Lo vi.

Aproveché que íbamos caminando en total silencio, pensando en todo lo que estaba sucediendo a mi alrededor, hasta que, mi hermano, decidió romperlo.

- ¿Cómo se llama ese chico que te tenía del brazo, Gabi? - Suspiré suavemente. De todos los temas del mundo tuvo que sacar ese.

- Es Tyler. Un chico que conocí en la cafetería, a quien vivo encontrando en todos lados parece. - Mi hermano rió levemente, negando en silencio.

- No te agrada mucho, ¿o sí? - Sonreí. Benjamin entiende cómo soy.

- No lo sé, Ben. Su manera de ser es algo extraña y, con seguridad puedo decir que es posesivo hasta que se aburre. Si es que se aburre.

Mi hermano rió con fuerza, echando su cabeza hacia atrás, haciéndome mirarlo sin entender el chiste en toda la situación, notando que me miraba con una sonrisa sospechosa después de haberse calmado.

Claramente él sabía algo que yo no. 

- Yo creo que le gustas. - Me detuve en seco, mirándolo mal. - ¿Qué?

- ¿Cómo puedes decir eso? Apenas llevo tres días conociéndolo, Benjamin. No estoy para esos juegos. - Rodó sus ojos, negando con decepción. 

- Algún día tendrás que superar que, el que decía amarte, te engañó con la hermana de tu mejor amiga. - Hice una mueca de disgusto al escucharle. No me gustaba tocar ese tema. - Lo lamento, Gab.

Negué en silencio y seguí avanzando. Ben tiene razón; debo superarlo de una buena vez y ya, pero cuesta.

Amé al idiota ese con todo lo que era para encontrarlo revolcándose con la hermana de quien había sido mi mejor amiga. Fue ella quien me llamó para que los descubriera. Me da repulsión con el simple hecho de recordarlos.

Negué de manera sutil, dando un suave suspiro. Los brazos de Ben se envolvieron a mi alrededor, sintiendo que dejaba un pequeño beso en mi cabeza.

- Si pudiera ir a matarlo, lo haría con gusto. No merece tu amor, ni siquiera tu odio. Es un imbécil por no saber la clase de mujer que eres y que dejó perder. - Sonreí ante sus palabras.

- Siempre sabes cómo hacerme sentir mejor, ¿no? - Apretó el abrazo, haciéndome reír con suavidad.

- Soy tu hermano. Siempre lo intentaré. - Asentí, separándonos.

Iniciamos nuestra caminata de nuevo y, a los quince minutos, ya estábamos en casa; preparé el almuerzo para los dos, aunque no probara bocado alguno. Al terminar, le dije a Ben que hiciera sus deberes para, después, poder jugar un rato si quería. Lavé lo que habíamos ensuciado, decidiendo que perdería mi tiempo, sentada afuera.

Subí a mi habitación, bajando con una cobija y un libro entre mis manos: "Bajo la misma estrella". Ya me lo he leído unas cien veces pero no me canso ni me cansaré de hacerlo. Me acomodé en la banca, dando inicio a mi lectura.

Una media hora había pasado cuando levanté mis ojos de la página, escuchando un aullido en las cercanías. Mi curiosidad comenzó a avivarse, haciéndome sentir arriesgada. Cerré el libro, dejándolo a un lado, levantándome de la banca, dando pasos lentos, e inseguros, hacia el bosque.

¿¡Qué rayos haces, estúpida!? ¿¡Quieres ser comida por animales!?

Mi conciencia tenía razón pero era como si, los árboles, tuvieran algo tan interesante que mi cerebro y cuerpo debían ir a fisgonear. Me adentré en la espesidad del lugar, con la curiosidad a flor de piel; mis pasos eran algo torpes debido a las ramas y troncos caídos que habían.

Me detuve en seco al escuchar otro aullido, pero esta vez muy cercano; podía jurar que lo escuchaba justo detrás de mí, así que me giré con cuidado, queriendo comprobar si era así, respirando con algo de calma al ver que no había nada.

Escuché unos leves ruidos a mi espalda como si alguien más estuviese pisando las ramas caídas de los árboles, causando que mi cuerpo se girara con lentitud, conocedora de que, ésta vez, sí había algo.

Al girarme por completo, me encontré al mismo lobo de anoche a una distancia bastante prudente de mi cuerpo. Gruñía sin descanso en mi dirección, causando un terror enorme dentro de mí, haciéndome sentir temblorosa. 

Comencé a dar pequeños pasos hacia atrás al ver que el animal daba pasos hacia mí. Sé que si corro me alcanzará en menos de nada; ¿qué hago?

Pues, corre, pendeja. ¡Corre!

Hice caso a mi conciencia y eché a correr, intentando seguir el mismo camino por el que había entrado pero me era algo difícil. Ni siquiera podía reconocer la senda por la que había entrado, así que me dediqué a correr en línea recta, evitando las garras de mi perseguidor a toda costa, al igual que las ramas que sobresalían, la cuales intentaban hacerme daño. 

Después de un tiempo en desespero y sin detenerme, logré divisar mi casa a lo lejos, apresurando a mis flojas piernas para que no descansaran todavía, atravesando la linde del bosque con cierto alivio pero sin sentirme a salvo del todo.

Necesitaba entrar a mi casa, bajo el refugio familiar. Al abrir mi boca e intentar hacer algún ruido, sentí que un peso gigante me hacía tambalear, haciéndome estrellar contra el suelo, colocando mis brazos en frente de mi rostro, evitando que me lastimara.

Me giré sobre mi espalda con rapidez, viendo a aquel lobo encima de mi cuerpo, escuchando sus gruñidos, sintiendo que me miraba con ganas de acabarme, dejando ver sus filosos dientes. Quería hablar pero, cada vez que abría mi boca, sus gruñidos se hacían más fuertes y tenebrosos; cerré mis labios en una línea recta e intenté calmar mi respiración, junto a mis ganas de llorar intensamente.

¿¡Por qué a mí!? ¿Por qué de todas las personas del mundo, o de este pueblo, tuvo que pasarme algo así? Cerré mis ojos con fuerza al sentir su cercanía sobre mí, olfateando cada parte que podía. 

Pues si nos va a matar, que lo haga rápido porque no tenemos toda la tarde.

¡Estúpida conciencia que no ayudas para nada! ¿Debo ofenderme? Porque soy , inteligencia. Te ofendes a ti misma.

En éstos momentos quisiera arrancarme el cerebro para no escucharla.

Me tensé al escuchar la voz de mi hermano, llamándome desde adentro.

- ¡Gabi!, ¿me puedo comer tu postre? - Miré al lobo que miraba hacia la casa, gruñendo de manera suave; me dio una última mirada y echó a correr hacia el bosque, desapareciendo en segundos. 

Como pude, me levanté del suelo, corriendo hasta la banca colgante, evitando caer por causa de mis propios pies, sentándome con rapidez; mi respiración estaba por las nubes debido a los nervios, el miedo, la ansiedad y contando que el dolor de cabeza volvió, mucho peor de lo que antes sentía.

Escuché que Ben abría la puerta, dirigiendo hacia él mis ojos, mirándolo con una medio sonrisa, tratando de acompasar mi respiración para que no notara que algo sucedía. 

- ¿Estás bien, Gab? - Asentí para, justo en ese momento, escuchar aquel aullido que me había llamado hace un rato, queriendo que fuese a buscarlo. Abrí mis ojos con ansiedad. - Lobos. ¡Genial!

Miré a Benjamin como si se estuviera volviendo loco mientras, él, me miró con una sonrisa emocionada. Negué en silencio, levantándome de la banca, recogiendo el libro y la cobija, haciéndolo entrar a la casa, cerrando la puerta con seguro, sólo por precaución.

Benjamin comenzó a rogarme que le dejara comerse mi postre, a lo que accedí, ya que no tenía hambre; la cabeza comenzaba a martillarme nuevamente. Decidí ir a dormir, antes de que el dolor me matara con insistencia.

Me despedí de Ben y subí a mi habitación, cambiándome con rapidez, dejando a mi cuerpo caer en un sopor no tan tranquilo.

Escuché la alarma sonar, apagándola con pereza; me levanté, alistándome sin perder tiempo. Salí de mi habitación, dirigiéndome al primer piso, notando lo extraño de todo al escuchar el silencio sepulcral que me rodeaba; al terminar de bajar las escaleras, vi que la puerta de entrada se encontraba abierta y una brisa, algo fría, entraba por ella.

Decidí acercarme a cerrarla, deteniendo mis pasos en medio del pasillo al escuchar unas pisadas, bastante pesadas, cerca de la sala; me giré para ver de quién se trataba y, cuando lo hice, mi pulso se aceleró de manera exagerada.

Un lobo de pelaje negro y ojos amarillos me miraba desafiante, gruñendo sin descanso hacia mí; comencé a retroceder, intentando escapar pero, en el momento menos esperado, se abalanzó sobre mi cuerpo, haciéndome caer. El miedo me consumía nuevamente y mi corazón quería salirse de mi pecho. 

Su intención era bastante clara: abrió su hocico, dejándome apreciar sus colmillos filosos, acercándolos con rapidez a mi rostro. 

Desperté sobresaltada en mi cama, con mi respiración agitada. ¡Agh, estúpidos sueños! Miré el reloj, viendo que marcaba las cinco de la mañana; no sé cómo hacer para dejar de despertar tan temprano o no tener esos sueños tan tormentosos y extraños.

Me levanté de la cama, entrando al baño, queriendo desaparecer ese sueño con el agua; me bañé con rapidez y, al salir, me vestí con lentitud.

Hoy sentía más frío que nunca, así que me coloqué ropa que me mantuviera cálida durante el día. Salí de mi habitación, bajando a la cocina; el silencio que se cernía sobre la casa era impresionante y daba algo de miedo.

Al estar en la cocina, saqué leche de la nevera, un plato de la alacena y unos cereales. No tenía ánimo ni ganas para nada más; al menos comería algo.

Tuvo que haber pasado una hora, o quizás más, cuando escuché que alguien bajaba; cuando me fijé, mi madre entraba a la cocina con una sonrisa. Mi plato todavía estaba intacto; sólo había probado dos cucharadas y con eso estaba lista.

- Buenos días, mi niña, ¿cómo amaneces? - Se acerca a mí, dejando un beso en mi cabello.

- Hola, mamá, bien. - Sonreí lo mejor que pude.

- ¿Vas a comerte eso o esperarás a que prepare algo? - La miré con un intento de sonrisa forzada y negué. - Gabriella, debes alimentarte.

Asentí, levantándome para darle un pequeño pero fuerte abrazo.

- No tengo tanto apetito, lo siento. - Dejé un beso en su mejilla, separándome de ella. - ¿Papá ya se fue?

- No, se irá más tarde. Tiene una reunión importante hoy. - Asentí en silencio.

- ¿Crees que pueda llevarnos? - Bueno, más a mí. No quiero caminar hoy.

- Claro que sí. Ya le digo. - Salió de la cocina, dispuesta a buscar a mi padre. - ¡Haz que Benjamin desayune!

Asentí en silencio, tomando asiento nuevamente. Benjamin bajó al poco tiempo, desayunando con rapidez; papá ya nos estaba esperando, así que apenas nos subimos al auto, dio inicio a nuestro viaje, sin demorarnos en llegar al instituto. Ben bajó del auto, haciendo que le prometiera que vendría por él, a lo que acepté con una sonrisa, viéndolo obligarme a levantar mi mano para prometerlo en juramento.

Después de haberlo hecho, sonrió satisfecho y bajó del auto, despidiéndose de nosotros, viendo que se perdía entre la multitud al entrar al instituto.

Papá nos puso en marcha de nuevo, llevándome hasta la cafetería; me preguntó si estaba bien y asentí en silencio, sin querer desgastarme más de lo que ya me sentía.

Al llegar a la cafetería, le agradecí a mi padre y le deseé un buen día. Bajé con toda la lentitud que pude, entrando al establecimiento que acababa de abrir, viendo que ya comenzaba a llegar gente. Saludé a todos con una pequeña sonrisa y me dirigí a colocarme el uniforme; al querer colocarme los zapatos, simplemente me quedé sentada, mirando a la nada.

Me sentía cansada sin razón aparente aunque puedo asegurar que es por lo que me ha estado sucediendo últimamente. Si no, ¿qué otra razón habría? 

- Gabi, ¿estás bien? - Dirigí mis ojos hacia Leslie, quien tenía una sonrisa triste y una mirada preocupada. Suspiré, sonriendo un poco.

- Lo estoy, Les. Sólo estoy algo exhausta pero no es nada que un buen día de trabajo no quite. ¿Sucede algo? - Negó en silencio.

- Eleanor me envió a buscarte. Está preocupada. - Asentí, colocándome los zapatos y me acerqué a Leslie.

- Estoy bien, Les. Vamos a trabajar.

Ambas salimos del lugar, comenzando con nuestros trabajos normales, atendiendo y sirviendo lo mejor que podía.

Después de unas horas me detengo unos segundos, reconociendo que me siento bastante débil; éstos últimos días no es que me haya estado alimentando bien y he estado tomando pastillas para mis malestares, sin probar bocado del todo.

Sacudo mi cabeza levemente, decidiendo que continuaré con mi esfuerzo, ignorando todo aquello.

Una hora ha pasado y, yo, me encuentro sentada en una de las sillas de la barra. Sostengo mi cabeza entre mis manos, ya que la debilidad me está pasando factura. Las piernas me tiemblan, las manos también, el mundo me comienza a dar vueltas mientras, mis ojos, observan pequeños destellos negros a todo mi alrededor.

Escucho la campana de la puerta resonar, indicando que nuevos clientes han llegado. Me levanto de la silla con suma dificultad y lentitud, dándome cuenta que son los chicos: Tyler, Dustin y el resto, que aún no conozco sus nombres.

Me acerco a ellos con deliberada pasividad, sintiendo el peso de mis pasos en cada pisada que voy dando. Al estar frente a ellos, saludo.

- Bienvenidos al restaurante de Bishop's. ¿Qué les puedo traer? - Las palabras salen algo enredadas de mis labios mientras, la mirada de los cinco chicos, está fija en mí. Puedo ver que están preocupados. 

- Gabi, ¿estás bien? Porque no te ves muy bien. - Miré a Dustin con una pequeña sonrisa, negando en silencio.

- E-Es-stoy bie-en... - Solté un suave suspiro, intentando que la debilidad saliera de mi cuerpo.

Como si eso fuese

a funcionar. ¡Sshh!

- Tyler, haz algo. - Escuché la preocupación en la voz de Dustin y, aunque quise decirle que estaba bien, sentí que el mundo tomaba otra dimensión y forma.

Mis párpados pesan demasiado, evitando así que pueda ver con claridad.

- ¡¡Gabriella!! - Fue lo último que escuché: el llamado de Tyler, antes de caer en la inconsciencia.

*****

Me despierto con un leve zumbido en mis oídos y un pitido cerca de éstos. Me remuevo con lentitud y, algo de incomodidad, sintiendo que estoy en una cama. Abro mis ojos con sorpresa, mareándome en el proceso, dándome cuenta que estoy en la cama cómoda de la habitación de una clínica.

¡Rayos!

- ¿Cómo te sientes? - Miro con sorpresa al chico que está a mi lado, viendo en sus ojos la preocupación latente. Desvío mi mirada de la suya, revisando cada parte de mi cuerpo. 

- Creo que bien. - Susurro lo más bajo que puedo. - ¿Qué haces aquí?

Vuelvo mis ojos a él, mirándolo con la curiosidad escapando por cada uno de mis poros. Él sonríe, tomando una de mis manos, trazando pequeños círculos en ella.

El calor que emana su piel es único y hasta delicioso. Debería quitar mi mano de la suya pero es como si mi cuerpo necesitara de ese tacto tan pequeño para sentirse mejor.

- Me diste un susto de muerte cuando te desvaneciste justo a mi lado. Si no es por mis brazos, habrías golpeado tu cabeza con la punta de la mesa, cayendo al suelo de la cafetería. - Pasé en seco y, aunque mi mente se negaba, mi cuerpo obedeció a las malas, removiendo mi mano de la suya.

- G-gracias. - Podía ver algo de dolor en sus bellos ojos grises azulados, que me cautivaban como a una estúpida.

Escuché que abrían la puerta y miré hacia allí, viendo a mi madre entrar, con la preocupación latiendo en sus facciones. Suspiré, preparándome para el regaño. 

- ¿En qué pensabas, Gabriella White? ¿Tomar medicinas sin haber comido nada? ¿Qué querías hacer? - Sabía que ésto me esperaba si ella se enteraba.

- Mamá, no es nada de eso. No pensaba ni quería hacer nada. Sólo era un dolor de cabeza que no se quitaba. Es todo. - Ella suspiró y tomó mi rostro entre sus manos, dejando un beso en mi frente.

- No vuelvas a hacer algo así ni asustarnos de esa manera. Tu hermano estaba desesperado cuando tu padre fue a recogerlo, contándole lo que había sucedido. - Rodé mis ojos. 

- No era necesario, mamá. Estoy bien. - Miré de reojo a Tyler, viendo que me observaba con una medio sonrisa pero su ceño fruncido. - Mamá, él es Tyler... - No me dejó terminar; me interrumpió, asintiendo varias veces.

- Sí, ya sé quién es. Él te trajo. - Asentí más para mí que para ellos. - Iré a avisar que ya despertaste.

Salió de la habitación y yo suspiré rendida, dejándome caer en la cama.

- Tienes razón en algo. - Miré a Tyler con confusión, frunciendo levemente mi ceño. - He sido muy descortés contigo y ni siquiera sabes mi nombre completo. - Medio sonreí, negando en silencio.

Me extendió su mano y yo la estreché con cuidado, mirándolo con algo de sospecha. Lo que no me esperé fue que dejara un beso en el dorso de ésta, haciéndome sonrojar como a un tomate.

- Tyler Thompson. A tus servicios. - Reí un poco nerviosa ante su comentario, viendo que soltaba mi mano con delicadeza. 

- Gabriella White. A tus servicios no estoy. - Él rió un poco, asintiendo.

Mamá entró nuevamente, seguida del doctor. Un hombre no tan canoso, ojos cafés, piel canela y algo fornido.

- Hola, Gabriella. Soy el doctor Patrick. ¿Cómo te sientes? - Me sonrió, esperando a que le respondiera; asentí una vez. 

- Bien, creo. - Él asintió, anotando algo en su tablilla.

- ¿Tienes dolor en la cabeza? - Negué en silencio; él asintió. - Bien, déjame revisarte.

Se acercó a mí, revisando mis latidos, mi visión, mis oídos e incluso mi garganta. Al terminar, sonrió, volvió a anotar algo en su tablilla y me miró.

- Bueno, estás en perfecto estado. Iré a llenar tus papeles para darte de alta y que puedas marcharte a casa. - Pero yo no quería llegar a casa.

- Doctor, ¿podría ir a trabajar? - Él negó. - ¿Por qué no? Usted dijo que estoy bien.

- Lo dije, Gabriella, pero eso no significa que debas abusar. Necesitas reposar, al menos lo que resta de día. - Asentí algo resignada. - Ve a cambiarte y los espero en la recepción.

Nos dio la espalda, saliendo de la habitación. Mamá me ayudó a quitar todos los implementos que tenía en mi cuerpo y Tyler me ayudó a levantarme. Me dirigí al baño, quitándome la estresante bata, colocándome mi ropa sin dudarlo.

Salí del baño y, junto a Tyler y mi madre, salimos a la recepción. El doctor nos estaba esperando. Al vernos, nos entregó los papeles de mi salida, deseándome una mejoría total, a lo que le agradecí con una sonrisa.

- Tyler, ¿podrías llevarla a casa? Yo debo quedarme a terminar el turno. - Observé a mi madre con sorpresa, deseando que fuese mentira. 

¿Que Tyler qué? 

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