En esa boda

Giancarlo: 

La reacción de aquella mujer en la playa de estacionamiento llama mi atención, es raro ver tantas emociones juntas en tan solo unos segundos. Al verme, lo que expresa su mirada es miedo, el cual es injustificado ya que es la primera vez que la veo y no hice nada para que me temiera.

—Giovanni… — susurra aquel nombre y me molesta. No lo entiendo, desde hace mucho que no escucho ese maldito nombre y dudo que se refiera a la misma persona. De todas formas, eso ya no interesa.

Ese detalle pasa a un segundo plano y la pelinegra se vuelve mi prioridad. Continúo observándola, su rostro cambia al oír a Dora decir mi nombre, va desde el desconcierto a una expresión inquisitiva. Me examina detenidamente, mientras el miedo se transforma en calma, luego puedo ver deseo en su mirada. Me agrada y sonrío sin querer, delatándome. Ella se da cuenta, nuestros ojos se cruzan causando que se sonroje. Desvía de inmediato su escrutinio y se presenta: — Soy Antonella Adatto. Es un gusto conocerlo, Señor Giancarlo — Acto seguido, se disculpa y huye como despavorida por algo que no soy yo.

Ella ha intentado sonar normal, lo sé. Sin embargo, puedo sentir su voz a punto de quebrarse, tiene una pena muy grande, lo veo en sus ojos. Tengo ganas de ir tras ella y consolarla, es algo extraño para mí. Apenas la conozco y deseo protegerla de quien sea que la haya lastimado antes, aunque, por supuesto, ese no es mi problema, quizás, aquella mujer asustada me recordó un poco a mi difunta esposa, pero niego en silencio, jure nunca volver a involucrarme con una mujer y pretendo cumplirlo. Mientras me decido en si ir o no, siento que alguien me jala del brazo, es Dora que me vuelve a la realidad.

—Primo, ¿podrías ayudarlas a cambiar la llanta? Por favor, te necesitamos…— me pide con su sonrisa de niña a la cual no puedo negarme, aun cuando ella me dice que suelo ser frío, nunca me he negado a ninguno de los caprichos de ella.

Le doy como respuesta de afirmación y me pongo manos a la obra. Mientras trabajo aprovecho para escuchar la conversación. Hablan sobre esa mujer, Teodora se siente un poco mal, cree que es su culpa que ella se sintiera mal de repente.

—No es tu culpa, Dora — La calma la señora. Al parecer, es la madre de Antonella Adatto.

—Tú no sabías que ese era un tema sensible para ella…— le explica su futura cuñada, Clarisse, a la cual he visto un par de veces.

—Además, siempre se pone así cuando hablamos sobre eso — comenta la otra mujer como despreocupada.

Teodora baja la cabeza apenada. — Es que no deseaba lastimarla…— se disculpa otra vez, algo muy típico de ella.

La madre de la mujer fuerza una sonrisa, intentando ocultar un gran rencor. La miro de reojo, ella continúa. — No has sido tú la que le causo el daño a Antonella, fue otra persona…—

La hermana de Leandro asiente. — Sí, él hizo que la Antonella que conocíamos se fuera —

—Cierto. —apoya la otra.

—¿Se refieren a su esposo? Digo ¿ex esposo? —se corrige Dora.

—Sí —contesta Sandra, la otra chica. — Ahora que recuerdo… Clarisse, ¿es verdad que Leandro lo invitó a la boda? — cuestiona con enojo.

—Sí, cuando hicieron las invitaciones Leandro desconocía todo lo que había ocurrido. Recuerden que no ha estado en la ciudad…— comenta la castaña con pesar.

—Discúlpenme, por favor… —susurra Dora otra vez.

Las mujeres suspiran. — Te repetimos que no fue tu culpa…—

—Mejor cambiemos de tema. No es bueno abrumar a la novia con problemas, especialmente si son ajenos…— interviene la mujer más mayor.

Con aquello, zanjaron cualquier comentario relacionado con la bonita pelinegra de ojos celestes que acaba de escapar a los baños, dejándome con curiosidad.

Me demore a propósito en cambiar la llanta, pero fue en vano, ella no regresó. Tuvimos que irnos sin despedirnos de la azabache, lamentablemente. Aun así, sé que la veré en la boda de Dora. Por lo que oí, estará también su exmarido y ella tendrá una serie de inconvenientes, pero yo estaré también ahí, no permitiré que un idiota la lastime en mi presencia sea o no problema mío. Además, necesito saciar mi curiosidad y también una aventura. A esta altura de la vida no me vendría mal un poco de diversión en la ciudad después de todo, decidí tomarme un año sabático de mi constructora.

Antonella: 

Hoy es la boda de Leandro y Dora, no tengo muchas ganas de ir. Me enteré de que han tenido problemas y que han tratado de ocultármelo. Fue fácil darme cuenta, me dieron hace poco la invitación. Por lo que me explico Clarisse, Leandro no estaba enterado de nada de lo que había pasado el último año y había mandado la invitación para Coppola y esposa.

Lo gracioso de todo es que yo ya no soy la señora Coppola, de hecho, no hay una nueva señora Coppola. Por ese motivo, había una serie inconvenientes con la logística de la ceremonia y faltaba un puesto. Por eso no quiero ir, no quiero ser una molestia para ellos, además no estoy segura de estar preparada para ver a Giovanni sin morir en el intento.

El celular comienza a sonar, contesto desganada. — Antonella, más te vale venir a la boda —me amenaza Clarisse.

—Amiga, estoy constipada — finjo estar ronca.

—Antonella, no seas mentirosa. Paso por ti en 15 minutos y nos vamos al salón de belleza — sentencio sin darme oportunidad a replica.

—No es necesario, Clarisse — insisto.

—¡Sí lo es, nada de quejas! —Cuelga y aparece en quince minutos tocando la puerta como una loca.

Abro y la miro suplicante. — Clarisse, en serio no me siento bien…— intento persuadirla.

—Nada de eso, tú vienes conmigo así tenga que llevarte a rastras —sentencia.

Clarisse cumple su amenaza y me lleva contra mi voluntad al salón de belleza. Luego de someterme a una serie de tratamientos para la piel y el cabello, termino luciendo decente como para una boda. Me visto en un precioso vestido color vino, de strapples y con un escote en la pierna. Como terminará tarde llevo una chaquetita a juego para abrigarme. Me incomoda, es demasiado para mí. Honestamente, preferiría mil veces estar vestida como una indigente viendo series en streaming.

Decidimos ir juntas, o más bien, Clarisse decide que iremos juntas. Ella se toma la atribución de decidir todo por mí, no me sorprendería que me hubiera escogido una pareja también. Si lo hace me enfadaré con ella, por el simple hecho de no respetar mi decisión. Si no he salido con alguien es porque no quiero cometer el mismo error por segunda vez. Sería una idiota si lo hiciera.

Pienso que hay personas destinadas a estar con alguien, otras, a formar una familia, y, un grupo (en el cual me encuentro) que permanecen solos. Dudo poder encontrar a alguien que le guste mi forma de ser, que aguante mis locuras, que me quiera, me respete y me ame. Supongo que una persona que me ame así no será capaz de golpearme, suspiro resignada.

—Llegamos Chris…— Clarisse me saca de mis cavilaciones.

—Bien — Es mi escueta respuesta.

Ambas aparcamos en una bonita iglesia que se encuentra dentro de un parque y nos bajamos del auto. Conozco el lugar, cuando era niña mi madre solía traerme aquí, es muy bonito por dentro. Además, en este lugar, mi hermano Adrien hizo su primera comunión. Yo tenía apenas tres años y tengo vagos recuerdos sobre la ceremonia. En esos tiempos las cosas eran mucho más sencillas.

Avanzamos hasta la entrada, Bradley nos espera allí con la boca abierta. — Muchachas, están deslumbrantes — comienza a babear.

—Clarisse se ve divina — sonrío nostálgicamente. Es obvio que el piropo no es para mí.

—Amiga, tú tampoco te quedas atrás…— me alaga Bradley.

—No seas exagerado —respondo avergonzada.

—No exagera, Antonella — Clarisse se acerca a Bradley y le da un beso seguido de una cachetada. — Pervertido — lo reprende.

—Clarissita, es la mano m*****a de los Harrison — se excusa. Río por lo bajo, Bradley ha hecho de las suyas otra vez.

—Mano m*****a, si como no — ironiza Clarisse.

Me alejo para darles privacidad, los conozco y sé cómo terminaran su pelea. Besos, abrazos y arrumacos, demasiado empalagoso para mi gusto. Además, es incómodo estar entremedio de los dos haciendo un mal tercio.

Me alejo y miro alrededor. Hay una gran cantidad de invitados, aunque la mayoría son desconocidos, a otros quizás los vi alguna vez. Lo mejor es ir a la entrada de la Iglesia y esperar a que llegue alguien que conozco.

Luego de diez minutos sigo sin encontrar a nadie, por lo que me dedico a ver la decoración. No es demasiado pomposa ni llamativa, incluso puedo decir que es sumamente elegante y sobria, me recuerda a mi boda, aunque no me haya casado en una Iglesia. La familia de Giovanni nunca había aprobado nuestra relación, así que nos casamos solo por la Ley Civil. Lo hicimos en el Club de la Marina, o para ser más específicos, en la playa. Tuvo que ser muy elegante para cubrir los estándares de los señores Coppola, pero finalmente había resultado bien. No se pudo hacer algo sencillo porque Giovanni era el único hijo heredero y su matrimonio sí importaba. Alguna vez, escuche el rumor de aquel hermano rebelde; el heredero original, que se casó con una mujer demasiado pobre y analfabeta (sin ánimos de ofenderla), según lo que alguna vez su ex marido le conto, se había negado a dejarla y su padre lo saco de la herencia. De aquel hermano no se volvió a saber, se alejó por completo de los Coppola y los maldijo repudiándolos.

Negando en silencio, miro de nuevo las preciosas decoraciones, recuerdo que yo no había podido escoger nada, ni siquiera mi vestido, pero estaba enamorada, no me importaba en lo absoluto. Qué ciego te vuelve el amor, en verdad, había sido una completa imbécil en ese tiempo, suspiro.

—Disculpa la demora, cariño. Belle luci (luces bellísima) —me dice alguien por detrás, poniendo sus manos en mi cintura.

—¿Eh? —¿Me habla a mí? Me giro y veo de quién se trata, mi quijada cae hasta el piso — Se equivoca de persona — digo sin lograr comprender porque ese hombre tan apuesto me esta tocando y hablando de manera tan genial.

—No me castigues por demorarme…— ese hombre me responde y se acerca a mi oído. — Dora me pidió que te ayudara —

—¿A ti también te contaron la historia? —Sale a flote mi mal humor. Es detestable que un total desconocido sienta lástima por ti. — No es necesario que lo hagas — le digo tajante sin ganas de ser mirada con lastima.

—Dora me lo pidió, no puedo negarme — me explica en tono poco conciliador — Nos están mirando — susurra. Por desgracia es verdad, y para mi mala suerte son unos furiosos ojos que conozco demasiado bien.

—Solo por Dora… —sonrió, aunque la verdad es por cómo me ve Giovanni, sentí algo de miedo.

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