2. Inapropiado

En la última planta solo habían dos despachos. El del señor Remington y el mío, esto era la rutina de estos dos meses junto a la tolerancia de comentarios y miradas inapropiadas.

Finalmente llego a mi escritorio encontrandome con una cajita de regalo en medio, supe inmediatamente de quién era el regalo.

Tomo la caja de ropa interior de diseño, la cual probablemente costaría el doble de mi sueldo y entro en la oficina del señor Remington, iba a enfrentarme a él. Ya era hora de que lo hiciera. Ya lo decía el dicho, quien calla otorga, me repito para mis adentros. Y yo no iba a callar ni menos aun otorgar.

—Señor Remington, ¿no cree que esto ya es pasarse de la línea?

Mientras pronuncio mis palabras y como si de una mala película se tratara, las escenas una a una junto a él pasan, sus palabras en off suenan, todo de él era inapropiado. Era insportable. Debía encontrar solución a esta pesadilla.

Damián Remington se reclina en su silla y sonríe con la misma seguridad de siempre, parecía que le encantara verme y mucho más cuando estaba alterada. Una vez más procedió a desnudarme con la mirada, sabía por mi reacción que eso me intimidaba y como era de esperarse a él le excitaba, o al menos por la manera que tenía de mirarme podía adivinarlo.

El bulto nace entre su entrepierna sin que ninguno podamos remediar nada.

—¿Por qué Addie? ¿El azul no te gusta?

Ahí iba con el estúpido mote en su boca.

Ni siquiera se en que punto habíamos labrado una relación lo suficientemente agradable o poco hostil para ponernos motes.

Sus labios se curvaron lascivamente.

—¿Es demasiado provocativo para tu gusto? O tal vez no es lo suficientemente provocativo…¿Quién sabe?

Se lleva una mano a la barbilla pensativo. Eso fue la gota que colmó mi vaso.

—Señor— grito sin poder creerme su respuesta, mis mejillas se sonrojan confundidas entre la verguenza y la rabia —Señor Remington…Estoy comprometida—añado en un intento de contenerme, aunque es totalmente en vano.

—Y yo casado. ¿Y qué?—alegó él con su tipíco cinismo—¿Por qué tiene que ser un obstaculo? En esta vida existen muchos tipos de relaciones, no quiero una esposa, quiero una p**a. Quiero que seas mi p**a.

(***)

“Quiero que seas mi p**a”

“Quiero que seas… Mi p**a”

“Mi”

“P**a”

Las palabras se repiten una y otra vez en mi mente.

La voz gruesa y penetrante de Damián perforó una y otra vez mis orejas con tan sucia e indecente propuesta.

¿Cómo se había atrevido?

Seguía en shock como era de esperarse, mi mente no procesaba la falta de decoro y de modales que este hombre tenía.

No puedo creerme que después de haber tolerado todos esos comentarios inapropiados y miradas furtivas, escenas incomodas, hubiese salido con esto, primero lo del ascensor y luego el regalo. Dos meses de torturas no habían servido de nada excepto para darle más valentía a su poca verguenza.

Me había costado muchisímo llegar donde estaba, muchos años de trabajo y sacrificio y no pensaba tirar la toalla a la primera de cambio…

Cuando creía que todo empezaba a estar en su sitio, la vida le salía con esto.

Es completamente horrible.

No puedo articular una frase coherente sin sentirse pequeña.

Me llevo las manos a la cabeza y me froto el pelo con el champú de rosas negando con la cabeza.

—Maldito ciníco…—suelto de mala manera entre dientes.

Finalmente enciendo la manguera de la ducha y me aclaró el pelo, froto poco después mi cuerpo con jabón y vuelvo a dejar que el agua limpiara mi cuerpo y aclarara mi mente.

Esa noche había quedado con mi prometido, Ian, el amor de mi vida. Intento en centrarme en él, en el proyecto de vida que estabamos construyendo, despacio y con amor.

Amor, ternura, confianza, eran los pilares de una relación sana.

No soy precisamente partidaria de la idea de Damián, en esta vida, el corazón y el cuerpo solo pueden pertenecer a una persona, peca de ingenuo o idiota incluso el que puede concebir una realidad distinta.

Me envuelvo finalmente en una toalla.

Escojo mi mejor vestido y me peino lo mejor que puedo para sonreír complacida finalmente frente al espejo.

Ian era un caballero que había respetado todas y cada una de mis decisiones, entre ellas la de esperar hasta estar casados para poder tener relaciones sexuales, por más que a veces él mostrara su interés en expandir sus límites jamás se había excedido.

Lo cierto es que detrás de ese pretexto se escondía mi miedo, el cuál había vivido conmigo desde el instituto y era el miedo de despertar un día y que en el otro lado de la cama no hubiese nadie. No soy ninguna prostituta barata, me merecía un compañero de vida, que me ame y respete, no un cliente que me tratara como un deshecho.

En mi sigue abierta la herida de esa niña que confió y salió malparada por culpa de un desgraciado.

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