Capítulo dieciocho. ¡Eres un maldito semental!

Oliver se movió con sutileza, el cuerpo le dolía, específicamente su agujero. Sebastián había cumplido su promesa y lo había cogido hasta hacerle ver las estrellas. Se sentía tan jodidamente dolorido, pero tan malditamente satisfecho que no pudo evitar reprimir el gemido que abandonó sus labios.

—Santo infierno, Oliver, no te muevas —gruñó Sebastián a su oído y entonces Oliver fue consciente de que el hombre estaba enterrado aun dentro de su canal.

—¡Vas a matarme! —gritó Oliver cuando el hombre movió la cadera y se enterró un poco más en él.

—No te escuché quejarte anoche, gritar sí, pero quejarte…

—Idiota —gruñó el muchacho al escuchar las palabras de Sebastián, sabía que se estaba burlando de él, sobre todo cuando escuchó la r

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