(cap 3) Despierta (1)

Todos están sentados. La cena esta noche es amena y un tanto rápida. Un clima tranquilo y sin discusión. Elizabeth, Adrián y Thomas se miran con ansiedad, todos quieren seguir con la tarea que se asignaron.

Ni bien terminan de dar su último bocado se despiden de los mayores y suben otra vez a su cuarto, que a esta altura ya bien podrían llamarlo su “guarida”. Elizabeth, después de esperar tan solo unos minutos, sigue el camino de los amigos. Sus pasos por la escalera son extrañamente ruidosos, más que de costumbre, como anunciándose al andar. Ahora, caminando por el pasillo que distribuye a las habitaciones, ya es más evidente que quiere hacerse escuchar cuando decide comenzar a silbar una canción carente de ritmo. Al momento en que pasa por delante de la “guarida” la puerta se abre y de allí sale una mano que sostiene el poema hallado dentro del cofre. Eli lo toma y con una sonrisa en su rostro apura su paso y la puerta de su cuarto se cierra con llave luego de entrar.

En la sala, Margareth y Robert hacen sobremesa mientras toman un negro café.

—Si mañana siguen con fiebre hay que llevarlos al médico. —Margareth deja salir su preocupación de madre con ambos.

—¿Te parece? —cuestiona su marido —. Es solo una simple gripe, además, si viven pegados como siameses es obvio que uno iba a contagiar al otro —agrega.

Aunque Margareth sabe que estuvieron fuera al momento de la tormenta de ayer, por lo cual es más que lógico una buena gripe, no puede contener su preocupación. Pero las palabras de Robert lograban darle algo de tranquilidad.

—Bueno, vamos a ver como amanecen —dijo la mujer antes de dar un sorbo a su café.

Robert acaricia la mano de su mujer, aquella que no sostiene la taza, la que dejó reposando sobre la mesa.

—¿No te parece extraño que los tres hayan estado tan callados durante la cena? —le dice en voz baja a su mujer. Eso sí es algo poco habitual, no había día que los hermanos armen alguna discusión. Cosa de hermanos.

—Ay, Robert —contesta mientras sonríe y afirma —. Ellos son extraños.

Mientras tanto, en la habitación de Thomas, los amigos ya están acostados y dispuestos a dormir. La búsqueda de información, sumada a una fiebre muy alta como la que tienen los ha dejado exhaustos. Ambos concluyen que lo mejor es descansar y levantarse temprano para continuar con la búsqueda con la cabeza más despejada. Así lo hicieron, quitaron los abrigos de sus camas para evitar levantar aún más temperatura, apagaron las luces y ya están abatidos por un profundo sueño. En cambio, Elizabet, no planea lo mismo. Antes de acomodarse en su cuarto baja en busca de una jarra de café, se excusa que va a quedarse haciendo tareas para el colegio. No preguntaron mucho sus padres ya que es algo que hace frecuentemente, pero esta vez, la tarea es un asunto tan diferente como enigmática.

Después de cerrar su puerta se acomoda rápidamente en su escritorio. A la izquierda tiene su jarra de café, a su derecha su taza preferida ya humeando, esa que tanto le gusta, la que está decorada con flores azules, y frente a ella, ese bendito poema, el cual ya había mutado para transformarse en un acertijo. No sabe cuánto va a descifrar, pero así esté toda la noche despierta no se va a quedar solo con los dos primeros renglones.

La noche pasa velozmente, ella sigue desglosando el poema y tomando un sinfín de anotaciones en su cuaderno. En la habitación contigua, los amigos dormidos son iluminados tan solo por la luna, que ingresa a través de la ventana. La misma, evidencia una gota que aparece. La frente de Thomas comienza a humedecerse. Al igual que la noche anterior, sus extremidades comienzan a temblar. Esta vez los temblores parecen más fuertes y comienzan a incrementar su intensidad, llegando al punto en que ahora todo su cuerpo está convulsionando. En su cabeza, una oscuridad total. Al cabo de unos segundos de tremendos sacudones, Thomas cae de su cama y su cara da contra el suelo. Dolorido abre sus ojos, no puede distinguir nada con claridad. Atontado como está, logra darse vuelta, quedando su espalda pegada al piso. Ahora lleva su mano derecha hacia su pómulo, al tocarlo siente un dolor ardiente, el suelo duro como roca y la fuerza de gravedad se encargaron de hacerle un corte en su pómulo, lugar delicado para aguantar todo su peso.

El corte es tan notorio, que pareciera que se hubiera golpeado contra la punta de algo, formando una L, con su parte más larga subrayando su párpado inferior izquierdo y la más corta bajando del lado contrario al lagrimal. Toca el corte con su dedo índice y anular, está húmedo. Coloca su mano delante de él, intenta ver, aunque no logra distinguir nada con la visión nublada, sabe perfectamente que está sangrando. En ese momento alguien ingresa a la habitación, Thomas atontado por el golpe entrecierra sus ojos tratando de distinguir quién es esa persona que se acerca a él. Puede distinguir que es una mujer y lleva un largo vestido, al parecer es de color azul.

A medida que la mujer avanza la visión de Thomas mejora lentamente, intenta mirar a su alrededor. De pronto, su habitación parece más oscura, percibe un olor a humedad, como a encierro y, ¿dónde está Adrián? Thomas es ayudado y devuelto a su cama.

—Hermano, no puedo creer que estés despierto y al parecer te has lastimado. —dice al momento en que sus cabellos rubios se hacen a un lado y dejan al descubierto su rostro.

—¿Eli…. eres tú? —balbucea como puede.

—Shhhhh, acuéstate. Ahora vengo a curar esa herida. —promete su hermana.

Ni bien sale de la habitación Thomas cierra lentamente sus ojos y vuelve a quedar profundamente dormido.

Los primeros rayos del sol ingresan por la ventana y dan justo en la cara de Adrián quien despierta lentamente, da un gran bostezo y comienza a refregarse los ojos con las manos, así como cuando pareciera que alguien o algo no te permite dejar de hacerlo y a tal punto que puedes llegar a desordenarte la cara. Se sienta en el colchón, mira hacia su derecha y lo que ve lo hace levantarse de un salto. La almohada de Thomas está ensangrentada, al igual que la parte izquierda de su rostro.

—Thomas. —lo llama en voz baja y moviéndole el hombro, no hay respuesta— Ey, amigo. —dice en un tono más alto, sigue sin responder y Adrián comienza a inquietarse. Ya ambas manos sacuden a Thomas —¡Amigo despiértate! —grita exaltado en compas con los sacudones. Thomas reacciona de golpe y asustado.

—¡Espera, espera! ¿qué te sucede? —no entiende bien que es lo que pasa.

Adrián al ver que su amigo reacciona logra calmarse un poco.

—Estuviste sangrando. —se nota que no fue algo reciente ya que la sangre está seca, claramente le había sucedido durante la noche. Thomas levanta la mirada y mira fijamente a Adrián, un recuerdo vino a su mente. Es ahí cuando siente un ardor. Levanta su mano y comprueba el estado de su pómulo izquierdo.

—Entonces no fue un sueño. —dice con cara de asombro a su amigo. Su cabeza está confusa, no puede diferenciar con claridad lo que fue real de lo que no—. Elizabeth debería haberme curado.

El alboroto llegó hasta el cuarto de Elizabeth, quien corriendo ingresa a ver qué sucede.

—¿Qué pasa que hay tanto grito? —cuestiona ya en la habitación.

—¡Tú, nena! —grita sentado en su cama y con su dedo índice apuntando a su hermana —¡Dijiste que ibas a curar mi herida! —Elizabeth queda impresionada al ver la sangre de su hermano, y Adrián… inmóvil como siempre.

—¿Te hizo mal el golpe nene? —cuestiona—. Yo recién me despierto y ni loca andaría por tu cuarto de noche. —Ahora Thomas está realmente desconcertado. Su hermana cae en la gravedad de la situación al ver la almohada con un manchón carmesí.

—Quédate acostado. —solicita a su hermano y sale de la habitación.

—¿Tú has dormido bien? —le pregunta a Adrián mientras él lo mira con su mejor cara de sorprendido, boquiabierto y con los ojos desorbitados observándolo sin decir una palabra.

—Te hice una pregunta. —insiste al ver lo congelado que está.

—Sí, sí, sí, yo dormí bien —asiente con su cabeza—. Evidentemente… tú no —responde sin salir de su asombro.

—Déjame que reacomode un par de cosas en mi cabeza y te cuento.

Elizabeth ya está de vuelta, con un botiquín de primeros auxilios en la mano, con la ayuda de Adrián atienden a ese pómulo cortado. Ni bien terminan de limpiar y desinfectar la herida, deciden llamar a sus padres, quienes todavía dormían. Margareth es la primera en llegar a la habitación y con ella, otra de sus obviedades.

—¡Hijo, te cortaste el pómulo! —exclama. A Thomas ye le causa una gracia particular escuchar a su madre decir esas cosas, por lo menos, aquello logra sacarle una sonrisa. —¡¡¡Robert!!! —grita con fuerza— ¡Hay que llevarlo al doctor! —El padre acude al llamado rápidamente.

—Pero si es solo un rasguño, ¿no Thomas? —dice mientras termina de meter su camisa dentro del pantalón. Thomas se limita a contestar solo asentando con la cabeza, pero la verdad es que necesita algunos puntos para cerrar esa herida.

Deciden ir los cinco juntos al hospital de Calm River y lo hacen en el auto de Robert.

—¿Estás bien hijo? —pregunta Margareth luego de girar la cabeza en el asiento delantero, el del acompañante. Thomas está detrás, sentado entre su amigo y su hermana como si fueran escoltas.

—Estoy bien ma —responde ya cansado de la misma pregunta—. Me caí de la cama no me amputaron una mano. —se nota el fastidio en su voz. Ya bastante tiene con el golpe, que por más que se haga el hombre, ese tajo duele y mucho.

—Bien lo tuyo ¡eh! —Robert lo mira por el espejo retrovisor—. Un domingo al hospital, linda salida en familia. —no es moneda corriente que Robert provoque risas, pero por unos segundos, nadie se abstiene. Hay que aprovechar el acontecimiento de un comentario así.

Una vez llegados al hospital, quien los recibe es Sophia, en el escritorio de entrada.

—Margareth, ¿qué pasó? —pregunta preocupada ni bien ponen un pie dentro del recinto. Calm River no es un pueblo muy grande y Sophia conocía a la gran parte de sus habitantes, por no decir la totalidad, ya que trabaja en la recepción del único hospital del pueblo. Enseguida se percata de la L sangrante en el pómulo de Thomas, claramente se encuentra mucho más calmada que la familia, para ella, esta es una situación de lo más habitual.

—Enseguida llamo al doctor Parker —dice antes de escabullirse rápidamente en los silenciosos y blancos pasillos. El señor Parker es el médico por excelencia elegido por los Tindergar, un profesional altamente experimentado ya con unos cuarenta años ejerciendo la profesión.

—Buen día familia. —saluda el doctor y automáticamente se dispone a examinar la cara de Thomas—. Ven, vamos a la sala de cirugía que tenemos que hacerle algunos puntos para cerrar el corte. —Apoya su mano en el hombro del muchacho y juntos se dirigen hacia allí. Mientras, la familia aguarda en la sala de espera, ya más calmados debido a la presencia de Parker.

El doctor está preparando y esterilizando la aguja a utilizar.

—Tienes un poco de fiebre, puede ser por el golpe. —busca algo de charla, tratando de que el muchacho pueda evadir que, en breve, estará siendo cocida su cara cual matambre en época de fiestas. Quejándose, entre puntada y puntada, el joven le cuenta a su doctor que Adrián se siente de la misma manera. El doctor diagnostica una simple gripe, asociada a la tormenta que cayó sobre ellos.

Parker da la última puntada.

—¿Va a quedar cicatriz? —pregunta el paciente mientras toca la costura.

—Mi deber no me deja mentirte Thomas —enseguida deja ver su cara de preocupación—. Te va a quedar “la” cicatriz. —Del solo hecho de imaginarse que en plena adolescencia y de por vida llevaría tal marca en su rostro le genera inseguridad, intenta imaginar que una cicatriz lo haría ver más rudo, pero a lo que respecta a las mujeres… no cree que pueda ayudarlo con eso.

Ambos salen de la sala y Thomas se dirige hacia donde se encuentra Eli conversando con Adrián. Su amigo se levanta apurado de aquella incomoda silla de espera, ansioso por ver cómo quedó la costura.

—A partir de hoy vas a ser Thomas el “cara de alcancía”—Eli suelta una carcajada que retumba en todo el hospital mientras agarra su panza. Sus padres no están para callarla, ellos hablan con Parker, la única que se encuentra cerca de los jóvenes es la recepcionista Sophia quien, replicando la imagen del cuadro a sus espaldas, con el dedo índice apoyado en sus labios le indica a la niña que guarde silencio.

—Desde el sábado temprano que están con fiebre doctor —le informa Margareth y Parker los pone al tanto de la confesión de Thomas, de haber estado bajo la tormenta la noche anterior a la temperatura, es probable que se deba a eso, una simple gripe.

—Te lo dije mujer —alega Robert —. Te preocupas demasiado.

—Si llegan a seguir con temperatura vengan a verme. —dice el doctor Parker antes de despedirse.

Ya todos están nuevamente en el auto de regreso cuando, Margareth pide a su hijo que ni bien llegue vaya a descansar. De camino a casa dejaran a Adrián en la suya para que haga lo mismo.

Adrián, luego de entrar a su casa, sostiene una breve conversación con su madre, donde le cuenta de manera muy resumida lo sucedido.

—Ve a descansar hijo, tienes una cara…. —Al muchacho le agarró un sueño inexplicablemente rotundo, si bien había dormido toda la noche, sus ojos se cierran sin el más mínimo esfuerzo. ¿Será las corridas de la mañana? ¿será la fiebre? ¿O habrá algo más? 

Sube a su cuarto, cierra bien las ventanas, de manera que no entre ni el más pequeño rastro de sol, se acuesta con lo que lleva puesto y queda profundamente dormido.

Los Tindergar ya están en su casa, Margareth se dirige a la cocina, alguien tiene que preparar el almuerzo y la verdad que a Robert lo de cocinar nunca se le dio muy bien, es más, él ya está ubicado en su sillón favorito, ese que se encuentra cerca de la chimenea, con sus piernas estiradas y los pies encima de una mesa ratona que tiene enfrente. A un lado de él, sobre el apoyabrazos derecho está el control del televisor, del lado izquierdo su diario. Mira el control, luego mira el diario, vuelve a mirar uno y luego el otro, ¿Quién ganará esta vez? Luego de un par de miradas, la caja boba gana otra vez, después de un comienzo de domingo como el que tuvo, lo que menos tiene es ganas de pensar.

En la mesa solo se encuentran los hermanos.

—Dime que has descubierto algo más —le susurra ansioso mientras sigue tocándose la herida perfectamente cocida. Elizabeth, que está sentada frente a él se encima en la mesa.

—Sinceramente hermanito, no pude averiguar más —ella le explica que el poema, aparentemente, son puras situaciones que hasta el momento son inentendibles, se habla de elecciones, tinta que brota, diferentes realidades, pero aún no encuentra una lógica a aquellos versos.

—¡¿Ma, falta mucho para comer?! —grita Thomas.

—Sí hijo, falta mucho, recién comienzo a preparar. —Margareth piensa que la está apurando para comer, pero en esta ocasión es todo lo contrario.

—¡Buenísimo! —dice Thomas—. Vamos arriba, tengo que contarte algo. —le cuchichea a su hermana. O la cara de Thomas es muy evidente o Eli intuye perfectamente que él sí pudo averiguar algo más. Una vez en la habitación, Thomas le cuenta lo sucedido, de lo único que tiene certeza es que el corte se lo hizo al caerse de la cama.

—Estuve prácticamente toda la noche despierta —comenta Elizabeth al escuchar lo acontecido—. En ningún momento escuché algún golpe. —Al ver que su hermana descree de donde dice provenir la herida, pasa a contarle que ella fue quien lo socorrió y nombra también el haberla visto con un vestido azul.

—¿Yo con vestido? —eso sí le causa gracia—. Claramente fue un sueño. —eso sí era raro, Elizabeth no había usado vestido ni para su fiesta de quince años.

Muchas fueron las cosas extrañas aquella noche, sumado a que Eli no había escuchado nada estando pegada a su habitación, aquel cuarto que apenas alcanzó a ver Thomas se veía muy diferente al que ahora se encuentra. Sin contar, que el lado izquierdo de su cama da contra la pared, por ende, cayó del lado derecho, de ser así, debería haberse caído sobre Adrián y en aquel cuarto no había rastros de su amigo.

—¡Espera! — Elizabeth se exalta y saca de su bolsillo el poema. Thomas la mira con cara de espanto.

—¿En el bolsillo lo llevas? —sus ojos están abiertos a más no poder¿Estás loca? —cuestiona enfadado, con la punta del dedo índice sobre su sien.

—Tranquilo hermanito, está a salvo conmigo. —contesta y se pone a leerlo una vez más. Aunque ya lo sabe de memoria, necesita constatar lo que vino a su mente. Luego de leer un trozo de aquel papel levanta su mirada y mira fijamente a su hermano, así se queda, no reacciona, ni una palabra sale de su pequeña boca. Thomas se queda esperando, parece petrificada, parece más una actitud de Adrián que de ella. El muchacho levanta su ceja izquierda y cuando va a preguntar que le sucede, de la boca de su hermana salen expulsadas tan solo tres palabras.

—Dos cuerpos ocuparás. —esas tres palabras que hasta ahora carecían de sentido pasaron a ser una idea tan retorcida como lo son los hechos que vienen sucediendo.

Pensar en estar en dos lugares diferentes parece una locura, pero como vienen las cosas, es tan creíble como pensar que fue solo un sueño.

El debate entre los hermanos Tindergar fue interminable, hubo momentos en donde estuvieron de acuerdo y otros en donde creyeron que estaban totalmente locos por pensar una cosa así, y no faltó oportunidad para que Thomas pueda seguir burlándose de su hermana con el vestido azul.

Una investigación, una locura y muchas carcajadas son los ingredientes ideales para una relación casi perfecta entre ellos.

Mientras Elizabeth busca en internet, Thomas inspecciona nuevamente el cofre. Al cabo de un rato, el silencio se rompe con una pregunta.

—¿No me vas a hablar nunca de Mathew? —evidentemente Thomas tiene por fin esa sensación de cercanía que deberían tener dos hermanos. La cara de Eli lo dijo todo. Su asombro denota que en parte le encanta escuchar esa pregunta de su hermano, pero a la vez, le da mucha vergüenza hablarlo con él. Levanta su mirada y al correr un mechón de su rubio cabello contesta con otra pregunta.

—¿Estás seguro de que quieres que te cuente?

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