¿Quien eres tú?

Erika Camel

Luego de estar un rato fuera hablando telefónicamente con Julie regresé al salón  donde se estaba desarrollando el cóctel. Fui al baño, repasé mi maquillaje quedando otra vez impecable y me dispuse a salir para comerme al mundo, o a cierto CEO sensual en su defecto.

Caminé contoneando mis caderas sabiéndome sexy, mi cuerpo siempre había dado de que hablar entre la población masculina que me rodeaba, así que por qué no usar eso a mi favor por una vez en la vida. Me posicioné cerca del bar con un martini Bombay en mano y espere tranquilamente saboreando una aceituna que Derek Meyer se acercara por una bebida.

La noche era joven y mi paciencia inmensa, ¿qué podría salir mal?.

Estaba ataviada con un vestido rojo borgoña que le cortaría la respiración a cualquier hombre de 13 a 89 años que lograra una erección. El escote sobre mi pecho era importante, dejando a la vista otra buena parte de mis atributos.

Odiaba ofrecerme como carne, pero si algo había aprendido era que a los hombres se les lanzaba el anzuelo con el atractivo físico, y luego se le mantenía interesados con puro ingenio, y siendo modesta de las dos cosas me sobraban como para lograr mi cometido.

En algo tenía razón Julie, es que tenía que esperar que fuera él quien se acercara en primera instancia. No podía arriesgarme que por ser rivales en los negocios me insultara en público o que se pudiera vanagloriar luego que la “perra fría” como me llamaban a mis espaldas, estuviera tras sus huesos.

El momento esperado no tardó en llegar, lo vi aparecer en el ángulo de mi visión y cambie la pose por otra más atrevida. Capte el momento exacto en que me localizó con la mirada. «Me buscaba a mi» Me emocioné con la idea de que se sintiera impactado por mi, intrigado por conocerme. Él no  pudo evitar que una sonrisa iluminara su rostro  y comenzar a caminar hacia mi, desprendiéndose de las personas que lo acompañaban.

Me comencé a poner nerviosa, me arregle los mechones de pelo que me caían sobre el busto preparándome para recibirlo.

—Erika Camel, ¿por qué tan solá?— la sola mención de mi nombre me hizo estremecer. El miedo de ser descubierta me paralizó momentáneamente y sentí un frío recorriendo toda mi espina dorsal.  Emiliano Alberti me abordó por la espalda haciendo que los pelos se pusieran de punta.

Maldije por lo bajo y me obligué a sonreírle al recién llegado.

Tenía que deshacerme de él, o mi juego de seducción se iría por un tubo.

Si tan solo mencionaba mi nombre frente al Señor Mayer, hasta ahí llegarían mis planes de  conquistar al CEO.

—Emiliano, ¡cuanto tiempo!— musité entre dientes y sonreí fríamente. Emiliano fue un romance  del pasado, de cuando estábamos ambos  terminando la universidad. Terminamos cuando nos graduamos y cada cual siguió su camino. Él quería llevar las cosas muy a prisa, casarnos, tener hijos, sus planes inmediatos por aquel entonces eran que yo fuera una ama de casa gorda y feliz mientras que él conquistaba el mundo empresarial. De hecho para la fecha ya se ha casado dos veces y tiene tres hermosos hijos según supe.

—¿Necesitas compañía?— preguntó con su sonrisa de ángel. Sin duda siempre esa sonrisa había sido su carta de triunfo, pero sinceramente ya no me impresionaba.

—Si cariño, pero no la tuya— respondí tajantemente. En su rostro vi las intenciones de recordar viejos tiempos pero yo definitivamente tenía otros planes mucho más interesantes. «Planes Alemanes» para ser exactos.

—Veo que no has cambiado nada, sigues siendo la misma malcriada y arrogante que cuando te conocí.

—Por favor no digas nada más estúpido—pedí mordiéndome el labio inferior—Derek Meyer está justo detrás de ti y no quiero problemas.

Emiliano se volteó a mirar y el bombón alemán se detuvo dudando si acercarse o no. Volví a sonreírle haciéndome la tímida y disimulando lo contrariada que me sentía con la intromisión de Emiliano.

—¡Meyer! —Saludó Emiliano y yo quise que la teletransportación existiera en ese preciso instante. Y ahora ¿que hacía? ¿Dónde carajos me metía para que no delatara  mi nombre?.

Me llegó de la nada una idea, y rápidamente abandoné la barra disculpándome— ¡No se vayan, regreso ahora!—camine unos pasos sacando mi celular de la  pequeña cartera en forma de sobre que usaba,   planeaba fingir que hablaba por teléfono; pero en ese momento sucedió algo mucho mejor, los organizadores llamaron a congregarse y yo aproveché la cobertura para regresar a la barra casi a la carrera. No me creía que todo se me estuviera poniendo tan difícil. Por suerte Derek seguía allí apoyado a la barra, bebiendo un whisky que acababa de pedirle al bartender y devorándome con la vista.

—Pensé que nunca llegaría a ti— comentó sin poder apartar su vista de mi escote.

—Me encanto su disertación señor Meyer— pronuncie tomando asiento en la silla alta de su lado—. Fue muy... muy... no sé cómo explicarlo— musité coqueta jugando con mi cabello—Verá usted, amo a los hombres que disfrutan lo que hacen, y usted demostró en unos cuantos minutos cuanta pasión le puede poner a...

—Todo— me interrumpió él,— le pongo pasión a todo lo que me gusta—. Diciendo esta frase observó mi boca y casi caigo hipnotizada en la suya. —Llámeme Derek— pidió  pasando la lengua por el labio inferior para impedir que el whisky se derramara—Nada de señor Meyer — insistió con una sonrisa.

—Derek, te decía que me impresionó tu discurso.

—Entonces logre el objetivo primordial—alegó coqueto y me regaló otra de sus sonrisas.

Si de lejos me parecía una tentación demasiado fuerte, teniéndolo en frente era casi imposible no desear acercarme a él. ¡Santo Padre!

Ese hombre con par de segundos en mi vida, me había hecho olvidarme de todo. No me importaba si era el mismísimo diablo, solo  quería sentir esa masculinidad y esa fuerza que emanaba cerca de mi.

—¿Crees que deberíamos acercarnos al grupo?— inquirí volteándome un poco a observar al resto de los participantes que estaban congregados aún en el centro del salón.

—Creo que más bien deberíamos aprovechar este momento y huir de aquí en el anonimato— expresó con expresión conocedora y asentí con la cabeza.

—¿Y a donde iríamos?— pregunté mordiendo mis labios de forma seductora.

—A donde digas, solo a un lugar que no seamos el blanco de tantas miradas— comentó terminándose el whisky de un trago. —Creo que he perdido la práctica a la hora de tratar señoritas. Perdón por la falta de tacto y si te ofende mi oferta.

—Más bien me parece que este evento es un poco aburrido y que la podemos pasar mejor solos...—hice una pausa y pase saliva— ¿Te parece bien el Lobby Bar  de mi hotel?— yo también estaba un poco oxidada en las más básicas técnicas de flirteo moderno, pero si algo tenía claro era que la mejor forma de librarme de la tentación era cayendo en ella.

Derek Meyer

Cuando la vi en la barra supuse que tenía el camino libre, idea que se desmoronó cuando la abordó  de la nada  el  casanovas Emiliano Alberti, ese hombre era un depredador de damas con estilo. Aún así estaba en una disyuntiva, feliz de que no se hubiera marchado, pero con la incertidumbre de no saber si era la pareja de la noche del hombre a su lado.

Aún sintiéndome frustrado me acerque por un trago. La noche sería bastante aburrida, Dominico se había retirado con su "contacto”, que resultó llevando  un vestido impactante; cuando vi a su informante comprendí el porque de mantenerse al tanto de todo lo que ocurría en el evento . El muy pícaro solo estaba buscando un pretexto para estar en contacto con esa mujer.

Tan pronto llegue a la barra, la mujer de los labios rojos se disculpó y se alejó un instante. Alberti se marchó y en ese momento vi los cielos abiertos. No estaban juntos, ella estaba disponible para ser conquistada y yo dispuesto a conquistarla.

Cuando la atracción y la lujuria se unen en un momento que inunda todos nuestros sentidos y nos atrapa es demasiado difícil escapar. Más bien diría que es como una cárcel con siete candados que nos amarra a un cuerpo desnudo y a una mente abierta que nos conquista y nos hace vibrar.

Hacía demasiado tiempo que no intentaba conquistar a una mujer, respetaba mi compromiso con Rocci, pero ahora ese compromiso no existía. Rocci había terminado conmigo en medio de un berrinche y... por otra parte estaba esta dama que me hizo sentir algo distinto con su mera forma de observarme. Había olvidado lo bien que se sentía ser mirado de esa manera, de una  manera sutil me hizo sentir su deseo, me hizo sentir importante. Era evidente que esa mujer quien quiera que fuese, tenía las piernas cerradas pero la mente muy abierta.

El transcurso de la noche nos diría su valía verdaderamente a pena abrirle las piernas para mi.

{***}

— ¿Te parece bien el Lobby Bar  de mi hotel?— preguntó ella y me pareció perfecta su proposición. Era el lugar indicado sin duda se relajaría allí y si algo tenía que pasar entre nosotros esa sería la antesala perfecta. Tambien de esa forma nos quitaríamos de su lado la prensa que cubría los eventos empresariales. No tenía idea quien era ella, ni que cargo ocupaba en su empresa como para estar en esta convención tan exclusiva, pero parece una mujer emprendedora e inteligente, podía ser blanco del interés de los periódicos; mi caso era distinto, si de algo estaba seguro era que la revista Foster  me sacaría en sus titulares si a penas a unos días de la cancelación de mi matrimonio se me viera con una bella dama.

Ambos debíamos tener presente algo, lo que pasara en Francfort, se quedaba en Francfort. Esas eran las pautas de cualquier relación de adultos.

Me puse de pie y le ofrecí mi brazo para salir de un modo casi furtivo, mientras que el resto d e los asistentes estaban entretenidos.

Salimos en la calle en silencio, yo estaba excitado con el sencillo tacto de su mano sobre mi brazo. Era electrizante sentir sus dedos finos y hermosos sobre la tela de mi saco.

Tomamos un taxi y ella le proporcionó el nombre del hotel en lugar de la dirección. Su acento era como el de los nativos de la gran manzana, podía ser idea que me estuviera haciendo en mi mente. Nunca había visto a esa mujer en New York en ningún evento.

—¿De dónde eres?—pregunté detallando las  facciones de su rostro, y el contraste perfecto de  su cabello negro con la piel de alabastro. Esa mujer era una jodida pintura de Van Gogh toda llena de colores y contornos, ya me podía imaginar la silueta de su piel enmarcada en sábanas de seda.

—Manhattan— respondió dudosa.

—Nunca te he visto en ninguna junta— solté sorprendido de no haberla visto nunca .

—No acostumbró a ir a juntas. Siempre va otra persona en mi lugar—expresó y me esquivo la vista.

—Si, pero ¿dónde trabajas? No tomes a mal mi curiosidad, pero me parece demasiado extraño, es imposible que me haya cruzado contigo y no te recuerde— insistí de verdad intrigado. Ella era una de esa mujeres que activan mis sentidos, su cuerpo, el tono de su voz, sus curvas... toda ella era como una bomba atacando mis instintos pasionales. Era imposible que me pudiera pasar desapercibida, aún siendo un hombre comprometido, no estaba ciego.

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