Capítulo 4

Hubiese querido discutir, pero no me sentía bien, estaba mareada y sentía que me había drogado. Cerré los ojos y creo que me dormí, porque cuando desperté iba en los brazos de Gabriel, no dije nada, acomodé mi cabeza en su hombro y sentí su exquisito aroma; solté un gemido.

―¿Te duele algo? ―me preguntó en un susurro.

―No ―respondí, pero de inmediato me di cuenta del por qué me preguntó―. No me siento bien ―agregué, no podía decirle que no había sido un quejido, precisamente.

―Ya estarás en tu cama y allí te quedarás.

―¿Y papá?

―Ya vendrá a verte, está arreglando unos asuntos.

―¿De verdad me tengo que ir con ustedes?

―No te vamos a dejar sola aquí con el riesgo de que te suicides.

―¡No me voy a matar! ―protesté.

―Sht, tienes tus labios en mi oído, si susurras, te escucharía igual.

―Perdón ―dije en voz casi inaudible.

El resopló y me dejó en la cama con suavidad.

―¿Mejor? ―me preguntó con ironía.

―¿Por qué me odias?

―No te odio, créeme que no te odio, si lo hiciera...

―¿Serías peor conmigo?

―No, al contrario, te trataría con toda la deferencia del mundo ―respondió y salió del cuarto sin darme tiempo a preguntarle a qué se refería.

Mi padre fue a verme unos minutos después y David también llegó a mi dormitorio. Estuve todo el resto del día en cama, me llevaron la comida, iban cada cinco minutos a ver si necesitaba algo. A ratos dormía y así, adormilada veía que entraba gente a mi pieza. Estuve todo el día como si estuviera drogada.

Al día siguiente, a mediodía, estaba subiendo a un avión privado rumbo a no sé dónde, Escocia había dicho Gabriel aunque no estaba segura.

―¿Cómo te sientes, hija?

―Bien, un poco atontada, los remedios me tienen adormilada.

―Sí, el doctor dijo que debías descansar. Puedes dormir si quieres.

―Sí, tengo sueño, me habría quedado toda la vida en la cama ―dije con la voz rota.

―Ven, siéntate aquí.

Me indicó una butaca y me la acomodó para que quedara recostada, luego me puso el cinturón de seguridad.

―Duerme, mi niña, descansa.

―Gracias, papá.

Él sonrió.

―Te quiero, mi niña. ―Me dio un beso en la frente.

Gabriel se sentó frente a mí y me observó con detención. Me intimidé ante su mirada. Cerré los ojos para evitar prendarme en sus ojos.

Dormí casi todo el viaje, a ratos despertaba y los escuchaba hablar en inglés, no entendía nada, pero a ratos me daba la impresión de que no eran conversaciones agradables.

Tuve un sueño, estaba en un país extraño y estaba perdida, me habían dejado abandonada. Corría por calles que no conocía. La noche caía y comenzaba a llover. Me dejaba caer en el suelo, llorando. No había nadie que me ayudara.

―¿Papá? ―llamé.

―Aquí estoy, hija, ¿qué pasa?

―Papá...

―Está soñando ―dijo David.

―Hija, despierta, ¿estás bien?

―Papá ―dije una vez más y abrí los ojos.

―¿Qué pasa, mi niña?

―Estaba soñando ―respondí y dejé caer las lágrimas.

―Ya, tranquilita, solo fue un sueño.

―No me van a dejar botada en su país, ¿cierto?

―Por supuesto que no, mi niña.

―Soñé que estaba perdida y no había nadie para ayudarme, ustedes ya no querían saber nada de mí.

―Mi amor, tranquila, nadie te va a abandonar, mucho menos en un país extraño para ti.

―Gracias.

―¿Por qué?

―Por no dejarme sola. Con la muerte de mi mamá...

―Tranquila, mi niña, si yo hubiera sabido antes que eres mi hija, jamás hubieras estado sola.

―Todavía no entiendo, no sé si mi mamá fue, o muy egoísta, o muy altruista al no decirte nada.

―Tu mamá hizo lo que le pareció correcto en su momento. Agradezco que haya tomado la decisión correcta al final de sus días, ahora estamos juntos y no te voy a desamparar.

―¿Me contarás su historia? ¿La historia de ustedes?

―Sí, cuando lleguemos a casa y te sientas mejor, hablaremos de todo lo que quieras, ahora estás delicada, han sido muchas emociones en tan pocos días para una niña como tú.

―Ya no soy tan chica.

Él sonrió con tierna burla.

―Eres muy chiquita, y veinte años no es una edad muy madura.

―Sí, también es cierto.

―Además, para mí, eres mi niña y siempre lo serás.

―¿Cómo es que me quiere si apenas me conoce? ―lo pregunté, aun sabiendo que yo sí lo quería.

―Eres mi hija, lo siento aquí dentro, por eso te quiero.

―¿Y si no lo fuera? Si nos hiciéramos un examen y resultara que no...

―Lo siento en mi corazón, ya te lo dije, no me interesa lo que pueda decir un papel, yo lo siento y con eso me basta. Y si no, eres hija de una de las mujeres más importantes de mi vida, también me basta eso.

―Mi mamá tenía razón, usted es una buena persona, un buen hombre.

―Solo soy un hombre que amó mucho a tu madre.

―Y ella a usted, siempre hablaba maravillas de mi padre, por eso no le creía, si era tan perfecto, ¿por qué la iba a dejar con un hijo a cuestas, sola, sin ayuda?

―Jamás la hubiera dejado sola, ella no me permitió quedarme a su lado.

Un mareo me hizo cerrar los ojos.

―Falta poco más de una hora para llegar, descansa.

―Sí, creo que me faltaba dormir.

―¿Desde cuándo no dormías bien?

―Un mes antes de que mi mamá se fuera, casi yo no podía dormir, la acompañaba día y noche, en cualquier momento se iba. Después de que murió, menos, dormía una o dos horas diarias.

―Por eso colapsaste, ninguna persona se puede mantener sin dormir. Descansa, te despierto cuando lleguemos.

―Gracias.

Me dormí de inmediato. Al llegar, me despertó, ya me sentía mucho mejor.

Salimos del aeropuerto y nos subimos de inmediato a un automóvil con vidrios polarizados, muy similar al que usaban en Chile.

―¡Qué lindo! ―exclamé al mirar afuera hermosos viñedos.

―Me alegra que te guste tu nuevo hogar ―me dijo mi padre.

Yo me volví sorprendida hacia él.

―¿Aquí viven?

―Así es, todo esto es parte de nuestros terrenos.

―Es muy lindo.

Volví a asomarme por la ventana para disfrutar la belleza del lugar. Árboles frutales nos daban la bienvenida a un magnífico castillo. Hermosos rosales adornaban la entrada, hasta llegar a una pequeña rotonda con una fuente en el centro. A pesar de que ya había anochecido, la luz de la luna iluminaba y daba más belleza al lugar.

―Bienvenida, mi niña ―me dijo mi padre cuando el automóvil se detuvo.

Abrí la puerta, no tenía seguro de niños, miré a Gabriel que me dio una sonrisita sardónica, quizá también lo recordó.

―¿Te gusta? ―me preguntó Ángelo.

―Nunca había visto algo así. ¿Hay fantasmas?

Mi padre se echó a reír.

―Por supuesto que no, tampoco tendrás que andar con candelabros. Tenemos luz eléctrica, agua potable, wifi, todas las bondades de la tecnología.

Yo me di vuelta y miré a mi padre a los ojos.

―¿Quiénes son ustedes? ¿Qué son?

―Mi nombre es Ángelo Fairfax, duque de Rochester.

―¿Rochester? ¿Como el de Jane Eyre?

―Sí, algo así ―contestó divertido―, aunque no creo que tengamos algo en común.

―Así que son de la realeza ―medité―. Jamás estaré a su altura. No sé cómo comer, ni siquiera sé cómo pronunciar el nombre de su hijo.

―¿David?

―No, el de él es fácil, por David Bowie.

―¿Gabriel?

―¡Sí! Lo pronuncian tan raro.

Él sonrió y tomó mis manos.

―Ya aprenderás.

―Solo sé This is a window y la canción de los colores.

―¿La canción de los colores?

―¡Sí! Rojo red, rojo red, azul blue, azul blue, amarillo yellow, amarillo yellow, verde green, verde green ―canté y luego me avergoncé.

Ángelo me miró como si viera a una niña de kínder y así me sentí, debo admitir que me gustó la sensación.

―Ven acá, mi niña.

Extendió los brazos y yo me abracé a él. Así entramos a la casa.

Si el castillo era majestuoso por fuera, por dentro lo era mucho más. Era una mezcla perfecta entre lo antiguo y lo moderno, entre lo rústico y lo tecnológico. Me quedé embobada mirándolo todo.

―Qué bueno que lo material no sea importante para ti ―espetó Gabriel.

―Esto va más allá de lo material, esto es belleza pura ―respondí sin hacer caso a su tono mordaz.

―Son cosas materiales.

Yo me volví y lo miré sorprendida.

―¿Materiales? Aquí hay arte. ¿Acaso no has visto esos cuadros, esas esculturas, ¡las lámparas! Todo aquí es arte y armonía. Esos dibujos en el techo... Si solo ves cosas materiales aquí, deberías trabajar un poco más en tu sensibilidad.

―No me interesa trabajar en eso, hermanita, lo que deseo ahora es una buena ducha y un sueño reparador. Yo no dormí todo el viaje como tú y ya es tarde.

Yo miré a mi padre, iba a discutir con él, pero no quería hacer un escándalo delante del hombre que me había acogido.

―Basta, Gabriel ―le ordenó su padre.

―Yo solo decía ―respondió el aludido y levantó los brazos en señal de rendición.

―Es tarde, debería ir a dormir ―dije, incómoda.

―Todos debemos ir a dormir, el viaje nos dejó exhaustos ―repuso Ángelo―. Te llevaré a tu habitación.

―Yo la llevo, papá, a modo de desagravio ―ofreció Gabriel.

―Si me entero de que le has dicho una sola pesadez más...

―Tranquilo, papá, tú lo dijiste, estamos cansados.

―Bien, iré a revisar que todo esté en orden. Buenas noches, entonces.

Ángelo nos dio un beso a cada uno de nosotros y se fue por otro pasillo.

David se despidió y también se retiró por su lado.

Gabriel me miró y me regaló una sonrisa.

―Bien, hermanita, solo quedamos tú y yo, te acompaño a tus aposentos. Sígueme, por favor ―dijo de un modo divertido.

Yo di dos pasos hacia él, pero antes de continuar caminando, me tomó un brazo con suavidad y lo enlazó al suyo, comenzó a caminar sin decir nada.

―Quizás al principio te pierdas ―me dijo cuando íbamos subiendo la escalera―, tienes que buscar el retrato de mi tatara tatara tatara y otros tantos tatara abuela. Ese pasillo te llevará a su cuarto. Allí está ella, es muy particular porque es la más horrenda de todas. ―Me señaló un cuadro de una mujer que parecía hombre y con un traje igual de horrible―. Y allá está tu dormitorio. ―Señaló hacia el otro lado donde había una puerta, se acercó a ella y la abrió―. Bienvenida a tu nuevo hogar, Ángela.

―Gra... ¿Gracias?

Él sonrió algo burlón.

―De nada, si necesitas algo, este timbre llama a los sirvientes.

―Mmm... Gracias.

―¿Alguna duda?

―No.

―No te veo muy convencida, ¿algo que quieras preguntar?

―¿De verdad aquí no hay fantasmas?

―¿Quieres que haya?

―¡No!

―Quédate tranquila, aquí no hay ningún fantasma, ni espectro ni nada que se le parezca. Igual puedes mandarme un mensaje si algo te asusta, o un SOS.

―¿Y cómo? No tengo tu número ni mi celular.

Él se sacó del bolsillo mi teléfono móvil y me lo entregó.

―Dejé registrado mi número y también soy tu auxilio en caso de emergencias.

―¿Te metiste a mi celular?

―Te dije que lo había hecho. Dudo que José te pueda ayudar aquí, Ángela.

―Ni siquiera sé qué decirte.

―¿Gracias? Podría ser, ¿no?

―¿Por qué? ¿Por haber robado mi celular y haberlo revisado? Seguro que borraste el número de mi amigo también.

―No, no lo hice.

―No, definitivamente no sé qué decirte.

―Ya te lo dije. Gracias.

―No era esa la palabra en la que estaba pensando.

―¿Cuál era si se puede saber?

―No.

―Debe ser muy mala si me lo ocultas, ¿o me vas a acusar con papá?

―No.

―Qué bien, yo no he hecho nada, incluso te devolví tu teléfono.

―Buenas noches, gracias.

―Buenas noches, Angela, que descanses; ya sabes, solo mándame un SOS, no hay fantasmas aquí, pero uno nunca sabe, quizás están acostumbrados con nosotros, tú eres una extraña y a ti sí se te aparezcan.

―Imbécil.

―¿Por qué? ¿Te estoy asustando?

No contesté, ¡claro que me estaba asustando!

―Yo duermo allí al frente, mi papá en el de allá y David en el del fondo. No te preocupes, esta es una casa muy segura, no hay fantasmas ni ladrones, puedes dormir tranquila, pero ya sabes, si tienes pesadillas, te sientes mal o algo te atemoriza, me llamas, no importa la hora. Buenas noches.

―Buenas noches.

Yo lo miré hasta que llegó a su puerta y la abrió, él se volvió a mirarme, me hizo un gesto con la mano y se entró. Yo hice lo mismo.

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