Capítulo cinco. Ave Fénix

—Lamento interrumpir su clase, seño Clarita, pero el señor Valerio pregunta por su hija. Ofelia, tu padre te espera en el salón de reuniones —dijo la directora.

Ofelia se sorprendió al escuchar las palabras de la señora directora. Valerio no era un hombre que se molestara por presentarse al colegio, ni siquiera para la celebración del día del padre, ese lugar era para su abuelo Silvestre.

—Date prisa, no quiero interrumpir al resto de tus compañeros —le apremió y ella sin remedio tomó su mochila y caminó detrás de la mujer.

 Ofelia respiró profundo antes de abrir la puerta para encontrar la mirada seria de su padre. Podía adivinar con facilidad que estaba furioso.

—¿Q-qué ha-haces aquí? —tartamudeo sin atreverse a dar un solo paso más.

—¿Qué hago aquí? Eres mi hija y puedo venir las veces que quiera. No sé lo que harás o cómo lo harás, ¡pero convence a tu m*****a madre de entablar una demanda contra Luciano Barrera!

—¿No lo escuchaste papá? Luciano no quiere casarse conmigo, no vas a obligarlo de ninguna manera —alegó temblando.

—Hay muchas maneras de obligarlo, pero no seré yo quien lo haga sino tú. ¡Hazlo Ofelia o te juro que ese niño no nacerá!

—¿Qué dices?

—Lo que estás escuchando, si Luciano Barrera no se hace cargo de ese embarazo, no me sirve, así que si deseas que ese mocoso nazca harás exactamente lo que quiero. Ve a la oficina de Luciano y exige se case contigo o de lo contrario ese muchachito sufrirá las consecuencias, me conoces Ofelia y sabes perfectamente que no me temblará la mano para hacer que lo pierdas.

—¡No puedes hacer esto! ¡No voy a obligar a Luciano a algo que no quiere! Nada le hará cambiar de decisión, sé que nunca me has querido. Ahora comprendo que solo me has utilizado contra mi madre y manipulado para conseguir un puesto que no has podido lograr con tu esfuerzo. Pero te juro que no tocarás un solo cabello de mi hijo. Me has destrozado la vida desde que tengo memoria, pero no voy a dejar que hagas lo mismo con mi hijo. Tendrás que matarme ¡Y sí, sé que eres tan capaz de hacerlo! Pero te reto a que lo hagas con tus propias manos y no a través de otros, ¡sé hombre y acaba con mi vida aquí y ahora!

—¿Sé te ha pegado la valentía estúpida de tu madre? Ustedes sin mí no son nada, Ofelia, Imperio no es nada sin mí, y cuando las tenga de nuevo en mi poder se arrepentirán de haberme desafiado.

—¿Para qué la quieres a tu lado si nunca la has amado, jamás has sentido amor por ninguna de nosotras? —Ofelia sabía muy bien que su arranque de valentía le podía costar caro, pero no iba a permitir que su padre amenazara la vida de su hijo. No cuando ya estaba creciendo dentro de su cuerpo.

—No tengo por qué darte ninguna explicación, Imperio sin mí no es nadie y tú sin mí tampoco serás nadie.

—Mamá tiene un trabajo, te ha pedido el divorcio, ya no te necesita. ¡Tú solo eres un hombre con complejo de dios, pero no eres más que un ser humano vil y cruel, te mereces ir al infierno! —gritó con tanta desesperación que no fue capaz de evitar el golpe que su padre le dio.

—No eres más que una chiquilla estúpida, no te atrevas a hablarme así, si sabes lo que te conviene ve y busca a Luciano Barrera o atente a las consecuencias —gruñó tomándola del brazo.

—¿Qué sucede aquí? —preguntó uno de los profesores.

—Nada profesor, me he alterado sin razón, ¿puedo llevarme a Ofelia, no se siente bien? —declaró fingiendo una sonrisa.

—Sí, sí es una emergencia no hay problema —respondió el hombre

El dolor sobre su brazo le impidió levantar la mirada. La mano de su padre se cerraba sobre su piel, como si fuera un grillete.

—Gracias —dijo el hombre arrastrando a Ofelia con él.

—¡¿Has visto lo fácil que es sacarte del colegio por el simple hecho de ser tu padre?! —preguntó.

Ofelia no respondió, subió al auto porque no tenía manera de escapar del agarre de su padre, segura estaba que mañana tendría marcado los dedos en su piel.

—¿A-a dón-dónde me llevas? —el corazón de Ofelia le había subido a la garganta y temía desmayarse allí mismo y terminar en una clínica.

—Te llevaré a las oficinas de Luciano, pon esa cabeza a trabajar —le dijo antes de salir al edificio de la Constructora.

Ofelia detuvo la respiración cuando el rótulo grande apareció en su campo de visión, estaba perdida. Si no obedecía su padre era muy capaz de llevársela de una vez, pero si bajaba y le exigía a Luciano tomar la responsabilidad únicamente haría que el hombre la odiara mucho más que antes, pero no tenía opción.

—¡Baja ahora mismo! —gritó Valerio asustándola.

—No me hagas esto por favor, te lo suplico —susurró.

—No te estoy haciendo nada, Ofelia, todo lo que pase depende de ti, si algo malo le pasa a tu hijo, será porque tú has fallado, le habrás fallado como lo hiciste conmigo —soltó como siempre que la manipulaba.

Ofelia cerró los ojos. «Mi único crimen fue nacer mujer, he dejado que me manipule todos estos años buscando que me quisiera un poquito, pero es más que claro que mi padre no ama a nadie, ese hombre es un demonio», pensó.

—¡Baja! —gritó perdiendo la paciencia. —Te estaré esperando aquí, no hay manera que puedas huir de mí —le advirtió.

Ofelia tomó su mochila y la aferró a su cuerpo como si fuera un salvavidas, bajó en completo silencio. Estaba perdida, no había manera que Luciano siquiera la recibiera en su oficina y mucho menos que se casara con ella.

Caminó hasta la recepción del edificio, rogó por no cruzarse con Tristán, seguramente él no dudaría en llamar a su madre y las cosas podrían ponerse mucho más feas de lo que ya estaban.

—Buenas tardes, bienvenida a Constructora Barrera —saludó la recepcionista.

—Señorita, podría ver al señor Luciano, por favor —pidió tratando de controlar el llanto.

—¿Tiene cita con el señor Barrera? —preguntó con amabilidad la mujer.

—No, no tengo cita, pero es importante, por favor —suplicó.

—Permítame, me comunicaré con él, —la muchacha marcó un número. — ¿Cuál es su nombre? —preguntó antes que la voz de Luciano se escuchara al otro lado de la línea.

—Ofelia, Ofelia Carranza —dijo sintiendo como el aire empezaba a faltarle por los nervios que se instalaron en su cuerpo.

Mientras tanto, Luciano apretó los dientes al escuchar la voz de Ofelia a través del intercomunicador. ¿Cómo se atrevía a poner un pie en su oficina? Esa mujer estaba loca o su ambición por conseguirlo como marido era muy muy grande.

—Señor, que le digo —escuchó a su secretaria hablar.

—Dígale que… —«Qué se largue por dónde llegó, que no deseo verla nunca más en la vida», pensó, pero no fue capaz de decirlo.

—Deje que pase y por favor manténgase cerca, la puedo llegar a necesitar —ordenó, él iba a dejar las cosas muy claras a Ofelia de una m*****a vez.

Luciano se sentó en su silla aferrándose a los brazos para no salir disparado cuando Ofelia abrió la puerta y caminó hasta ponerse delante de su escritorio.

—Siéntate —se obligó a decir, no por ella sino por su hijo.

—Estoy bien así —murmuró sin mirarlo.

—¿Qué es lo que quieres aquí, no fui claro ayer? —preguntó

—Lo suficiente para comprender que me equivoqué. Que permití que mi padre me utilizara y es posible que siga intentándolo. Me ha amenazado con hacer que pierda a nuestro bebé si no te casas conmigo —Ofelia levantó la mirada. En sus ojos había dolor, desesperación, anhelo y una esperanza que sería roto en miles de pedazos.

—No te creo, nada de lo que ustedes digan o hagan me harán cambiar de opinión. Voy a responsabilizarme del bebé, pero no de ti, Ofelia. De ti solo me interesa mi hijo y nada más.

Ofelia sintió su corazón romperse en miles de pedazos, su sangre por un momento se congeló en sus venas y no pudo evitar las lágrimas que rodaron por sus mejillas.

—Por favor, Luciano, por favor. No lo hagas por mí, hazlo por el bebé. Sálvalo de mi padre, no sabes de lo que es capaz y…

—¡Sé perfectamente de lo que es capaz de hacer tu padre y de lo que estás dispuesta a hacer con tal de salirte con la tuya! —explotó con la ira bullendo en su interior. —¡Pero nada de lo que tengas que decirme me interesa, no vas a chantajearme! —añadió levantándose bruscamente de su silla y caminando hacia la muchacha.

—Por favor, Luciano —insistió

—Tendrías que volver a nacer y ser otra mujer para que yo pueda aceptarte como mi esposa y madre de mi hijo. Pero eso es imposible, Ofelia. Vete, no quiero olvidar que soy un caballero. Ahórrate y ahórrame el disgusto de volver a tocarte —Ofelia retrocedió dos pasos, él no había dicho la palabra, pero en su rostro podía notar el asco que sentía hacia ella; era esa misma mirada de su padre, cuando le decía. «Tendrías que volver a nacer y ser hombre para que yo pueda aceptarte como mi hijo y poder sentirme orgulloso de ti.»

—Lo siento, no volveré a molestarte. Habla con mi madre para que te mantenga informado sobre el bebé —susurró limpiándose las lágrimas.

Ofelia se sentía roto de una y mil maneras distintas, pero por su bebé intentaría renacer y ser la mujer que le hubiera gustado ser en otras circunstancias. «Te juro mi pequeño arrocito, que tú no tendrás una vida como la mía, tú serás feliz, aunque eso me cueste la vida» juró, mientras salía de la oficina de Luciano Barrera. Decidida a convertirse en un ave fénix.

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