¿Esto es verdad?

Desperté en mi cama, sintiendo un fuerte dolor en la cabeza, acariciando mi sien con dos dedos. ¿Qué hora es? ¿A qué hora me dormí? Me estiré con cuidado, levantándome de ahí. 

Me acerqué a la ventana, abriéndola con suavidad, sintiendo una brisa helada entrar, congelándome hasta los huesos. Me abracé a mí misma, queriendo cerrar la ventana, pero al hacerlo, me dí cuenta que había una persona allí abajo, mirándome.

Podía sentir sus ojos clavados en mí. Sin pestañear, parece que hasta sin respirar. 

Aunque para mi sorpresa, no sólo era una persona: habían varias personas, todas mirándome fijamente. ¿Qué rayos hacen? 

¿Tal vez se les atrofió el cerebro y por eso parecen muertos?

Negué en silencio, decidiendo que cerraría la ventana, pero al intentarlo, me fue imposible; sentí cómo me empujaban contra el suelo, causando que cerrara mis ojos ante la caída, notando un dolor agudo en mi nuca. Al abrirlos y mirar qué sucedía, un lobo enorme se encontraba sobre mi cuerpo, enterrando una de sus patas en mi hombro izquierdo. El dolor comenzaba a ser algo insoportable.

Intenté moverme pero me costaba realizar algún movimiento sin sentir un dolor punzante; lágrimas comenzaban a escapar de mis ojos, sin poder hallar mi voz por ningún lado.

- Te encontré y, ésta vez, no escaparás, Gabriella. - Escuchar su voz en mi mente causó que la sangre se congelara en mis venas mientras, su amenaza, me hizo sentir temor por mi vida. 

Vi cómo abría su hocico enorme, haciéndome entender su verdadera intención: asesinarme. Mis ojos se abrieron con ansiedad mientras mi cuerpo reaccionaba, causando que encontrara mi voz, dando un fuerte grito que retumbó por todo el lugar.

Y, justo ahí, desperté nuevamente, sola en mi habitación, sintiendo a mis lágrimas escapar sin aviso.

Todo fue tan real. Se sintió demasiado real. 

¿Qué carajos estoy soñando? ¿Por qué? ¿Estaré perdiendo la razón?

Dirigí mi mirada hacia mi hombro, el cual dolía, intentando ver si estaba herido pero, al analizarlo, no tenía nada. Ni siquiera un rasguño. 

Sostuve mi cabeza entre mis manos, sintiendo cómo latía con fuerza dentro de mi cráneo, haciéndome sentir peor. 

¿Cómo llegué aquí? Lo último que recuerdo fue haberme desmayado en la entrada. 

Me senté con suavidad en mi cama, mirando el reloj de mi mesita: marcaba las dos de la mañana. Miré mi cuerpo y éste todavía tenía la ropa de ayer; seguramente mis padres me dejaron aquí, creyendo que despertaría en cualquier momento.

Me levanté de la cama con cuidado, buscando una de mis pijamas cómodas. Me deshice de la ropa y me coloqué la pijama con lentitud, Sintiéndome realmente mal; necesito tomar algo para éste malestar antes de que termine acabando con mi propia cordura.

Entré al baño, buscando el pequeño botiquín que mamá siempre nos deja en caso de emergencia en una de las gavetas. Busqué unas aspirinas y, por la flojera que tenía de bajar a la cocina, tomé agua de la llave para no pasarlas en seco.

Al estar lista, me dirigí a mi cama, recostándome con lentitud, dejando que mis ojos se cerraran con pesadez y cansancio después de un tiempo esperando. 

Desperté por la sonora alarma que me hizo dar un fuerte salto en mi cama debido al susto. La cabeza me dolía todavía y eso sólo significaba que estaba cansada y que no había dormido nada bien.

O quizá que estoy enfermando sin darme cuenta. 

Escuché que abrían la puerta de mi habitación, dirigiendo mi vista hacia ella, viendo a mi madre entrar con una sonrisa preocupada, sentándose a un lado de mi cuerpo.

- ¿Cómo te sientes, Gabi? Anoche nos diste un susto terrible cuando llegamos y te vimos desvanecerte hacia el suelo. - Medio sonreí, restándole importancia.

- Estoy bien, mamá. Sólo tengo un leve dolor en la cabeza pero me siento mejor. - ¡Mentira! ¡Nos sentimos peor que el vómito de un perro! ¡Agh, qué asco! ¿Podrías hacer silencio? Mi madre me mira con ternura y preocupación.

- ¿Por qué te desmayaste? - Suspiré, recordando el motivo. Un bendito lobo casi me come y me acaba del susto. Negué en silencio.

- No sé, mamá. Tal vez fue que no comí muy bien ayer o algo me cayó mal. - Ella asintió no muy convencida, levantándose de la cama.

- Toma unas aspirinas, te alistas y bajas a desayunar, ¿de acuerdo? - Asentí en silencio, viéndola dejar un beso en mi cabeza, saliendo de mi habitación, cerrando a su paso.

Me levanté con cuidado, acercándome a mi armario, buscando mi ropa, cuando escuché que abrían la puerta de mi habitación nuevamente. Me giré con lentitud, encontrándome a Ben, de pie en la puerta, con su ceño fruncido y algo de tristeza en sus ojos color miel.

- Hola, Be... - No me dejó terminar cuando sus brazos estaban alrededor de mis hombros y mi cabeza descansando debajo de su cuello. 

Sí, soy un oompa loompa y no me avergüenza.

- Me diste el susto más grande de toda mi vida, Gabriella White. - Reí en su pecho con suavidad, rodeando su cintura con mis brazos. 

- Se supone que soy la mayor pero, tú, me cuidas mejor de lo que yo te cuido a ti. - Escuché una risa suave y sonreí, apretando el abrazo.

- No me importa. Yo soy el hombre y tú eres la princesa de ésta casa. Yo cuidaré de ti, sin importar qué tan mayor seas. - Sonreí con ternura al escucharlo, separándome de él.

- Eres todo un romántico, Benjamin. - El sonrió, levantando uno de sus hombros, restándole importancia al asunto.

- Dejaré que te cambies y nos vamos. - Asentí, viéndolo dejar un pequeño beso en mi cabeza, saliendo de mi habitación.

Me metí al baño, dándome una ducha rápida. Al salir, me alisté de igual manera, peinando un poco mi cabello, aplicando algo de perfume y salí de mi habitación, bajando las escaleras.

Al llegar a la cocina, Benjamin ya estaba desayunando, así que me senté a su lado y comencé a desayunar lo que mamá había preparado; no fue mucho lo que comí. Dí unos leves mordiscos, dejando el resto a un lado, siendo observada por mi madre con desaprobación mientras yo le restaba importancia con una sonrisa; Ben devoró los restos sin miedo alguno haciéndome sonreír. Luego de unos diez minutos, ambos nos levantamos, fuimos a lavarnos los dientes y salimos juntos. 

Mientras caminábamos, Benjamin llevaba uno de sus brazos sobre mis hombros, listo para sostenerme si llegaba a caer nuevamente. Había un silencio a nuestro alrededor pero no me molestaba; no tenía cabeza para nada ahora mismo. 

- Gabi, ¿qué sucedió anoche? ¿Por qué te desmayaste? - Miré a Ben un segundo y luego miré hacia el suelo, intentando no darle demasiadas vueltas al asunto.

- Te diré lo mismo que le dije a mamá, Ben: seguramente no había comido bien o algo me cayó realmente mal. - Sonreí levemente. 

No quería decirle a mi hermano que había visto a un estúpido lobo y que, el muy infeliz, me había olfateado como si fuera un hueso.

- Está bien. Si no me quieres decir ahora, no te presionaré. - Nos detuvimos con suavidad, dándome cuenta que habíamos llegado al instituto. Ben me miró con cierta seriedad, haciéndome sentir un poco nerviosa. - Tarde o temprano me dirás, Gabi.

Dejó un pequeño beso en mi cabeza y lo vi perderse entre la multitud de alumnos que llegaban. Suspiré con cansancio, dándole la espalda al lugar, dirigiéndome a un paso demasiado lento a la cafetería.

Creo que un caracol sería mucho más rápido que yo. ¿Sientes eso? ¿No crees que debas avanzar un poco más rápido? No, no tengo ánimos ni fuerza para prestarle atención a mi paranoia ahora mismo. 

Al llegar a mi destino, me di cuenta que ya habían abierto, viendo que había gente esperando ser atendida, así que me encaminé hacia la parte trasera, dando un leve "buenos días" a todos en el camino, colocándome el uniforme con rapidez, iniciando mi día sin demora. 

Mientras me encontraba trabajando, sentía a mi mente en otro lugar y, al mismo tiempo, no sentía ánimo alguno en atender. El dolor de cabeza, junto al cansancio que sentía, me estaban carcomiendo en vida propia; tuve varios reclamos de clientes por causa de los pedidos. 

Me equivoqué unas diez veces con diferentes entregas y, en una de ellas, tropecé con nada y todo lo que tenía en las manos se derramó encima de mi cuerpo.

Soy un caos total. Qué vergüenza. ¿Qué dirán de mí? Dirán lo mismo que pensamos: que eres una completa estúpida. Suspiré en silencio, intentando ignorar a mi mente. 

- Gabriella, ven aquí. - Me tensé al escuchar a Eleanor llamarme, acercándome a ella con rapidez, y algo de tristeza, rogando porque no fuese a despedirme.

- ¿Señora? - Le di una leve sonrisa y ella me miró preocupada.

- ¿Qué sucede, cariño? Has estado bastante distraída; incluso te regaste una orden encima. ¿Te encuentras bien? - Suspiré en silencio, asintiendo.

- En realidad no me siento bien, Eleanor. Siento que mi cabeza explotará en cualquier momento debido al dolor. - Tomó mi rostro entre sus manos, mirándome con precaución.

- Vete a casa, Gab. No quiero que termines peor de enferma. - La miré con algo de sorpresa, negando en silencio. 

- Pero, Ele... - Ella negó sin dejarme terminar.

- Las chicas se encargarán de todo. Tú ve a descansar. Mañana te espero aquí, y confío en que estarás mejor. - Asentí en silencio, viéndola dejar un beso en mi frente, dejándome ir a cambiar. 

Lo hice con toda la lentitud que mi cuerpo me permitía; al estar lista, me fui despidiendo de todos en el camino, deseando aplacar mi malestar, ignorando los pedidos de todos por avisarles cómo seguía. 

Al intentar salir del lugar, me encontraba tan distraída con el dolor que no me di cuenta cuando mi cuerpo se estrelló contra el de alguien más. Habría caído al suelo de no haber sido por sus fuertes manos que me sujetaron con rapidez, pegándome a su cuerpo caliente.

Me estremecí ante la cercanía cuando aquel olor golpeó mi nariz con fuerza, haciéndome olvidar, por un momento, el lugar, las personas e incluso mi inútil dolor.

Mis ojos se fijaron en él, viéndolo como si fuera la octava maravilla del mundo. 

Tyler desprendía un olor asombroso, pero no sabría decir si era de su piel o su ropa; eso sí, era un olor embriagador. Desprendía un olor como el aroma fresco de los árboles, como una suave brisa natural y, al mismo tiempo, se combinaba con un perfume de hombre, bastante fuerte y varonil. 

Todos mis sentidos estaban idos y algo aturdidos.

¡Habla, pendeja! ¡Él nos está observando! 

Su mirada gris azulada estaba fija en mi rostro, penetrando cada parte de éste sin pena ni temor. Me sentía cohibida pero aproveché ese momento para permitirme admirarlo con detalle. 

Sus labios rosados, y un poco gruesos, eran una total tentación para caer en pecado, probándolos sin miedo alguno. Su mandíbula cuadrada alineaba perfectamente con su nariz fileña; sus cejas, negras y pobladas, hacían contraste con sus bellos ojos.

- Te pregunté si estabas bien. - Su voz gruesa me hizo estremecer, regresándome a mi realidad. Parpadeé varias veces, asintiendo como estúpida.

- Gracias por evitar que cayera. - Vislumbré un atisbo de sonrisa, dejándome admitir, con seguridad y derrota, que luce más hermoso de lo que esperé.

- No fue nada.

Asentí en silencio, separándome de él, pasando por uno de sus costados, saliendo a la calle. Su mano en mi brazo me detuvo y, de nuevo, ese estremecimiento por su toque, inundando todo mi cuerpo. ¿Qué rayos me sucede? 

- ¿A dónde vas? - Lo miré algo confundida. ¿Por qué le importaba ahora?

- A casa. Si me disculpas, quiero irme y tu mano no me deja. - Miré su mano, al tiempo que él lo hacía, viéndolo soltarme con inseguridad.

- Gabi, espero te mejores. - Miré a Dustin, a tiempo de verlo acercarse a mí, dándome un fuerte abrazo. Sonreí algo confundida.

- Gracias, Dustin, pero estoy bien, de verdad. - Acabé de conocerlo y ya me trata como si fuéramos amigos de toda la vida.

- Dustin. - Ambos escuchamos la voz amenazante de Tyler, separándonos con cierta tensión. Lo miré con confusión mientras, Dustin, lo hacía con una sonrisa. 

El cuerpo de Tyler comenzó a temblar de manera casi imperceptible, dejándome ver cómo sus ojos cambiaban de color pero, al fijarme de nuevo, estos estaban normal.

- Calma, tigre. Ella es toda tuya. - Fruncí mi ceño sin entender de a mucho, mirando a Dustin con incredulidad. 

- ¿Perdón? ¿Suya? - Bufé con frustración, viendo que me observaban ésta vez. - Ni que fuera una propiedad que estuvo en venta y, él, compró porque se le dio la gana. - Los miré a los dos con enojo y malestar contenido. - Si me disculpan, me iré ahora mismo.

Les di la espalda, escuchando leves murmullos entre ellos, para, luego, ambos comenzar a llamarme mientras me alejaba pero ni les presté atención. Me coloqué mis audífonos, dándole play a la música, comenzado el viaje a casa. 

No llevaba ni cinco minutos sola cuando sentí que me agarraban del brazo, deteniendo mi avance; me giré a mirar al culpable, encontrándome a Tyler, con su mandíbula tensa. Mi ceño se frunció con incredulidad y enojo. 

- Pero ¿qué haces? Suéltame, idiota. - Su agarre en mi brazo se fortaleció, comenzando a lastimarme de a poco pero no le demostraría ni una pizca de temor.

- No quieres verme enojado, Gabriella White. - ¿Cómo rayos sabe mi nombre completo? ¿Será algún violador? Porque si es así, feliz dejo que te viole. No vengas con tus impertinencias; no ahora.

- Suéltame, idiota. Me lastimas. - Apretó aún más el agarre, acercándome a él. Podía sentir su respiración en mi rostro, incluso con lo enana que soy.

- Deja de decirme así. - Su voz salió entre dientes y algo contenida. 

Su mano comenzó a temblar nuevamente, dejándome sentir las sacudidas como si fuera un vibrador pegado a mi brazo. Lo miré sin comprender su actitud. 

- Pues ¿cómo quieres que te llame? No te conozco, y el hecho de que te haya dicho mi nombre, no significa que seamos amigos. - Me miró con cierta reserva. 

- Pero eres amiga de Dustin. - Me estaba acabando la poca paciencia que me quedaba.

- ¡Pues obvio! ¡Él no me trata como tú lo haces! - Pude ver cómo se descomponían sus facciones al escuchar mis palabras. - ¡Ahora, suéltame!

Logré zafar mi brazo de su agarre y le di la espalda, sobando con fuerza el lugar donde me lastimó; estoy segura que dejará marca y no creo que el maquillaje lo cubra. Sentía que la cabeza me explotaría del estrés que estaba sufriendo, totalmente segura de que, si no llego a mi casa y descanso, seré capaz de derrumbarme en mitad de la calle.

Comencé a avanzar con algo de rapidez, hasta que sentí sus manos en mi cintura, deteniendo mi avance nuevamente; bufé frustrada. Quise girarme para golpearlo pero, él, apretó el agarre, impidiendo que me moviera. Podía sentir el calor que emanaban sus manos hacia mi cuerpo, incluso por encima de mi ropa. Me estremecí al sentir sus labios cerca de mi oído.

- Eres mía, Gabriella, y tarde o temprano, tú lo aceptarás. - En su voz podía percibir la posesividad de él hacia mí, pero para mi buena suerte, no pude negar nada. Sentí que me soltaba y decidí avanzar sin mirar atrás.

Al llegar a mi casa, decidí ir a acostarme, tomando algo para el malestar. No soy de las que toman medicinas porque sí pero en definitiva, éste dolor, me tiene en agonía. 

Programé la alarma para poder levantarme e ir en busca de mi hermano, dejando que mis ojos se cerraran sin impedimento alguno.

Me desperté sobresaltada por la ruidosa alarma, todavía sintiéndome mal pero ahora el problema radicaba en que no había comido nada en todo el día, aparte del desayuno que fue a eso de las siete y algo de la mañana; igual, no importa. Me levanté de la cama, me coloqué mis zapatos, mi chaqueta y salí de casa en busca de mi hermano.

A los quince minutos había llegado al instituto, quedándome afuera, sentada en un muro, esperando por él. Lo que yo no esperaba era encontrarme al intenso de Tyler, acercándose a mí, con una sonrisa más bella que la de los mismos dioses.

¡Agh! ¿Debe verse bien con todo y en todo? Dejé mis ojos en blanco e intenté ignorarlo pero me fue imposible.

- Sé que te atraigo pero no es para que me persigas. - Bufé en silencio, levantándome de ahí, dispuesta a buscar a Benjamin, queriendo alejarme de él. Otra vez, su mano me detuvo. ¿Qué problema tiene con estarnos deteniendo? Ni que fuera policía. Lo miré con cansancio. - ¿A quién esperas?

- No te importa. - Tensó su mandíbula, mirándome con enojo, casi histérico. Sonreí para mis adentros. 

- Todo de ti me importa. ¿A quién? - Iba a responder pero, en ese momento, mi pequeño hermano hizo aparición.

- ¡Gabi! - Me gire hacia donde escuché su voz, sonriendo al verlo caminar a paso apresurado hacia donde me encontraba.

- Hola, Ben. - Sentí el apretón en mi brazo y miré mal a Tyler. - Como sigas apretando, me dejarás sin brazo, así que te recomiendo que me vayas soltando.

Estaba totalmente enfurecido y podías darte cuenta de eso a kilómetros de distancia; soltó mi brazo con cierta inseguridad y renuencia. 

- ¿Quién es él? - Levanté uno de mis hombros, dándole la espalda. No tengo que darle explicaciones de nada.

Me acerqué a Ben, rodeando su cintura con mis brazos, sintiendo sus brazos alrededor de mis hombros. Dejó un beso en mi cabeza.

- ¿Cómo te fue, enano? - Escuché el leve bufido de mi hermano y sonreí. Odia que le diga así.

- Entre los dos, tú eres la enana. - Reí con suavidad, asintiendo en silencio. 

Al separarnos, Ben dejó uno de sus brazos sobre mis hombros, llevándome con él.

Sonreí con malicia al ver el rostro del troglodita descomponerse mucho más ante la escena. Pasamos justo por su lado, causando que lo ignorara del todo; aunque puedo jurar que su mirada decía algo como: ésto no se queda así.

O quizás está estreñido y por eso la mala cara.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo