(cap 1) El hallazgo (2)

El sonido de un portazo lo despierta. Thomas está con sus manos sobre las costillas. Todavía siente el ardor <<que locura>> piensa mientras gotas de transpiración recorren su rostro.

—Eso fue tan real… tendré que dejar de jugar a ese juego.

El joven había tenido lo que se conoce como un sueño lúcido. Aquellos sueños que se sienten tan reales que, al despertar, por unos instantes, dudas si realmente estabas soñando.

Thomas había vivido, en primera persona la misma situación que había jugado junto a su amigo unas horas atrás. Aunque en su sueño pudo avanzar un poco más.

No tiene manera de saber si eso que acaba de soñar, es lo que sucederá en el juego. De lo que está seguro, es que ese dolor en las costillas se siente muy real. Tan real que, más allá del tacto, sus ojos tienen que comprobar que sus costillas no están al aire.

De pronto escucha unos pasos apurados que suben por la escalera, acompañados por un llanto y, por último, otro portazo que resuena en una de las paredes de su habitación. Sobresaltado, mira el reloj que marca las dos de la madrugada. Decide levantarse y salir a ver qué sucede. El segundo portazo sonó desde la derecha, donde se encuentra ubicado el cuarto de su hermana. Sin vacilar se dirige hacia allí.

—¿Elizabeth, te encuentras bien? —pregunta con preocupación.

—¡Vete, déjame tranquila!

Thomas intenta abrir la puerta en vano. Se encuentra cerrada con llave.

—Dale nena déjame entrar. —insiste mientras escucha un llanto ahogado contra la almohada.

Intenta dos veces más y al no recibir respuesta se sienta en el suelo, con la espalda contra la puerta. Al cabo de unos minutos el llanto ya no se alcanza a oír.

De repente y sin previo aviso, la puerta se abre, dejándolo tendido de espaldas contra el suelo y a los pies de su hermana, quien lo mira con el maquillaje corrido por el llanto.

—¿Todavía estás aquí? —pregunta con la cara más triste que una niña puede tener.

Claro que estoy aquí, soy tu hermano ¿Quieres que me vaya a dormir cuando entras llorando como una loca?

Ella no tiene más remedio que invitarlo a pasar, cerrando tras él, la puerta con llave nuevamente.

Una vez allí, Elizabeth se deja caer en los hombros de su hermano, rompiendo en llanto una vez más.

—¿Qué sucede Eli? —le pregunta mientras seca sus lágrimas de angustia. Si bien no son los mejores hermanos, hay mucho cariño entre ellos.

—¡Soy una estúpida! No debería haber ido. suelta a su hermano y se deja caer en la cama.

—¿Te peleaste con tu amiga? —su tono irónico es claro.

—No te hagas. Sabes muy bien que no estuve con ninguna amiga —confiesa con ánimos de contar lo sucedido—. Es ese bobo de Mathew —enseguida se retracta—. En realidad, la boba soy yo, por pensar que le puedo interesar.

Mathew es de quien está enamorada, y a su vez es compañero de curso de Thomas. Sin embargo, el problema más grande, es la rivalidad que hay entre ellos, aquella que tienen desde que se conocieron.

Thomas no soporta que su hermana esté tan embobada con su rival, pero es lógico. Muchas se sienten atraídas por el rebelde del colegio. Aquel que siempre hace lo que quiere y parece llevarse el mundo por delante.

Antes de que las lágrimas de Elizabeth vuelvan a aparecer interviene su hermano.

—Espera, ¿me estás diciendo que todo este escándalo es por Mathew? —pregunta sin evitar reírse. Ella levanta la cabeza y Thomas, anticipando que la tristeza de Eli se transforme en enojo, agrega: —Tienes quince años niña. Tendrías que estar pensando en otras cosas. ¿Sabes cuántos hombres te vas a cruzar en tu vida? ¿Cuántos bobos?... Este es solo el primero —él mismo queda sorprendido por sus propias palabras. Su hermana se estira completamente sobre el colchón y luego de varias respiraciones profundas logra calmarse.

Thomas decide que es momento de dejar que descanse.

—Chau hermanita, descansa y recuerda siempre lo que decía el abuelo —se acerca y besa su frente con compasión—. Lo único que no tiene solución, es la muerte.

—Adiós Thomas… y gracias —dice mientras se acomoda en la cama.

—No agradezcas. A veces te odio, pero eres mi hermana —agrega justo antes de cerrar la puerta tras él.

Ya en su habitación y preparado para descansar, viene a su mente ese extraño sueño vivido. Por unos minutos se había olvidado debido al alboroto de Elizabeth, pero el ardor en sus costillas al acostarse le hizo recordar. Se acuerda perfectamente de todo lo soñado, pero lo que más quedó grabado en su memoria, es ese símbolo tallado en la puerta << ¿de dónde habré sacado ese símbolo?>> Piensa que puede haberlo visto en el videojuego y de ahí lo imaginó en el sueño, pero eso es algo que no podrá comprobar, por lo menos, hasta que le devuelvan el cable de su consola.

El hecho de sentirlo tan real lo inquieta demasiado, aunque prefiere no pensar más. Acomoda su almohada y así acaba su día.

Son las seis de la mañana del 18 de septiembre del año 2019. La nevada nocturna ha cesado, no sin antes tapar el césped del jardín de los Tindergar. En ese momento el despertador hace su trabajo.

Margareth es siempre la primera en levantarse. Se viste tratando de hacer el menor ruido posible para que Robert no se despierte, eso sucederá después de haber preparado el desayuno.

Sale de su cuarto y se dirige a la cocina, no sin antes pasar por el cuarto de su hija para comprobar que ha regresado. Puede hacerlo ya que Thomas, al retirarse, la dejó sin llave. Ya en la cocina enciende la cafetera y pone unas rodajas de pan en la tostadora. Mientras, piensa en cómo se lleva Thomas con su padre y se dispone a lavar los platos sucios de la cena anterior. Ella quiere que Thomas corra tras sus sueños, pero le disgusta la idea de que Robert no piense lo mismo

¿Qué voy a hacer con estos dos? —Suelta un suspiro de pena al mismo tiempo que una lágrima cae por su mejilla. Está en el medio, como siempre, de una situación que la entristece demasiado y que no sabe cuánto más va a tolerar.

La tostadora y la cafetera hacen su ruido característico juntas, como si todo estuviera calculado con máxima precisión, y lo está. Margareth limpia sus lágrimas y acomoda todo lo necesario para el desayuno sobre la mesa. Ya es hora de que la familia comience un nuevo día.

El primero en cuestión para despertar siempre es Thomas quien, como de costumbre, tarda una eternidad en levantarse. Margareth sube la escalera y golpea la puerta de la habitación de su hijo. Para sorpresa de ella obtiene una rápida respuesta.

—¡Adelante! —Se escucha la voz de Thomas con un raro entusiasmo.

—Hijo, ¿ya estás levantado? —sin dudas la asombró encontrarlo así.

No ma, soy un holograma. El verdadero Thomas se fue a vivir al Congo —contesta riéndose. El joven ya está vestido y con un auricular puesto en su oído derecho.

—Bajá esa música que te vas a quedar sordo —sugiere su madre. ¿Quién no escuchó esa frase alguna vez? —¿A qué se debe tan buen ánimo, hijo? —La cara de sorpresa de Margareth hace parecer que el chiste del holograma fuera real.

—A nada ma, un poco de buen humor no le viene mal a esta casa, ¿no? —El joven ya está acomodando su carpeta dentro de la mochila.

—Dale, bajá que ya está el desayuno servido. —La madre de la familia emprende su camino a la siguiente habitación, como si se tratase de un despertador humano.

Con Elizabeth es distinto, tan solo unos golpecitos e ingresa directamente. Atribuciones que se toma con su mujercita, como le gusta llamarla.

Su hija también está despierta, pero al contrario de su hermano sigue metida en la cama y con un ánimo que mejor haberla dejado allí.

—¿Por qué tiene esa cara mi mujercita? —le pregunta al ser evidente su estado.

—Nada ma, no pasa nada. —parece que todo el entusiasmo de la casa se lo había llevado Thomas hoy.

—¿Estuviste llorando? —Junto a ella hay un pañuelo sucio con parte del maquillaje que llevaba.

—¡Te dije que no pasa nada mamá! —responde alterada—. Y no preguntes más —agrega,

Margareth se sorprende. No está acostumbrada a escuchar a su niña con ese tono. Tono de adolescente.

—Vamos hija, es un nuevo día. Acuérdate lo que decía tu abuelo… —la frase esta vez es interrumpida.

—No me vengas tú también con eso.

Sin entender de lo que su hija habla decide retirarse, no sin antes decir.

Bueno, bueno, baja los humitos y a desayunar —luego cierra con fuerza la puerta.

El despertador humano ahora se dirige a su propia habitación. Robert ya no está allí. Entonces se camina hacia a la sala en donde minutos atrás preparó el desayuno familiar.

—¿Ya te has levantada amor? —su esposo ya está sentado y bebiendo un sorbo de su café.

—Vos y tus preguntas obvias de siempre —levanta su mirada dispuesto a darle un beso a esa mujer que lo viene acompañando hace ya tanto tiempo. —Si me quedo esperando a que se levanten las marmotas voy a tomar el café helado. —Al parecer Robert ha amanecido con el mismo humor con el que se fue a acostar.

—¿De qué marmotas hablan? —pregunta Thomas al entrar a la cocina.

—De las dos marmotas que tengo por hijos —contesta su padre mientras termina apurado su café —. Vamos que ya tenemos que salir ¿Y tu hermana?

Robert, además de ser su padre, es el director del colegio donde estudian los hermanos Tindergar. Algo que su hijo lamenta y mucho.

—Llévala a Eli si quieres. Yo voy a ir caminando —da un solo sorbo apurado a su café, se coloca una tostada en la boca mientras se pone el abrigo y se dirige a la salida.

—¡Tú mochila marmota! —le grita su padre antes de que saliera.

—Dile a Elizabeth que me la lleve —contesta justo antes de poner un pie afuera.

—¿Adónde irá tan apurado? —se pregunta Margareth, a lo que Robert contesta.

—No creo que ese apuro sea precisamente para ir al colegio.

Elizabeth sigue sin bajar, y cuando su madre decide ir a llamarla nuevamente, ya se encuentra bajando las escaleras.

—Perdón ma, no quería desayunar —le dice con una voz tan desanimada que casi no la escucha. Robert se levanta de la mesa.

—Vamos Eli que se hace tarde. Agarra la mochila de tu hermano que se ve que estaba muy apurado.

Thomas camina con tal prisa que parece flotar sobre la nieve ¿Qué hacía que estuviese tan apurado? Solo él lo sabe. Su dirección indica que antes de ir al colegio pasará por la casa de su amigo Adrián.

Ahí va, transitando Calm River, recorriendo esas calles que lo vieron crecer. Por suerte su amigo no vive muy lejos. Solo tiene que cruzar uno de los brazos del rio para llegar hasta la calle principal, justo antes de que comience el bosque. El pueblo está como siempre, muy silencioso, tranquilo, alejado de las grandes ciudades.

Agitado y sofocado por tanto abrigo llega a la casa de Adrián. Afloja un poco su abrigo y se dispone a golpear la puerta repetidamente hasta que alguien abre.

Thomas, ¿estás bien? ¿Pasó algo? —cuestiona Sophia, la madre de Adrián, al ver el estado de agitación que tiene.

Hola señora Patinson, ¿está Adrián? —pregunta con la misma prisa con la que llegó.

Está en su… —antes de que termine la frase, Thomas ya está subiendo las escaleras. Adrián está a punto de salir de su habitación cuando lo intercepta y de un empujón lo hace entrar nuevamente. Tomándolo de los brazos le grita.

¡Me mató! digo… ¡lo mató! Bueno… en realidad no sé —Adrián es sacudido cual hoja al viento, hasta que decide separarlo.

¡Pará! ¿Qué te pasa, te volviste loco? Es muy temprano para tanto entusiasmo.

Vamos para el colegio. En el camino te cuento —dice Thomas, sabiendo que por más emoción que tenga, a clases hay que ir igual.Y nada de andar llegando tarde, de ser así, el primero que se enteraría sería el director, su padre.

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