CAPITULO 7

Caminé hacia él con furia y cuando estuve a pasos de su cuerpo, lo quise bordear para salir del parque. Mi corazón latía agonizante por no poder abrazarlo y besarlo como siempre hacía cada vez que lo veía. Contuve la respiración y tragué grueso cuando estuvimos demasiado cerca. No lo miré, no podía, flaquearía o me desmoronaría si sus ojos me atrapaban de nuevo. Sin embargo, el no parecía querer dejar las cosas así… ni por ese día. Me tomó del brazo con posesividad e impidió que siguiera.

—Ana... —El susurro de mi nombre sabía a lamento. Su voz estaba cargada de algo que parecía necesidad, urgencia, pero no me importaba escuchar sus explicaciones porque mi corazón le creería de la misma manera que aquella vez en nuestra luna de miel.

—¡Suéltame! —Tiré mi brazo para soltarme, pero él aumentó la fuerza de su agarre y no me liberó. Me removí tratando de zafarme, mas era demasiado pequeña en comparación a él.

—¡No lo haré! —Su voz esta vez fue firme y muy llena de convicción—. No hasta que me escuches. —Nuestros cuerpos se encontraban uno al lado del otro, mientras nuestras miradas se perdían en direcciones contrarias. Presionó mi brazo y tiró de mí hasta dejarnos frente a frente. Vi al suelo.

—¿Piensas que lo haré? —Levanté mi rostro y lo enfrenté. Entrecerró sus ojos por no comprender mis palabras—. ¿Piensas que te escucharé? ¿Que te creeré?

—Sería lo más lógico —respondió camuflando el temblor de su voz—. Siempre te he dicho que jamás te engañaría, que tienes que confiar en mí, aunque a veces las cosas den a entender que no debes creerme. —Una carcajada resonó fuerte bajo la lluvia. Estaba completamente loco—. ¿De qué te ríes? —preguntó de la manera en que solo lo hacía cuando la paciencia se le acababa. Sentí que aquella situación era una especie de deja vú, que ya habíamos pasado por esto y recordé que fue la misma escena en la playa, cuando ocurrió algo parecido en nuestra luna de miel.

—De ti —respondí y pareció también recordarlo—. Todo tú me da risa. —Volví a reír como una desquiciada.

—¡Esto no es un juego, Ana! —gritó para hacerme entrar en razón.

—¡Pues, al parecer, sí lo es! —Mi risa cesó y mi voz estaba cargada de rabia—. Al parecer, para ti todo esto es un juego, siempre fue un juego y fui una estúpida que cayó en él.

—¿De qué estás hablando? —dijo sorprendido, aproveché para tirar mi brazo y escapar de su agarre. 

—Pierdes tu tiempo, Diego. Digas lo que digas, no volveré a creerte. —La convicción de mis palabras me sorprendió hasta a mí. Jamás imaginé que sería capaz de rechazarlo, de rechazar la posibilidad de una explicación para que todo volviera a ser como antes.

—Estás muy alterada. —Trató de mantener la calma—. Vamos a casa, démonos un baño y hablemos como personas adultas.

—¡No iré contigo a ningún lado, Diego! ¿No lo entiendes? ¿Aún no comprendes? ¡Así que, apártate de mi camino de una vez! —Quería marcharme, ya no podía seguir manteniendo esa conversación sin desmoronarme.

—No seas infantil. Estás empapada y si seguimos aquí, perdiendo el tiempo, cogerás una gripe.

—¿Infantil? —No lo podía creer—. ¿Te parecería infantil llegar a mi oficina y encontrarme besándome con un fulano? ¿Con alguien que no eres tú, «mi esposo»? —Golpeé su duro torso con mi mano, pero él no reaccionó. Solo esquivó su mirada para no verme a los ojos, lo que provocó mi rabia—. ¡Eres un maldito embustero! —exclamé mientras comenzaba a pegarle con ambas manos en el pecho—. ¡Un farsante y manipulador! —Seguí con mis golpes y Diego no se movía, no reaccionaba, no hablaba. Solo escuchaba mis insultos con el rostro esquivo y sin moverse de ese punto donde estaba de pie—. ¡Jamás debí confiar en ti! ¡Jamás debí haberte dado una oportunidad ni haberme casado contigo! ¡Maldito, maldito, maldito! —Mis lágrimas desbordaban por mis ojos, empañando todo mi rostro y el temblor de mis sollozos hicieron que los golpes que le estaba lanzando a Diego, cada vez fueran más débiles. Él al fin reaccionó y me tomó por los hombros para sostenerme porque estaba a punto de caer al suelo, rendida por el dolor, por el llanto. Me arrastró hacia su cuerpo y me abrazó por los hombros—. ¡Ni siquiera me amas, Diego! Ni siquiera me amas… —sollocé en sus brazos y, aun así, tampoco lo negó, no contradijo mis palabras y fue el detonante de todo. Me aparté de él con violencia y lo empujé con las pocas fuerzas que me quedaban ante su mirada cargada de dolor e incredulidad.

—No hagas esto, Ana…

—¡Aléjate de mí! ¿Me oíste? —Lo apunté con mi dedo índice en señal de advertencia—. ¡Déjame en paz, no te vuelvas a acercar a mí nunca más!

No se movió, no reaccionó y tampoco habló. Entonces caminé a paso apresurado para marcharme de una vez.

—¡Solo por hoy lo dejaré así! —respondió, eso me sorprendió y me detuve sin voltear a mirarlo—. Ve olvidándote de esa absurda idea del divorcio, eso jamás ocurrirá. —Giré mi cuerpo con mis ojos plagados de sorpresa, nos quedamos frente a frente otra vez—. Hasta que la muerte nos separe, ¿recuerdas? —pronunció y me quedé de piedra. Era demasiado cínico de su parte traer a colación aquellos recuerdos.

«La imagen de felicidad que mi rostro reflejaba era digno del día más feliz de mi vida. Era el principio de algo que había anhelado por mucho tiempo. 

—¿Sabes qué significa este anillo? —preguntó Diego de manera suave, tomó mi mano y acarició la joya que encajaba de manera perfecta en mi dedo. Yo simplemente negué, aguardé sus palabras—. La cantidad de piedras representa cada etapa de nuestra relación, mi dulce Ana. —Sonreí de felicidad y regocijo—. Es decir, la relación de pareja, en cuanto al matrimonio: el pasado de novios, el presente de casados y el futuro de hasta que la muerte los separe.

—Realmente espero que sea de esa manera, Diego —susurré—. Hasta que la muerte nos separe…».

Cuando reaccioné de mi letargo, Diego se encontraba cerca, muchísimo.

Sin pensarlo demasiado, mi palma dio de lleno contra su rostro, esto provocó un sonoro ruido por la cachetada que le propiné. Mi mano ardía y él simplemente se acarició la mejilla, no creyendo aún que le levanté la mano.

—¡Eres un cretino sin corazón! —grité—. Mira que utilizar esas palabras para manipularme resulta demasiado bajo, hasta para un canalla como tú. —Sus ojos se habían tornado oscuros—. Aunque sea, lo último que haga en mi vida, Diego Sullivan, óyelo bien. —Lo volví a señalar con mi dedo índice—. Dejaré de ser tu esposa.

—¡Sobre mi cadáver! —bramó—. Tú también, escúchame bien, Ana. —Con sus dos enormes manos, me tomó del rostro haciendo que lo mirara a los ojos—. Nunca te daré el divorcio, porque tú eres mía, así como yo soy tuyo por el resto de nuestra existencia y te aseguro que, si existe forma, me aseguraré que después de muertos siga siendo así, por la eternidad, aquí y en otra vida si es que eso existe, ¿me oíste? —Me soltó—. Grábate eso en tu terca cabecita.

Me alejé dando pasos hacia atrás, estudié la determinación en su rostro. El muy idiota hablaba en serio y sería demasiado difícil conseguir mi libertad si se empeñaba en no darme el divorcio.

—¡Eres un maldito egoísta! —siseé con frustración.

—No te daré el divorcio —repitió con convicción. 

Sonreí al negar, no lo creía aún. Ya no tenía nada que hacer allí, ni nada que discutir con él. Era tiempo de marcharme.

—Eso lo veremos. —Fueron las palabras que resonaron en aquel parque desierto.

Corrí hasta la calle principal y él no me siguió esta vez. Era mejor así, solo estábamos dilatando el final de nuestra relación. Paré un taxi y le di al chofer la dirección de Mónica, esperaba que ella pudiera recibirme y rogaba que no tuviera compañía esta noche, porque en verdad no tenía a nadie más y no quería estar sola. No ahora.

Necesitaba desahogarme y que me consolaran.

Que me dijeran si estaba equivocada en no querer escuchar sus explicaciones, en cerrarme tanto por lo que vi.

Yo simplemente sentía que no podía, que no debía escucharlo porque al final terminaría creyendo en él, cuando sabía a la perfección que no me amaba.

Llegué al edificio de Mónica y ella ya estaba en la acera… ¿esperándome?

Bajé del taxi y mi amiga corrió hasta mí con el rostro preocupado. Sin soportarlo más, me lancé a sus brazos y lloré.

Mónica solo me abrazó, frotó mi cabeza y mis hombros, me consoló, esperó que terminara de llorar sin decir nada y se lo agradecí.

Cuando me calmé, me separé de ella, quien cogió mi rostro entre sus manos y limpió con su pulgar algunas lágrimas que no paraban de fluir.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo