Espinas y Rosas
Espinas y Rosas
Por: M.T
Prefacio

M*****a lluvia.

Es un mal presagio que la primera vez que las familias mafiosas más influyentes del mundo se encuentren cara a cara sea bajo unas condiciones meteorológicas tan nefastas. ¿Quién carajo tuvo la brillante idea de reunirse a media noche durante una tormenta tropical? 

El viento aullante sigue golpeando furiosamente contra las persianas verdes, amenazando con derribar todo el hotel de lujo con cada feroz golpe a sus paredes, mientras los temblorosos cristales de las ventanas hacen todo lo posible para no romperse por completo y exponernos a la violenta tormenta del exterior. Qué ironía que, a pesar de toda la furia de la madre naturaleza, no se pueda comparar con la destrucción que han hecho todos los hombres sentados en esta misma habitación.

¿Qué se puede comparar con la devastación que podemos conjurar cuando nos lo proponemos?

Llevamos tanto tiempo matándonos unos a otros que no recuerdo una época en la que no estuviéramos en guerra con una u otra familia. Algo así nunca ha ocurrido en mi vida, al menos, eso es seguro. El hecho de que no pueda recordar cuándo empezaron nuestras disputas no significa que los recuerdos de la carne quemada, los cuerpos desmembrados y los ataúdes bajados a la tierra con mis amigos dentro me persigan menos. Todos los presentes han perdido algo más que simples soldados de infantería. Hemos perdido amigos, familiares y seres queridos, todo en nombre del orgullo y el honor.

Cada uno de los jefes sentados a esta mesa sabe que es responsable de toda la muerte que ha provocado esta guerra de sangre. El peso de esa certeza, y el conocimiento de que si seguimos por este camino nuestra forma de vida quedará sin duda obsoleta, obligaron a que esta reunión fuera inevitable. La paz entre las familias es la única forma en que podremos sobrevivir. Si insistimos en matarnos unos a otros, pronto no habrá nada por lo que merezca la pena luchar.

Mis rasgos permanecen tallados en piedra mientras contemplo el espectáculo que tengo delante. En una retorcida versión artúrica de la mesa redonda, el jefe de cada familia toma asiento, dispuesto a elaborar un acuerdo que garantice que no se derrame más sangre inocente.

Comparado con los imbéciles que llevan trajes caros en este  lugar,  mi padre parece un turista más. Con una camisa de colores y estampado de flores. Parece el típico jubilado en su primer viaje al trópico. Nadie lo identificaría como el jefe de la mafia italiana.

Nunca dejes que te vean venir, muchacho.

Desde que tome mi lugar en la mafia descubri que es más fácil tirar una camiseta ensangrentada que sustituir un traje de cinco mil dólares. Incluso esos cerdos rusos parece que se han gastado un buen dineral en su ropa de diseño para estar hoy aquí. Yo esperaría un atuendo tan pomposo de los irlandeses, no de esos imbéciles, pero supongo que la ocasión requería que se comportaran lo mejor posible teniendo en cuenta el lugar donde nos reunimos todos. Fue una idea estratégica de Kinahan haber planeado esta reunión en la sala de conferencias de un hotel en el Caribe y no en algún almacén vacío donde alguien podría tener el deseo de hacer volar a la competencia en pedazos.

Y cuando digo alguien, me refiero a mí.

Nada me daría más placer que ver a todos estos hijos de puta estallar en humo. No se puede hacer eso con la conciencia tranquila cuando también se pueden perder vidas inocentes, pero tal vez soy el único que consideró a los huéspedes y al personal del hotel como pasivos inaceptables. Los gemelos Wilson aún no han llegado, y con cada segundo que pasa sin que los chicos de la Firma estén aquí, mi impaciencia se transforma en una temible inquietud.

Estoy a dos segundos de alejar a mi padre de este lugar cuando las puertas dobles de la sala se abren: Oliver y Jack Wilson hacen por fin su gran entrada. Mientras Francesco toma asiento a la mesa y su gemelo se pone de pie detrás de él, todos notamos cómo sus ropas están cubiertas de sangre seca.

—Llegas tarde —regaña Ivan Murphi, el jefe del Sindicato de la Infiltración, molesto.

—Estamos aquí, ¿no? —responde Oliver, con un aburrimiento absoluto que hace que su marcado acento italiano sea aún más pronunciado mientras se deja caer en su silla—. Cuenta con tus bendiciones, Giovanni, de que hayamos venido.

Si por mí fuera, no sólo enviaría a los gemelos Wilson al  inframundo, donde deben estar, pero, por otra parte, toda esta puta mesa se merece un rinconcito en las fosas ardientes del infierno, teniendo en cuenta cómo ganamos nuestro dinero.

Por ejemplo, los Rusos. Al igual que nosotros, lo suyo son las armas y las mujeres, pero hasta ahí llegan nuestras similitudes. Nuestra forma de hacer negocios no podría ser más diferente a la de ellos. Tratamos a nuestras putas con dignidad y respeto. No las introducimos en el país contra su voluntad en contenedores de transporte como esos cerdos. Nuestras chicas reciben un trozo del pastel por su duro trabajo, mientras que los rusos golpean y matan de hambre a sus chicas hasta casi matarlas si se les ocurre pedir los mismos derechos. Se rumorea que les gusta mantener a sus putas tan altas como cometas mientras sus clientes se aprovechan de ellas, como forma de pago por sus servicios.

Los rusos son escoria.

Pero si hay algo que los italianos odiamos más que tratar a las mujeres como si fueran basura, son las drogas que infestan nuestras calles. Y todo ese suministro puede rastrearse hasta una familia: el cártel de Xibalba. Han hecho su fortuna a costa de los drogadictos y de la devastación de sus familias. El cártel mexicano nunca se inmutó al convertir a la mayor parte de los Estados Unidos en zombis nerviosos que chuparían pollas y matarían a sus propias abuelas para conseguir su próxima dosis.

Eso es lo único que los irlandeses y los americanos tienen en común con nosotros. Despreciamos las drogas. La venta, el tráfico, cualquier cosa relacionada con el negocio nos parece desagradable. No es que eso nos haga mejores que el cártel de Xibalba. Puede que no nos guste la heroína, pero no nos importa contrabandear suficientes armas por todo el mundo como para empezar una guerra civil.

Luego tenemos La Firma.

Los dos ingleses, que acaban de llegar con la apariencia de haber asaltado y matado a un par de turistas despistados, están totalmente de acuerdo con que nos matemos entre nosotros en los Estados Unidos, siempre y cuando eso no interfiera con sus negocios al otro lado del charco. Sin embargo, les resulta difícil afirmar que son la familia mafiosa más influyente de Europa cuando la mafia rusa sigue jugando en su terreno y nosotros, a su vez, nos negamos a que los bastardos ingleses hagan negocios en Italia. Mi padre tampoco se ha tomado a la ligera que Londres se haya coronado como jefe, cuando nosotros somos la familia de vanguardia original que parió al primer padrino, nada menos.

Toda esta animosidad hizo que cuando se supo que el padre de Oliver y Jack murió a  principios de esta semana, nadie se sorprendió realmente.

Rápidamente se corrió la voz de que Harry Wilson había muerto en el cagadero con el corazón maltrecho, pero todos sabemos cómo ese escenario podría haber sido fácilmente manipulado para disfrazar la verdadera causa de su muerte. Sé que todo el mundo sentado a esta mesa tiene sus sospechosos favoritos, pero si tuviera que elegir, mi dinero estaría en los irlandeses. Fue un golpe demasiado limpio para que haya sido cualquier otro.

El infierno no tiene tanta furia como un irlandeses despreciable.

—Todos sabemos por qué nos hemos reunido hoy —anuncia Callum O'Brien, el jefe de la mafia irlandesa—. Todos los jefes de familia aquí sentados han llegado a la conclusión de que para preservar nuestro modo de vida es necesario que todos hagamos sacrificios. Debemos dejar de lado los rencores del pasado para garantizar nuestro futuro.

Al oír la palabra rencor, siento que la mirada de Lorian Petrov me perfora la frente. Me enfrento a su repugnante mirada de frente, sabiendo que el viejo cabrón sigue enfurecido porque me cargué al hijo que tiene a su lado. He dejado una bonita cicatriz en el cuello de Andrei y he jodido completamente sus cuerdas vocales. Cada vez que abra la boca para hablar, no tendrá más remedio que recordar cómo le gané. La sonrisa de satisfacción que le ofrezco a Petrov sólo se amplía cuando veo que aprieta los puños. No es que vaya a hacer nada al respecto. No aquí, y si esta reunión se lleva a cabo como está planeada, nunca.

—Este tratado de paz se hace a costa de nuestro orgullo, pero es un sacrificio que todos debemos hacer para asegurar nuestra supervivencia — añade, mientras Lorian y yo seguimos con nuestro pequeño duelo de miradas.

—¿Qué estás mirando, Rizzo? —gruñe el viejo pedorro bruscamente en mi dirección.

Mi sonrisa es ahora una sonrisa burlona en toda regla.

—Sólo aprecio mi trabajo manual. No todos los días puedo verlo con tanto orgullo en mi cara.

—Angelo —reprende mi padre en voz baja.

—Sólo le estoy tomando el pelo, papa. No hay daño en romper el hielo con un pequeño golpe, ¿verdad, Petrov?

Le guiño un ojo al hijo de puta para provocarles más a él y a su padre.

—¡Un día de estos, lo único que voy a romper son tus putos dientes, Rizzo!

—escupe Andrei con odio, mientras su padre gruñe con furia.

—Que divertido—me burlo—. Eso frustraría el propósito de esta reunión. No tienes mucho aquí, ¿verdad, grandullón? —Me señalo la cabeza para que quede claro.

Incluso desde donde estoy al otro lado de la mesa, puedo ver cómo sus uñas perforan la carne de su palma, sacando sangre, lo que hace que me ría en su cara.

—¡Basta! —exclama Callum, O'brien,  irritado por nuestras payasadas—. Rizzo, dile a tu hijo que se guarde sus comentarios ingeniosos para sí mismo antes  de que su boca haga que lo maten. ¡Y tú, Petrov! Como jefe, deberías saber que no debes ponerte nervioso tan fácilmente. Angelo aun es bastante joven como para que importenten sus palabras.

No es un gran comienzo para esta m*****a reunión del tratado de paz.

Todos miran a sus enemigos desde el otro lado de la mesa y no hay duda de la animosidad que nos une. No hay un solo hombre aquí que no quisiera retorcer el cuello del que está sentado a su lado o enfrente.

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