Parte 3 - El tocador

Después de... haber sostenido la promesa de esperarnos hasta el matrimonio para consumar nuestra relación, me dije: «¿por qué no?».

Mi respiración se volvió un tanto inestable. Tenía recelo de que alguien tocara la puerta y nos interrumpiera.

«¿Por qué es casi imposible decirle que no al amor de tu vida, incluso al punto de hacer cosas que jamás imaginaste hacer?».

—¡Ven, cariño! Ya estamos casados, ¿no? —indicó con ímpetu, rodeó mi cintura y me presionó a su cuerpo de un solo movimiento. Sus labios se curvaron con una sonrisa tentadora.

Sin duda, la promesa de esperarnos hasta la luna de miel tuvo su límite. Entonces, fue allí donde pude entender por qué mi suegra casi que nos echaba de la recepción. Quizá ella lo había vivido de igual forma con la famosa «tradición». Sin embargo, en mi caso, esto era más que eso; era saber si estaba lista para volver a confiar en alguien... por amor.

—Valen, yo no sé si sea el momento y el lugar. Y si... —propuse a medias. Él posó su dedo índice sobre mis labios.

«Mierda, eso sí que me ha puesto...», pensé.

Acarició mis mejillas y se acercó despacio para morder mi labio inferior con suavidad. Cerré los ojos para dejarme llevar. Mis hormonas empezaron a perder el juicio.

Me solté de su agarre por un momento.

—¡Entonces, vámonos de aquí! —expresé sin más, con mi mirada fija a la suya. Él asintió esbozando sensualidad al mojar sus labios cerca de los míos.

—En un par de minutos, sí —susurró mientras, sin notarlo, mis manos ya estaban soltando el nudo de su corbata. Él empezaba a besar mi rostro de una forma tan sublime y cautivadora. Me sentó sobre el bordillo del tocador sin dejar de besarme, mientras acariciaba despacio mi pierna, haciendo que mi vestido subiera y...

—¡Te deseo tanto! —repetía y bajaba hasta mi cuello, el que recorría despacio con besos apasionados.

—¡Valentino!

—Sí, amor.

—Yo también te deseo. —confesé.

—Me encantas —murmuró, y esto se volvió un detonante para excitar mis ganas de poseerlo enseguida.

Y de pronto, escuchamos que tocaban a la puerta y preguntaban si alguien estaba allí. Abrí mis ojos con sorpresa. Nos detuvimos, él soltó un bufido.

—Valentino, espera. ¿Y ahora cómo salimos? ¡No te pueden ver aquí! —exclamé. Arqueó una ceja, aquella que me encantaba ver cuando una locura asomaba por su mente.

—Confía en mí. —Retrocedió y arregló su corbata mientras yo acomodaba mi vestido blanco corcel y avisaba que en un momento salía.

Abrí la puerta pensando en qué podía inventar. Valentino se colocó detrás, pero la invitada me ahorró la explicación al entrar enseguida con el celular en la mano, sin voltear; al parecer, estaba en una llamada. Y pues, bueno, después de todo la idea no había sido tan creativa, pero al menos sirvió para que Valentino saliera rápido de allí. Lo que me sorprendió fue que se volvió sobre sus pasos. Asombrada lo miré como quien pregunta «qué pasó», y resultó ser que quería avisarme que nos veríamos cerca de la salida del salón para concluir eso que apenas empezábamos en el toilet. Dibujó en mí una sonrisa pícara y se marchó.

Caminé frente al espejo una vez más para retocarme, no quería que se notase lo que acababa de pasar, por si me encontraba con alguien afuera. Salí rápido del lugar un poco nerviosa, pero a la expectativa de lo que pasaría entre nosotros más adelante.

***

Al rato, me despedí de mis padres y de mis suegros, quienes nos pescaron cerca de la salida. Nos retiramos casi sin ser vistos por los demás invitados. Valentino tomó mi mano y, mirando a todos lados como quien huye de algo, me indicó la ruta por la que debíamos ir. La habitación máster para nuestra noche de bodas ya estaba reservada en el piso nueve. «¡Se conoce tan bien este lugar!», deduje. Él lo administraba y su padre era el dueño. Tomamos la puerta trasera del salón, que conectaba con el ascensor; el marcador de pisos con luces doradas alrededor de los números anunciaba que ya se estaba aproximando a la planta baja. Mi corazón latía con desenfreno hasta que llegó el momento. Las puertas se abrieron, entramos rápido y él presionó el botón rojo del número nueve para subir. Me miró de una forma tan diferente, podía jurar que nunca lo había visto así; yo siempre evitaba los momentos pasionales, no quería traer a la mente nada que me recordara a ese doloroso pasado.

En fin, tomó mi mano y besó mis nudillos de una forma tan sensual. Lo miré y me perdí por unos segundos en sus bellos ojos negros, los que tenían un brillo sin igual. Escuchamos un leve pitido, las puertas del ascensor se abrieron despacio, salimos caminando por el largo pasillo de luces tenues, elegantes alfombras y lámparas lujosas. Estaba un poco nerviosa, pero quería que esto pasara con Valentino; quería que esto pasara por primera vez con él...

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