5 Asustada

En el club Amelia estaba haciendo su trabajo como de costumbre.

—Amelia va a atender a los clientes de la mesa cinco, es el señor Sabater y desea que seas tú el que lo atienda.

—Voy enseguida.

Amelia no sospechó nunca lo que el destino le deparaba, y que todo comenzaría esa misma noche, en aquella mesa, donde vería por primera vez su rostro en otra mujer.

Se acercó a la mesa donde se encontraba el señor Sabater acompañado por una dama, el hombre usaba una chaqueta sin corbata, se veía bastante relajado fumando un cigarrillo. Sin detallar a la mujer que lo acompañaba, Amelia con una voz cordial los saludó.

—Buenas noches señores, bienvenido una vez más señor Sabater.

—Gracias señorita...

—Amelia, estoy para servirles. —La mujer que lo acompañaba usaba un costoso vestido de lentejuelas color negro y tenía un par de lentes que permitían ver sus ojos a través del sus cristales con un tenue color marrón, estos no dejaban detallar las a características de su rostro; ella también estaba fumándose un cigarrillo.

Ordenaron un buen vino.

—Excelente elección, iré a traerlos en seguida.

Amelia se retiró. El hombre tenía una sonrisa y se acercó a Silvia.

—¿Y bien? ¿Qué te pareció? —La mujer se quitó los lentes y estaba impresionada.

—Quedé sorprendida, ¡no puedo creer el parecido que tiene esa mujer conmigo! ¡Es como si me mirara al espejo!

—Ya ves que yo tenía razón.

—¿Cuándo le propondremos que usurpe mi lugar?

—Hoy mismo si tú lo deseas.

—Me gustaría hablar con ella en un lugar más tranquilo.

—¿Entonces estás decidida a huir conmigo?

—Por supuesto que huiré, sea contigo o sola me iré; esta muchacha que es igual a mi es mi oportunidad de escapar de las garras de Marino. —Ernesto la besó y con tono irónico le dijo:

—Eres tan egoísta. —Besó su cuello.

—¿Lo dices por qué deseo escapar?

—Lo digo porque no piensas en mí sino en ti.

—Amorcito, por supuesto que huiré contigo, estoy segura que tendernos una muy buena vida en Europa. —Él le agarró la mano y le dio un delicado beso mirándola fijo  los ojos.

—Te prometo que pondré el mundo a tus pies.

Amelia se acercó con la botella de vino y las copas, justo antes que ella pudiera percatarse que en la mesa estaba sentada su doble, Ernesto le acercó los lentes a Silvia.

La joven inconsciente de todo conservaba una linda sonrisa en su rostro.

—Aquí tienen su vino señores. —Puso sus copas frente a cada uno y les sirvió el vino. Amelia notó que ellos estaban muy callados y la miró con detenimiento. Intentó disimular que se había percatado de ello y continuó en lo que estaba; de pronto Ernesto le dijo:

—Señorita Amelia, nos gustaría hablar con usted a solas.

—¡¿A solas?!

—Sí, nos gustaría ofrecerle un empleo donde obtendrá una muy buena remuneración. —Amelia puso un semblante serio, por su mente le pasaron varias ideas de lo que aquel hombre pretendía proponerle.

—Gracias señor Sabater, pero ya tengo este empleo. —Ernesto y la mujer sonrieron.

—Le aseguro —Agregó Ernesto—. Que ganará diez veces más de lo que imagina. —Silvia le dijo a Ernesto:

—Querido la estas asustando, por la forma como lo dices hasta yo estaría asustada. No te preocupes amiga, no se trata de prostitución ni nada aparecido; más bien se trata de actuar, de hacer el papel de una mujer casada con una hija por algunos meses.

—No comprendo.

—deberíamos ir a un lugar más privado, así podría explicarte mejor. —Amelia sintió desconfianza y se negro a ir con ellos a otra parte. Con suprema cortesía les dijo:

—Discúlpenme por favor, pero no iré con ustedes a ningún lado.

—Está bien —Dijo Ernesto—. No te preocupes.

Amelia se retiró dejando atrás al par de extraños. Le contó a su jefe lo sucedido.

—Esas cosas suelen suceder, a este lugar llegan personas que beben licor y hablan muchas falacias cuando se les sube el alcohol a la cabeza, no te preocupes que de ahí no pasará, además tenemos hombres de seguridad.

La supervisora envió a otra chica a atender a la pareja, los cuales no se quejaron por obvias razones.

***

Cuando terminó el turno de Amelia, la pareja ya se había marchado. Ella fue a cambiarse el uniforme, después salió por la puerta de atrás y se dirigió al estacionamiento donde la estaba esperando el transporte de la empresa.

Todo sucedió con normalidad, la camioneta llevó a varios de los empleados del club a sus casas incluyendo a Amelia. Ella se bajó y se despidió de sus compañeros. La camioneta inició su marcha y ella se quedó revisando su bolso buscando las llaves de la casa. No se percató que cerca había un coche negro de lujo y una camioneta; el coche pequeño echó a andar muy despacio, paró cerca de donde ella se encontraba. Amelia al fin se percató y le dio preocupación, era evidente que ese auto tan lujoso no pertenecía a ese barrió.

 Se apresuró a abrir la puerta cuando de pronto una mujer bajó del auto, Amelia la reconoció por el vestido negro de lentejuelas que llevaba puesto. Ella se acercó rápido y tenía los lentes puestos. Más atrás apareció el señor Sabater. Como un animalito asustado les gritó:

—¿Qué quieren? Llamaré a la policía. —Ernesto le dijo:

y—Solo queremos charlar contigo y contarte de qué se trata el empleo que te estamos ofreciendo. No hace falta que llames a la policía.

—Ya les dije que no estoy interesada.

—Al menos deberías escucharnos, tal vez te agrade nuestra oferta.

—Váyanse. —Gritó. —Con las manos temblorosas intentó ingresar la llave en la cerradura de la puerta pero se le dificultó. De pronto Silvia la agarró del brazo y la jaló con agresividad y con voz imperante le dijo:

—Vendrás con nosotros quieras o no.

—¿Qué quieren? —Ernesto con una voz serena respondió.

—Que nos escuches —Haciendo un gesto con la mano la invitó a su auto—. Suba y vamos a mi apartamento. —Amelia se percató que llevaban tres guardaespaldas. Comprendió que estaba entre la espada y la pared, no tenía manera de escapar; por las acciones de la pareja asumió que debían ser peligrosos, no podía pedir ayuda porque alguno de los guardaespaldas le dispararía, no le quedaba otra opción que ir con ellos.

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