Capítulo 3

En su habitación Elizabeth con el libro que tomó de la alcoba de Carlos, salió decidida a devolver la obra a su lugar. Sin que nadie la viera subió hasta las habitaciones, golpeó la puerta, al no recibir respuesta ingresó, escuchó el agua de la ducha, y aprovechó para leer la parte final del libro.

Ely se hallaba tan concentrada en la lectura, no se dio cuenta el momento que el dueño de la habitación salió del baño, envuelto la mitad de su cuerpo en una toalla, él se sorprendió al ver a la joven en su habitación concentrada leyendo uno de sus libros favoritos.

—«Abre tus ojos y mírame, no te besaré, aunque sé que lo necesitas» —murmuró Carlos muy cerca de ella. 

Elizabeth pegó un brinco y del susto dejó caer el libro al suelo, se ruborizó al ver al imponente Carlos Duque, semidesnudo frente a ella, la joven que en su vida había tenido un novio, ni tanta cercanía con un hombre, se puso nerviosa.

—Lo siento —balbuceó—. Yo...yo tomé prestado su libro, y antes de irme venía a dejarlo en su lugar.

Ella se inclinó, lo recogió, y se lo extendió a Carlos, sus manos rozaron sin querer las de él, observó los oscuros y profundos ojos del joven, su mirada denotaba tristeza, ella se enterneció, y de inmediato retiró su mano. 

—¿Te gusta leer? —preguntó Carlos, mientras gotas de agua de su cabello mojado, viajaban por sus imponentes pectorales.

Ely mantenía sus ojos bien abiertos, no pudo evitar fijarse y sentir una extraña sensación que jamás antes había experimentado; al contrario de lo que todos le advirtieron, él no le inspiraba temor, a pesar de las cosas malas que decían de aquel hombre; con ella no había sido ni prepotente, ni presumido.

—Me encanta leer señor, disculpe por entrar a su habitación —pronunció Elizabeth, y sus mejillas tomaron el color del rojo atardecer. 

—¿Cómo te llamas? —preguntó Carlos, observándola con atención.

La profunda mirada de él sobre ella la estremecía.

—Mi nombre es Elizabeth —respondió temblando—. Disculpe otra vez, lamento lo sucedido. 

La chica se disponía a salir de la habitación, caminó con dirección a la puerta.

—Elizabeth, espera —ordenó, la muchacha se detuvo y giró hacia él, de nuevo sus miradas se cruzaron. Carlos le extendió el libro—. Es uno de mis favoritos; pero yo ya lo he leído, te lo regalo.

Ella parpadeó, las piernas le temblaron, se quedó sorprendida, sin saber qué responder. 

Carlos, seguía con el libro extendido en dirección a la joven, la miraba expectante con una ceja levantada. 

—¿No lo querés?

—Es que no sé qué decir...—Mordió su labio inferior—, yo lo recibí con una cubeta de agua fría y usted me regala su libro... No es como me lo describieron.

Él la miró con intriga, ladeó los labios. 

—¿Qué dicen de mí? —preguntó, sentándose en su cama.

De nuevo las mejillas de la joven enrojecieron, mordió su lengua, siempre decía lo que pensaba y eso le ocasionaba severos problemas con la gente. 

—Prefiero no comentar —respondió, inclinando su mirada. 

Carlos bufó y presionó sus labios. 

—Me lo imagino —mencionó, mientras seguía con el libro en la mano, entonces Eliza se acercó a él, lo miró más de cerca y un extraño corrientazo le recorrió la piel, jadeó bajito, tomó la obra, y le brindó una cálida sonrisa.

—Muchas gracias, no sabe cómo he deseado leer esta historia, perdone mi atrevimiento, de todos modos, no volveré a incomodarlo, la señora Luz Aída, no tarda en despedirme.

Carlos la observaba con atención, guardaba en su memoria cada inocente gesto de ella, cuando la chica sonrió, él le devolvió el gesto. 

—No lo hará, puedes estar tranquila... Fue un accidente. Rosa no va a decir nada; pero eso sí, la próxima vez fíjate antes de andar lanzando cubetas de agua a las personas que llegan a la finca.

Eliza de los nervios soltó una carcajada ante la advertencia de Carlos. Él la observó con seriedad, mientras ella intentaba contener su risotada.

—¿Vos te estás burlando de mí? —preguntó él.

Ella se ahogó de la risa, respiró profundo, trató de ponerse seria, no podía perder su empleo y menos que él pensara que se estaba mofando.

—Discúlpeme es que cuando me pongo nerviosa, me vienen estos ataques de risa, no los puedo controlar. Lo siento —se disculpó la joven, entonces salió de la habitación con el libro en la mano. 

«No es malo cómo la gente dice, ni presumido, ni prepotente... ¡Es increíble!» pensó y suspiró profundo.

Enseguida se fue a su habitación entonces recordó la frase que dijo él con esa voz tan varonil: 

«Abre tus ojos y mírame, no te besaré, aunque sé que lo necesitas»

Eliza, sonrió, cerró los ojos, en su corta vida, nunca había tenido tan cerca a alguien que le hubiera impresionado tanto como lo hizo Carlos Duque, y cómo no hacerlo, tenía una imponente altura, una mirada profunda, oscura, pero a la vez triste, poseía un físico impresionante, además se refería a ella con educación, a diferencia de los muchachos del pueblo que solo se le acercaban con malas intenciones. 

****

Carlos una vez cambiado de ropa, salió a saludar a su mamá, quien esa tarde se encontraba acostada en su cama.

—Hola mamá —expresó él, y de nuevo aquella extraña sensación de temor le recorrió la piel, tal como cuando era un niño, e intentaba acercarse a Luz, y ella lo rechazaba.

—¡Mijito! —exclamó—, tantos años sin verte pues... Mira que guapo te has puesto, vos si sos un Duque, no como el imbécil de Joaquín, que salió igualito a la insípida de Luisa —gruñó.

Carlos resopló ya sabía por dónde venía el asunto con su madre.

—¿Te encuentras bien, mamá? ¿Estás enferma?

—Como me voy a sentir bien, después que el infeliz de tu medio hermano me dejó postrada en una silla de ruedas, todo eso ha complicado mi salud, no te lo he querido decir por qué no deseaba que vos descuidaras tus estudios —comentó y los ojos se le llenaron de lágrimas. —¿Cómo te va en el trabajo? —indagó. 

—Igual que siempre —expuso Carlos.

—Perdoname por no haber asistido a tu graduación, pero tu papá debe estar orgulloso de vos, su hijo mayor, el mejor egresado de Harvard, mientras que el pendejo de Joaquín, no sirve para nada.

—Mi papá no fue a mi graduación, tuvo que atender asuntos relacionados con mi hermano —expresó con frialdad. 

—¡Infeliz! —Bramó Luz Aída, la mirada se le oscureció—. Si yo no estuviera imposibilitada, hubiera viajado, pero mírame como estoy cada día más enferma —mencionó suspirando—, es un milagro que aún me encuentres con vida; pensé que mis ojos no te volverían a ver —fingió intentando que su hijo sintiera lástima por ella y así manipularlo para vengarse de Joaquín, a quién la señora odiaba por ser hijo de Luisa Fernanda, el gran amor de Miguel—. Por ese motivo es que vos debés hacer justicia, he esperado años tu regreso, debemos planear la manera de acabar con el hijo consentido y apoderarnos de la Momposina —sentenció. 

Carlos no le quiso contradecir y decirle que él regresó a Colombia, solo para la junta directiva, no tenía intenciones de permanecer más tiempo en el país, no había nada que lo atara a ese lugar por el momento. 

***

¿Qué opinan de Elizabeth, y de Carlos? Parece que no era tan amargado como cuando lo conocimos en: Si me ves llorar por ti, y Un café para el Duque. 

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