Capítulo cuarenta y cuatro. Un perfecto intercambio

Sebastián caminó de un lado a otro como lo hace una fiera en su jaula, fuera de su hábitat. Se sentía como una fiera a punto de devorar a su presa.

Caminó, se mesó el cabello. Se sentó y repitió el ritual un par de veces antes de salir de la biblioteca y reunirse con el jefe Davis y Caleb.

—¿Victoria? —preguntó.

—Me tomé la libertad de pedirle que subiera a descansar. No ha dejado de llorar y estoy preocupado. No sé qué decirle y mucho menos como consolarla.

—Vamos a encontrar a Oliver, Caleb. Ariadne llamará tarde o temprano —aseguró, pero no hizo mención alguna de las fotografías que le habían hecho llegar un par de horas atrás.

—Señor Cooper —dijo el jefe de la policía. Él también había escuchado los gritos del hombre, pero no hizo pregunta alguna. Su misión era traer de regreso a Oliver Campbell.

—Estamos listos, en el momento que la llamada entre, iniciaremos el rastreo.

Sebastián sabía que no iba a esperar mucho. La ambición de Ariadne y Maya no les permitiría mantenerse quietas
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