CAPITULO 5

5 años después...

—¿De verdad, doctor? ¿En verdad estoy embarazada? —No lo podía creer. Después de cinco años de matrimonio y una búsqueda incesante, al fin lo conseguí.

—Sí, señora Sullivan. Mis felicitaciones. Usted tiene cuatro semanas de gestación y por lo que pude apreciar en la ecografía, está todo bien. Le recetaré las indicaciones a seguir, unos suplementos y otros estudios a realizarse. —El doctor Roberts era mi ginecólogo y estaba tan feliz como yo de que al fin el tratamiento hubiera funcionado.

—Gracias, Doctor —musité ilusionada, pensando en la mejor manera de decírselo a Diego.

Hoy celebrábamos cinco años de matrimonio y este sería mi regalo para el amor de mi vida, para el hombre que amaba. Una sonrisa de completa dicha se asomó en mis labios, porque al fin, después de haber encontrado al hombre que perseguía en mis fantasías desde la adolescencia, buscando a lo largo de muchos años en cada persona que había pasado por mi vida, al que fuera mi amigo, mi hermano, mi amante y compañero, por fin podría tener la plenitud de ser madre y forjar una familia junto con mi alma gemela.

¿Quién diría que después de lo ocurrido en nuestra luna de miel, hoy estaríamos celebrando nuestro quinto aniversario y con bebé a bordo?

Atrás quedaron mis dudas, mis miedos y mi desconfianza hacia mi esposo; estaba tan ansiosa por decirle que iba a ser padre. Ambos lo deseábamos y al fin ese sueño se haría realidad después de miles de intentos vanos.

—¿El señor Sullivan no la acompaña? —Diego acompañó a cada consulta y seguido conmigo cada tratamiento, que al médico le parecía extraño que no estuviera presente precisamente este día.

—Mi esposo no pudo venir, doctor. —Sonreí con picardía—. Y lo agradezco porque hoy es nuestro aniversario y la noticia será mi regalo. —Sonrío y se puso de acuerdo conmigo en que sería un excelente regalo.

—Tenga. —Extendió varios recetarios hacia mí—. Son mis indicaciones. Por favor, sígalas al pie de la letra para evitar inconvenientes. —Afirmé con una enorme sonrisa en los labios—. Y… señora Sullivan, por favor, evite disgustos, estrés y cualquier tipo de emoción que pudiera hacerla sentir mal. Es imprescindible para su embarazo por sus condiciones, lo sabe —advirtió. Me costó tanto quedar embarazada que sería estúpido de mi parte no cuidarme o dejarme llevar y tener consecuencias malas por ello.

—Gracias, doctor —musité y me puse de pie para marcharme. El médico me acompañó hasta la puerta y salí de allí, me sentí la mujer más dichosa y afortunada del universo.

Caminé a paso seguro por los pasillos de la clínica, mientras tecleaba en mi móvil el número de Diego. No respondió.

Pensé que tal vez tendría demasiado trabajo o alguna junta. Estos días habían sido de locos porque estábamos planeando lanzar una nueva colección al mercado. Los Sullivan tenían inversiones en diferentes sectores; en la industria automotriz y en bienes raíces, pero la fama que ostentaba Sullivan Enterprise, y por lo que había ganado mucha popularidad, se debía única y exclusivamente a la Casa de Modas Ágata Sullivan, la más prestigiosa y exitosa de todo el país.

Desde que nos casamos, Diego y yo nos pusimos al frente de la empresa. Él se encargaba de las finanzas y yo del área de diseño, con la supervisión de su madre y el asesoramiento jurídico de Mónica, mi mejor amiga. Me costó un pequeño complot con su abuelo para que aceptara de una vez por todas, asumir el mando de su patrimonio. Además, habíamos dado vida en sociedad a la Constructora A&D, que se dedicaba a la construcción y promoción de lujosos hoteles. 

Volví a marcar y de nuevo me dio el buzón. Jamás, pero jamás en estos años que llevábamos de conocernos, Diego dejó de responder una llamada mía y eso me afectó de una manera extraña.

«¿Estaría bien?», me pregunté.

Una leve punzada presionó mi pecho y tuve el impulso de volver a la oficina de inmediato. Tenía varias visitas a proveedores de telas, pero pedí a mi secretaria que las suspendiera y las agendara para la tarde. De camino a la empresa, el nudo formado en mi garganta me hizo sentir vulnerable y una sensación de congoja se instaló en mi pecho. Por Dios que debería de estar feliz este día; tuve la noticia que más había ansiado a lo largo de cinco años y me comportaba como una tonta.

A medida que me acercaba a Sullivan Enterprise, ese sentimiento crecía y un mal presentimiento me invadió por completo.

«¿Qué estaría pasando?», me susurré en silencio a medida que me acercaba a la empresa. Al llegar, apresurada ingresé al edificio y fui directo a la oficina de mi esposo. Tenía que saber qué significaba la inquietud y ese desasosiego que me perseguía. Tenía que ser él, algo debía de sucederle, mi corazón me lo decía. Cuando estuve a escasos pasos de su despacho, saludé a su secretaria con una sonrisa forzada por la tensión que me embargaba. Sin embargo, su voz me interrumpió con algo que no esperaba.

—Señora Ana, el señor ordenó que no se le molestara —me habló con voz temblorosa y deduje que se debía a que temía perder su trabajo si desobedecía una orden. Diego podía ser demasiado estricto.

—No te preocupes, asumiré la responsabilidad —respondí con una sonrisa de boca cerrada.

—No creo que sea buena idea, señora... —volvió a acotar cuando intenté continuar mi marcha. Entrecerré mis ojos, interrogante, y ella esquivó la mirada. Entonces comprendí que lo que Margaret quería era impedir que yo entrara.

—Gracias, Margaret. —Mi voz ya no era suave, sino neutra—. Por favor, ve junto a Mónica y dile que prepare los papeles para la junta de mañana y me los lleve a mi oficina. —Margaret comprendió que deseaba que se marchara y asintiendo con la cabeza, se fue.

«¿En qué estás metido, Diego Sullivan?», solté por lo bajo y cogí aire para llenar mis pulmones varias veces. Cuando estuve un poco más serena, tomé la perilla de la puerta y la giré con lentitud, mientras mi corazón bombeaba de manera incesante la sangre por mis venas. El pulso se me aceleró y sentí cómo un nudo se formaba en mi garganta y mi estómago se oprimía. «No entres», una vocecilla en mi cabeza me pedía a gritos que no lo hiciera. Dudé por una milésima de segundos, pero instantáneamente tomé el valor que me faltaba para terminar de girar la perilla y abrir la puerta de su despacho.

Juro por Dios que jamás esperé encontrarme con lo que vi en aquella oficina del demonio. Me quedé helada; observé la escena. Mi mano no se desprendió de la perilla y mis ojos no parpadearon por lo que pareció una eternidad.

Sentí cómo el invierno invadió mi cuerpo por completo y cambió el color de mi piel sonrosada a un matiz blanco como la nieve, congelando mi sangre, deteniendo mi pulso.

Una tormenta de sentimientos encontrados arrasó con todo hasta llegar a mi corazón, convirtió en trizas los miles de recuerdos y emociones que guardaba en mi pecho y en mi memoria en relación a mi vida junto a Diego.

Pude oír a mi corazón resquebrajarse y caer pieza por pieza, parte por parte en un infierno de lava que lo terminó de consumir con su azorado calor y destruirlo para siempre sin la posibilidad de recoger los pedazos y restaurarlo.

De nuevo, los momentos que pasé con mi esposo inundaron mis pensamientos. Cada detalle: sonrisas, triunfos, derrotas, caricias, besos y entregas… comprendí en ese instante que en todo ese pasaje de recuerdos faltaba algo; siempre era la misma cosa, la misma palabra, la misma confesión. Cuando la sorpresa me abandonó, de mi boca escapó un gemido de lamentación y tristeza, llamando la atención de Diego y su… acompañante.

Mi esposo, «mi Diego», el hombre de mi vida y ahora también el padre de mi hijo, estaba allí, en su oficina, besándose con otra mujer y por Dios que eso acabó conmigo por entero. Sentí cómo mis ojos picaban y se me volvía borrosa la visión por la anticipación del llanto.

Las lágrimas se acumularon de inmediato y fueron resbalando sin control por mis mejillas. Diego apartó con brusquedad a aquella mujer para avanzar hacia mí.

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