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Me quedo mirando sus tetas, y como suben y bajan al compás de su respiración tan o más agitada que la mía. La verdad es que tiene unas tetas de la hostia, y apuesto a que son tan grandes como mis manos. Sacudo la cabeza y dejo un casto beso sobre sus gruesos labios antes de volver mi vista a la puerta todavía cerrada.

—Vamos a entrar por otro sitio.

Me mira confundida.

— ¿Qué?

—Que vamos a...

No acabo la frase, pues la puerta se abre y aparece un hombre de unos cuarenta y pico años abotonándose los botones superiores de la camisa. Se pasa una mano por el pelo castaño y me mira unos segundos. Se me hace jodidamente familiar, pero no logro r

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