas de brocado se enfrentaban iluminados por la luna.

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