Capítulo 7

Varios días pasaron después de aquel beso, Elizabeth y Carlos evitaban encontrarse. Ella esperaba que él saliera, para entrar a limpiar su habitación.

Luz Aída, seguía fingiendo sus enfermedades; y de esa manera trataba de manipular al joven Duque. 

Aquella mañana Carlos, entró a la habitación de su madre:

—Mamá, me dice Rosa, que no te sientes bien. ¿Deseas que llame a un médico?

Luz Aída se removió en su cama y emitió un quejido de dolor. 

—No Carlos —expresó carraspeando. —¿Para qué? —indagó resoplando—. Vos sabes bien lo que me sucede, ¿deseas mirar como tengo la espalda de tanto estar postrada?

La mujer intentó indicarle a su hijo las supuestas costras; ella sabía bien que Carlos, se iba negar.

—No mamá no es necesario, yo conozco tu situación.

—Y si la sabes... ¿Qué haces tan tranquilo aquí? —reclamó liberando unas cuántas lágrimas—. Desde que llegaste me has ignorado, tú no comprendes mi sufrimiento —sollozó, y tomó de la mano a su hijo—. Mijito, yo sé que he sido cruel con vos, quizás pensés que no soy una buena madre; pero si el infeliz de tu hermano no me hubiera lanzado por las escaleras, las cosas serían distintas.

La mirada de Carlos oscureció por completó, su mente se llenó de aquellos dolorosos y traumáticos eventos, recordó el tormento de las terribles pesadillas que no lo dejaban dormir en las noches. 

—¡MENTIRA! —Bramó Carlos respirando agitado. —¿No recordás que desde antes del accidente me castigabas, me pegabas y me encerrabas en el sótano con las ratas?

Luz Aída enfocó su gélida mirada en su hijo. 

—Lo hice por formar tu carácter —respondió con dureza—, sos un mal agradecido, así se crían los hombres, si no fíjate en el infantil, y débil de tu hermano —mofó—. Vos en cambio tenés un carácter fuerte, te podés llevar el mundo por delante, y eso me lo debes a mí.

Carlos negó con la cabeza, talló con su mano la frente, mientras caminaba de un lado a otro. 

—No mamá, te equivocas, todo lo que soy es gracias a mi propio esfuerzo y dedicación. Agradezco que mi papá me haya enviado al internado y que se me abriera la oportunidad de estudiar en Harvard; pero me lo gané por mis méritos.

—¡Méritos! —exclamó con ironía Luz Aida—. Tu papá pagó para que te aceptaran.

Carlos apretaba sus puños con todas sus fuerzas, hacía un esfuerzo por controlarse, y respetar a su madre; pero ella tenía la facilidad de hacerle perder la paciencia, de alterarlo.

—¿Yo no tengo ninguna cualidad para vos? —indagó el joven mirándola a los ojos.

—Hasta que no hagas lo que te pido: destruyas la vida de tu hermano y te adueñes de la Momposina, para mí no vales nada.

En ese momento Elizabeth, quien limpiaba el pasillo, se estremeció al escuchar aquella conversación, apretó con fuerza el palo de la escoba para no entrar y decirle a esa mujer hasta del mal que se iba a morir, no entendía como una madre podría ser tan cruel con su hijo. 

Carlos, por su parte, no agachó la mirada, hizo como si las palabras de Luz no le afectarán, aunque por dentro cada día un pedazo de su corazón y sus sentimientos iban muriendo.

—Lo sé a la perfección mamá, sé que vos te embarazaste solo para atrapar a mi papá, y que te lamentas el haberme dado la vida. 

Luz Aída lo miró llena de furia

—¡SI ME ARREPIENTO! —Bramó.

Elizabeth tembló al escucharla, se recargó en una de las paredes, cerró sus ojos con impotencia. 

—Para verte criado a vos, hubiera preferido tener un poco de perros, que son más fieles —prosiguió Luz—. A mí de nada me sirven tus títulos, ni esos reconocimientos, vivimos de la miserable pensión que nos da tu padre, pagando las culpas de él y las de su hijo favorito —enfatizó observando a Carlos con dureza—. Porque Joaquín siempre será el consentido de Miguel. ¿O me equivoco? —inquirió Luz Aída, siendo cruel con el joven.  

Elizabeth se llevó las manos a la boca, su rostro estaba cubierto de lágrimas. 

—¡Es una bruja! —susurró. 

Las palabras de Luz cada vez se clavaban en el alma y el corazón del joven, por eso intentaba construir muros en su pecho, y de esa forma tener una coraza que lo protegiera. Ante las crueles palabras de su madre, se aclaró la garganta y su sombría y triste mirada se clavó en ella. 

—Yo no hago las cosas para que ustedes estén orgullosos de mí, sé muy bien que no les importa. Lo realizo por mí, si te sirve o no es problema mío mamá. Como veo que te sientes mejor me retiro tengo cosas que hacer.

El joven caminó hasta la puerta, y Elizabeth no tuvo tiempo de esconderse, él se sorprendió de verla, y ella elevó sus cristalinos ojos a él. 

—¡Carlos! ¡No hemos terminado! —exclamó furiosa Luz. 

El joven no le hizo caso a su madre, tampoco emitió una sola palabra ante Ely, salió de la hacienda, contrariado, estaba por subir al jeep pero prefirió caminar con dirección a la Momposina.

Los cafetales, las hojas caídas y secas de los árboles de guayacán acompañaron su recorrido, mientras recuerdos dolorosos de su infancia golpearon su mente:

*****

Diez años antes.

Cuando Carlos ingresó con Jairo, a buscar a Joaquín, se encontró con el cuerpo de su madre, al pie de la escalera, desmayada. 

Carmenza gritaba pidiendo ayuda, y en ese instante Miguel apareció y se sorprendió ante aquel cuadro.

Joaquín, horrorizado, no se movía de las escaleras, asustado, lloraba y temblaba, y rogaba porque su madre regresara a la hacienda.

—Papá ¿Mi mamá está muerta? —indagó Carlos.

—No hijo está inconsciente por la caída —respondió Miguel; pero él, presentía lo peor, fue entonces que Luz Aída, recuperó el conocimiento y acusó a Joaquín, de haberla empujado, la mirada de todos se posó en el pequeño, que juraba ser inocente.

La ambulancia se llevó a Luz Aída, mientras Carlos y Joaquín esperaban noticias, una terrible tragedia cubrió la Momposina.

Miguel llegó destrozado; Carlos pensó que su madre había fallecido cuando los llamó a la sala y los abrazó llorando con fuerza.

—Joaquín, hijo debes ser valiente —le dijo con los ojos llenos de lágrimas. 

El pequeño se estremeció, pensó que lo iban a llevar preso por el accidente de Luz Aída.

—Yo no hice nada papá yo soy inocente. ¡Quiero que venga mi mamá! — empezó a llorar el pequeño. 

A Miguel, se le partía el corazón; pero no podía ocultarle a su hijo que su madre había fallecido en un fatal accidente en la carretera.

—Joaquín, tu mamá no puede venir —balbuceó con la voz fragmentada. 

—¿Por qué? —indagó el pequeño.

—Tu mamá, de ahora en adelante nos va a cuidar desde el cielo.

 Carlos al ser más grande comprendió muy bien; sin embargo, Joaquín no entendía o no quería hacerlo.

— ¿Se murió? —averiguó el mayor, entonces el pequeño estalló en llanto.

— ¡Mi mamita! ¡No puede estar muerta! —exclamaba, mientras Miguel, no hallaba consuelo.

— ¿Y mi mamá? —preguntó Carlos.

—Mijo, vos también debes ser fuerte, tu madre está viva; pero no volverá a caminar.

— ¿Está paralítica? 

—Si.

Miguel abrazó a sus dos hijos, los dos niños lloraban por sus respectivas madres; sin embargo, la muerte de Luisa Fernanda, también afectó a Carlos, ella era la única que le brindaba cariño.

***

Al día siguiente fue el entierro de Luisa, mucha gente lloraba su muerte. 

Ambos niños buscaban el consuelo de su padre, pero aquel hombre era solo un despojo humano, parecía un muerto en vida, varios familiares al ver que el señor Duque permanecía sumido en su dolor, se acercaban a consolar a Joaquín, pero nadie tuvo la delicadeza de hacerlo con Carlos.

Los días posteriores a la tragedia, mientras daban el alta a Luz Aída, Carlos, permanecía en la Momposina, observando como su padre se encerraba en el despacho, y no aparecía ni siquiera a almorzar con ellos, entre tanto los empleados buscaban la manera de consentir a su hermano.

El pequeño Joaquín desde el día del accidente, no tenía el valor de acercarse a su hermano, sin embargo, pensó que Carlos lo haría, pero cuando se dio cuenta de que no lo iba a hacer decidió buscarlo, y fue hasta la habitación de él. 

—Carlos, ¿Por qué ya no quieres jugar conmigo? —preguntó el pequeño. El hermano mayor no le respondió. —¿Estás enojado? —volvió a indagar Joaquín, moviendo el brazo del chico.

El niño se soltó del agarre del pequeño con fuerza. El menor se asustó y retrocedió. 

— ¡Déjame en paz! ¡Lárgate de mi habitación! ¡No entiendes que no quiero verte! ¡No deseo jugar con vos! —exclamó furioso Carlos. 

Joaquin parpadeó, y sus ojos se le llenaron de lágrimas.

— ¿Por qué? 

—Porque vos sos el culpable de todo, de la muerte de tu mamá y del accidente de la mía. ¡Te odio Joaquín! —Bramó furioso Carlos.

—Yo no hice nada, yo soy inocente — sollozó balbuceando el pequeño.

Carlos iba a seguir descargando su ira con su hermano cuando Miguel, los interrumpió.

—¡NO LE DIGAS ESAS COSAS A JOAQUÍN! —recriminó a gritos—. Mañana regresas a la casa de tu madre, y espero no volver a escuchar que tratas mal a tu hermano.

Carlos no dijo nada, se cubrió con una almohada en la cabeza; mientras su corazón se llenaba de odio y resentimiento.

Al día siguiente regresó a su casa con su madre, quien cada día estaba de pésimo humor, a pesar de no poder caminar, seguía castigando a Carlos. 

Tiempo después Luz Aída habló con Miguel, diciendo que no podía hacerse cargo de él; fue así que él los llevó a la Momposina; pero los problemas con Joaquín se intensificaron; entonces el señor Duque pensando que hacía lo mejor para sus hijos envió a Carlos de interno a un prestigioso colegio de Estados Unidos, y luego de un tiempo hizo lo mismo con el menor.

****

Terribles los secretos que guarda Carlos, soportar a su madre, debió ser terrible, y luego irse lejos. No olviden comentar. 

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