Capítulo 2

OLIVER

Los nudillos de mis manos arden con cada golpe que le doy al saco de Boxeo, he perdido la noción del tiempo y no le importa, estoy alterado, ardido, dolido. Tomo una enorme bocanada de aire cuando el sonido chirriante de la puerta principal al abrirse, llama mi atención.

—Aquí estás —dice mi entrenador—. No te recomiendo hacer esto horas antes de las peleas.

Ignoro sus palabras, esta es la única manera que tengo para lidiar con la presión que me ejerce esto, camino hasta una de las bancas, abro mi maleta y saco una botella de agua.

—No puedes seguir haciendo esto —suelta un suspiro cargado de cansancio.

No respondo.

—Oliver, ella se fue, ya no quiso estar contigo, debes superarlo de una vez —arguye haciendo que levante la mirada.

Niega con la cabeza.

—Está bien, no meteré las narices en asuntos que no me incumben, pero ten en cuenta que como peleador, no es bueno desgastarte antes de la pelea.

Tomo mi maleta y al alzar la vista puedo notar mi reflejo en el espejo, frunzo el ceño.

—¿Tienes lo que pedí? —inquiero dirigiéndome hacia la puerta.

—Está en tu camerino —masculla entre dientes.

Salgo y me apresuro, me quedaban cinco horas para la pelea, subo al auto y acelero sin poderme quitar de la cabeza a la chica que me robó todo, no cosas materiales, no, algo que me ha convertido en un ser sin corazón, sin sentimientos. Piso el acelerador acortando el tiempo, al llegar me apresuro a subir, aparto de mi mente todo, abro la puerta y enseguida el olor a cigarrillo inunda mis fosas nasales.

Dos zorras están tocándose como me gusta verlas, saben lo que tienen que hacer, en cuanto me ven ronronean como perras en celo, me sirvo un trago de ron y me dejo caer en el sofá de cuero, no hay palabras, solo veo a una meterle la lengua en su parte más delicada a la otra, mientras gime arqueando la espalda.

—¿Quién va a hacerme una grande? —interrogo.

Las dos voltean a verse, me divierte ver la mirada llena de envidia, odio, y lascivia que se envían la una a la otra, le doy un trago a mi bebida dejando que el ardor queme mi garganta, respiro profundo y comienzo a desabrocharme los pantalones sacando mi enorme miembro.

—Yo —dicen al unísono.

—Solo necesito a una, la otra puede irse —espeto con dureza.

Dejo que tomen la decisión por sí solas al tiempo que froto con el pulgar la cabeza de mi miembro endurecido. No tardan mucho, una de ellas le suelta una bofetada, la segunda se enfurece y comienzan a pelearse, mi mano sube y baja, me excita ver a las zorras peleando por mí, me hace saber que desean tanto mi miembro, que llegan al grado de la humillación.

—Más —suelto.

Sigo con lo mío, subiendo y bajando la mano sobre mi tronco, la rubia le da un puñetazo a la pelinegra haciéndole sangrar.

—¡Dije, más! —exclamo llegando a mi clímax.

Su riña aumenta de nivel a tal grado que la pelinegra enreda su mano en el cabello de la rubia y le azota la cabeza contra el suelo, es justo cuando suelto el derrame de mi semilla. Echo la cabeza para atrás aspirando la victoria. Me aseo, subo la cremallera y me pongo de pie.

—Lagarto…

Me detengo bajo el umbral de la puerta, nadie que no pertenezca a mi mundo tiene derecho a llamarme por mi seudónimo, el que uso para las peleas.

—Quiero… conocerte mejor —musita con voz temblorosa la pelinegra.

Las palabras que brotan de su garganta me saben mal, ladeo una media sonrisa y niego con la cabeza mirándola por encima del hombro.

—Créeme, no quieres conocerme.

[...]

Muevo mis manos, y el cuello, me preparo para dar la pelea que tanto espero, afuera logro escuchar las ovaciones proclamando mi nombre, mujeres pidiendo que las folle, otras más sosteniendo los enormes carteles con frases obscenas sobre mí.

—Todo está listo, lagarto —dice mi entrenador abriendo la puerta.

Me pongo de pie y salgo.

—La multitud está eufórica, ya se han hecho las apuestas —balbucea a mis espaldas.

—No me interesa.

—Lo sé, pero tienes que saber que todos han apostado a tu favor, esta noche habrá mucha plata —insiste aumentando mis ganas por partirle la cara.

—Lo único que me es prioridad, es mi dinero —dejo claro.

Cierra la boca y aparezco, la arena se encuentra llena, dentro del cuadrilátero ya se encuentra mi contrincante. Muevo mis pies hasta ahí, necesito terminar con esta m****a antes.

—Vaya, vaya, el gran lagarto —alardea Ronan, el hijo de p**a que mata siempre a sus oponentes, un hombre alto, gordo y rubio—. ¿Qué quieres que te parta primero una pierna o el cuello directamente?

Rio por lo bajo.

—Un minuto —respondo—. Un minuto es todo lo que necesito.

—¿Para qué? —escupe.

La voz del presentador termina con las presentaciones, suena la campana y sin perder tiempo me voy contra él, lanza un golpe a mi costado, no lo esquivo, el dolor me hace sentir vivo, me agacho y le golpeo en el rostro rompiéndole la nariz.

—¡Maldito hijo de perra! —brama.

Me da un golpe en la mandíbula que sacude mis pensamientos un poco, el sabor metálico de la sangre palpa mi lengua, enfurezco, veo rojo con la mente en ella… y no puedo evitar soltar mi descarga en el saco de huesos humanos delante de mí.

Golpeo y golpeo hasta que cae al suelo, no me detengo, la veo a ella, su despedida, su egoísmo al rechazar lo que realmente sentía, hasta que alguien me detiene anunciando mi victoria. Mi pecho sube y baja, mis músculos se contraen y solo siento una cosa; odio corriendo por mis venas. Miro al hijo de perra que yace en el suelo ante mis pies, escupiendo sangre como un marica, levanto la mano y todos gritan mi nombre, luego la bajo y salgo del cuadrilátero, a la esquina está mi entrenador con una enorme sonrisa.

Las puertas se cierran a mis espaldas amortiguando el escándalo de las gradas.

—¡Joder, eres una bestia! —grita de emoción el hombre que intenta seguir mi paso—. Eres igual a Demon…

Veo rojo, lo encuello provocando que su espalda choque contra la pared.

—Yo no me parezco en nada a ese hijo de mil putas —bramo.

—Yo solo decía…

—Pues no digas, sabes bien que no soporto a ese manipulador, posesivo de m****a —lo suelto—. Primera y última vez que lo mencionas, me enferma.

Camino hacia mi camerino, cierro la puerta para no ser molestado, y justo en ese momento mi móvil suena.

—Tengo la información que me pediste —dicen al otro lado de la línea.

—Mándamela.

—Enseguida, jefe.

Cuelgo viendo la notificación del correo, lo abro y comienzo a ver muchas carpetas, pero hay una que me llama la atención, la abro y enseguida aparecen las imágenes de una chica rubia de ojos grises, leo su información, sus archivos y la relación que tiene con…

—Joder, ya tenemos a tu próximo contrincante —mi estúpido entrenador entra sin permiso con el rostro pálido.

—Quién.

—Xander King.

«Interesante, muy interesante»

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