CAPÍTULO 7: ¿YA TIENEN HIJOS?

Despierto con el kinddle sobre mi pecho y automáticamente me asusto.

Me quedé dormida leyendo…

¿Dónde quedaron los lentes anoche?

Me siento sobre la cama y reviso entre las sábanas.

No están.

Miro a mi lado y noto que la parte de la cama en la que durmió Caleb está vacía.

Salgo de la cama y siento muchas ganas de regresar a ella.

Me vuelvo a sentar sobre el colchón.

Pongo el kinddle sobre la mesa de noche y me consigo con que mis lentes están ahí.

De seguro me los quitó Caleb.

La puerta del baño se abre y veo a Caleb salir con sólo una toalla colgando de sus caderas y otra frotando su cabello.

Invierto mis segundos en observar la ondulación de los músculos de sus brazos mientras él aún no me nota.

Se gira para cerrar con cuidado la puerta del baño y veo cómo se marca su trasero en la toalla.

Me dejo caer de espaldas sobre la cama.

Cierro los ojos, fingiendo dormitar.

Escucho movimiento y de nuevo suena la puerta del baño.

Abro un ojo y veo que me encuentro sola en la habitación.

Olfateo y el olor a tocino me alcanza.

Camino como zombie hasta el desayunador y engullo mi desayuno como una desesperada.

Doy un vistazo a la mesa y observo que el de Caleb está intacto.

Detengo mi masticar.

¿Me estaba esperando para desayunar?

La puerta del baño se vuelve a abrir y me giro para ver a Caleb saliendo.

Está completamente vestido, lleva un traje negro con una corbata roja y yo recuerdo que el vestido que seleccioné para hoy es rojo.

Termino mi desayuno y él se sienta a comer en el desayunador.

Reúno lo que necesitaré para alistarme y entro al baño.

Me arreglo en tiempo récord y cuando salgo del baño, Caleb está de espaldas a mí.

Habla por teléfono mientras mira hacia la ventana de la habitación; a través de la cual se puede ver la piscina del hotel.

Gira y al verme lista, sale de la habitación sin decir nada.

¿Está molesto?

Creo que mi plan de hacerlo desearme no está funcionando como esperaba.

Cierro la puerta de la habitación detrás de mí y trato de alcanzar sus gigantescas zancadas, pero mis tacones no me lo permiten.

Finalmente lo alcanzo al lado del ascensor en el pasillo que lleva a las habitaciones.

Sigue hablando por teléfono y veo que tiene su brazo como agarrotado.

¿Se puede tener tortícolis en el brazo?

Lo observo por unos segundos y de pronto, Caleb me da una mirada sobre su hombro. Me ofrece su brazo con un movimiento y la sensación de comprensión me aborda.

Me está ofreciendo su brazo para apoyarme.

Le da un rápido vistazo a mis tacones y sigue hablando por teléfono.

Sintiéndome un poco tímida, pongo mi antebrazo dentro del triángulo que forma el suyo.

Ése simple contacto me causa un sonrojo que calienta el nacimiento de mis pechos, mi cuello y mis mejillas.

El ascensor se abre y entramos.

Al bajar, en la entrada del hotel nos espera una limosina y yo río interiormente.

¿No hay para pagar dos habitaciones pero sí para una limosina?

Aquí hay gato encerrado, porque la empresa es multimillonaria… ¿Quién habrá metido la mano en esto?

Una vez dentro de la limosina, le doy un vistazo a Caleb que luce tan guapo con ese traje y tan inalcanzable… tan relajado que de pronto la duda florece.

¿Por qué Caleb sigue estando tan relajado?

¿Habrá planificado esto él?

Si lo hizo, ¿qué motivo tendría?

No, de ninguna manera fue él.

Suspiro sintiéndome una vez más como una muñeca a la que mueven a su antojo en el juego.

Odio sentirme así.

Mis pensamientos se dispersan como el humo cuando comienza a desplazarse el auto.

Leí que Maine se mantiene en pie a base de cría de pollos, producción de huevos y lácteos. Así como la ganadería, el cultivo de manzanas, arándanos y papas.

Pero lo que nos atañe es la industria, pues se centra en el procesamiento de papel, madera y alimentos, fabricación de equipos eléctricos, productos de cuero y fabricación de vidrios.

Es aquí donde entra en juego nuestro primer cliente en ser visitado.

Martín Louvre, dueño de Glass Luxury; es un hombre bastante normal, el cliente más fácil de conocer que tenemos en éste proyecto.

O esa impresión me dio cuando me comuniqué con él por videollamada.

Ha sido claro, quiere los mejores precios en el transporte de sus diseños y creaciones hacia su nueva distribución (en Canadá) y eso es lo que le daremos.

De pronto, la limosina se detiene y nos encontramos en la fachada de la fábrica. Decir que es hermoso el lugar es un eufemismo, luce como el reino de los vidrios y cristales. El logo de la empresa está en cada una de las paredes de cristal de la fábrica.

Vitrales, creo que se llaman los que tienen imágenes y distintos colores.

Bajamos y Caleb me ofrece su brazo de nuevo.

Lo acepto y emprendemos nuestra caminata hacia la fábrica.

Me siento babear con la fachada de la empresa y, de reojo, veo que Caleb también aprecia su belleza.

El señor Louvre nos saluda al entrar y veo que sin duda escogimos bien nuestra vestimenta.

Su estilo es bastante elegante, no me sorprendería que el pañuelo que adorna el bolsillo de su saco tenga hilos de oro.

—¡Bienvenida, señorita Dryden!—exclama sonriente y yo no puedo dejar de notar que su traje combina con el plateado brillante que es su cabello largo bien peinado.

—Gracias, aunque la verdad, señor Louvre es que el único Dryden aquí es Caleb.— digo y le señalo sonriente a mi guapo acompañante.

Caleb y el Sr. Louvre estrechan sus manos a modo de presentación.

No paso por alto la mirada de apreciación que nos da el Sr. Louvre y se lo atribuyo a la forma en la que combinamos.

Nos indica que lo sigamos a su oficina y al seguirlo, alucino viendo lo bien decorado que está en interior de la fábrica.

Tiene una decoración minimalista de colores como el gris, negro y blanco; que encajan perfectamente con las diversas estatuillas de cristal.

—¡Qué hermoso!— exclamo al ver un cisne de cristal en un lago de cristal. Una lágrima cuelga dramáticamente del rabillo del ojo del cisne.

—Imaginé que le gustaría, lo diseñé yo mismo para mi esposa.— dice y me guiña un ojo.

Entramos a lo que parece ser una oficina.

Dentro hay un gigantesco escritorio con una silla reclinable negra y al fondo una biblioteca que parece estar por estallar.

Lo único que no encaja en la imagen, es una pequeña niña pelirroja sentada detrás del escritorio, que colorea con crayones como si la vida se le fuera en ello.

Tiene un par de coletas en la cima de la cabeza que parecen palmeras, se mueven cada vez que pasea el crayón sobre el papel.

Ni siquiera nos nota, está muy concentrada.

—Esa es mi segunda nieta… es una artista nata.— dice Martín Louvre con orgullo.

Él nos invita a sentarnos en una pequeña sala de la oficina y yo veo con agrado el hecho de que prefiera atendernos aquí antes que molestar a su nietecita.

Me conmueve al punto de sentir un nudo en la garganta.

Caleb nota mi conmoción al mirarme el rostro. Se aclara la garganta y siento cómo posa su mano en mi rodilla desnuda.

Sé que lo hace intentando darme ánimos, pero siento su contacto tan… íntimo.

Como si su mano en lugar de tocar mi rodilla, estuviera tocando mi alma.

Noto la mirada del señor Louvre sobre la mano de Caleb y luego desvía su atención al rostro de Caleb, pero noto que lucha por esconder una sonrisa.

—La verdad es que los quería conocer por ponerle un rostro y una representación a la naviera… Pero lo que hablé con Cadence por videollamada me parece más que suficiente para ser su cliente.— informa sonriente y Caleb me da una mirada de orgullo.

Le sonrío nerviosa al señor Louvre y rápidamente saco mi tableta con el contrato ya listo, de solo firmar.

—Este es el contrato con las cláusulas que hablamos, señor Martin.— susurro y él me recibe la tableta pensativo.

Esperamos en silencio, mientras él lee los términos y las cláusulas del contrato.

De pronto, desde el escritorio de la oficina, escuchamos una vocecita despotricar y repetir enojada el orden de los colores del arcoíris y luego, continúa dibujando sin distraerse.

Caleb la mira con ternura y yo sonrío.

—Artista, pero con un carácter del…¿Ya tienen hijos?— escuchamos preguntar al señor Martin y al verlo, noto que nos observa divertido.

—No.— digo.

—No.— repite Caleb poco después de mí.

—Oh, de seguro que harían felices a sus padres… Mis nietos son mi tesoro.— susurra.

Caleb y yo nos mantenemos en silencio.

Momento incómodo, ¿qué se supone que deberíamos decir ahora?

De pronto nuestro cliente se inclina sobre la mesita de la sala y firma en la pequeña pantalla, con el lápiz de la tableta.

Me la entrega y saca una botella de vino tinto, de la nevera que está junto a su mueble.

FIRMÓ.

No puedo creer que firmara tan rápido.

—Espero que nuestro contrato sea más que beneficioso para ambas partes…— susurra sirviéndonos vino en unas copas.

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