Capítulo 2

Dos días pasaron desde que Elizabeth, llegó a laborar en la finca la Esperanza, la joven después de terminar su jornada, sin que nadie se diera cuenta, tomaba libros de la biblioteca, caminaba hasta el arroyo y se sentaba a leer todas las tardes mientras el sol se ocultaba en el horizonte.

Aquella mañana, la gente de la finca corría de un lado a otro, esperaban la llegada del hijo de la patrona, todos le tenían temor, de él decían muchas cosas, que era difícil de tratar, que poseía un carácter muy fuerte, que era arrogante, y presumido.

A Elizabeth la enviaron a limpiar la habitación del joven, aunque todo estaba en perfecto orden, sacudió el polvo, cambió sabanas, cobijas, todo tenía que quedar limpio para recibir al nuevo patrón. 

La joven siempre muy curiosa, se detuvo a observar los libros que él tenía sobre el escritorio.

Tomó en sus manos una de las obras que le llamó la atención: «Lo que le viento se llevó» lo empezó a hojear y se detuvo a leer una frase que le gustó mucho:

«Te quiero como jamás he querido a una mujer y te he esperado como nunca podría esperar a nadie»

Aquel escrito la conmovió. Pensó que el joven no se daría cuenta de que ese libro le faltaba, le habían comentado que regresaba después de varios años de ausencia, así que no vio problema en tomar la obra, no se la iba a robar solo leerla, y después la colocaría de vuelta, tal como hacía con los libros de la biblioteca.

Después de terminar de limpiar la habitación de Carlos, salió dejando todo impecable, fue hasta su alcoba guardó el libro y enseguida prosiguió a trapear la entrada principal de la casa.

****

Carlos, se resistía a volver, pero debido a la presión de don Duque lo tuvo que hacer, sin embargo, no le había comunicado su regreso, únicamente le informó a su madre que retornaba a Colombia. 

Luz Aída se alegró; no por la presencia de su hijo, sino porque pensaba poner en marcha su plan de venganza en contra de Joaquín, el hermano menor del joven.

En el avión se sentía nervioso, intranquilo, ansioso, era como si todo ese peso que cargaba encima volviera de pronto, se remontó a aquella época: al fatídico momento en donde todo cambió, recordó las palabras de su madre acusando a Joaquín de haberla lanzado por las escaleras; ese mismo día la única persona que le brindaba cariño, falleció. 

Carlos se pasó las manos por el rostro, exhaló un suspiro, tenía tanta incertidumbre de no saber qué le deparaba el futuro al regresar a su natal Colombia; sin embargo, no pudo evitar evocar los tristes momentos de su infancia: cuando su madre lloraba y se sentía impotente al verse postrada en una silla de ruedas.

En muchas ocasiones le pedía a él ayuda para moverse de la silla a la cama, él al ser un niño aún no podía con el peso del cuerpo de Luz, en ocasiones la dejaba caer. Ella arremetía toda su furia, su amargura en contra del menor, le gritaba que hiciera justicia y la vengara; pero Carlos no era manipulable como su madre pensaba.

Horas después el avión aterrizó en el aeropuerto de Manizales; Carlos, sintió una opresión en su pecho, salió de la terminal, esperando que alguien lo hubiera ido a recibir; pero no fue así. Negó con la cabeza, la vida era tan contradictoria en Boston, muchas de las empresas más importantes del país le ofrecieron empleo. En Harvard, le pidieron que se quedara de docente, siendo colombiano, era un ofrecimiento de gran renombre; en cambio, en Manizales era ignorado hasta por su propia familia.

*****

En la finca Elizabeth entonaba: «Triste y sola by Las Musas del Vallenato», mientras terminaba de baldear la baldosa de la entrada principal. 

Oye corazón, triste corazón, es hora de enfrentarte con tu pasado, no le insistas más, él no volverá… —canturreaba la joven.

El joven Duque apenas bajo del taxi, caminó en silencio, se detuvo, y entonces escuchó esa melodiosa voz que le llamó la atención, por eso se acercó, observaba como la chica contoneaba las caderas y proseguía con la melodía. 

A Ely únicamente le faltaba un tramo del pasillo que conducía a la puerta, no advirtió la presencia del joven, él estaba tan concentrado admirándola, y debatiéndose consigo mismo, sí ingresaba a la casa, o se regresaba a Estados Unidos cuando de pronto le cayó de golpe un balde de agua fría con desinfectante. 

Elizabeth se llevó las manos al rostro, todo su cuerpo tembló, atemorizada. Miró al joven que mantenía los ojos cerrados e intentaba limpiarse con las manos el desastre que ella causó. 

Observó lo alto, elegante y apuesto que era, parpadeó inhalando profundo. 

Carlos, estaba a punto de soltar los peores insultos en contra de la persona que hizo eso, era lo único que le faltaba después de ser ignorado, ahora alguien le daba un gran recibimiento, lanzándole una cubeta de agua.

—¡Maldita sea! —gruñó furioso, casi sin poder abrir los ojos, mientras Eliza con las manos temblorosas, le extendió un paño limpio.

—Lo lamento —pronunció la joven sintiendo que el corazón se le iba a salir del pecho. Carlos se secó el rostro y abrió los ojos, decidido a decirle a la muchacha hasta del mal que se iba a morir y después despedirla sin contemplaciones—. Discúlpeme yo no me di cuenta, es que nadie se para a observar la casa. 

Ella enfocó su tímida, y limpia mirada en él, aquellos grandes ojos marrones se posaron en los oscuros del joven. 

Carlos la observó lleno de enojo; sin embargo, en su vida se había visto reflejado en una mirada tan pura e inocente como la de la chica que tenía enfrente. Ella parecía un animalito asustado, le recordó tanto su niñez, cuando su madre a pesar de estar paralítica, lo castigaba de maneras que él prefirió no rememorar, inhaló profundo y se dirigió a la muchacha:

—La próxima vez fíjate lo que haces, puedes ocasionar un grave accidente —aconsejó Carlos con su gruesa voz, en ese momento Rosa apareció.

—Joven Carlos. ¿Qué le pasó?... ¡Ay no! —exclamó la mujer llevándose las manos al rostro—. De seguro fue esta atarantada, esto te va a costar muchacha, doña Luz, te va a poner de patitas en la calle.

—Lo sé —respondió Eliza mordiendo sus labios—. Lo lamento joven, no fue mi intención, como dice Rosa, soy un poco atarantada —pronunció con temor y tristeza, se retiró a su habitación decidida a recoger sus cosas.

Carlos con discreción miró a la joven alejarse, inhaló profundo mientras terminaba de secarse el rostro. 

—Rosa, fue un accidente, no es necesario que mi madre se entere de esto —advirtió al ama de llaves.

—Pero joven...—. Carlos no le dio tiempo a Rosa, de proseguir.

—Es una orden, ni una palabra de este incidente a mi madre, o la que se va de la finca eres vos —advirtió.

Rosa se retiró, entonces el joven aspiró una gran bocanada de aire. Giró la cerradura de la puerta de la casa, su madre no estaba en la sala, así que aprovechó para subir a su habitación, bañarse y cambiarse de ropa, mientras realizaba esa tarea, no pudo evitar recordar la mirada de la joven; observó su elegante ropa vuelta nada gracias al recibimiento de Eliza.

***

Queridos lectores: ¿Qué opinan del recibimiento que le dio Elizabeth al excelentísimo Carlos Duque?

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