“Ideas en la mente”

Capítulo   4

“Ideas en la mente”

Nahomy va con lentitud, aguanta el paso y espera que el CEO se vaya, entonces se devuelve enseguida a donde está el sargento policial.

–¡Ey! Sargento –le dice con carita respetuosa–. Como no hiciste nada por mí, lo más correcto es que me devuelvas mis dos billetitos.

–Pues yo no tengo nada tuyo, pero si tú quieres  –le dice, acercándosele insinuante.

Se aleja, para evitar más problemas. Se voltea y lo ve con los billetes en la mano. Le dio rabia y caminó apresurada hasta ellos y lo agarró por el cuello, el otro la apunta con su pistola.

–Dile a tu pareja que no me apunte con su m****a, si no quieres que te deje sin respiración aquí mismo, con un solo golpecito en el cuello, ahora devuélveme mis 2 de 5 y ya olvidamos esta confusión –argumentó.

Él policía le devuelve los billetes, lo dejó caer y le dio espalda. Pero oye, algo que viene silbando en el aire, se agacha y una enorme piedra pasa rosándole el coco de la cabeza y va a dar exactamente en el vidrio de la patrulla. Se oye a alguien maldiciendo.

–¡Castigo divino! –exclamó.

Camino a la parada, Nahomy ve que hay un movimiento de gente gritando, a su lado pasan los hombres de gris y detrás los de blanco. Ve al otro lado de la calle y ve al CEO, tirado en la acera. Cruza rápidamente y le acerca su rostro. El CEO tiene magulladuras y golpes en su cara, no puede levantarse, la mira en su desvarío. Ella lo levantó y se lo montó en el hombro para después llevarlo dentro de su auto. Tomó el volante y se lo lleva.

“¡Pobre CEO!”–Piensa al dejarlo en el hospital.

Es domingo ya entrada la noche. Marco Polioni  aún no concilia el sueño. Está pensando en todo lo sucedido el fin de semana, en especial los de aquella mañana. Decide salir a dar una vuelta.  Sus guardaespaldas están todos en posiciones estratégicas, hay  4 flamantes camionetas negras, cada una con unos 15 uniformados de gris. En el lujoso auto sólo está con él… Nahomy, su guardaespaldas personal.  Marco se vuelve y ella le sonríe. Marco se derrite y vive para sí ese momento:

“Es realmente bonita la condenada. ¡Hay Dios! Ya me hizo los hoyuelos a cada lado de su cara. Ahora me hace pestaña engreída. Meto el freno precipitadamente, estaba distraído, mirándola y no me había dado cuenta del semáforo en rojo.  No, no, no puede ser, se le ha soltado su cola alta con el vaivén del frenazo. Sacude su melena y siento que mis piernas son gelatinas. Se me acerca sigilosa… Creo que me va a besar. Pero en ese instante, un hombre con pasa montañas negra mete su mano por la ventanilla del auto y me toma del cuello, eso era lo que ella venía a evitar. El semáforo cambia a verde, yo le meto full chola al auto. El hombre se queda colgado de mí y va cual bandera en antena de auto. Nahomy se sube sobre mí a horcajadas, y comienza a forcejear con el hombre, yo muevo mi cabeza por los lados de ella para poder ver el camino donde voy, pero se me hace imposible.

Ella se da cuenta y me guía mientras golpea fuertemente la cara del hombre que va colgado a mi cuello.

–Señor Marco, a la izquierda.  Señor Marco, a la derecha –sigo en zig zag–. Señor Marco,  vuelva a la izquierda.

Por fin da un tercer golpe con su codo a la nariz del desgraciado y entonces se oye un golpe seco en el pavimento, ella saca la cabeza y grita:

–¡Maldito! ¡No te vuelvas a acercar a mi señor Marco! –Seguimos en carrera, veo de lado y lado y no hay ninguna de las camionetas de mis guardaespaldas, me orillo a esperarlas.

Respiro profundo. Nahomy sigue sobre mí.  Esta con la cabeza fuera de la ventanilla. Mete su cabeza y queda justo a centímetros de mi cara. Mi respiración es agitada, la de ella también. Me mira con esos ojos tan negros y tan expresivos. Enseguida mis ojos se mueven a su abultada camisa. Debajo de la corbata se le ha abierto tras el forcejeo  y a través de la abertura veo que se asoman provocativamente sus hermosos senos, vuelvo a su cara y se está mordiendo el labio inferior mientras ve mi boca provocativamente. Se mueve para bajarse y me roza la ya protuberante cremallera, no aguanto más y la detengo, meto mis dedos por su abundante cabellera, la atraigo a mí.

–Señor Marco, ¿Qué quiere hacer? –me pregunta con cara traviesa.

–Lo que siente, lo que usted también quiere hacer –le digo moviéndome al ritmo de ella.

–Pero señor Marco,  eso no debe ser…

–Pero los dos queremos –le digo en un murmullo.

–¿Usted quiere qué, señor Marco?  –me pregunta inclinando su cara a la mía.

–Esto –. La atraigo a mí y le doy un ardiente beso de lengua. La exploro, la saboreo, salgo de su boca y al mirar esos ojazos negros, está extasiada, su mirada dilatada y sus labios rojos de deseo. Le abro la camisa y tomo uno de sus redondos senos, mi mano cubre hasta un poco mas de sus rosadas aureolas, sus pezones se endurecen. Masajeo presionándolos y la atraigo más a mí. Tira su cabeza atrás y me excito al ver su boca medio abierta gemir por mis caricias. Termino de abrir su camisa y mis manos se apoderan de los dos senos mientras mi lengua comienza a lamer con desespero sus pezones y a engullirlos y chuparlos deliciosamente. 

–Señor Marco ¿Qué cree que hace? No soy su juguete –me dice, pero mete su dedo en la boca y lo roza sensualmente son su lengua.

Se empieza a mover sobre mí, se levanta un poco y mete su mano para bajar mi cremallera, mi miembro esta duro y enorme con ella arriba y sus movimientos. Me hago dueño de su cintura y abro el cierre de su pantalón, no puedo más quiero penetrarla, pero tiene el maldito pantalón puesto, sigo tratando de bajarlo pero es tan diminuta su cintura que no logro sacarlo por sus caderas. Ella sigue moviéndose sobre mi y empieza a jadear, meto mi mano  por su trasero y me encuentro con unos duros y prominentes glúteos que me excitan más al tocarlos y  apretarlos entre mis manos.

–No puedo sacar este  pantalón –le digo bajito– se ríe. Mi mano sigue por su diminuta braga y esta tan húmeda, bramo. Ella se apodera de mis labios nuevamente mientras acaricia mi miembro sin cesar, bramo de nuevo, grito y abro los ojos para encontrar sus ojos nuevamente, busco su mirada, su rostro… Pero lo único que logro ver es… la oscuridad de mi cuarto”.

–¡Mierda! ¡No puedo sacar a esa mujer de mi cabeza! –piensa en voz alta.  Se mete a la ducha para quitarse el estado febril en que despertó.

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