CONFABULACIONES REALES

—¿Quién es él? 

La brusquedad de su pregunta me deja pasmada, literalmente acabo de entrar y ya me está exigiendo respuestas. Julissa le hace una reverencia y sale cerrando bien la puerta, bastante sensata.

No me muevo, prefiero estar lejos de él y cerca de la salida.

—¿En qué me necesita? 

—Responde, te hice una pregunta.

Me muerdo el labio.

—¿Quién es? —insiste—. Has estado hablando más de media hora con él, parecían muy amistosos.

¿Me espiaba desde su ventana? Como no, menudo pervertido.

—Es el chofer del Rey, se llama Jade. Somos amigos...

De sus labios brota una risita.

—¿Jade? ¿Igual que la capital de ese país al oeste de Gondwana? No sé en qué momento o a que idiota se le ocurrió la magnífica idea de nombrar países con nombres como esos.

Hago caso omiso de su inexplicable comentario, sólo quiero saber qué quiere de mí para poder largarme.

—¿Y bien? Dígame qué necesita.

Se levanta de su magnífica silla y rodea el enorme escritorio.

—Aunque nadie esté a mi altura, seguro sabes que me casaré en breve. 

El príncipe Gian es más que guapo, pero también un verdadero narcisista. Asiento con una amable sonrisa bien ensayada.

—Felicidades, seguramente será muy feliz...

Corta mi oración con una cínica risa.

—¿Feliz?, no. Pero será ella mi diversión y la diversión es una rama de la felicidad, eso creo yo. Compadece a la pobre.

Sus crueles palabras provocan que mi piel se erice.

—La compadezco.

—Kohana, ella será miserable, me odiara más de lo que ya lo hace, deseará matarme—y la curiosidad vuelve a incordiarme. ¿Quién es la prometida de Gian Creel? —. Me casaré en una semana, te invito, verás su miseria de cerca y seguramente querrás salir corriendo—asegura.

Una semana es muy poco tiempo y la realeza no suele apresurar las cosas, entonces ella debe estar comprometida contra su voluntad. Y por más que me he partido la cabeza, no doy con quién podrá ser esa chica, porque, aunque el Príncipe es amable y tierno frente a las cámaras, su verdadero carácter es antipático y frío. Jamás lo he visto ver a una chica más de dos veces, no ha tenido relaciones estables o auténticos noviazgos; las pocas chicas que cruzan sus muros no tardan en salir corriendo para no volver.

Nuevamente me siento mal por la suerte de la desconocida.

—Estaré ahí.

Tuerce los labios en una mueca burlona al tiempo que mete las manos en los bolsillos de sus pantalones.

—Lo sé, ¿quieres saber por qué? —pregunta al tiempo que comienza a acercarse peligrosamente a mí.

Niego retrocediendo.

—Lo sé por qué si te niegas, haré una visita a tu familia, y no una agradable.

Cierro la mano en el picaporte y trato de abrir la puerta, sin embargo, no se mueve. La m*****a de Julissa me ha encerrado con su Príncipe, ¿era necesario?

—¿Hará eso si no asisto a su boda? Excelencia, creo que está exagerando, se está tomando demasiadas molestias por alguien como yo.

Se detiene a escasos centímetros de mí, su mano atrapa la mía y la aleja de la cerradura, con la otra acaricia mi brazo de arriba abajo. Da otro paso y roza mi frente con la punta de su nariz, quiero alejarme, pero sé que si lo hago no servirá de nada.

—No exagero, tu presencia es muy importante, muy a mi pesar. Debes estar ahí, de otra forma, podrías arrepentirte.

Me estremezco y no sólo a causa de su tacto, que me resulta repulsivo.

—¿Qué tan importante puedo ser yo para recibir tales amenazas? No soy más que una agente, una vil doncella de su hermana. Soy insignificante—yo misma me rebajo y lo volveré a hacer si eso me pone a salvo.

Ríe, burlón.

—Ingenua, pobre criada, no puedes ser más inocente, ¿verdad? —sus labios acarician la punta de mi nariz, su aliento apesta a alcohol. No me atrevo a mover un sólo músculo, aunque muero por patearlo en la ingle y salir corriendo—. Verás, Kohana, tú irás a mi boda como invitada de honor, ¿está claro? Veo que te asusta y desconcierta todo esto, ¿quieres saber porque te ordeno asistir al punto de amenazarte a ti y a tu familia si no lo haces?

Turbada, asiento de inmediato. Mientras más pronto me revele el motivo de su locura, más rápido podré alejarme de este enfermo. El Príncipe suelta mis manos y da dos pasos atrás, mete las manos en los bolsillos y me mira, expectante.

—Kohana, tú irás a mi boda por una simple razón, tan insignificante cómo tú misma—tuerce los labios en desprecio y resignación—. Irás porque tú serás la novia, mi esposa.

Esas dos últimas palabras se quedan en mi cabeza haciendo un eco horrible, y por varios segundos pierdo la capacidad del habla, sin poder procesar lo que ha dicho.

—Es…una broma espantosa—digo al fin con una voz débil y baja—. La peor que me ha hecho.

Y eso ya es decir bastante, hace cerca de un año me encerró en los pisos inferiores por casi medio día, grité por horas y pateé la puerta hasta que me rompí el tobillo; permanecí ahí hasta que una cocinera bajó por productos de limpieza. Pero esta broma supera la anterior con facilidad.

Su fría mirada se torna burlona.

—¿Eso crees? Pobre de ti, mira que ser atada a mí siendo tan joven y hermosa. ¿Hace cuánto cumpliste 20 años?, hace apenas mes y medio, me parece. Pero no miento, este matrimonio no es más que una jugada a favor de todos; mi madre quería recompensarte por tu gran acto de lealtad a la familia; además, casarme ahora servirá para que los ojos del mundo se posen en nosotros y no en el misterioso paradero de Emma. Por otro lado, mi padre cree que mi matrimonio vendrá perfecto y justo a tiempo; piensa que casarme contigo le mostrará a Pangea que tenemos más humildad de la que nos atribuyen últimamente.

Tengo que sujetarme a la puerta para no caer, mi mente está sumida en una agitación superior a cualquiera que haya sentido antes. Todas esas conversaciones extrañas que tuvimos antes, ahora comienzan a tomar pies y cabeza.

Él continúa sin prestarme atención.

—Míralo como un acto de política; la gente está agitada y muchos furiosos, creen que desde el reinado de mi abuelo han habido cambios drásticos y no del todo agradables... En fin, eres perfecta. Y verme enamorado de una joven campesina sin duda cambiará la imagen que muchos tienen de mí; sí casarme con alguien como tú no es visto como un acto de amor, humildad y bondad, entonces no sé qué es. Las clases bajas pensarán que serás su voz: una representación de las masas, alguien que influirá en mi carácter, que podrás hacer cambios en el gobierno del Rey a través de mí. Nuestro matrimonio representará la unión entre la aristocracia y las clases bajas, será una forma de decir que el reino estará eternamente comprometido con el pueblo.

Usarme, en todo su hipócrita discurso lo único que he entendido es el "usarme". Ahora estoy rabiosa.

—¿Usted está enamorado de mí? —pregunto sin miramientos, sé que no, pero quiero escucharlo.

—No, para nada—responde de inmediato, en sus rasgos el desprecio que siente por mí es obvio.

—¿Y por qué quiere casarse conmigo?

Alza ambas cejas, sorprendido por mi franqueza.

—No quiero, lo que menos deseo es casarme, ni contigo ni con nadie—dice luego de meditarlo un rato frente a la ventana tras su escritorio. Finalmente se cruza de brazos y vuelve los verdes ojos a mí—. Pero aquí poco importa lo que yo quiera, y menos lo que tú. 

—No quiero, no lo haré—declaró con firmeza, en cuanto salga haré mis maletas y me largare.

Una risa sombría llena la habitación, me estremezco.

—No eres quien para darme una negativa, no eres nada. Además, ya lo has prometido—me mira de forma significativa, recordándome a quienes quiero mantener conmigo.

Trago saliva, estoy temblando. ¿Yo, atrapada en medio de una confabulación por parte de la familia más importante y billonaria de Pangea, en un matrimonio planeado, prometida con un casi desconocido, y sin posibilidad de oponerme? Sí prácticas así eran comunes hace algunos siglos, ahora no se amoldan. Es ridículo, en pocos términos.

Y así se lo hago saber.

—Es absurdo, pueden valerse de mejores prácticas para sus finés, un matrimonio no es absolutamente necesario.

La sonrisa del Príncipe se acentúa, leyendo mis pensamientos en mi expresión anonadada.

—Tienes razón—dice—, pero es un acto noble, algo que la política en sí jamás lograría. Todo el mundo creerá que casarte con el Príncipe te hará dichosa, creando la falsa imagen que la gente anhela: el cruce entre las distintas clases sociales, la influencia de la clase baja en el seno de la aristocracia. En realidad, todo es política y negocios; un matrimonio sirve para unificar, y en nuestro caso, servirá para unificar al reino con su gente. Callaremos a quienes piensan que la familia Creel se ha vuelto inestable, y sus decisiones, drásticas.

—¿Y no son así? —inquiero con todo el veneno que hay en mí.

Sereno se lleva los dedos a los labios.

—Sí, lo somos. Sin embargo, el cambio no está en la sangre de nadie, y tampoco en la nuestra. El cambio no existe, las personas solamente aprenden a cubrir su b****a bajo una gruesa capa de pintura blanca; la ética y moral de aquellos que vivieron en la oscuridad, sus cambios para bien, son hipocresía al fin de cuentas.

Siento tanta rabia, tanta impotencia ante el futuro miserable que me espera, del cual seguramente nada podré hacer para impedir. Gian Creel tiene razón, él jamás cambiará, está perdido en su podrido mundo de oro, y aunque lo intentará, nunca dejaría de ser el tirano que es.

Siento que me asfixio, tengo la sensación de que las paredes se contraen, queriendo atraparme para siempre junto a este malvado Príncipe.

—Quiero irme...

Con un rápido movimiento me lanza el juego de llaves, las tomo antes que caigan al suelo y apenas logró girar la llave correcta en la cerradura, me lanzo fuera. ¿Casarme con él? Debe estar completamente loco. Apuesto a que el ataque que sufrió en Diamante le ocasionó un grave transtorno como para creer que cederé a esa estupidez.

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