Capítulo 3: Un Interrogatorio.

Al llegar a la estación de policía, Matías y su compañero entran riendo por las ocurrencias de Booth, porque nada habla en serio y siempre termina metido en problemas con su novia.

-Un día de estos vas a llegar a casa y pasará una de dos: o ella ya se fue o tu maleta en la puerta.

-¡Toco madera! – dice golpeando la puerta -. Puede ser una bruja celosa y descontrolada, pero es la mujer que amo… si se va, yo me voy con ella.

-Si se va, es precisamente porque ya no quiere estar contigo… ¡Bruto! – le dice la oficial Wilson riendo -.

-Oye, Wilson – le dice Booth -. Tú eres mujer.

-Oh… por dios… Llamen al comisionado para que te suba de puesto – le dice ella con sarcasmo, mientras cubre su rostro como si fuera sorpresa -.

-¿Por qué una mujer se molesta cuando un hombre que trabaja todo el día, se queda dormido mientras… ya sabes?

-Booth… - le dice ella riendo -. Eres un tarad0, esa mujer debe amarte demasiado para no dejarte.

-Pero…

-Vamos, hay que hacer el informe del tipo del callejón – le dice Matías, pero Wilson le responde, mientras escribe algunas cosas en un papel -.

-¿El hombre del bolso? Lo dejaron libre – dice ella sin preocuparse -.

-¡¿Qué?! – exclaman los dos al mismo tiempo -.

-Sí, el dueño de la camioneta vino por él y dijo que hubo una confusión, pero que no presentaría cargos.

-Eso no es posible… - dice Booth -.

-¿Y el cargo de apuntar a un oficial con un arma?

-Mira, yo no sé – dice ella con desesperación y arrugando la hoja -. El dueño de la camioneta habló con el jefe y luego sacaron al tipo.

Los dos oficiales se miran, ninguno entiende nada y tal como va la cosa, es mejor no meterse, aunque Matías ya tiene una ligera sospecha.

La cual no está del todo mal.

Desde la ciudad de Nueva York, bastó un llamado a uno de los espías en Nueva Jersey por parte de Díaz, para que fueran a buscar al hombre del bolso.

Uno de sus asociados se hizo pasar por el dueño de aquella camioneta y pidió hablar con el jefe, donde dejó claro que Alfa necesitaba al hombre.

“-Lo que la señorita necesite.”

Es fue toda la respuesta del jefe y dejó que se llevaran al hombre.

Ahora, el hombre del bolso está sentado en una silla dura y fría, con una bolsa en la cabeza y las manos atadas en la espalda. Su cuerpo tembloroso hace sonreír a Alfa, que está sentada tras él, con los pies sobre la mesa y un cuchillo en la mano, cuya punta gira sobre uno de sus dedos índices.

-Díaz – dice con tono seco y el hombre le saca la bolsa de la cabeza -. Bien, señor… ¿cuál es su nombre?

-Sabemos que le dicen Conejo.

-Ok… que apodo más estúpido – se aprieta el puente de la nariz y se pone de pie, sin dejar de mover el cuchillo en la mano -. Señor Conejo… esto parece una mala versión de Alicia en el país de las maravillas.

“Como sea, necesito que me digas ¿quién te dio ese bolso?

-Nadie.

-Ok – le dice ella muy calmada y Díaz sabe que eso solo es un mal augurio para el hombre -. Mira, Conejo, por si no te has dado cuenta, estás en un interrogatorio – se acerca al hombre y le muestra el cuchillo, sin dejar ver su rostro -. Solo puedes decir la verdad o mi amigo cuchillo se pondrá nervioso.

-Nadie me dio ese bolso, lo juro.

-Me estás diciendo que ese bolso con trescientos mil dólares… ¿salió de la nada?

-E-es mío… yo hice ese dinero – un sudor frío recorre la espalda -.

-¿Cómo? – le pregunta ella en tono condescendiente -.

-Tra-trabajando… son mis ahorros… - pero se calla cuando Alfa acerca la punta del cuchillo a su mano -.

Todo lo demás que ocurre en aquella habitación, luego de eso, no se puede describir. Solo se puede decir que Alfa descubrió una nueva dr0ga que se está vendiendo en la ciudad y que puede llegar a ser peligrosa.

El hombre del bolso era uno de los distribuidores, que trató de ir a Nueva Jersey, pero los carteles locales no lo permitieron. Mataron a su socio y le robaron el dinero de una semana, se arriesgó a recuperarlo porque quien está detrás de todo esto no perdona.

-Vamos a ver si a Bowman le gusta la idea de perder trescientos mil dólares y dos distribuidores… - le hace un gesto a Díaz para que le ponga la bolsa al hombre y lo saque de allí -. Cuando te encargues de este, te necesito de regreso, tenemos que armar el plan.

-Como usted diga, señorita.

Díaz jamás la trata de señorita cuando están solos, pero cuando el resto de los hombres de la organización o sus víctimas de interrogatorio están presentes, siempre es señorita.

Ella se ríe, porque esa formalidad la hace sentir casi una santa… y de eso ni siquiera el “casi” lo tiene. Se mete a su oficina, donde tiene un mapa marcado con las zonas donde operan cada uno de los prominentes mafiosos, que juran serán mejor que Caracortada o El Padrino, cuando no les llegan ni a los talones.

Se ajusta la pechera donde mantiene cuatro armas a los costados, sus ojos se clavan en la zona que le corresponde a Bowman y frunce el ceño.

La puerta se abre y sabe que es Díaz, porque es el único con el permiso de entrar allí así.

-¿Ya está?

-Sí, tal como querías – ella se voltea y coloca las piernas sobre la mesa -. Bowman sabrá que fuiste tú… le va a poner precio a tu cabeza.

-Que lo haga – le dice ella con una sonrisa -. Ya sabes lo que pienso… no irán por el primero al que pongan precio, si no al segundo – se pone de pie y mira ese mapa de la ciudad -. Me gusta ser la primera en todo, pero esta vez será mucho más satisfactorio.

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