Capítulo 4

Varias semanas después.

El lunes por la mañana Diana terminó de arreglar su cabello, luego revisó que su uniforme no tuviera ninguna arruga. A ella le gustaba llegar impecable al trabajo cuando se disponía a salir su madre la interceptó:

—Te recuerdo, que a mí se me acabó el dinero y no tengo como pagar el asilo donde está recluida tu abuela —musitó sin ningún reparo la señora. 

A Diana no le sorprendió el cinismo de su madre, pero si le daba mucha ira la forma en la su mamá se refería a su progenitora, pasando la saliva con dificultad y conteniendo las ganas de portarse grosera, respiró profundo:

—No te preocupes mamá, yo me haré cargo de mi abuela, no la pienso dejar desvalida —afirmó Diana, claro que eso significaba muchos sacrificios para ella. 

En el banco ganaba un poco más que el básico y pagar la mensualidad de su abuela complicaba sus finanzas, pero a la jovencita eso no le importaba cuando se trataba de la señora Isabela, ella la quería más que a su madre, entonces tomó el autobús, pensativa.

Llegó a su trabajo, con su amplia sonrisa saludó a todos sus compañeros, empezando por el guardia hasta los más altos funcionarios de la institución. Se sorprendió al ver el ambiente sombrío, muchas caras tristes observaba entre sus compañeros y lágrimas entre sus compañeras, una de ellas le comunicó que pasara al área de Recursos Humanos.

Diana cerró los ojos, el temor invadió cada poro de su piel, se imaginó lo peor y así sucedió: le entregaron el cheque con su liquidación. 

La jovencita observaba el valor inscripto en aquel papel: mil quinientos dólares en otro momento esa cantidad le hubiera caído muy bien, pero ella pagaba por cada semestre como seiscientos, sumado a que era la única de su casa que trabajaba y su familia la explotaba.

Con un gran vacío en el estómago salió del banco tratando de disimular su preocupación y tristeza. Varias eran las preguntas que se le venían a la mente en esos momentos de agonía: ¿Cómo le iba a decir a su madre que se quedó sin trabajo? ¿Cómo iba a pagar sus estudios? ¿Cómo iba a cancelar las mensualidades del asilo donde estaba su abuela?

Diana sintió su mundo venirse abajo, necesitaba conseguir trabajo con urgencia, así fuera limpiando pisos se decía en su mente.

Caminó por las calles de la ciudad por inercia, entonces pensó en Alexandra, era la única con la que podía desahogarse. Llegó hasta la casa de su amiga, quien pasaba sola la mayor parte del tiempo, sus padres trabajaban y su hermana mayor también, al escuchar el timbre, se asomó por la ventana, se sorprendió al ver a Diana, a esa hora de la mañana parada en la puerta de su casa.

—Hola —la saludó mirando el semblante entristecido de su amiga. —¿Qué haces a esta hora aquí?

—Me quedé sin trabajo —expuso abrazándola, soltando todo el llanto que venía conteniendo en el camino.

—¿Qué pasó? —cuestionó Alexandra.  —¡No es posible! —exclamó sorprendida, mientras trataba de consolar a su amiga. —¡Lo siento mucho!

—Hicieron un recorte de personal —sollozó—, nos despidieron a los que llevábamos un año laborando en el banco, a los solteros —hizo hincapié Diana—. Lo que ellos no saben es que si uno trabaja es por necesidad así no sea casado —reclamó frunciendo el ceño—, sino consigo empleo pronto, la que me espera en mi casa...—Se cubrió el rostro, envuelta en llanto—. Justo hoy mi madre me comentó que no tiene dinero para pagar el asilo donde está mi abuela. Le dije que me iba a hacer cargo. ¿Y ahora cómo lo hago? 

Diana empezó a llorar sin consuelo, era una persona muy sensible, siempre trataba de sonreír a pesar de la adversidad, de que no contaba con el apoyo de su familia, el único pariente que le brindaba cariño era su abuela, con quien pasaba los domingos. 

La parentela de su padre en España ni siquiera se acordaba de ella y la de su madre siempre estaban criticándole, diciéndole que en vez de pasar estudiando debería conseguir marido y ese tipo de cosas que a la muchacha le molestaban.

—Diana yo creo que deberías hacer caso a tus tías y conseguir un hombre que te mantenga, de esa forma te vas de tu residencia, y tu madre dejará de molestarte. Si te consigues un viejo rico, te pagará los estudios —aconsejó Alexandra. 

Diana dirigió su mirada a su amiga, arrugó su frente observándola llena de furia.

—Parece que no me conoces bien Alex, sabes que yo jamás me voy a casar por conveniencia —advirtió—. Si algún día, en un futuro lejano lo llegó a hacer será por amor —aclaró.

—Diana ¿sigues con esa loca idea de encontrar al hombre de tus sueños? Los sujetos como los que tú buscas no existen. Mira a tu alrededor — expresó Alexandra.

—Yo sé que algún día lo voy a encontrar Alex, pero antes tengo que hacer mi realidad mi sueño de ser una gran profesional —suspiró, con melancolía, y mucho dolor en su corazón porque si no conseguía empleo todo se veía lejano, a pesar de eso no desistía de sus sueños—. Imagínate salir en las revistas de negocios: Diana Maldonado la empresaria del año —afirmó con la mirada iluminada—. Las empresas más importantes del mundo se van a pelear para que yo las administre —aseveró, convencida de lograr su propósito.

—Soñar no cuesta nada mi querida amiga, pero si no consigues trabajo tus sueños se van a ser realidad.

Alexandra se puso en busca del periódico, empezaron a mirar en las páginas de anuncios, Diana se sentó frente a la computadora a preparar varias hojas de vida, sin embargo, el gran problema de la joven era el horario. La mayor parte de empresas en Ecuador laboraban en doble jornada de ocho a doce y de dos a seis de la tarde y Diana ingresaba a esa hora a clases.

La jovencita se quedó a comer en casa de su amiga, y en la tarde partieron rumbo a la universidad, y en ese momento el móvil de Diana vibró, y miró un mensaje de Luciano, pedía verla. 

Diana liberó un suspiro, no deseaba llegar a casa y decirle a su madre lo del empleo, por lo que luego de su jornada de clases se dirigió al bar donde la citó su amigo. 

Ese día el sitio estaba algo vacío, entonces Diana caminó hasta la barra y sorprendió a Luciano, quien se hallaba de espaldas bebiendo una cerveza.  

—Hola —dijo la jovencita. 

Él apenas escuchó la voz de ella giró y la contempló. 

—Gracias por venir —comentó y se recargó en la barra para besarla en la mejilla, entonces notó los ojos llorosos de ella. —¿Qué pasó? —cuestionó. 

Diana procedió a contarle lo ocurrido con su empleo, derramó un par de lágrimas, entonces él se acercó a ella, le acarició la mejilla. 

—No llores, yo tengo la solución. 

Diana lo miró con incredulidad. 

—¿A qué te refieres? —cuestionó y limpió su rostro con una servilleta. 

—Mi papá tiene una empresa de computadoras, yo puedo hablar con él —explicó. 

La mirada de la jovencita se iluminó por completo. 

—¿Harías eso por mi? —indagó. 

—Por supuesto, yo por ti hago lo que sea —respondió, la observó a los ojos y se aproximó a ella. 

Diana se quedó estática, su pecho subía y bajaba agitado, entonces lo que imaginaba sucedió, los labios de Luciano tomaron los suyos, probó de su sabor, sin embargo, en ese momento el recuerdo del beso en la playa se vino a su memoria, y se separó del joven.

—¿Por qué lo hiciste? —cuestionó Diana, contrariada. 

Luciano al mirar el rostro de confusión de ella, inhaló profundo. 

—No quise incomodarte —se disculpó—, pero tú me gustas mucho Diana, y me encantaría que me dieras la oportunidad de demostrarte lo que siento por ti. 

Diana recargó su codo sobre la reluciente barra y se llevó la mano a la frente, inclinó su cabeza. 

—Yo… Te aprecio —explicó y giró para hablarle a los ojos—, pero te veo como a un buen amigo. 

Luciana ladeó los labios, inspiró profundo. 

—Por eso te pido una oportunidad, permíteme conquistar tu corazón —solicitó y susurró cerca de la boca de Diana, volvió a besarla sin previo aviso, y ella se sentía tan sola, tan ávida de cariño, que no puso objeción, y desde ese día se convirtió en la novia de Luciano Zanetti. 

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