Capítulo 4

El tan esperado día llegó. Me miro en el espejo admirando el vestido de novia. Desde el momento en que mis ojos se fijaron en este vestido supe que era el indicado.  Era una chica con gustos sencillos, lo clásico siempre estaba antes que lo extravagante, así que terminé eligiendo un vestido de seda, corte A y escote corazón. Tenía mangas con detalles ondulados en las esquinas y una cinta en la cintura. Me parecía precioso.

Obviamente mi madre no estuvo de acuerdo con mi elección, le pareció demasiado sencillo y bohemio. Se esperaba que escogiera algo tradicional, con pedrería que demostrara la posición en la que estaría mi familia a partir de ahora. El poder era muy importante en nuestro círculo, era importante demostrarlo para infundir  respeto y miedo.

Sin embargo, no me importó la opinión de nadie. Esta boda era la única que tendría en mi vida, el divorcio estaba penado socialmente y solo perjudicaba a la mujer. Sería exiliada de todo y considerada una vergüenza en mi familia. También estaba la posibilidad de convertirme en viuda, aunque que dudaba de esa opción después de escuchar historias de Lucciano. Si por milagro ocurría, jamás querría volver a casarme con nadie. Habría cumplido mi cometido y podría ser libre de una vez por todas, ¿por qué me ataría nuevamente cuando finalmente tenía la opción de hacer lo que quiero?

Por eso me esforcé y dediqué mucho tiempo a los arreglos para que todo estuviera perfecto, si bien no quería casarme, me gustaría al menos fingir que es lo que quiero y pasar un día perfecto. Esperaba que saliera tal cual lo planeado.

Suspiré pensando en eso.

Para completar mi look, María  decidió hacerme un recogido “desordenado” y mechones ondulados a los lados. Con un maquillaje en tonos tierra a excepción de los labios que pintó de color melocotón, se veían muy bien. Completamos con unas sandalias de tiras y cristales bellísimas. Un regalo de parte de la señora Tonelli, había visto fotos del vestido y buscó los zapatos perfectos eligiendo este diseño de tiras en tonos perla maravilloso.

Jamás pensé verme tan hermosa. Gire hacia un lado y otro para admirar el vestido y revisar que no tuviera ninguna imperfección. Era impresionante.

Mi hermana, a mi lado, llevaba un vestido lavanda que había sido escogido por ella misma. Corte corazón y suelto bajo la cintura. Se venía preciosa y delicada.

Rodeó mi cintura y me entregó el ramo de flores.

-Estás muy bella –dijo emocionada.

-Gracias.

La pobre pasó la noche llorando por la culpa que sentía al verme tomar su lugar. La convencí de que no era así y expliqué mi felicidad porque, al menos una de las dos, pueda ser feliz con la libertad que siempre soñó. Y la realidad es que, tal vez, en mi caso, podría llegar a ser feliz. No conocía a Lucciano, pero había una mínima posibilidad de que en algún momento pudiera llegar a amarlo y viceversa. Conocía una sola pareja dentro de nuestro círculo que llegaron a amarse luego de ser forzados a casarse, eso me daba esperanza.

María terminó los últimos retoques cuando mamá entró en la habitación. Se veía hermosa aunque bastante cubierta. Anoche escuché algunos gritos y por su vestimenta pienso que hubo una discusión y mi padre terminó golpeándola.

-Es hora, debemos salir o llegaremos tarde –dijo antes de detenerse y admirar la obra de María. –Estás hermosa hija. 

Se acercó y tomó mi brazo para acomodarlo en el suyo.

-Es hora –repetí nerviosa.

Todas asintieron y salimos de allí. Una limusina nos esperaba frente a casa, algo exagerado si me preguntan. Papá estaba a un lado del auto mirando su reloj y golpeando el pié sobre el suelo repetidamente demostrando su nerviosismo. Cuando nos vio corrió a abrir la puerta.

-¿Qué les tomó tanto tiempo? –preguntó molesto.

Giré mis ojos sin que lo notara. “Hombres” pensé.

Mamá me ayudó a entrar acomodando la cola del vestido que no era muy larga, pero si delicada. Siguió mi hermana y María detrás, nos iba a acompañar toda la boda para realizar los retoques correspondientes durante la noche. Papá, por supuesto, prefirió ir delante con el chofer. Odiaba lo que él afirmaba como  “charlas de mujeres” y  prefería evitarlas. Pensaba  que nuestras conversaciones eran sobre ropa, maquillaje y familia. Nada más lejos de la realidad.

-Estoy nerviosa –confesé.

Mi hermana tomó una de mis manos, ya que en la otra tenía el ramo.

-Todo saldrá bien, dejarás a los invitados con la boca abierta –dijo mamá.

Asentí y traté de respirar hondo mientras observaba las calles de la ciudad. Lo que menos me interesaba era sorprender a las personas hoy. Mi nerviosismo se debía al cambio que tendría en mi vida y a mi futuro esposo. A partir de hoy sería la señora Tonelli y mucho peso caería sobre mis hombros desde el “si quiero”.

El resto del camino lo hicimos en silencio. No quería decir nada, ni conversar solo para llenar el silencio en el auto. Prefería disfrutar de la vista por la ventana y concentrarme en lo que mi vida sería a partir de ahora.

Viviría en una nueva casa, con Lucciano y sin mi hermana. Anoche habíamos preparado su maleta, que ya estaba en el coche de Matteo  para su huída luego de la boda. Nos despedimos, lloramos y prometimos intentar en un futuro, cuando fuera seguro, volver a contactarnos.

El auto comenzó a detenerse y suspiré al ver la iglesia. Por supuesto, siendo italianos, era vital tener una boda religiosa. Sería una falta de respeto hacia la tradición un matrimonio civil, por lo que organizamos una reunión con la iglesia Santa María para solicitar un lugar. Costó al inicio, por la poca antelación, pero papá movió sus hilos para que estuviera disponible.

La puerta de mi lado se abrió y mi padre me ayudó a bajar. Camine unos pasos para estirar la cola y apreté el ramo muy ansiosa. Mamá debía entrar a la iglesia ya que la tradición dictaba que el padre debía ser quien acompañara a la novia. Noté que quiso abrazarme pero miró a mi padre y solo asintió para salir apresurada hacia la iglesia.  

María arregló unos mechones de cabello y también se marchó dejándome con Gianella que era mi dama de honor y debía acompañarme. Padre nos llevó hasta la entrada y allí vimos a Loretto, el padrino que esperaba nuestra llegada.

Abrió los ojos impresionado mirándonos.

-¡Ahora envidio a mi hermano! –dijo admirado.

Papá frunció el ceño a su comentario.

-Gracias –contesté.

-Se ven impresionantes –siguió Loretto ahora centrado en mi hermana.

Se acercó a ella y suavemente colocó su mano en su brazo. Gianella tensó su cuerpo y trató de alejarse de Loretto, pero él la mantuvo muy pegada sin darle espacio. Llegó a susurrarle algo que no pude escuchar y papá carraspeó cortando las atenciones del joven Tonelli.

-Suficiente, debemos comenzar con la ceremonia –habló papá molesto.

Respiré hondo y apreté mi agarre en el brazo de mi padre cuando los acordes del cuarteto que contratamos comenzaron a sonar.

Las puertas se abrieron y levanté la vista para ver como todos se paraban de sus asientos para mirarme caminar. Mi hermana junto a Loretto comenzaron su entrada por el pasillo alfombrado seguidos por mi y padre. Mi mirada pasaba entre los invitados, algunos demostrando felicidad con sonrisas, otros como si se tratara de un evento sin importancia y la mayoría de mujeres con envidia.

Creí ver un par de chicas cercanas a mi edad realizando muecas de molestia y fastidio al verme. Aún así tenía que actuar feliz ante las personas, sonreí y seguí caminando hasta el final del pasillo donde Lucciano me esperaba de espaldas.

Gianella se detuvo a un lado y se acercó para tomar mi ramo. Se lo di y esperé a que me entregaran a Lucciano. Padre tocó la espalda del novio y éste por fin se dio vuelta. Mi corazón por un momento se detuvo al admirar lo hermoso que se veía. Era un hombre muy bello y verlo arreglado solo aumentaba su sensualidad.  Su cabello estaba peinado hacia atrás con gel, típico de los italianos y su expresión era impasible. Se había dejado crecer un poco la barba, dándole una vista mayor y más poderosa.

Estiró su mano y levantó la vista para verme. Me sonrojé al inicio por su manera de observarme,  esperando alguna palabra de admiración que nunca salió de sus labios. Padre carraspeó sacándolo llamando su atención y cuándo Lucciano volvió la mirada hacia él habló.

-Te entrego a mi hija –dijo padre.

Lucciano asintió y mi padre se alejó. Camine unos pasos hasta detenerme frente a él. Tomó mis manos y entonces algo en su rostro me preocupó. Frunció el ceño y miró fijamente mi cara. Levanté mis cerras interrogante, no podía entender si algo lo molestaba. ¿Me había maquillado demasiado para él? ¿O le había disgustado mi vestido?

No dijo nada y la ceremonia comenzó.

El cura habló y habló. La verdad ni escuché ni la mitad de lo que dijo. Las facciones de Lucciano iban cambiando cada vez más a unas de total enojo y mis nervios comenzaban a aumentar.  Abrí mi boca para susurrar algo pero él apretó mis manos un poco y miró sobre mi hombro. Sabía que mi hermana estaba detrás de mí y el miedo poco a poco me invadió pensando que no lo habíamos engañado.

Pero me tranquilicé un poco cuando pensé en la situación. Lucciano no nos conocía, apenas nos había visto en un par de ocasiones antes del compromiso. Si todo nuestro entorno, a excepción de mi madre claro, fueron engañados aún conociéndonos y conviviendo por años, era imposible que él en unos pocos días lograra hacerlo ¿verdad?

Ni siquiera el viejo Tonelli lo notó. Habíamos jugado muy bien nuestras cartas, esperaba, porque de lo contrario sí que estaría jodida. 

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