CAPITULO 2

Helena totalmente sorprendida, tragando en seco, ante esta propuesta, lo miró fijamente y tomando la copa en su mano, bebió de un sorbo su contenido. El sonriendo ante esta reacción de ella, afirmó:

—Tú me dijiste que no te gustaba el licor ¿Y eso qué fue? —preguntó con un tono de voz modulado y fluido.

—¡Perdóname! Pero no lo pude evitar, me sorprendiste.

—Ya me di cuenta ¿Qué  me  respondes? —Nuevamente con una voz cálida y susurrante.

—Si lo estás haciendo para que te herede. Te estoy muy agradecida, pero, ya me has dado mucho, tu amistad, apoyo y un puesto de trabajo. Te lo agradezco de todo corazón —afirmó ella, aunque eso significaba perder la posibilidad de ayudar lo más pronto posible a su padre, pero no quería hipotecar su vida así.

—Helena, tú sabes, cuáles son mis sentimientos hacia ti, antes de conocer esta situación, te los declaré. Te amo y deseo que seas mi mujer.

»Pero, lo que más deseo, es vivir mis últimos días junto a ti, que seas la persona que éste conmigo en los últimos minutos o segundos de mi vida, que sea tu rostro, lo último que mis ojos vean.

»Además, quiero que sin ningún problema con Thomas, recibas la ayuda económica que necesitas para tu padre, esa cantidad la recibirás, apenas te cases conmigo, ya hice el contacto con el médico y la clínica que en Estados Unidos realizará la cirugía, ellos se encargaran de tener el donante disponible. 

Helena, esperando que el mesonero terminara de servir, aprovechó estos minutos y pensó en Thomas, el hombre del que realmente estaba enamorada, pero ¡las paradojas de la vida! Era el que más la odiaba.

Tomando la copa, en la cual Don Juan vació más champaña, ella recordó nuevamente lo que vivió en su primera visita a La Montanera. Esa noche descubrió que Thomas Briceño era veterinario, un playboy, quien vivía rodeado de mujeres jóvenes y muy bellas. Al verla llegar con Raúl, se sonrió con ella, sin embargo,  no se le acerco, sino que se mantuvo a cierta distancia de ella.

Esa noche Don Juan la acaparó totalmente, se dedicó desde el instante que la vio llegar, a atenderla exclusivamente y no se separó de ella en ningún momento. Aunado a esto, ella pudo percibir entre los invitados, la presencia de dos mujeres jóvenes, muy bellas, quienes se desvivían por tener la atención de Thomas e incluso una de ellas no se separó de él.

Después, supo que era Roxana Díaz, la mujer que pasó toda la fiesta junto a Thomas, parecía una leona con él. Posteriormente, don Juan invitó a Helena al establo donde estaba la yegua Princesa y su cría, para que los conociera personalmente. Pero, hubo un momento, donde él salió para despedir a uno de sus invitados, dejándola  sola en el establo, con el animal.

En tanto, Helena continuando en el establo, sola, fue sorprendida por Thomas, quien de repente había cambiado su actitud, por lo que al verla ahí, cerca de la yegua y su cría, dirigiéndole una mirada gélida, le preguntó:

«¿Qué haces aquí?  Si quieres revolcarte con mi padre, hazlo en cualquier parte de la hacienda, pero aquí me respetas a Princesa» 

Ante esta ofensa  tan violenta y descabellada, Helena le soltó una bofetada con todas sus fuerzas, por lo que él, mirándola con rabia, la tomó de las manos, le dobló los brazos hacia atrás, diciéndole muy bajo para evitar que alguien más lo escuche:

«No se te ocurra volverme a pegar en la cara, porque te juro que no responderé…», gruñó con sus dientes fuertemente apretados.

El, al escuchar la voz de su padre, que regresaba, la soltó y ella salió corriendo, despidiéndose de don Juan y buscando a Raúl, su amigo para retirarse de la hacienda. Esa noche, Helena casi no pudo dormir por la amarga experiencia, además, era la primera vez que un hombre la trataba así y le hacía llorar.

Ella, rememorando con lujos de detalles, esa noche concluyó, que si bien es cierto, desde que lo vio, se sintió atraída por él, por su porte, físico, esa mirada y risa seductora, que derriban cualquier muro, la conquistaron, sin embargo, eso no bastaba para guardar sentimientos de amor por él, porque era un auténtico patán.

De vuelta a la realidad, don Juan, una vez que se retiró el mesonero, sacando a Helena del mar profundo de sus recuerdos y  pensamientos, le tomó la mano por encima de la mesa y le preguntó:

—¿Qué me dices? Te estoy dando la posibilidad de obtener  el dinero para prolongar la vida de tu padre…

—Ya te dije que no. ¿Tú, como los demás, crees que me estoy acercando a ti por tu dinero? —preguntó Helena, quien se enfureció al pensar que él dudaba de ella, como su hijo, levantándose de la silla para retirarse del lugar.

—No, Helena por favor no pienses eso de mí. Jamás he dudado de ti. Se bien la clase de mujer que eres —levantándose, acercándose a ella y tomándola de la mano, le dijo—: por favor escúchame...

»Solo busco, ayudarte para que puedas prolongar la vida de tú padre. Con el matrimonio, está justificada toda ayuda que te haga, no necesito dar explicaciones a nadie, es solo para protegerte del que dirán los demás. Es por ti, yo no necesito explicar que hago con mi dinero —logrando que ella vuelva a su silla de nuevo.

—Entiéndeme…  Juan, no ha sido fácil para mí, mantenerme en el cargo que me diste y tu bien sabes ¿Por qué? La mayoría piensa que llegue a él, por mi cara y mi cuerpo, no por mi desempeño. De aceptar eso, corroboraran lo que piensan.

—No te dejes llevar por el qué dirán. Yo solo quiero ayudarte y a tu familia —insistió él— Al casarnos, recibirás todo el dinero que requieres para el trasplante de tu padre, lo haré desde mi cuenta personal, será como un regalo de bodas para ti. 

Ella pensando, nuevamente sus palabras y convencida de la bondad y  sinceridad de parte de él, le respondió:

—Sí, estaría dispuesta a cumplir ese sueño, pero solo con dos condiciones… contestó ella decidida a aceptar su oferta.

—¿Cuáles? —preguntó él intrigado.

—Primero, no seré tu heredera… Aceptaré tu ayuda para la intervención quirúrgica de mi padre, pero nada más, siempre y cuando tu hijo no se entere de eso.                                                                                                             

—¿Cuál es la segunda condición? —preguntó con un tono de voz más grave.

—Que es cierto que te quiero mucho, eres mi más grande amigo, por quien soy capaz de hacer cualquier cosa, pero no puedo ser tu mujer…

—¿Por qué? —mirándola fijamente y acercando su rostro al de ella.

 —Soy virgen Juan y mi pureza la reservo para entregarla al hombre de quien me enamore —respondió ella de forma irrefutable.

—Tú sabes que te deseo, eso ya lo debes haber percibido  —respondió él pensativo.

—Si, pero… no te amo. No como tú quieres. Te quiero como amigo, te estoy muy agradecida por todo cuanto me has ayudado. Te respeto y te admiro, pero no te amo Juan —le aseguró, ella.

—¡Oh! Me encanta tu sinceridad, como eres, siempre de frente, decidida.  

—Si no aceptas mis condiciones, no te puedo complacer —contestó ella, muy concluyente.   

—Acepto… acepto, tus condiciones —afirmó él con un tono de voz más grave y profunda.

—Entonces… yo acepto, casarme contigo —afirmó ella con mucha seguridad.

—Espera. Con esto sellaremos nuestro compromiso. —Buscando en el bolsillo de su pantalón un estuche de regalo y extrayendo el anillo, el cual colocó en su dedo anular.

Cuando Juan, la llevó hasta su casa, encontró a sus padres  despiertos. Ella, al ver que se bajaría, lo detuvo unos instantes en su coche, pidiéndole por favor, que no le diga a sus padres las condiciones bajo las cuales se fijó este compromiso. No quería hacerlos sentir mal. Ellos siempre han querido su felicidad.

—Mi amor, estoy totalmente de acuerdo contigo, esto será un secreto entre tu y yo, nadie más debe enterarse de esto.

—Gracias.

—Helena, aquí el que tiene que dar las gracias soy yo. Tu eres demasiado buena y bondadosa, creo que nadie, a estas altura de su vida haría algo así.

—Te admiro, te respeto y te quiero mucho —respondió  ella mirándolo fijamente y sonriendo con él.

—Vamos mi pequeña, aprovecharemos para hablar de una vez con tus padres, recuerda que no tengo  mañana, este compromiso será el más corto de la historia, en cuestión de días nos casaremos.  

—Ok, como digas —respondió Helena.

—Haremos una celebración intima, en la hacienda —Agregó él.

—Estoy de acuerdo.

—Acondicionaré mi recamara tanto en la hacienda como en la capital, para que siempre estés conmigo.

—No hay problema.

Los dos entraron, saludaron a los padres de ella y Helena les pidió ir a la sala para informarles algo. En voz baja, Juan le pidió que dejara que él hablara, lo cual ella consintió.

Así fue como Juan pidió la mano de Helena. Los padres de ella, no estaban muy convencidos por las diferencias de edades, pero si ella ya lo había aceptado, ellos respetaban su decisión. Su hija siempre ha sido una persona madura y con mucho sentido común.

Juan invitándolos para una cena en su hacienda al siguiente día, se despidió de ellos. Helena y su mamá lo acompañaron hasta el coche.   

Al día siguiente, don Juan habló con su hijo Thomas, le manifestó que lo necesitaba esa noche en la casa, porque tenía algo que anunciar; motivado a esto, habrá una cena con sus allegados más íntimos, que por favor, invite a Miguel Alcántara y su padre, quienes son sus mejores amigos.

Siendo casi las siete de la noche, Don Juan envió a unos de sus chóferes para que busque a Helena y sus padres. Al llegar estos, llamó la atención a sus pocos invitados y les informó, que se había comprometido con ella, por lo que en muy pocos días, celebrará su matrimonio.

Thomas no podía creer esto, que Helena se atreviera a tanto, solo por escalar un lugar en esta sociedad, pues, para Thomas, Helena no dejaba de ser más que una cazafortuna, que estaba detrás del dinero de su padre.

Los invitados de don Juan, aplaudieron este anuncio y los felicitaron. Salvo él, quien salió del salón sin decir nada, subió a su habitación, preparó una maleta y quemando cauchos en su camioneta, salió de la hacienda hacia un lugar desconocido.

Las reflexiones de Thomas…

Para él, esto no era más que una farsa entre ellos, porque  estaba seguro, ella no estaba enamorada de su padre. Además, él respetaba mucho a don Juan y considerando que si había llegado hasta aquí, era por algo, por lo tanto, no se metería en sus asuntos.

Una vez, en la barra del hotel del pueblo, pidiendo una botella de licor para olvidar, lo que acaba de presenciar, comenzó a recordar, la primera visita de Helena a la hacienda:

«¡Estaba muy hermosa! Tenía unas ganas de domarla totalmente», pensó él. Pero, su padre la acaparó, no permitiendo que alguien se acercara a ella, razón por la cual, él se sentía furioso, celoso.

Luego, siguió recordando, como Roxana, le susurró a su oído:

—Tu padre está besando en el establo, a su nueva conquista.

El furioso, como estaba, salió para comprobar lo que ella le había dicho y es cuando la consigue sola en el establo. Helena lo abofeteó, porque él supuestamente la insultó, lo cual, incluso le hizo dudar sobre lo que le comentó Roxana, pero con esto de hoy, constata, que era cierto lo que aquella había dicho.

Mientras, en la hacienda…

Don Juan, quien no se había dado cuenta de la reacción de su hijo; al tratar de ubicarlo, preguntó al personal del servicio por él y ellos le avisaron lo que había ocurrido, llevándolo esto, a reflexionar y preguntarse…

«¿Qué le pasará a Thomas? ¿Por qué actúa así? Parece un hombre celoso», pensó él, preocupado por su hijo.

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