Capítulo veinte

—El señor Sebastián me pidió que le traiga estas prendas de ropa que él mismo ha comprado.

Bertha era una mujer de cincuenta años, con un uniforme de color gris, al estilo institutriz, tenía el cabello canoso y unos ojos azules apagados. Ingresó en la habitación en la que estaba y dejó las prendas de ropa sobre el colchón.

—Gracias, señora. —le dije, mientras miraba la montaña de ropa.

¿Sebastián eligiéndome la ropa?¿Es en serio?

—¿Necesita algo más señorita? —me preguntó, con su voz firme y algo rasposa por el pasar de los años.

—Que se tome el día libre, señora. Una mujer como usted debería estar descansando, no trabajando.

La mujer se quedó de piedra, titubeando si decir algo al respecto o no.

—Señorita, esas órdenes sólo las recibo del señor Sebastián.

—No se preocupe, yo hablaré con él. Yo sé que él estará de acuerdo.—le sonreí y ella me devolvió la sonrisa, algo dudosa si lo que decía era verdad.

—Hoy es domingo, iré a ver a mis nietos. —me dijo, entusiasmada.

—Disfru
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