Capítulo 3

Pese al impasse, disfruté de la comida. David era muy parlanchín y alegre, por lo que me acoplé de inmediato a su carácter y nos contamos anécdotas de niños. Gabriel parecía ajeno a la conversación y Ángelo parecía disfrutar mucho de la charla.

Al finalizar, mi padre nos invitó al bajativo en la sala.

―¿Qué quieres beber, hija?

―No sé, yo nunca tomo alcohol.

―¿Te gusta algo?

―La menta podría gustarle, papá ―dijo Gabriel.

―Tienes razón.

Me sirvió un vasito de menta y me lo extendió, le di un sorbo y arrugué toda mi cara.

―Está rico, pero fuerte ―dije algo atorada.

David se largó a reír.

―Menos mal que no estábamos en una fiesta de gala. Tendrás que acostumbrarte, no puedes poner esa cara cuando te sirvan un trago ―se burló.

―¿Fiesta de gala? La única fiesta de gala a la que he ido es la de mi cuarto medio, por obligación y no fue nada agradable, aparte de que dudo mucho que sea como la que ustedes acostumbran. Yo no voy a ir a ninguna fiesta, ni de gala ni de las otras.

―Cuando seas mi hija oficialmente, tendrás que asistir.

―Puedo ser su hija no oficial.

―¿Quieres ser una bastarda?

―Es lo que he sido toda mi vida ―respondí herida.

―Lo siento, no quería decirlo de esa forma, es que ahora que te encontré, quiero que todo el mundo sepa que tú eres mi hija, pero con toda la ley, no solo de nombre.

―Yo le dije, al llegar aquí, que yo no pertenezco a este mundo.

―Pero ¡eres mi hija!

―¿Y por eso tengo que cambiar quién soy?

―No, claro que no ―admitió.

―Yo le agradezco esto, el que me haya buscado y me haya contado, pero yo no pertenezco a su mundo, lo único que haría sería avergonzarlos, a los tres, yo no soy de este mundo, soy la chica del aseo, la invisible, la bastarda. ¡Ni siquiera sabría comer como ustedes! Si no lo necesité antes, no lo necesito ahora.

―Eres muy malagradecida ―replicó Gabriel.

Me sentí como gata herida, ni siquiera podía responderle porque ¡no entendía su nombre!

―Hijo... ―reprendió Ángelo.

―No quiero su dinero, ni su estatus, yo solo quería un papá y durante mucho tiempo creí que me había abandonado, ahora me entero de que no, y eso me basta. No puedo irme con ustedes, ni siquiera sé dónde viven o de qué. No soy parte de ustedes. Nunca lo seré.

―Hija, piénsalo, quédate aquí esta noche, nosotros nos vamos pasado mañana. Quédate. Esta es tu casa, puedes quedarte el tiempo que quieras.

Le di otro sorbo a mi vaso y volví a sentirlo amargo.

―Me quedaré estos días hasta que se vayan, pero no después. Esta casa es demasiado para mí, si me quedo, será para saber más de ustedes y tomar una decisión.

―Eso basta por el momento ―aceptó mi padre.

―Hermanita, esto no es fácil para ti, pero verás que no es tan terrible como lo ves ahora; somos muy simpáticos ―me dijo David con tono guasón. 

―Sí, hace apenas una semana perdí a mi mamá y ahora apareció mi papá y tengo dos hermanos mega millonarios. Para muchos podría ser algo maravilloso, pero yo siento que mi mundo se puso de cabeza, que todo lo que he vivido ha sido una mentira.

―Es verdad, tu mamá no está para aclarar algunas cosas, pero ¿qué se puede hacer? El pasado no se puede cambiar, pero tu futuro puede ser muy diferente ―replicó Gabriel―. ¿Te imaginas si tu papá no quisiera saber nada de ti? ¿O si te hubiese traído aquí solo para enrostrarte en la cara que eres una bastarda?

―Tienes razón. ―Bajé la cabeza.

―Descansa esta noche ―me dijo Ángelo―, mañana podemos hablar con más calma.

―Sí, me duele un poco la cabeza y estoy algo mareada, creo que el trago estaba muy fuerte.

―Yo te llevo a tu habitación, hermanita ―ofreció David.

―Gracias. Buenas noches ―dije en general.

Ángelo llegó de dos zancadas hasta mí.

―Buenas noches, hija, que descanses―. Me dio un beso en la frente y luego me abrazó, yo me agarré de su chaqueta y lloré. No podía creer que mi papá estaba allí conmigo y me quería. Tanto tiempo pensé que él nos había abandonado y me estaba ofreciendo el mundo. Pero mi mamá se había ido. ¿Por qué no los pude tener a ambos?

Él me dejó llorar en sus brazos hasta que me calmé.

―Perdón ―atiné a decir.

―Ve a dormir, cariño, descansa. Buenas noches.

Me dio un beso en la frente y yo seguí a David.

Llegué a la habitación que me habían arreglado, pero no podía dormir. Volví a la sala, no me gustaba dar vueltas de trompo en la cama. Me senté frente a la chimenea y pensé y pensé y pensé. El vaivén del fuego me calmaba, la verdad es que no me sentía bien, la cabeza la tenía abombada, estaba un poco mareada.

Si hubiese estado en mi casa, seguro estaría pasando frío, con los gastos del cementerio de mi mamá, ese mes me había quedado sin dinero y no tenía calefacción.

Sentí pasos y me levanté rauda.

―Si piensas robar e irte sin que nos demos cuenta... te aviso que es imposible ―me dijo Gabriel no de buen modo.

―¿Cómo podría robar algo que es mío? ―espeté con altanería.

―Ya se me hacía raro que no sacaras las garras.

―¿Qué quieres decir?

―Que estuvo buena la escenita de niña a la que no le importa el dinero, pero yo no te la creí.

―No me interesa el dinero.

―Así y todo te quieres adueñar de esta casa.

―No es así.

―¿No acabas de decir que todo lo que hay aquí es tuyo?

―Porque tú me trataste de ladrona.

―¿Quién es José? ―me preguntó cambiando el tema.

―¿Qué?

―José, ¿es tu novio?

―No tengo novio.

―Estaba muy preocupado porque le enviaste un mensaje SOS.

Yo cerré los ojos, se lo había mandado en el auto.

―Yo creí que me estabas secuestrando para matarme.

―Sí, lo sé, lo que te pregunto es por qué a él.

―Porque es hombre y es mi único amigo.

―Amigo, ¿con derechos?

―No soy de esas.

―Por favor, todas lo son.

―No sé qué clase de mujeres ha conocido usted, pero yo no soy así, José es mi mejor amigo y es mi compañero de trabajo, nada más.

―Ah, bueno, si tú lo dices.

Él se dio la vuelta para marcharse, pero yo lo detuve del brazo.

―¿Qué tienes en mi contra? ―lo enfrenté.

―¿En tu contra? Nada.

―¿Entonces?

―Es tu actitud con mi papá lo que no me gusta. Él te buscó porque te quiere, podría pedirte una prueba de ADN, sin embargo, cree a pies juntillas que tú eres su hija y te recibe con los brazos abiertos, te ofrece todo lo que tiene y, tú, ¿qué haces?, lo rechazas como si fuera el culpable de no haber estado contigo todos estos años.

Yo bajé la cara, tenía razón.

―Podría haberte rechazado, podría haberse hecho el desentendido, pero no, te buscó para estar contigo. ¿Sabes lo que hizo mi padre conmigo y con mi hermano? Nos repudió, nos dijo que éramos un estorbo en su vida y su carrera, que detestaba a mi madre y que su matrimonio con ella había sido lo peor que lo habían obligado a hacer.

―Yo... no... sabía ―tartamudeé con dificultad.

―Y no tenías por qué, acabamos de conocernos. Por eso Ángelo es mi papá ahora, él recogió a mi mamá casi del suelo, no le importó la vergüenza pública de ella, nos adoptó como hijos y así nos crio. Y ahora vienes tú y dices que no sabes si aceptar a tu propio padre como padre porque no sabía que tenía una hija, cuando corrió, literalmente, para encontrarte.

―Yo... No sé qué decir.

―No digas nada. Pasado mañana estarás fuera de nuestras vidas.

―¿Qué querías que hiciera?

―Aceptarlo como tu papá y punto. Aceptarnos como tu familia, pero ya veo que no lo harás.

Se zafó de mi mano y se fue con paso firme, muy enojado conmigo.

Me quedé en silencio, las lágrimas corrieron por mis mejillas. Estaba segura de que si hubiera aceptado de inmediato el cariño de mi papá me habría acusado de trepadora.

Me tiré al sofá y me cubrí con la manta que había bajado. Lloré durante varios minutos, hasta que me dormí.

―Hija, ¿qué haces aquí? ―Escuché que alguien me hablaba.

Abrí los ojos y vi a un extraño agachado a mi lado. Si no hubiera sido por el dolor de cabeza y que todo me daba vueltas, habría corrido. Solo después de unos segundos me percaté de que ese hombre era mi padre.

―¿Qué pasa, mi niña?

―Todo me da vueltas.

Y vinieron las náuseas, necesitaba ir al baño.

―Necesito... Necesito...

―Ven por acá

Me levantó y me llevó casi en andas hasta un pequeño baño de visitas. Yo me agaché a vomitar, él me afirmó el cabello. Al terminar, me levanté apenas y me lavé la cara y la boca. Estaba avergonzada, él no debería haber estado ahí ayudándome.

―Perdón ―me disculpé sin levantar la cabeza.

―No te preocupes, ¿te sientes mejor?

―No ―lloriqueé―, todo me da vueltas.

―Ven acá, mi amor, tranquilita.

Me tomó en sus brazos y me condujo al salón. Yo me abracé a su cuello. Era un hombre muy fuerte a pesar de la edad.

―Me siento tan mal ―me quejé.

―Ya va a pasar, mi amor. ¡Gabriel! ¡David! ―llamó a sus hijos.

―¿Qué pasa, papá? ―preguntó David.

―Es su hermana.

Todavía estaba en sus brazos.

―¿Qué le pasa?

―Está mareada, tiene náuseas y vómitos.

―A lo mejor tengo un tumor en la cabeza ―expresé asustada.

―No digas tonterías, debe ser el estrés, mi niña ―me consoló mi papá y me apretó más a él.

―Mi mamá murió de... un... tu... mor... al...

No alcancé a terminar la frase. Cuando desperté, Gabriel estaba a mi lado.

―¿Dónde estoy?

―Camino a la clínica.

―¿Qué? ―Miré alrededor, sí era una ambulancia, intenté levantarme, pero el paramédico y mi hermano me detuvieron.

―Debes quedarte quieta ―me ordenó Gabriel con tono duro.

Yo hice un puchero, no me sentía nada bien.

―Si te mueves, será peor ―me dijo en un tono más suave.

Me tomó la mano y miró hacia afuera. Se me cayeron unas lágrimas, pero él no se fijó.

Me hicieron un montón de cosas, exámenes tras exámenes. Después, llamaron a mi hermano.

―Los exámenes están bien ―dijo el doctor―, le hicimos unos exámenes de oído y también salió normal. ¿Quizás está bajo mucho estrés?

―Sí, su madre murió hace algunos días y se acaba de encontrar con su padre, el que no sabía que tenía una hija.

―Puede ser. De todas formas, le hicimos otros exámenes que estarán en unos días. Mientras tanto, le dejaré unos medicamentos para el vértigo que la ayudará a estar mejor. Sugiero que la lleven a un psicólogo, se ve algo deprimida, mucho llanto sin razón y si está en una situación complicada, podría ser peligroso para ella, ella podría ser un peligro para sí misma, ¿sí me entiende?

―Sí. Lo tomaremos en cuenta ―dijo mi querido hermano con una expresión molesta.

―Ya firmé el alta, pueden irse.

―Muchas gracias, doctor ―respondió Gabriel, yo no era capaz de hablar.

―De nada.

El médico se fue y entró una enfermera.

―Yo esperaré afuera ―dijo él y salió.

Al rato, me sacaron en una silla de ruedas, me llevaron hasta el automóvil, David estaba dentro. Nos sentamos los tres en el asiento trasero, me dejaron en medio.

―¿Cómo está? ¿Qué te dijeron? ―me preguntó David tomando mi mano, yo me sentía drogada.

―En la casa les cuento ―respondió Gabriel.

―No es nada, solo fue una tontería ―contesté.

―No fue una tontería y, con lo que dijo el médico, no te queda más opción que irte con nosotros.

―¿Qué?

―Eso. No puedes quedarte sola según el doctor y nosotros no podemos quedarnos.

Yo bajé la cara, derrotada, él no cejaría en su intento por llevarme con ellos quién sabe dónde.

―Tranquila, no será tan horrible, ya te lo dije, te cuidaremos muy bien ―replicó David.

―No es eso, pero mi vida, mi trabajo, mi casa, mi vida está aquí.

―Y José ―agregó Gabriel.

―¿Vas a seguir con eso? Sí, él es mi mejor amigo, debería llamarlo al menos, para darle una explicación.

―¿Qué clase de amigo es que tienes que darle explicaciones?

―No es que tenga que rendirle cuentas, pero debe estar muy preocupado, el último mensaje que le envié fue un SOS.

―No, yo le mandé un mensaje de que el teléfono se había vuelto loco, pero nada pasaba, que había aparecido tu papá y que verías qué onda con él.

―¿Te hiciste pasar por mí?

―Fue necesario.

―Eres un idiota.

―Sí, como digas, creo que José recibirá el mensaje de despedida hoy. Te vas a Escocia con nosotros ―sentenció, David acarició mi mano en silencio.

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