SENSACIONES PECAMINOSAS.

Narra Abigaíl:

Oscuridad sobre tenebrosidad fue lo que vi en sus ojos, no era el típico joven de mirada dulce, no, no; este era una bestia hambrienta que amenazaba con devorarlo todo incluida yo, si, justamente así me sentía frente a él, amenazada y una certeza había allí, lo emitía todo él, lo podía percibir con mi piel y todo mi ser, una sentencia que decía serás mía Abigaíl, estaré loca, puede que sí, pero es extraño que su expresión me pueda hablar sin tan siquiera conocerlo.

  Detallé su cuerpo completo con la mirada y me doy cuenta de que es muy joven para causar todo eso en mí, sin embargo, no puedo negar que también es atractivo, muy atractivo. Alto; va vestido con un elegantísimo traje gris, camisa blanca y corbata negra, con el pelo rebelde de color cobrizo y brillantes ojos grises que me observan atentamente.

Debe ser un hombre de unos veinticuatro o tal vez veinticinco años en apenas flor de la juventud.

Me perdí en sus ojos y caí dentro de dos profundos y tenebrosos posos oscuros que parecían no tener fondos ni salida, me vi jadeante bajo su dominio, sudada, sofocada y “pidiendo”, no, esa no era la palabra adecuada, rogando por más, aquel chico producía todo eso en mí. «Causa miedo»

«Que patética eres Abigaíl» me reproché en mi fuero interno sintiendo como la tela de mi vestido molestaba en aquellos y endurecidos botones que nunca habían estado tan tiesos, necesitados y tal vez algo más que no podía explicar al parecer.

Mis manos picaban por acariciar mi propio cuerpo, era su aura la que demandaba tal cosa ¡oh Dios!, yo no era su sumisa, no, eso nunca. Debía lealtad a mi esposo a él sí, le debía fidelidad, pero nunca le sería obediente eso era ya mucho pedir. Siempre he sido una mujer fuerte que tiene claro sus propósitos y lo que quiere, sin embargo, aquí delante de él, dudaba de mí como mujer fuerte, de mi propio carácter, incluso me instó a preguntarme ¿por qué?, no lo sé, si apenas lo estoy conociendo y él tiene su mano extendida esperando estrechar la mía. 

<<Que locura; no>>

Pecaminosa: Esa es la tentación para mí y debo mantenerme lejos de este niño, lo más lejos posible.

—Abigaíl cariño no deje al amigo de nuestro hijo con la mano extendida, es de mala educación— me reclamó mi esposo sacándome de mis cavilaciones. Sonreí nerviosa y sintiéndome tonta.

—Perdone joven, es que ando un poco enferma—, una tonta disculpa para poder rebasar la vergüenza que me atormenta. Estreché su mano, está fría, como un día nevado, de esos que te toman de sorpresa cuando aún supones que es primavera. No quería soltarme lo sentía, la apretaba con fuerza a la vez que una peligrosa y sexy sonrisa se dibujó en sus labios; acaso mi esposo y mi hijo estaban tan ciegos que no podían ver tales insinuaciones. Pausadamente, se relamió los labios antes de decir.

—Mucho gusto señora Abigaíl—, juro que lo escuche saborear cada letra de mi nombre, lo hizo detenidamente y mi anatomía se estremeció.

—Soy Bruno Lambert—, su voz es persuasiva, fuerte, ronca y tan varonil que seduce; invita al pecado a ese que te puede hacer arder en el mismo infierno, no en cualquier averno sino en el suyo personalizado, puesto que su propio nombre lo indica, "Bruno" un sinónimo perfecto dé la palabra tenebroso, o sombrío.

Sonreí para disfrazar mis emociones y aparté mi mano de la suya a toda prisa, incómoda, sé   que pareció grosero de mi parte, pues cuando nuestros dedos se tocaron, sentí un extraño y excitante escalofrío por todo el cuerpo. Debe de ser electricidad estática. Parpadeo rápidamente, al mismo ritmo de los latidos de mi corazón.

—No fue mi intención incomodarla, señora Abigaíl —, eso fue extraño su voz pasó repentinamente a ser cálida y parece divertido, pero su expresión inalterable no me permite asegurarlo. 

«Estaría jugando conmigo» pensé contrariada.

—No… por qué debo de sentir incomodidad—, Creo que lo vi esbozar de una sonrisa en su expresión, pero no estoy segura.

Alise la falda de mi vestido con las manos temblorosas, baje la mirada y me tambalee un poco intentando contener mis nervios.

Jeremías me abrazaba tan cariñoso como siempre, llenándome de besos y apapachos, si su mamá lo viera ya estaría furiosa porque su hijo me trata como a una verdadera madre y es que cuando me casé con su padre apenas tenía unos siete años, era muy chico.

Aunque no lo críe directamente siento que es el único hijo que tengo, mi esposo tiene problemas y me pareció muy injusto de mi parte exigirle un hijo. Me adapté a vivir con el deseo de algún día poder ser madre.

(Sueño que nunca se podrá cumplir) 

Salimos del aeropuerto y al chico llamado Bruno lo estaban esperando varios escoltas a la salida, al igual que había varios autos, seguido lo vieron salir, corrieron a abrirle la puerta del coche más costoso.

—Debes venir a visitarme a casa —, le propuso Jeremías mientras se despedían, dándose un abrazo muy caluroso por parte de mi hijo, sin embargo, muy frío por parte de Bruno.

Me miró por encima del hombro de mi hijo y sin dejar de verme fijamente respondió: — por nada del mundo dejaría de visitarte —, juro que lo observé alzar de su ceja mientras hablaba y sentí en la necesidad de desviar la mirada hacia otro lugar.

Mi esposo me observó y simulé una sonrisa que lo desviara de lo que había pasado allí, que ni siquiera yo podía explicar.

¿Qué ha pasado? Me pregunté a mí misma porque quizás son paranoias infundadas. Un chico de esa edad no se me insinuará a mí una mujer que le lleva unos cuantos años, además se ve que su posición económica es para que tenga a muchas modelos famosas detrás de él. Más su porte porque hay que reconocer que es bastante guapo, con ese perfil elegante y con ese cuerpo trabajado.

De camino a casa no pude interactuar mucho con mi esposo y mi Jeremías, puesto que ambos no paraban de hablar, se hacían tanta falta, los observé a los dos con ternura y juro que, aunque trato no pensarlo siempre me imagino a un niño siendo mimado por mi amado Rogelio.

Sin embargo, cuando recuerdo su última conversación con unos de sus mejores amigos me siento muy depresiva, no lo puedo negar.

Escucharlo decir que ya no le interesa ser padre porque tiene a Jeremías y, no obstante, eso, sino que agregó que se vería ridículo con un niño pequeño entre sus brazos a sus cincuenta y cuatro años. Eso me hace preguntarme ¿Yo lo amé sin importarme su edad?, y aun así lo sigo haciendo hasta el día de hoy, sin ver cómo algo feo sus cabellos salteados entre blanco y negro, incluso pienso que lo hace lucir sexy, o las pequeñas arrugas que se le crean en las comisuras de los ojos cuando sonríe.

Si, lo amo, he luchado y he perdido mucho por este amor, pero por momentos siento que él está siendo injusto y un  tanto egoísta al negarme un deseo que toda mujer tiene al pasar de la niñez.

—Mi vida porque estás tan pensativa—, él posó su mano sobre una de las mías mientras guiaba el volante con la otra. Volví a sonreír, creo que está  sonrisa se ha convertido en parte de mí.

—No me sucede nada cariño mío, únicamente les di espacio para que tú y mi Jeremías puedan ponerse al corriente— sin dejar de mirar hacia adelante acercó sus labios al dorso de la mano que me tiene agarrada y depositó un suave beso.

—Adoro a esta mujer, lo hago con locura, es madura y sensata— me elogió como lo hace día tras día. Con el tiempo ya lo dejé de sentir como un honró, sino que más bien como cuando animas a un niño a que siga portándose bien.

«Se siente deprimente»

—Abigaíl es la mejor, papá te has sacado un gran premio al tener una esposa joven bonita y con tan buena educación sin contar que me ama como a su verdadero hijo—, me causó ternura escuchar a mi Jeremías hablar tan bello de mí.

—Como a un hijo no, tú eres su hijo— intervino Rogelio y me miró fijo por unos segundos porque después volvió su vista al frente—nuestro hijo— especificó y esas palabras detrás tenían una certeza de su parte.

«Cómo siempre lo he dicho nunca podre ser madre»

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados