31. Capítulo
El beso comenzó siendo suave y ligero, para pasar a un nivel en el que se rompieron todas las reglas y volvieron a conocerse sus lenguas, jugueteando entre sí y acoplando a la perfección en una danza que, con el paso de los segundos, se convirtió en una batalla frenética; ninguno era capaz de separarse. Incluso dejaron de buscar el aire que tanto exigían sus pulmones para seguir unidos de manera tan íntima y pasional.

Era obvio que las cosas marchaban hacia ese camino en el que arder ya no era una opción, sino un privilegio y una consecuencia de aquel grado tan elevado. La muchacha tuvo que enredar sus manos detrás de su nuca y empujarlo más hacia ella para profundizar el beso, que, con el paso de los segundos, se volvió exigente y vehemente. Los dos estaban perdidos en la locura y no les importaba ser vistos por algún tercero. En ese momento, ni siquiera pensar en su amiga que estaba tan cerca de ellos (pero que no podía verlos) los detuvo; necesitaban consumir lo que sentían.

Era a
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