Capítulo 7

El reloj marcaba la 1:15 pm cuando la vio aparecer en su local, esta vez su mirada la recorrió por completo, desde su cabeza hasta los pies.

Diana, era una de las mujeres más hermosas que había conocido. A medida que la veía avanzar podía apreciar sus largas y bien torneadas piernas, sus caderas bien pronunciadas, su estrecha cintura, su busto perfecto, sacudió su cabeza para quitarse los malos pensamientos, ella no era como las mujeres a las que acostumbraba a tratar.

Rodrigo, se puso de pie y se aproximó a ella antes que otra persona lo hiciera. 

—Debemos hablar, pero en otro lugar —solicitó. 

—Muchas gracias —jadeó aliviada mirando su computador—, aquí tengo todos mis trabajos de la universidad —comentó. —¿Cuánto es? —indagó fingiendo que en verdad había dejado el equipo para revisión. 

—No es nada. —Ladeó una sonrisa, fijando el azul intenso de sus ojos en ella. 

Diana enrojeció, y él la tomó del brazo y la sacó del almacén. Miró que la chica traía vestido entonces no la pudo invitar a subir a su motocicleta, por lo que enseguida entró corriendo al almacén y tomó las llaves de uno de los autos. 

Mientras él salía Diana miraba por todo lado, ese día Luciano estaba de viaje por eso ella aprovechó para alertar a Rodrigo, la joven abrazó su laptop contra su pecho intentando calmar los latidos de su corazón. 

El joven Vidal salió y entonces la llevó hasta el estacionamiento. Diana recelosa y sintiendo como su estómago se hacía nudos subió al auto. 

—Por favor no puedes decir que fui yo la que te alertó —suplicó mientras él conducía por las amplias avenidas de la ciudad. 

—No tranquila, jamás te pondría en evidencia. ¿Cómo lo supiste? —indagó. 

—Yo escuché a tu novia —carraspeó—, hablando con mi jefe —prosiguió. 

Rodrigo ladeó los labios, y resopló. 

—Yo no tengo pareja —aseveró—. Nadia es solo una amiga. 

—Es casada —reclamó Diana—, eres un descarado, no sé ni para qué te ayudo. —Gruñó. 

Rodrigo esbozó una amplia sonrisa, aparcó el vehículo en un elegante restaurante, y luego se quitó las gafas del sol para mirarla a los ojos. 

—Veo que tienes muy buena opinión de mi persona —expresó—, no soy tan terrible como parezco. 

Diana reflejó su mirada en la de él, había algo en aquel hombre que captaba su atención, pero no sabía qué era. Quizás esa forma tan sutil de hablar, o su galanteo, tal vez su caballerosidad. 

—Yo no vine a conversar de tu vida privada, lo que ocurre es grave —mencionó. 

—Lo sé —dijo él y se llevó las manos a la cabeza—. No sé que hacer. 

—Denúnciala —recomendó ella. 

Rodrigo resopló, no podía hacerlo porque se abriría una investigación, entonces su padre se enteraría que la llevó a la empresa, y que tuvieron relaciones sexuales en la oficina, y que obviamente ese día ella sustrajo la información. 

—¡Hey! —exclamó Diana. 

—No puedo hacerlo —indicó y luego inclinó la cabeza. 

—Te tiene amenazado —investigó ella con inocencia. Rodrigo sonrió y la observó con ternura. 

—No, claro que no, solo que yo metí a esa mujer a la empresa. 

Las mejillas de Diana enrojecieron, comprendió el motivo por el cual no podía hacer nada. 

—Alessandro los quiere en la ruina —informó—, deberías pensar bien las cosas, por favor ¿me abres?

Rodrigo arrugó el ceño, y luego la tomó de la mano, ella se estremeció ante su roce. 

—Déjame invitarte a almorzar, ayudame a pensar. 

Diana asintió, entonces él como todo un caballero le abrió la puerta del auto, juntos ingresaron a un restaurante de comida del mediterráneo, el sitio era acogedor y bastante discreto. 

Tomaron asiento, él le recomendó el salmón teriyaki, y ella accedió. 

—Quiero agradecerte por lo que estás haciendo —expresó y colocó su mano sobre la de Diana, el corazón de ella bombeó con fuerza, cosa que no le sucedía con Luciano. 

—No puedo quedarme callada ante una injusticia —respondió y con sutileza retiró su mano del agarre de él, sin embargo, esa profunda mirada del joven permanecía clavada en ella. 

—No quise dejarte plantada…

—No tiene importancia —irrumpió—, está olvidado —mintió. 

Mi mamá se enfermó de gravedad por eso Roberto, y yo nos regresamos de inmediato y no tuve tiempo de avisarte —explicó—, si no confías en mi palabra puedo llevarte a la clínica en dónde estuvo hospitalizada, sé que fui un pendejo, debí decirte, pero en ese momento solo pensé en la salud de ella. 

Diana parpadeó, y sus piernas temblaron como gelatina. 

—¿Qué le pasó a tu mamá? —indagó. 

—Le dio un infarto, pero se encuentra mejor. 

—Me da gusto que esté bien, gracias por la aclaración, ya no tiene importancia.

—Pero tú me evades, es como si mi presencia te molestara, y yo he pensado que de no haber sido por ese hecho quizás tú y yo...

—Nosotros nada Rodrigo, yo tengo novio. —Lo miró a los ojos—, gracias por la invitación. —Se puso de pie para retirarse—, podrías pedirle a una tercera persona que realizara la denuncia en contra de Alessandro. 

Rodrigo se levantó, y se paró frente a ella. 

—Yo te llevo de regreso —informó, y luego la miró a los ojos, se aproximó con demasía a Diana, ella quiso retroceder, pero sus pies parecían pegados al suelo, entonces las cálidas manos de Rodrigo se posaron en sus mejillas, y ella permanecía paralizada, el corazón le retumbaba con violencia, y más cuando él inclinó su cabeza y volvió a besarla. 

Ella intentó no ceder ante aquella caricia, pero le fue imposible, porque cada vez que sentía esa boca tomando la suya un fuego voraz le recorría la piel, y quemaba sus entrañas, y eso nunca le había sucedido con nadie. 

Rodrigo Vidal la apretó hacía su cuerpo, cuando aquella boca de fresa se abrió para él gruñó al sentir esos labios suaves y carnosos acariciando los suyos, sus instintos primarios se activaron, pero los fuertes latidos de su corazón, le hicieron caer en cuenta que ella no sería una más de su innumerable lista: Diana Maldonado era diferente, merecía algo más que una noche de pasión. 

Entonces ella recobró la cordura, recordó a Luciano, él no se merecía una traición de su parte, apartó a Rodrigo, lo miró desconcertada, salió corriendo del restaurante, sin darse cuenta de que alguien muy cercano a su novio había presenciado esa escena. 

Varias semanas después en una noche bastante fría y oscura, Rodrigo había olvidado su móvil en la empresa, cuando salía del almacén, notó que el mal tiempo avizoraba lluvia, terminó de asegurar la puerta colocando el último candado, cuando al levantarse fue sorprendido por los brazos de una mujer que rodearon su cuello.

— Mi amor —exclamó ella, lo besó de golpe, él se quedó estático, segundos después reconoció esos labios, sus brazos la rodearon con fuerza, percibió como temblaba, y como se quejó cuando él la apretó hacía él. De pronto Rodrigo degustó en sus labios el sabor metálico de la sangre, entonces con delicadeza se separó de ella, la notó agitada y observando a su alrededor se dirigió a él.

—Discúlpeme señor, es que me venían siguiendo —pronunció nerviosa, parpadeó varias veces al darse cuenta de que era él, y que de nuevo lo había vuelto a besar en una situación similar a la de un año atrás—. Por favor discúlpame, no supe que hacer, no me fijé que eras tú —balbuceó, frunció los labios y se tocó a un costado del estómago.

Rodrigo la miró con atención, traía el cabello enmarañado, una hinchazón en el pómulo de su mejilla, sangre bajaba de su labio, la blusa estaba rasgada, entonces sintió la adrenalina recorrerle las venas, apretó sus puños con fuerza. 

—¿Qué te hicieron? —indagó presionando su mandíbula, respiró agitado.

Diana dobló su cuerpo y se quejó, entonces él notó que tenía una herida—. No puede ser. —Bramó—, tranquila te voy a llevar a una clínica para que te atienda. 

—No, por favor —suplicó ella jadeante y con los ojos llenos de lágrimas, entonces miró como todo daba vueltas a su alrededor. Rodrigo la sostuvo en sus brazos al momento que perdió el conocimiento, sin saber qué hacer lo único que se le ocurrió fue subirla a su auto, y llevarla a su apartamento. 

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