LA CITA

LA CITA

«La niña solitaria permanece atada a un pasado del que no puede escapar, no importa cuánto grite o llore nadie la escucha, porque a nadie le importa».

El sonido insistente de su móvil la hace infeliz, se levanta de la cama con pesadez y busca con la mirada el odioso aparato. Lo encuentra sobre la cómoda. Nerviosa, se pregunta si será él. Al mirar la pantalla, el nombre que aparece es el de su mejor amiga: Caroline.

—¿Hola?

—¡Por fin me respondes! ¿En dónde te habías metido?

—Lo siento, estaba dormida —responde Elena, todavía está acostada.  Se estira un poco en la cama, mientras observa el techo de su habitación.

—Eres una desconsiderada, por un momento creí que algo te había ocurrido. ¡Qué tonta! Olvidé que eres la esposa de un hombre rico sin ninguna necesidad de trabajar.

—No me ha pasado nada. Gracias. Por otro lado, las amas de casa también trabajamos mucho para mantener el orden del hogar. Además, te recuerdo que trabajo con Quella. Puede ser que no en una oficina, como haces tú, pero me ocupo de sus asuntos legales. —Elena se levanta de la cama y mira la hora en el reloj.

—¿Así? ¿Cada cuándo? No respondas, fue una pregunta retórica. —Elena, rueda los ojos y niega con la cabeza. En ocasiones Caroline la saca de quicio—. No obstante, si quieres engañarte pensando que no dependes de tu esposo rico, te dejaré hacerlo.

—¡Caroline!

—Tranquila, tranquila… es solo un juego, Preciosa. Te llamaba para recordarte que no llegues tarde a nuestra cita. La última vez fue un desastre.

—No. No lo haré.

—Bien, debo irme. A diferencia de ti, tengo que trabajar para cubrir mis gastos y los de una adolescente desconsiderada, Jessie. También, mi jefe ha regresado y de mal humor.

El corazón de Elena palpita más rápido al escuchar a Caroline hablar de Ethan.

 —¿A dónde fue? —indaga.

—Estaba en la sala de juntas gritándole a todos los presentes, ni siquiera Jonathan se salvó. Más temprano discutieron a solas. Pero ya sabes que, cuando esos dos trabajan juntos, son un desastre.

Elena se recuesta nuevamente.

—Algo me dijo Jonathan a noche sobre un caso muy especial que requería de la atención inmediata de Ethan.

—Pues no sé si hablamos del mismo caso. La verdad es que el jefe, está molesto por la «Ineptitud de su gente para conseguir pruebas y testigos»; palabras suyas, no mías.

Elena niega con la cabeza en desacuerdo, en ocasiones, Ethan es demasiado exigente y despectivo con su personal.

—¿Ha salido hoy de la oficina? —Cierra los ojos y siente como la opresión en el estómago es cada vez más fuerte. Tiene miedo.

—No. ¡Diablos! Me ha llamado. Me tengo que ir. Por favor, Elena: ¡No llegues tarde!

Al escuchar el corte de la llamada, Elena se levanta de la cama y toma un conjunto de ropa adecuado que oculte su grotesca figura. Se dirige al cuarto de baño y abre las llaves para dejar caer el agua y luego se mete por completo a la ducha esperando poder revitalizar su ánimo.

El lugar de su cita es un restaurante francés, ha llegado diez minutos antes de la hora y decide esperar afuera. No se anima a entrar sola, hay tantos recuerdos allí. Recuerda con pena todo lo perdido. Han pasado ya ocho años desde que Ethan la invitó a ese sitio a festejar su cumpleaños.

Recuerda haber buscado por horas el atuendo perfecto para la ocasión. No era que las prendas no fueran bonitas o adecuadas, su cuerpo nunca fue perfecto. Las curvas y la longitud de su cintura eran el problema.

Cuando conoció a Ethan, había decidido perder un poco de peso. En ocasiones la voluntad para mantener la dieta había flaqueado al no verlo interesado en una relación sentimental con ella. Luego, su amiga Sophia la convencía de seguir luchando por él, y volvía a retomar la dieta. Hasta el día en que el cuento de hadas se hizo realidad.

Caminaban tomados de la mano. A Elena le gustaba mantenerse callada porque así, tenía la oportunidad de observarlo sin miedo de ser descubierto su enamoramiento.

—Lo hubieras visto, Elena. De entre todos los aspirantes que nos encontrábamos presentes, Jonathan Wood, me escogió. Me habló de un futuro prometedor —le dijo con ojos brillantes y sonrisa emocionada—. ¿Te das cuenta? Si continúo desempeñándome como ahora, tendré la oportunidad de convertirme en un elemento fundamental para la firma.

—¡Lo conseguirás, Ethan! Estoy segura —le afirmó, antes de colocar una mano en su antebrazo y le dio un apretón suave, para demostrarle su apoyo incondicional.

—No lo sé, Elena. Muchos han esperado por años y yo apenas comienzo…

Elena negó con la cabeza. Se detuvo de pronto y se giró hacia Ethan y declaró:

—Él te ha visto, ¿no?

—Sí. Lo hizo —respondió él.

Elena tomó las mejillas de Ethan entre sus manos con cariño. Le había causado una gran ternura sentirlo inseguro. Puesto que era la primera vez. Y es justo en ese momento que se da cuenta de que detrás del chico fuerte y seguro, hay un hombre vulnerable; y el sentimiento de protección a su héroe nació de lo más profundo de su corazón.

—Entonces, gana cuanto caso se te presente. Atrae su atención, opaca a los otros, sé que no será difícil para ti. ¡Eres el mejor!

Ethan le sonrió.

—¡Por supuesto! Tienes razón. —La tomó entre sus brazos y le dio un cálido beso en la frente—. Dime Elena, ¿estarás conmigo cuándo eso pase?

—Ethan… —Elena deseó responder que siempre lo estaría. Mas era tímida y sus palabras se le atascaron en la garganta.

Ethan la soltó y enseguida con una sonrisa de travesura le indicó:

—Hemos llegado.

El ambiente del restaurante era más apropiado para parejas enamoradas, que para un par de amigos que festejan un cumpleaños. La camarera los condujo a través de las mesas, hasta llegar a una pesada puerta que abrió con un poco de esfuerzo. Les dio el paso y luego la cerró antes de tomar de nuevo el liderazgo conduciéndolos por el callejón. La luna llena, estaba en lo alto y era hermosa. Perfecta para la noche inolvidable que se avecinaba.

El viento fresco le acarició las mejillas y cada parte de su piel expuesta. Cruzó los brazos para darse un poco de consuelo, pero fue la mano de Ethan que, sin previo aviso colocó en su cintura, la que encendió su cuerpo como una hoguera. Su rostro se enrojeció de vergüenza. Había dejado su abrigo en el coche y en silencio agradeció haberlo olvidado, puesto que no hubiera sentido de la misma manera el calor de su palma, atravesar fácilmente la tela del vestido.

Tal fue la sorpresa de Elena al llegar al patio trasero y encontrarlo bellamente decorado; con guías de focos ubicadas estratégicamente para dar la iluminación perfecta y una imagen romántica. Estas cruzaban el jardín hasta terminar enredadas en las gruesas ramas más altas del árbol que se encontraba en el centro de todo. Una mesa descansaba debajo de este con dos velas, un par de copas y a un lado el vino. Él la soltó dejándola con frío, otra vez. Le separó la silla y cuando ella tomó asiento miró de nuevo hacia sus lados en busca de memorizar los detalles de la ambientación.

Estaban solos. El roce de los dedos de Ethan en sus hombros la hizo bajar la mirada a su regazo, apretó sus labios y lamentó volver a sonrojarse. El hombre estaba actuando fuera de lo normal y no podía decir que no le gustaba el cambio o que no lo deseaba. Nerviosa, cerró las manos en puño debajo del mantel de hilo blanco y flores bordadas. Luego, sus ojos se toparon con la hermosa rosa de color rojo —como el de su labial—, que se hallaba sobre su plato y un pequeño rollito de papel atado en el tallo. Se mordió el labio inferior, en un intento vano de controlar sus emociones.

—Acaso, ¿no quieres saber qué dice? —demandó Ethan. Elena no podía quitarle la mirada desconfiada a la flor, temiendo el contenido del mensaje—. Solo es una rosa, no te comerá —bromeó detrás de ella y con su rostro al lado del suyo, sus palabras siendo susurradas en su oído. Como un diablo que quiere desviar del camino a una virtuosa doncella.

Con manos temblorosas, Elena sujetó la rosa y retiró con delicadeza el pequeño papel atado al tallo. Sonrió por la emoción. Al abrirlo, lo primero en distinguir fueron los exóticos trazos de la caligrafía de Ethan.

Finalmente, leyó el mensaje y de pronto el aire había desaparecido de sus pulmones. Ethan soltó sus hombros y se colocó en cuclillas a su lado. La vista de Elena, viajaba de la nota a los ojos grises del hombre y de regreso. Abrió la boca para responder, pero de inmediato volvió a cerrarla, al no encontrar su voz, odió no poder darle una respuesta.

Ethan capturó su mano izquierda y la instaló en su pecho. Elena sintió el fuerte latido de su corazón. Luego, con un tono de voz ronca, Ethan le propuso en voz alta:

—¿Quieres ser mi novia?

Elena no fue capaz de soltar ningún sonido de sus labios, solo asintió con los ojos llorosos por la emoción; y lo siguiente que sintió, fueron los labios de Ethan en su boca.

El beso que comenzó como una cálida y leve caricia, se transformó en abrasador y posesivo. Por supuesto, ella quería seguir el ritmo marcado por su ahora novio, aunque no tenía experiencia. Sin embargo, tan pronto comenzó la batalla por el dominio, esta se terminó. Elena sintió su pecho subir y bajar, agitado por las intensas emociones provocadas por el contacto. Ethan pegó su frente con la de su amada y le preguntó:

—¿Sabes lo que me provocas cada vez que te muerdes los labios? ¿Qué es lo que he querido hacerte desde que te conocí?

Elena, todavía no se recuperaba del mar de emociones, por lo que solo negó con la cabeza. No podía articular palabra alguna, e inconscientemente, se mordió el labio inferior.

Ethan sonrió con malicia y luego declaró:

—Me daban ganas de comerte, Caperucita roja.

Después, devoró su boca.

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