Capítulo 34. Perdóname.

Escucho ruidos a mi alrededor, pero no logro enfocar bien la mirada, me duele hasta el alma. Distingo una sombra que se viene encima de mí y me asusto.

—Tranquila señora —escucho a lo lejos —. Somos de defensa civil, ¿puede hablar?

No, no crea que pueda mover un solo músculo de mi cuerpo.

Poco a poco voy recobrando la conciencia y todo lo sucedido. El paramédico me alumbra los ojos, y me estremezco, los cierro y siento como si me fuese de lado.

—Castro, ayúdame a sacarla —ordena la persona que tengo frente a mí —, pero primero baja la camilla.

—¿Se acuerda como perdió el control?

—Fu-ue prroovocaa-do.

He recuperado el sentido por completo, el dolor se intensiva en mi hombro, brazo, frente y vientre.

Mierda.

Por favor, resiste cariño.

—Essstooy em-barazada.

Logro decir a puras penas, su gesto se alarma. Me preguntan varias veces si tengo algún seguro de manera que me puedan llevar a una clínica privada, de lo contrario seré llevada al hospital.

Con cuidado me levantan y me acuestan e
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