Capítulo 8

—¿Cómo me encontraste? —pregunto con la voz un tanto más fija. 

—Puedo sentir todo lo que sientes, puedo saber dónde estás —su rostro refleja dolor, es extraño

—¿Qué es lo que pasa? —pregunto y él niega nadando fuera del lugar y luego cae en la arena haciendo que yo también caiga 

—Tienes… tienes algo —miro mi pie y tengo una alga enredada en mi pierna.

—Es solo una alga —digo tratando de apartarla con la mano y Aquiles cae en la arena de nuevo. 

—¿Qué? —y él se retuerce haciendo que la gente se acumule frente a nosotros. 

—Quita eso… quita eso —dice entre jadeos y entiendo que es el alga lo que hace que él se ponga de esta manera.

—Es una bruja —dice Jacobo y se acerca hasta donde estamos—. Es una bruja, le está haciendo algo.

—Ya basta —dice Aquiles y yo solo me libero de la extraña planta para tratar de ir hacia donde él está. 

—Yo… lo siento —digo pero el padre de Aquiles me mira de mala gana.

—Sus poderes lo han hecho— dice pero yo niego. Aquiles me mira confundido pero la verdad es que no entiendo que es lo que ha pasado, eso solo era una alga. Él me mira receloso pero al final miro como es que la gente se aleja menos su padre quien sigue mirandome con desaprobación. 

—¿Has terminado de hacer tus embrujos?, ¿te convenciste de que es mejor tenerla lejos Aquiles? —yo niego y él me mira aun tratando de recuperarse por lo sucedido. 

—No hice nada —digo y su padre bufa, Aquiles se pone de pie y viene conmigo, luego me toma en brazos y comienza a caminar conmigo hasta su casa. 

—Te lo juro, yo no he hecho nada —y él no responde, pero después pienso que tal vez eso me de una razón para irme, aunque no sé muy bien a donde. 

—Fue esa planta, supongo —tomo aire y me concentro en cómo tomar esta situación. En si él en realidad pretende ignorar esto y solo aferrarse a una atracción química. 

—¿Cómo sabías mi nombre? —escucho un fuerte suspiro, miro como frunce más el ceño y luego gruñe debido a la frustración.

—Creo que ya no podré ocultarlo más —me separo a duras penas de él para poder mirarle a los ojos mientras me habla, su cuerpo está tenso y se le nota incómodo—. Primero que nada, yo ni siquiera creía en esto de… las almas. Nuestro pueblo cree que al nacer uno está destinado a una o varias almas. 

—¿Varias? —digo carraspeando, la verdad es que no me ha gustado esa idea. 

—Así es, algunos están destinados a más de una —aprieto los labios y sé que me incómoda—. No soy parte de ese grupo, ya tengo las cosas complicadas. 

—Bueno… —digo enderezándome un poco y tratando de parecer sorprendida. Yo ya lo sé todo, solo que no quiero meter en problemas al guardia.  

—Pasa que, tenemos a un par de brujos, videntes que han estado con la familia hace bastantes años y… cada vez que nace alguien de sangre real la aldea entera quiere saber si su hija o hijo será el alma de… alguno de nosotros —alzo una ceja, vaya que gente tan interesada—. Desde que nací, se sabía que mi alma iba a ser alguien distinto a esta raza. 

Sus ojos no se apartan de mi, pareciera que quiere atrapar cada una de mis reacciones.

—Mis padres casi enloquecían, para nosotros eso es algo muy importante… bueno para ellos. 

—Yo lo arruino —digo casi de inmediato y él niega rápidamente.

—No, solo no es lo que la gente espera, pero… te necesito—acaricia mi mentón, mis labios—. Estoy atado a ti.

Noto como es que casi duelen pronunciar esas palabras. ¿Será que se arrepiente?, ¿será que es una debilidad?

—¿Qué son esas pesadillas? —pregunto para callar la voz que me atormenta dentro.  

—Cosas.

—Quisiera… saber —él niega y me vuelve a sujetar contra su cuerpo con mucha facilidad, mis piernas cruzan su cintura—. Quiero saber, no busco hacerte daño… en realidad me da miedo hacerte más daño.

Guía esa mirada café verdosa hasta llegar a mis ojos y apenas me doy cuenta que se ha detenido. 

—Después de todo lo que te he hecho… 

—Las cosas han cambiado —él asiente aun con la cara tensa—. No quiero arruinarte, ni hacerte las cosas más difíciles, lo juro.

Él comienza a caminar en dirección a su casa supongo. Sus pasos son muy tranquilos, el lugar es bastante irregular, puedo sentirlo a través de su caminar. La lluvia sigue cayendo a cantaros, cubre cada parte de su rostro, una extraña sensación siento que nos acoje a ambos, nada normal, nada común solo la siento. No puedo dejar de pensar en la extraña visión que he tenido mientras me sumergía en el mar, un lobo color gris y de ojos color miel me miraba de manera fija… podría preguntarle a Aquiles al respecto, podría solo exponer la clase de imagen que se me ha plantado en la mente pero… me parece una locura, bien puede significar nada. Abre y cierra sus ojos para liberarlos de las gotas que los inundan.

Dejo caer mi cabeza en su hombro y pego mis labios a su cuello, no puedo evitarlo y le beso. La presión en mi cintura se vuelve más intensa por instantes para después volver a ser lo que era. 

—Aquiles, ¿qué haces? —escucho la voz de su padre y levanto mi cabeza de inmediato. No parece muy contento. Están fuera de la gran casa. 

Sabina lo acompaña cubierta por una manta ya empapada. Su padre me dirige una rápida mirada de disgusto y luego agacha la cabeza. 

—Apártense —dice con un tono seguro y decidido a los guardias de la puerta.  

—Aquiles… —puedo escuchar como llama su padre de nuevo, pero la pesada puerta es arrastrada de una patada hasta cerrarse. 

—Creo que algo no anda bien —digo mientras deposita mis pies con delicadeza en el suelo. Me tambaleo un poco pues siento haber estado a mucha altura.

—No te preocupes —dice con tono tranquilo y me dedica una mirada que me hace estremecer—. Tengo que salir, por favor, no vuelvas a salir de casa, las cosas… tengo que arreglar algunas cosas. 

Asiento y da media vuelta para irse pero me apresuro a añadir antes de que salga.

—Quisiera… hablar con tu madre —se gira con una ceja alzada, la cicatriz que cruza sus ojos está hoy más visible. Frunce el ceño y luego asiente. Espero no descubra mis intensiones. 

Sale de la casa y a los minutos Sabina entra, parece ansiosa, nerviosa, no lo sé.  

—Sabina —la mujer morena se acerca hasta el sillón de piedra y toma asiento junto a mí. 

—¿Qué sucede? —dice con una sonrisa algo nerviosa, la miro fijamente y siento miedo de hacerle cualquier tipo de cuestionamiento. 

—Necesito que… —trato de calmar mi corazón que está a punto de estallar—. Sé lo de la conexión entre Aquiles y yo… también lo que los videntes, las personas de su isla han dicho sobre mí… pero…

Sabina abre los ojos aún más y endereza su espalda. 

—Yo… no quiero dañar a Aquiles, en realidad me aterra hacer algo que… lo haga débil, lo siento, en verdad siento que quiero ayudarle y hacerle bien—apenas me doy cuenta que he dicho, tengo cerrados los ojos. Al abrirlos encuentro a Sabina un tanto confundida. 

—¿Qué dices? —siento tanto dentro de mí, ni siquiera estoy segura de lo que voy a hacer. Hago un puchero y no puedo evitar que las lágrimas salgan a mis ojos.

—Dime que hago para ayudarle, no quiero perjudicar, quiero ser aceptada.

—Eso no podrá ser —escupe Sabina y toda la esperanza que tenía se ve derrumbada, la primer lágrima sale. No sé porque soy tan débil aquí. 

—¿Por qué no?, ¿soy yo el problema? 

—Este lugar… en este lugar, todos están muy equivocados—toma un largo suspiro y me sorprende cuando toma mi mano, la acuna en la suya—. Hay un gran problema, y es algo con lo que hay que luchar día a día. Como puedes darte cuenta nos desprestigian solo por ser mujeres, a pesar de que podemos ser más fuertes que cualquiera de esos guerreros, pero además, tú tienes un problema más grande que no te permitirá encajar por más esfuerzos que hagas. 

—Creen que soy bruja —completo la frase y ella asiente—. No lo soy, lo juro, no sé porque han llegado a esa conclusión.

Mi tono es desesperado, intranquilo, Sabina me mira un poco triste, he comenzado a llorar, de frustración, ¿cómo es que puedan catalogarme como bruja si yo… no he hecho nada?  

—Sé que no quieres dañarlo —dice al final

—Ayúdame —digo en tono de súplica cuando se escucha la puerta siendo arrastrada.

—¡Más vale que entiendas que yo nunca reconoceré a una bruja como parte de mi familia!, ¡puedes encontrar un sinfín de mujeres puras y castas en esta isla y tu… te aferras a ella! —grita el padre de Aquiles, mis ojos se abren como platos y un fuerte golpe en el pecho me deja casi sin aliento. 

—¡No te metas en mis asuntos o te vas a arrepentir, lo juro! —Sabina baja la mirada—. Vete, Sabina. 

La esbelta mujer sale a pasos rápidos y ligeros sin mirarme. La puerta se arrastra y sé que no queda nadie más que él y yo. 

—No lo escuches, él no entiende que eres necesaria —me giro para poder mirarlo y está hecho un hielo, puedo percibirlo. 

—Me necesitas… para vivir —él asiente y un fuerte golpe en el pecho vuelve a doler, ¿sólo es eso entonces?, volvemos a lo mismo, él me necesita para estar al frente de su pueblo y no ser débil. Pero, ¿qué pasa con todo lo dicho anteriormente?

Cómo crees que te iba a mantener intranquila, lo que quiere es que te quedes por tu voluntad en este lugar. Y ahora lo entiendo.Me secó las lágrimas que recorren mi rostro y reúno el poco aliento que me queda para poder hablar.

—Aquiles —me pongo de pie y camino hacia donde está él, respira de manera agitada—. No quiero dañarte. Quiero ayudarte, quiero… ser aceptada porque yo… 

Las lágrimas me hacen lucir débil y estúpida. Aquiles parece una roca frente a mí, puedo sentir su frialdad, no tienen nada que ver con el anterior Aquiles que me aferraba en brazos. 

—Siento dolor cada vez que… —tomo un largo suspiro, tengo que dejar de lucir débil, tengo que mostrar esa fortaleza interna de la que me ha hablado Sabina o terminaré siendo nada—. Creo que me he enamorado. 

Lo he dicho, es estúpido, él es un salvaje, es un hombre-roca, pero no puedo… no puedo ocultar esto que siento ya no más. 

—Mi corazón lo grita, mi cuerpo también, es algo que no puedo controlar cada vez que tú… estás cerca —alzo mi mano hasta llegar a su barba poblada y un tanto desarreglada. Miro como su ceño se frunce y luego toma mi mano para apartarla de él. 

—Basta, Margot —da media vuelta y comienza a caminar alejándose de mi. 

—¿Tú no lo sientes?, dime que tú no sientes esto cuando estamos juntos… —mi voz se ha quebrado debido al dolor que siento en el pecho y me invade todo el cuerpo, es algo muy extraño. 

—¡He dicho basta, Margot! —su grito me sorprende y hace que me maree. Él… sólo me necesita para dirigir a su isla. 

Escucho sus pesados pasos por las escaleras. Trago saliva y el dolor en mi pecho me impide respirar, mis rodillas tiemblan y caigo al suelo sin poder dejar de llorar. ¿Qué está sucediéndome?

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo