Capítulo 3

Diana, iba en el vehículo con el corazón palpitando con fuerza y las manos temblorosas que del susto ni siquiera le había dicho al conductor a donde quería que la llevara.

—Disculpe señor la mala educación buenas tardes por favor a la Universidad del Azuay.

—Está bien señorita.

—Váyase por donde no haya mucho tráfico, voy retrasada — pidió Diana angustiada.

—Haré lo posible —contestó el conductor. 

Minutos después llegaron a la universidad, la chica canceló el servicio el ruido de sus tacones se escuchaban por los pasillos del edificio de la facultad, corría para poder llegar al aula.

Las clases ya habían empezado y el profesor de Estadística no dejaba entrar a los alumnos atrasados. Diana no tuvo más remedio que mentir y decir que había salido tarde del trabajo y en las condiciones que llegó, que parecía haber corrido una maratón el profesor le permitió ingresar. Su gran amiga Alexandra le había guardado su lugar en el aula.

—¡Diana Maldonado! —exclamó en voz baja— tú sales a las 5:00 del banco y eres la que más tarde llega a la universidad —recriminó.

—Después te cuento lo que pasó Alex, por favor déjame atender a clases —suplicó Diana, luego de cuatro horas la jornada terminó, aquella tarde no habían tenido receso, los profesores ingresaban al salón uno tras de otro. 

Cuando al fin pudieron salir del aula. Diana le contó toda su travesía y el incidente con aquel hombre.

—¿Era atractivo? —cuestionó Alexandra, curiosa. 

—No me fijé —respondió—. Se veía muy fino, y elegante, pero bien atrevido. —Frunció los labios—, me miraba de una forma que no me agradó. 

—Esperemos no te lo vuelvas a encontrar —dijo Alexandra. 

Diana asintió con la cabeza, entonces uno de sus buenos amigos se acercó. 

—Hoy se inaugura un nuevo bar, vamos —propuso Eduardo. 

—No vayas a decir que no —recriminó Alex a Diana. 

—Está bien, acepto —contestó. 

En el auto del joven llegaron al bar, aún no había mucha gente, parecía que apenas estaban abriendo. 

Los cuatro ingresaron al sitio, era un lugar muy acogedor, la decoración era sutil y elegante, al fondo se mostraba la reluciente barra, y de pronto un atractivo joven de rizos y ojos castaños se acercó a ellas. 

Alexandra presionó el brazo de Diana, al observar al atractivo chico,  y antes de que ella pudiera decir algo, él habló:

—Buenas noches —Miró a Diana y quedó impresionado con su belleza,  ladeó una sonrisa. 

—Hola Luciano —dijo Eduardo—. Te presento a mis amigas: Diana y Alexandra, te hablé de ellas. 

—Un placer, guapas —contestó y se acercó a ambas, besó la mejilla de Diana—, eres muy bella —susurró. 

La joven no dijo nada, entonces Luciano se acercó a Alexandra y la saludó de la misma forma que a Diana, enseguida los condujo a una de las mejores mesas, y la primera ronda de cervezas, fue por cortesía de él. 

«Flaca by Andrés Calamaro» colocó el Dj, entonces los jóvenes empezaron a entonar la melodía. 

«Entre el no me olvides, me dejes nuestros abriles olvidados, en el fondo del placard, del cuarto de invitados, eran tiempos dorados, de un pasado mejor»

Los cuatro elevaban sus botellas de cerveza mientras movían sus cabezas de un lado a otro cantando. 

Luciano no le perdía de vista a Diana, toda ella lo tenía cautivado. 

Las horas pasaban entre risas y canciones, la joven Maldonado se puso de pie para ir a la barra, y solicitar cuatro cervezas más. 

—Yo te acompaño —contestó Luciano y le sonrió. 

—Gracias —respondió ella, y enseguida hizo el pedido, instantes después puso sobre la barra el dinero.

—Dije que hoy yo invitaba —expuso y colocó su mano sobre la de ella. 

Diana frunció los labios, miró los dedos de él, y con sutileza, retiró la suya.

Observó al joven, iba enfundado con unos vaqueros oscuros, una fina camisa de cuadros que la lucía por fuera del pantalón, era alto, fornido, y por sus modales y la forma de hablar era evidente que era un chico con recursos económicos, o al menos eso aparentaba. 

—Si sigues invitando a todo el mundo, vas a llevar a la ruina a tus padres —recomendó. —Guiñó un ojo y se retiró dejándolo solo en la barra.  

Luciano abrió los labios, sorprendido, la aterciopelada voz de ella y la firmeza de sus palabras emularon a una suave caricia que le recorrió la piel, definitivamente esa mujer tenía un imán que lo atraía, y no la iba a dejar escapar. 

Regresó de nuevo a la mesa y se sentó a su lado. 

—Eres una chica muy inteligente, me gustaría tratarte más —expresó y le sonrió—. Yo tengo mi propio empleo, bueno laboro con mi padre en la empresa de mi familia —explicó. 

Diana presionó sus labios, bebió un sorbo de cerveza, de pronto las notas de unas guitarras eléctricas inundaron el lugar. 

Al fondo se veía a un joven de rodillas, y la cabeza inclinada, su cabello iba cubierto con un sombrero de copa. 

«Y al final by Bunbury» empezaron a entonar los músicos, entonces el vocalista elevó su rostro. 

Los labios de Diana se abrieron en una gran O, sus piernas temblaron, contempló al cantante: Sus rizos rubios le llegaban hasta el hombro, vestía pantalones de cuero negros, y una camiseta del mismo color, se estremeció cuando se puso de pie. 

—Rodrigo Vidal —exclamó Alexandra, y divisó a su amiga—, el amor de tu vida —susurró. 

Diana pellizcó el brazo de su compañera, entonces enfocó su mirada en el joven artista. 

—¿Lo conoces? —indagó Luciano. 

—No —respondió y los alaridos de varias chicas irrumpieron la charla, al momento que la seductora y varonil voz de él, empezó la melodía.  

Rodrigo Vidal era un bohemio, no tenía necesidad de cantar en los bares, pero le fascinaba hacerlo, sobre todo porque así captaba la atención de las chicas, y esa noche no era la excepción. 

Varias muchachas se apostaron al pie del escenario, coreaban la melodía y suspiraban al verlo, su imponente altura y ese físico conquistaba a cualquiera. 

El joven les sonreía y se dejaba adular de sus admiradoras, de pronto su mirada se cruzó con aquellos ojos aceitunas que tanto le fascinaban, elevó una de sus cejas y luego con la cabeza la saludó. 

—¡Ay Dios! —exclamó Alex apretando la mano de Diana. 

El corazón de la joven Maldonado latía desbocado, y más cuando lo miró saltar del escenario. 

—Y al final, te ataré con todas mis fuerzas, mis brazos serán cuerdas, al bailar este vals —canturreó al acercarse a ella. 

Diana mordió sus labios, recordó el beso de la playa, y también como la dejó plantada, desde ahí no había vuelto a saber de él. 

—Permite que te explique, que no tengo prisa, no importa que tengas, algo mejor que hacer —prosiguió entonando, sabía que debía hablar con ella y contarle el motivo por el cual no asistió a esa cita. 

Diana giró su rostro para no mirarlo, enfocó su atención en el joven que se hallaba sentado a su lado. 

—¿Te gusta el rock? —indagó. 

Luciano sonrió mirando a Rodrigo, y luego se dirigió a Diana. 

—Por supuesto —contestó. —¿Y a ti?

El joven Vidal inspiró profundo prosiguió cantando y coqueteando con las femeninas que se le acercaba. Diana con discreción miraba, y negaba con la cabeza. 

—Es un coqueto —susurró Alexandra al oído de ella—, pero es bien guapo. 

—Y muy mujeriego —añadió la joven y presionó sus parpados. 

—Parece que él y tú, tuvieron algún romance —dijo Luciano. 

Diana negó con la cabeza, bebió un sorbo de cerveza. 

—Claro que no —aseveró—, él no es hombre para mí. 

Luciano sonrió al escucharla. 

—¿Y cómo te gustan? —indagó—. ¿Crees que yo cumplo con esas características?

—Vas muy rápido galán —dijo ella—, primero debes conocerme y luego veremos que pasa. 

Luciano sonrió, había logrado un primer acercamiento con ella, entonces la joven se despidió de sus amigos, pero él lo hizo también y se ofreció a llevarla hasta su casa, desde esa noche empezaron a frecuentarse. 

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