Salvoconducto.

Narra Adriana:

Salgo del banco con la bolsa de billetes en la mano y me dirijo hacia mi auto en el estacionamiento subterráneo de la plaza Fin. A pesar de lo que podría parecer, no estoy sola, todo el camino he sido escoltada por la malvada de Daniela, quien no ha dejad de vigilarme ni una vez, y quien, dentro de su abrigo enorme y abultado, tiene el arma apuntando en mi dirección. Ella misma me la mostró antes de entrar a la plaza para asegurarse de que no fuera a cometer ninguna locura.

Cuando regresamos a mi vehículo, hago ademán para subirme al volante, pero ella chasquea con la lengua un par de veces en total desaprobación. Se me acerca en silencio, para no hacer una escena y que alguien la vaya a ver y me extiende la mano para que le dé las llaves.

—Por favor —le ruego viéndola a los ojos —déjame ir a casa.

No me importa ya el orgullo, ni tener que arrastrarme si fuera necesario. Ya estuve secuestrada una vez y no quisiera volver a repetir esa experiencia, ahora mucho menos que
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