2. Una boda de mentiras.

Cuando Elisa abrió se encontró con un hombre alto, calvo y fornido, tenía un traje oscuro con una corbata color rojo. Se mordió el labio inferior sintiendo que debía ser fuerte, si ese señor sería su esposo… se quedó perdida en su cavilaciones y salió del mar de pensamiento cuando él y le tendió la mano. Elisa la tomó con desconfianza y el hombre la apretó con fuerza.

—Yo la llevaré hoy —Elisa se volvió hacia su madre, que estaba un metro más allá mirando al hombre con curiosidad y recelo, luego caminó hacia ella y le dio un abrazo tan fuerte que creyó romper su pequeño y menudo cuerpo.

—Te amo —le dijo a modo de despedida, con los ojos cristalizados, sintiendo una fuerte ganas de llorar, y ella le dio la bendición, trazando una cruz dibujada entre su frente, sus hombros y el abdomen. 

—Llámame cuando te instales —le pidió y ella asintió, había prometido no llorar, pero se le estaba haciendo terriblemente difícil contener las lágrimas detrás de sus párpados.

Cuando salió a la calle el hombre le abrió la puerta de un auto negro brillante, se veía realmente costoso. Elisa entró y el auto arrancó, se quedó observando a través del cristal polarizado a su madre asomada en el balcón hasta que al doblar la esquina la perdió de vista, y no le importó que aquel nuevo desconocido la viera llorar, se puso las manos en la cara y sollozó un rato sintiéndose la peor hija del mundo; en cambio, su madre se sentía sumamente orgullosa. 

Después de lo que pensó era una eternidad, el auto se detuvo en una salón de belleza del centro, donde un par de mujeres la sacaron con apremio del vehículo, la maquillaron y la enfundaron en un traje de novia de escote corazón y que se arrastraba. 

—Se supone que iremos a una registraduría a firmar unos papeles nada más —le dijo al chofer en cuanto la volvieron a meter al auto y él tomó un largo suspiro. Como única respuesta subió el volumen de la radio. 

Elisa comenzó a respirar pausadamente para calmar su nerviosismo, sin embargo, todo aumentó cuando el auto se detuvo en un callejón estrecho y el hombre la condujo por la entrada trasera de un edificio.

Entraron al lobby de un hotel que Elisa notó era morbosamente lujoso, con candelabros gigantes y pisos tapizados. En la recepción había una hermosa rubia.

—¡Por fin! —dijo la chica apenas los vio, tenía un maquillaje suave y Elisa pensó que no podría tener más de diecinueve años.

—Había tráfico — le contestó el hombre y la chica lo miró con cara de pocos amigos.

—¿Los vio la prensa? —preguntó ella y él negó. 

—Espera, ¿prensa? —preguntó Elisa y la muchacha la miró de pies a cabeza.

—Se supone que no llamaría mucho la atención, mírala —la señaló —parece una modelo de Nueva York, solo que más baja. Mi nombre es Paloma —se presentó — seré tu cuñada.

—¿Podrían decirme qué está pasando aquí? —les preguntó Elisa con poca paciencia y ellos la miraron.

—Ya lo sabrás —la muchacha la tomó de la mano y la subió al ascensor, tenía un vestido de gala que se arrastraba por el suelo de color rojo y lentejuelas que reflejaban la luz. 

Cuando las puertas se cerraron sacó su teléfono y envió una nota de voz —Luna, ya estamos subiendo, que pongan la música —luego miró a Elisa con una sonrisa en los labios —, es muchísimo más guapa de lo que imaginábamos, las revistas se van a dar un festín —cortó la nota de voz y Elisa le soltó la mano.

—¿Qué está pasando? —la muchacha miró el indicador de piso en el ascensor y negó.

—No hay mucho tiempo —le dijo —solo actúa normal, como si todo fuera real, dejate llevar por tu intuición —Elisa no pudo decir nada más, las puertas se abrieron y una luz cegadora la envolvió obligándola a cerrar los ojos, y cuando logró ver con claridad sintió que el corazón se le detuvo. 

Estaba en la terraza del hotel, había cientos de personas sentadas en bancas alargadas de manera horizontal que se pusieron de pie al verla.

Las decoraciones del lugar eran grandes y vistosas, de un color rojo oscuro; Frente a ella había una alfombra roja y al final estaba parado un hombre alto y fornido, con el cabello rubio y los ojos verdes brillantes puestos sobre ella, tenía un costoso traje clásico hecho a medida. 

Elisa apretó los puños, la música aumentó su volumen y sonó atronadora en sus oídos, era la marcha nupcial,  Elisa miró al final de la alfombra roja y el hombre causó que su corazón estuviera a punto de salirsele del pecho, la miraba fijamente con una expresión seria.

La muchacha que la tomaba del brazo, Paloma, la obligó a salir del ascensor, pues, aunque las puertas estaban abiertas, Elisa no había dado medio paso, estática en su lugar, Paloma la empujó por en medio de todos los invitados que se ponían de pie y le aplaudían, el flash de varias cámaras la cegaron momentáneamente y tuvo que mirar al suelo para no tropezar. 

Trató de respirar pausado, pero las manos habían comenzado a temblarle, seguro se había puesto más pálida de lo normal. Miró a la muchacha que prácticamente la arrastraba y trató de decirle algo, pero no logró abrir la boca, ella tenía una amplia sonrisa en la cara. 

Cuando llegaron a sólo medio metro del hombre que la esperaba en el altar, Así de cerca, le pareció mucho más atractivo; tenía el cabello rubio como el sol y los ojos como dos esmeraldas brillantes, la barba lo hacía lucir más serio y maduro y tenía solo una pequeña sonrisa en los labios carnosos; Elisa se sintió aún más nerviosa, el hombre era bastante atractivo ¿en serio la casarían con él? Pensó incrédula y la muchacha le guiñó un ojo y desapareció en una de las bancas de enfrente. 

Elisa miró para todos lados sin saber qué hacer, se sentía terriblemente petrificada, así que el rubio estiró la mano, la tomó por la parte de atrás de la espalda y la atrajo hasta dejarla junto a él; aquel tacto le quemó, por primera vez en su vida sintió una sensación placentera con tan solo un toque y cuando sus brazos se rozaron un escalofrío la recorrió desde la punta de los pies hasta la cabeza, volvió a enfocar su atención en  el hombre que  le sacaba unos diez centímetros, o tal vez  hasta más.

La música se detuvo de repente y Elisa solo escuchó el sonido de su corazón latiendo con fuerza en los oídos, luego, el hombre que había frente a ellos se aclaró la garganta.

—Bienvenidos todos —dijo, era un hombre alto y un poco más delgado que el rubio, pero no por eso menos atractivo y dio toda la charla sobre el amor y las cosas típicas que un maestro de ceremonias debe decir, supuso Elisa.

un niño pequeño con el cabello castaño llegó con los anillos sobre una pequeña almohada roja. El rubio los tomó y despeinó un poco el cabello del niño que corrió a los brazos de su madre en la primera fila. Elisa se puso frente a él y el mayor le tendió el anillo que ella tomó con manos temblorosas, luego le tomó la mano y comenzó a ponerlo en el dedo anular de la mano izquierda.

—Toma este anillo como muestra de mi amor y fidelidad —comenzó, tenía una voz profunda y cálida —. Como símbolo de que estaré contigo hasta que la muerte nos separe —cuando alejó las cálidas manos, Elisa apretó el puño, el anillo le quedaba a la perfección. 

—Ahora tú —le dijo el maestro de ceremonias y Elisa dio un respingo, tomó la mano del rubio y comenzó a ponerle el anillo.

—Toma este anillo como muestra de mi amor y fidelidad, como un símbolo de que estaré contigo hasta que la muerte nos separe —le tembló la voz como temía, pero era su boda, se supone que era algo normal. 

Se volvieron hacia el frente, el hombre que llevaba a cabo la ceremonia le dio espacio a un señor bajito y regordete que Elisa supuso era el juez, traía un maletín que abrió con dificultad y sacó de él un par de papeles que dejó en la mesa. 

Le tendió al rubio un bolígrafo que él tomó, luego se inclinó y firmó el papel. Cuando se levantó le tendió el bolígrafo a Elisa y ella lo tomó, se inclinó y deseó poder leer el contrato antes de firmarlo, pero le pareció de mala educación, así que firmó sobre el lugar donde estaba su nombre y dejó el bolígrafo sobre él.

—Está hecho —escuchó que dijo su ahora esposo tras ella y Elisa lo miró.

—Ahora, ya se pueden besar —dijo el presentador, que Elisa asumió era amigo del rubio, y este lo fulminó con la mirada, luego blanqueó los ojos disimuladamente y miró a Elisa a la cara, y la joven no pudo hacer nada al respecto. 

El hombre avanzó hasta ella, la tomó del cuello y la besó. Elisa se quedó paralizada, los labios de él estaban sobre los suyos y no tuvo más remedio que cerrar los ojos y dejarse llevar, ¿Qué más podía hacer?

Los labios del hombre eran cálidos y húmedos y los entreabrió un poco para darle un superficial beso que hizo que le temblaran aún más las rodillas. 

Suspiró el aroma del hombre, un perfume fresco y caribeño, y la barba le hizo cosquillas en el mentón y la nariz. Cuando se apartaron Elisa agachó la cabeza, seguro estaba tan roja como nunca debió de haber estado en toda su vida, y las personas comenzaron a vitorearlos con aplausos. 

El arroz comenzó a volar, los granos golpearon la cara de Elisa con fuerza y se le metieron dentro del vestido y entre los senos.

El hombre la tomó de la mano y comenzó a llevarla por la alfombra hacia el ascensor. 

Había personas que le daban la mano, otros la abrazaban y había más que, con cámara en mano, querían sacarle una foto o hacerle un montón de entrevistas y preguntas, entre ellas: ¿Por qué no la habíamos visto anteriormente?

Cuando la puerta del ascensor se cerró Elisa dejó escapar aire, se recostó en el metal decorado y miró al hombre a su lado que la miraba fijamente a través del espejo.

—No eras lo que me esperaba —le dijo y Elisa lo señaló con el dedo.

—Todas esas personas creen que esto —movió la mano y los señaló a ambos—Es verdad, ¿cierto? —le preguntó y el hombre asintió en silencio.

—Así se debe mantener, guarda las apariencias y no hables mucho, y sobre todo no te acerques a los periodistas —Elisa se lo quedó mirando, pero el hombre parecía estar entretenido mirando un punto en el suelo.

—Soy Elisa, por cierto — Ella estiró su mano, pero al ver que él no tenía planes de estrecharla, la bajó sintiendo vergüenza.

—Lo sé —contestó secamente sin mirarla, tenía las manos en los bolsillos y la mirada gacha, se veía apagado.

—¿Emanuel es tu nombre? —el hombre bufó como única respuesta y las puertas se abrieron. 

—Emborráchate si puedes, así nadie preguntará nada —dijo antes de salir del ascensor y dejarla adentro apretando los puños. Antes de que las puertas se cerraran Elisa se miró en el espejo y se preguntó a sí misma:

¿Qué he hecho?

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