Capítulo 5

Han pasado lo que creo yo, fueron 4 días. Una mujer, que no es la chica que me trajo aquí, va y viene con charolas llenas de comida que no he probado. Morir de hambre no es una manera muy rápida pero es mi única posibilidad por ahora. 

He escuchado gritar a ese hombre cada noche mientras duerme. No sé en qué consisten sus pesadillas, se nota que le abruman y le duelen, pero no he vuelto ayudarlo a despertar. Tampoco lo he visto. 

Agradezco que no se presente aquí. Solo espero cada día que se enfade y que me deje ir. No sé para qué, tampoco tengo a donde ir, pero solo sé que no estaré viviendo con un salvaje. 

—Hoy tampoco comió —dice la mujer en mi dirección pero no le contesto, solo escucho un suspiro y da media vuelta para irse del lugar. Cierro los ojos y mi cuerpo está tan debilitado por la paliza de bienvenida y la falta de comida, que me quedo dormida en el instante. 

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Abro los ojos pero me siento demasiado débil. Escucho pasos, luego la luz que entra por la ventana, se ve interrumpida por una enorme masa.

—Come —dice con voz ronca y señala algo que no sé qué es—. Come. 

—Déjame en paz —alcanzo a decir y escucho un gruñido que me parece demasiado extraño para ser un hombre. 

—Vas a morir —dice toscamente y bufo.

—Es lo que quiero, genio—escucho un fuerte golpe que aturde mis oídos y luego siento como me levanta de la cama.

—No pesa nada, va a morir —dice a alguien que no puedo ver—. Pesa más un perro. 

—Aquiles… —es una voz de mujer—. Hijo, creo que no es bueno que la compares con eso. 

—Es la verdad, Sabina—ella es su madre—. No puede morir.

—Déjame con ella —dice y siento como me deposita en las pieles de nuevo y luego escucho sus pasos alejarse, hay un pequeño silencio antes de que la mujer de voz suave comienza a hablar—. Hola, soy… Sabina, la madre de… Aquiles.

Mi cuerpo se estremece al escuchar su nombre, hay silencio antes de escuchar como solloza, parpadeo de forma lenta y hago el mayor esfuerzo por sentarme para poder ver a aquella mujer. Tardo un par de minutos pero lo logro, me muevo hasta poder recargarme en alguna almohada que ella ayuda a colocar. No deja de sollozar de forma silenciosa. Luego me mira a los ojos y alza sus manos para acariciar mi rostro, no siento miedo así que no me aparto de ella. Me recuerda a mamá.

—Lo siento, siento mucho que tengas que pasar esto… —rompe en llanto aún más fluido—. Me duele tanto verte así. 

Y de pronto yo también estoy llorando, no sé por qué pero lo hago, porque me recuerda a mamá, porque extraño a mis padres. Sostiene mi mano, la acaricia. 

—Perdónanos, por favor, deja de hacerte daño.

—Él no me deja ir… yo no quiero estar aquí —digo sollozando. Es muy bonita, tiene el cabello más oscuro y lacio que he visto jamás. Lo lleva recogido de los lados con pequeñas joyas, y el vestido color frambuesa luce hermoso en ella. 

—No puedes irte… —dice mirándome con piedad, niego sin comprender porque todos en este lugar dicen eso—. Aquiles te necesita.

—Él solo… yo no quiero estar aquí, entiéndame —limpia sus lágrimas y después me mira fijo, aclara su garganta y su suave voz me hace sentir cómoda hasta comprender sus palabras.

—No tienes otra opción, y tienes que vivir, él te necesita y… —de pronto una ola de furia me cubre, ¿a qué ha venido?, ¿a convencerme o a comprenderme?

—Lo único que quiere, es que esté bien, porque él quiere, porque él me necesita, no por mí, es igual que la chica —tomo aire para seguir hablando—. Ustedes solo reciben órdenes de él, ¿qué es lo que quiere?, ¿hasta cuándo va a matarme? —digo casi acabándome el aire.

—No va a matarte,  si tú mueres, él muere, ¿no entiendes? —frunzo el ceño, eso es, solo no quiere perder a su magnífico líder y su terrorífico hijo. Es absurdo.

—¿Eso es?, les da pánico perder a su líder, por Dios, él y yo no somos siameses señora, somos personas diferentes—noto su desesperación al escucharme tan decidida. 

—No… tu eres muy importante para él… —alzo la palma de mi mano para hacer que se detenga.

—Salga por favor, si no va a traer consigo un cuchillo y me lo va a encajar en las entrañas, o va a dejar que escape, entonces no venga —la mujer suelta un sollozo desgarrador y cubre su rostro. 

—Por favor, me importas—cubro mi cuerpo debilitado con la manta que me parece muy pesada y le doy la espalda. Casi de inmediato escucho sus pasos y como sale de la habitación, la voz ronca de Aquiles resuena

—¿Has hablado con ella?, ¿comió? 

—No… —escucho como gruñe y algo se rompe en el suelo —. Aquiles… tienes que…

—No, Sabina, no sé ser otra persona —gruñe

—Aquiles —es la voz de un hombre —. Dale lo que quiere. 

—¡NO LA VOY A DEJAR IR!, ¡NUNCA!, ¿ENTENDIERON? ¡NUNCA! —sus gritos hacen que mi piel se estremezca. ¿Pero qué es lo que él quiere?, si muero, él muere… quiere vivir—. ¡LARGO!

La pesada puerta se cierra. Quiere vivir. Cierro los ojos por un momento y al abrirlos me encuentro con el gigante al pie del umbral. Puedo verlo. 

Me libero de la manta, comienzo a levantarme hasta quedar sentada y veo la charola de comida frente a mí. No dice ni una palabra, y la verdad es que tampoco quiero escucharle. Peor al final me armo de valor.

—Tu madre dijo, que si yo muero, tú mueres —tomo una larga bocanada de aire y puedo ver en sus atemorizantes ojos verdes una extraña luz—. Voy a comer, voy a recuperarme y me dejarás ir… 

—Prefiero morir los dos antes de dejarte ir —sus palabras me dejan helada. 

—Pero has dicho… 

—He dicho, que tú te vas a quedar conmigo, y si lo que quieres es morir, yo lo haré contigo —no puedo creer lo que está diciendo. Ni siquiera puedo creer que muestre es tipo de… codependencia. 

—No entiendo qué está pasando, no nos conocíamos hasta hace un par de días y todo estaba bien así, yo en mi parte del mundo tú en… esto —digo casi sin aliento. 

—Por eso llegaste en ese accidente, yo te necesito —cierro los ojos, un salvaje diciéndome esto, está loco, fumado, que sé yo. 

—No, solo… es atracción sabes, eso pasa a veces y…—su enorme cuerpo se acerca hasta donde estoy y tiemblo bajo la manta. Se detiene justo frente a mí y con trabajo toma asiento en la cama que parece muy pequeña para él, para su enorme cuerpo y esos grandes músculos. 

Puedo ver la cicatriz que cruza en su ojo derecho, debió de ser grave y tal vez haber puesto en peligro su ojo. El silencio se apodera de nosotros. Sus manos pasan una y otra vez por sus piernas y por esa extraña tela cubriéndolas, hasta que alza su mano y al instante me encojo, hace un sonido tosco.

—No haré nada ¿vez?, yo sólo… —gruñe levemente y vuelve a dejar caer sus manos en sus piernas—. Soy realmente un salvaje de m****a.

Me quedo mirándolo, parece incómodo. Pasa su enorme mano por esa cabellera tan alborotada. Es cuando pongo atención a su barba que, aunque descuidada le va bien con el look de hombre salvaje. 

—Yo… 

—Tu… —digo como la primera vez que nos vimos.

—No quise lastimarte —dice de forma torpe, reconozco que son palabras demasiado educadas para un hombre como él y que me siento más tranquila que hace un momento. 

—Está bien—digo con cautela, y por alguna razón me siento cautivada por su proximidad, es como si algo… sucediera dentro de mi. 

—Yo… lo pague, de verdad me arrepiento de lo que hice… —pasa su mano por el cuello y es cuando una mueca de dolor se posa en su rostro.

—Está bien —digo de nuevo y sus ojos se quedan posados en mí, detenidamente, me abruma porque, en ningún momento me había sentido así desde que lo vi por primera vez. 

Él parece no quererse ir nunca, su mirada me resulta atemorizante además de profunda. Trago saliva y me es necesario recordarme respirar, trato de desviar la mirada de él y me cuesta trabajo pero al final lo logro y también consigo hablar. 

—¿Qué va a pasar conmigo? —Pregunto para romper el contacto visual mientras desvío la mirada al suelo de piedra, estoy muy confundida.

—Cuidaré de ti, hasta el último día de mi vida —el tono es demasiado seco para interpretar lo que en realidad significa. 

—Eso quiere decir que… no tengo otra opción, viviré aquí, por el resto de mis días —él asiente mirándome de una manera esperanzadora. Por dentro yo sólo quiero gritar, ¿de verdad?, ¿este es mi destino?

Empuja la charola que está frente a él, parece tan pequeña a su lado, todos en este lugar son de un tamaño más grande de lo habitual. Sus largos y cuadrados dedos la señalan. Miro el menú y parece bastante fresco, tomo una  fruta que está más cercana y doy una mordida. El sabor hace que mis mejillas duelan y mucho. 

No me animo a mirarlo de nuevo, sus ojos son tan reveladores y por alguna razón me hace perder la consciencia y recordar que ese atractivo y salvaje hombre me tiene prisionera en su casa. Termino la fruta y el vuelve a señalar pero me niego. 

—Está bien por ahora —escucho como gruñe—. No puedo comer tanto después de no comer por días. 

—Pero… 

—Comeré a mi tiempo —digo interrumpiendo, puedo notar que frunce el ceño antes de ponerse de pie. Es cuando una extraña toalla cae de su cuello. Se inclina a recogerla y veo unos enormes cortes en su cuello como si alguien lo hubiese azotado… o cortado—. ¿Qué…?

Se pone de pie y está a punto de irse, pero siento que debo de preguntar. 

—¿Qué te sucedió en el cuello? —gira un poco su cuerpo pero no totalmente.

—Te dije que lo he pagado —sus palabras hacen que mi cuerpo se estremezca de arriba abajo. Pude escuchar el dolor, pude sentirlo y también sentí… culpa por hacerle pasar ese dolor. Es ilógico.

Escucho sus pasos alejándose de mí y por primera vez siento algo extraño, y es que no quiero que se vaya. Pero, ¿qué estoy sintiendo?, quiero ir a buscarlo, niego mis propios pensamientos y trato de concentrarme en solo mantenerme cuerda.

Pero él lo ha dicho, mi vida ahora está aquí con él, con su pueblo… ¿qué posibilidad tengo de encontrar un camino a Australia o a cualquier civilización?, sola en el océano, es estúpido mi pensamiento sin duda. 

Tendré que darle una oportunidad, tendré que jugar con la información que la chica y la madre de Aquiles me han dado. Veré el poder que tengo.

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